El pasado 2 de marzo, falleció en Zaragoza, a los 91 años el Prof. D. Manuel González González, ex-Presidente de la A.E.C.
Fue Catedrático de Cirugía de aquella Facultad de Medicina desde 1966 y Prof. Emérito desde 1998. Su currículum vitae está colmado de las más altas calificaciones, premios y distinciones concedidas, principalmente, por las universidades de Salamanca, Valladolid y Zaragoza, y por diversas Academias y Sociedades científicas.
Estas líneas pretenden, sobre todo, dar testimonio de la personalidad ejemplar de D. Manuel, mi querido maestro y entrañable amigo.
Nació en Salamanca en el seno de una familia de la que recibió el ejemplo de una honesta laboriosidad, del esfuerzo constante de superación y de una bondadosa convivencia.
En los primeros estudios y en el bachillerato, se distinguió pronto por su inteligente laboriosidad, espíritu de colaboración y sentido de la responsabilidad. Ya entonces, se hizo acreedor de esa cualidad humana de la “auctoritas”, excepcional privilegio mediante el cual, sin pretenderlo, se influye en la opinión de los demás y que es fruto de una elevada categoría moral.
Cursó la licenciatura en la Facultad de Medicina de Salamanca con las máximas calificaciones, obteniendo el Premio Extraordinario Fin de Carrera.
En un ambiente socioeconómico y académico pleno de carencias y dificultades, se planteó metas y propósitos elevados, pretensión que iba a ser una de las principales normas de su vida.
Decidió ser cirujano universitario, y en la Cátedra de su primer maestro el Prof. Cuadrado, inició su andadura académica como Prof Ayudante de Clases Prácticas, actividad que compatibilizaba con la de Anestesista para el sostenimiento de su recién formada familia.
Ocho años después, obtiene en Valladolid una plaza de Médico de APD (hoy Médico de Familia); pero su propósito de ser cirujano le vincula pronto a la Cátedra de Cirugía de aquella Universidad que dirige su segundo maestro, y también admirado salmantino, el Prof. JM Beltran de Heredia. Después de alcanzar el grado de Doctor, consigue la plaza de Prof. Adjunto.
En aquel tiempo, conocí a D. Manuel pues ingresé en la Cátedra como Alumno Interno y pronto descubrí, detrás de una figura seria y austera, a una persona excepcional en la que destacaban: el cumplimiento responsable y riguroso de las tareas diarias, el respeto y la amabilidad en el trato con los demás, la disposición para enseñar y aprender, la proximidad y la delicadeza con los pacientes y, en fin, el esfuerzo y la ilusión entusiasta con los que intentaba suplir las carencias y las dificultades.
D. Manuel iba constituyendo para mí el modelo que atrae y arrastra con sentimientos profundos del alma y del que se recibe la orientación y el cobijo como dádivas impagables del maestro.
En 1966, tras brillantes oposiciones, obtiene la Cátedra de Cirugía de la Facultad de Medicina de Zaragoza, con lo que se inicia una nueva y dura etapa de la que fui testigo y colaborador. En aquel ambiente, no había lugar para “el cómodo lamento ni para la queja inútil”; el trabajo y el estudio eran buenos antídotos contra el desánimo y el pesimismo; el afrontar los problemas era mejor que “esperar para ver...”; y que “más valía un intento, aunque fuera fallido y en parte un fracaso, que no intentarlo siquiera”. Eran algunas de las frases que repetía con frecuencia.
Nos decía también, que en la actuación con el paciente, debía guiarnos la razón y la evidencia científica, aunque la realidad clínica nos sorprendiera con evoluciones inesperadas y dolorosas. Era imprescindible entonces revisar nuestro quehacer o admitir la insuficiencia de los conocimientos y terminar reconociendo la “incógnita del hombre” ...
Extraordinarias experiencias para los que, al lado del maestro, íbamos completando, con crecientes responsabilidades, la formación quirúrgica (asistencial, docente e investigadora). Algunos de los miembros de aquella auténtica escuela, ocuparían, años después, puestos relevantes en los ámbitos universitario y asistencial. figura 1
En relación con la Asociación Española de Cirujanos, el Prof. González participó activamente en los órganos directivos: Comité científico, Presidencia (1986-1988) y Junta del Patronato de la Fundación Cirugía Española. En esta época nuestra Asociación, como bien está recogido en su historia, evolucionó con importantes “vientos de cambio”, adaptando su organización a los nuevos modos y hábitos. El rigor y la disciplina en los aspectos administrativos y reglamentarios sustituyeron a lo que se denominó “dirigismo paternalista” de épocas pasadas. Con extraordinaria elegancia y generosidad, D. Manuel contribuyó al mantenimiento de la dignidad institucional y a la elevación del nivel doctrinal y científico.
Tuve el privilegio de hacer su presentación en el acto de nombramiento como Miembro de Honor de la AEC. Terminaba mis palabras comparando la personalidad de D. Manuel con el arte románico por la solidez, riqueza interior y sentido espiritual y teológico. La metáfora me parece hoy más oportuna porque su vida, plena de éxitos, lo fue también pródiga en dificultades y en dolorosos acontecimientos familiares que no impidieron el cumplimiento responsable de sus deberes y compromisos, y que afrontó con admirable fortaleza de espíritu y la valiente aceptación de un hombre de recios principios morales y de una fe inconmovible.
Hoy, con su muerte, D. Manuel ha pasado a formar parte de los “sillares de la historia” como una persona íntegra, honesta, ejemplar y comprometida con su tiempo. Como reza la tradición universitaria, “supo cumplir como bueno según su leal saber y entender”.
Con estas líneas, deseo proclamar mi sentimiento de dolor que comparto con el de su querida familia, con el respeto, agradecimiento y cariño de su discípulo.