En Anestesia es crucial anticipar los problemas y dar respuesta rápida y eficaz a los riesgos que enfrenta el paciente durante el perioperatorio. Con el avance tecnológico de las últimas décadas surge la aplicación del ultrasonido como un elemento para guiar un enorme número de procedimientos en la práctica de diversas especialidades. En Anestesia en particular, se ha convertido en una herramienta crítica en la realización de accesos vasculares, anestesia regional1–9, intervencionismo para alivio de dolor agudo y crónico10, para aportar información cualitativa relevante en el diagnóstico o tratamiento de síndromes de bajo gasto11–15, hipovolemia, eventos pulmonares agudos16, en la evaluación del contenido gástrico como riesgo de broncoaspiración17 y evaluación de la vía aérea, entre otros18–20.
La literatura mundial soporta el uso actual del ultrasonido como extensión del examen físico y elemento educativo en escenarios de pregrado21 y posgrado22; es una más de las tecnologías que participan en el concepto de Point of Care que las acerca a la cama del paciente para tomar decisiones23–26.
Como acto médico, la aplicación de cualquier tecnología o método diagnóstico debe hacer parte de un quehacer ético y de buenas prácticas clínicas, algo a lo cual definitivamente no podemos ser indiferentes.
Es así como la aplicación de una vieja tecnología en un nuevo escenario clínico, por profesionales diferentes a los históricamente ligados a la misma, puede asociarse a un escenario vulnerable, lo que preocupa a nuestros colegas radiólogos, con justa causa, situación que entendemos ampliamente desde el punto de vista de la educación y de la adquisición de competencias27–28.
La masificación de la utilización del ultrasonido en el perioperatorio representa un reto en el futuro de la educación de la Anestesia en escenarios formales y no formales29–35. Se hace pertinente entonces la introducción del ultrasonido en los currículos de Anestesia, haciendo énfasis en los objetivos específicos de su aplicación por áreas. Igual que en la educación no formal o en la educación médica continua, al respecto se hace el análisis de la pirámide de Miller: saber, saber cómo, demostrar cómo y, finalmente, lograr hacer de forma competente; llegar a la punta de la pirámide no es fácil.
¿Cuál debe ser entonces el alcance de los cursos y talleres de educación médica continua fuera del escenario universitario32,36–40? ¿Confieren el saber? ¿El saber cómo? ¿Logran la competencia? ¿Es suficiente tomar uno, dos, tres talleres? ¿Cuál es el tipo de exposición necesaria? ¿Cuál es el tiempo necesario para lograr la capacidad de usar el ultrasonido adecuadamente dentro de un contexto clínico? ¿Ser competente en una destreza hace al profesional competente para las demás? Estos y otros cuestionamientos surgen al respecto y deben ser asumidos y resueltos con responsabilidad.
Se plantea para las sociedades científicas la necesidad de responder a estos interrogantes y generar o dar directrices para lograr los escenarios adecuados en los que se dé la adquisición de competencias, siguiendo un camino sólido y estructurado de educación médica continua. Es un gran reto que, motivados por los beneficios y el progreso académico y científico a nivel mundial, debemos y estamos dispuestos a asumir como profesionales y educadores, para que las generaciones de colegas nacientes y los ya graduados se beneficien de este recurso que ha revolucionado la práctica clínica en la mayoría de escenarios médicos en beneficio de nuestra razón de actuar: los pacientes.
FinanciamientoLos autores no recibieron patrocinio para llevar a cabo este artículo.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.