La disfagia orofaríngea funcional afecta a más del 30% de los pacientes que han sufrido un ictus. La variabilidad en su presentación clínica y la percepción subjetiva de los pacientes hace que haya un porcentaje de disfagia infra-diagnosticado, lo que es un problema grave por las complicaciones asociadas1. Por ello, es necesario tener métodos de cribado para identificar a la población que pueda estar sufriendo de dificultad para deglutir: fundamentalmente en nuestro medio los ancianos y los pacientes con enfermedades neurológicas2.
La disfagia puede implicar complicaciones nutricionales y respiratorias muy graves y muy frecuentes. La neumonía aspirativa secundaria a disfagia es la principal causa de muerte en pacientes con ictus durante el primer año de seguimiento posterior al alta hospitalaria2,3.
Por otro lado, la disfagia tiene un efecto directo sobre el estado de nutrición. Los pacientes desnutridos presentan un mayor riesgo de incapacidad y dependencia tras el ictus, a corto y a largo plazo4.
La relevancia de las repercusiones clínicas de la disfagia en estos pacientes y nuestra percepción de una escasa sensibilización del personal sanitario nos hizo plantearnos realizar un estudio observacional descriptivo de una cohorte de pacientes ingresados en la unidad de ictus del Complejo Asistencial Universitario de León (CAULE) durante 2 meses. El objetivo fue establecer la prevalencia de disfagia en los pacientes con ictus y sus posibles repercusiones clínicas. Se utilizó el test EAT-10 como método para cribar la disfagia (≥3: el paciente puede tener problemas para tragar de forma segura y eficaz y se considera positivo), que está validado en la población española5 y la herramienta MUST para cribar la desnutrición (puntuación ≥2: riesgo alto de desnutrición)3. Asimismo, para valorar la severidad del ictus se utilizó la escala NIHSS6 (escala para evaluación cuantitativa del déficit neurológico tras un accidente vascular cerebral agudo) y la escala Rankin7 para valorar, de forma global, el grado de discapacidad física tras un ictus. Se divide en 7 niveles, desde 0 (sin síntomas) hasta 6 (muerte).
Los pacientes eran evaluados en las primeras 72h tras sufrir un ictus y se volvían a revisar el mismo día del alta.
Este estudio se llevó a cabo de acuerdo con las directrices establecidas en la Declaración de Helsinki, y todos los procedimientos realizados en pacientes humanos fueron aprobados por el comité de ética y de investigación clínica del hospital. Se analizaron datos de 48 pacientes ingresados en la Unidad de Ictus del CAULE en los meses de marzo y abril de 2016. Se excluyeron 2 pacientes fallecidos en las primeras 24h de evolución del ictus. Un 37,5% de los pacientes tenían alto riesgo nutricional al ingreso (MUST≥2). Estos pacientes con alto riesgo nutricional fueron los que tenían ictus más graves dentro de la escala NIHSS al ingreso hospitalario (MUST≥2: 14 escala NIHSS frente a MUST<2 escala NIHSS 2,34; p<0,005). Los pacientes con riesgo alto de desnutrición también alargan su estancia hospitalaria: 12,33 días de ingreso frente a 8,59 días (p=0,047). Es significativo además que los pacientes con MUST de riesgo nutricional alto al ingreso presentan una mayor discapacidad física en la escala de Rankin al alta (p<0,001) (tabla 1). No se observaron diferencias en los resultados clínicos (MUST y EAT-10 de riesgo) en función de la edad al ingreso en la unidad de ictus.
El porcentaje de peso perdido medio tras el ingreso fue de 2,08% (DE: 2,01). Un 51,1% de los pacientes perdieron más del 2% de su peso en la primera semana, lo que se considera una pérdida de peso importante. La pérdida de peso mayor de la mediana del 2% se relacionó con una estancia hospitalaria mayor: 7,41 días (DE: 1,00) frente a 12,63 días (DE: 1,54) (p=0,008).
Respecto a la disfagia, un 14,6% de nuestros pacientes tuvieron un EAT-10≥3. Los pacientes que presentan EAT-10 positivo para disfagia permanecen más días ingresados: 12 frente a 9,77 días. Es significativo también, que los pacientes con disfagia sufren más discapacidad física al alta (28,57% de los pacientes con riesgo de disfagia presentan al menos discapacidad moderada al alta frente a 2,78% en aquellos con cribado de disfagia negativo; p=0,01). También se asocia tener disfagia al alta con haber perdido más del 2% de peso.
En conclusión, nuestros datos confirman que un alto porcentaje de los pacientes con ictus tienen alto riesgo de desnutrición, lo que se asocia a ictus de mayor severidad. Tanto la desnutrición como la disfagia se asocian a una mayor estancia hospitalaria y un peor pronóstico funcional al alta de los pacientes. Por ello, consideramos que el cribado tanto de la desnutrición como de la disfagia no debería ser olvidado, como recomiendan las ultimas guías internacionales8,9.