George Washington falleció el 14 de diciembre de 1799 tras sufrir aparentemente una neumonía, que fue tratada (entre otros presuntos remedios) con varias sangrías, con las que se extrajeron «cinco pintas» (2,37l, aproximadamente) de sangre1. La práctica de sangrías como tratamiento médico había causado decenas de miles de muertes en, al menos, 2.000 años de uso. Alexander Lesassier Hamilton's demostró en un ensayo clínico realizado en 1813, durante las guerras napoleónicas en nuestra península, que la sangría multiplicaba la mortalidad de los heridos por 102; corroborando la experiencia de los soldados veteranos, que sabían que su peor destino tras ser heridos era el hospital militar, destino que trataban de evitar con todas sus fuerzas3. Aunque se dude de la autenticidad de este ensayo4, sorprende que, sin prueba alguna de su eficacia, una terapia tan absurda llegara a ser recomendada por uno de los primeros clínicos que aplicaron el método científico, William Osler5. Es una práctica demasiado habitual incorporar a la práctica médica procedimientos que no han demostrado su efectividad (ni mucho menos su eficiencia), lo que seguimos haciendo con demasiada frecuencia6.
Nuestros pacientes con hemorragia digestiva alta se han beneficiado desde 1975 de que el profesor Ricardo Sáinz Samitier, siguiendo a sus maestros en la Escuela de Aparato Digestivo del Hospital de San Pau, nos inculcó su criterio de evitar el indudable tormento, sin beneficio alguno probado, que representa colocar una sonda nasogástrica por sistema. En mi innato afán por llevar la contraria, busqué ya en 1982, siendo alumno todavía de medicina, cualquier evidencia para poder contradecir al profesor Sáinz. No encontré ninguna, es más había cierta evidencia de que cuánto más conservador se era en el manejo de la hemorragia mejor iban las cosas7,8.
Emili Gené y Xavier Calvet han publicado en nuestra revista un magnífico editorial9 que resume la evidencia a favor y en contra del uso de la sonda nasogástrica en ese contexto. Su conclusión es clara: no hay prueba alguna de su utilidad. Lo mismo se ha ido demostrando en otros escenarios clínicos. En nombre de muchos pacientes, que gracias a este editorial dejarán de sufrir un tormento innecesario, quiero darles las gracias por su trabajo. Si pensáramos más desde el punto de vista del paciente, haríamos mejor medicina.