Tengo la sospecha de que, en este momento, los médicos, que en sus orígenes fueron, y durante la mayor parte de la historia de la medicina han sido todos «clínicos», están ahora curiosamente clasificados como «clínicos» y «no clínicos». Como médicos, los radiólogos participamos activamente de esta clasificación, y es habitual que nos refiramos a otros médicos y especialistas como «los clínicos», aunque a veces el término pueda quedar restringido a aquellos que se valen de los tratamientos «médicos» frente a los «quirúrgicos», que son cirujanos. Pero, en general, todos son «clínicos» cuando queremos hacer referencia a los que no son radiólogos. No todos, claro está, porque para mencionar a microbiólogos o anatomopatólogos, por poner otros ejemplos, utilizamos el nombre de su especialidad, como hacemos con el de la nuestra. Por lo visto, al igual que nosotros, tampoco son «clínicos». Etimológicamente, la palabra «clínico» proviene, a través del latino clinicus, del término griego kλĺνŋ (klinos), que significa «lecho»1. Es lógico que se entienda, por lo tanto, que son «clínicos» los médicos que atienden al paciente junto a su cama, mientras que nosotros los radiólogos, junto con otros especialistas, no tenemos o no nos gustan las bedside manners, tan propias, eso sí, de «los clínicos»2. Pero esta separación de las clases médicas no es tan simple sino más bien difusa, atendiendo a las pruebas que nos rodean. Nuestra Sociedad lo es de «Radiología Médica», pero conocidos tratados lo son de «Radiología Clínica», y «Clinical Radiology» es la revista del Royal College of Radiology. Y conociendo de qué va nuestra especialidad, sabemos que hay «radiólogos clínicos» y «radiólogos no tan clínicos», porque no creo que ningún radiólogo intervencionista no se considere a sí mismo tan médico «clínico» como «los clínicos». Además, no conviene olvidar que los primeros radiólogos fueran íntegramente «clínicos»3, y se asombrarían de que después hayamos dejado de serlo.
Uno de los problemas de nuestra especialidad, más allá de nuestras propias tendencias, puede estar, precisamente, en el concepto que tenemos de nosotros mismos, separarnos de nuestra categoría de «clínicos», adquirir e interiorizar esa distinción, y, para perpetuarla, trasladársela a nuestros residentes, que también se refieren a los otros médicos como a «los clínicos». Los radiólogos somos «clínicos», nos guste o no, independientemente de que nos dediquemos a solucionar problemas diagnósticos o de que hagamos viajes por el interior del cuerpo de nuestros pacientes con fines terapéuticos. Es nuestra misión protegerles justificando la idoneidad de las exploraciones de imagen, algo que no es posible hacer fuera de «la clínica». Es nuestra obligación informarles de los riesgos y beneficios de esas pruebas, frente a frente, siempre que estemos obligados o porque ellos lo requieran, como también lo estamos a informarles de los resultados obtenidos cuando nos lo soliciten con la palabra o, simplemente, con la mirada. Y, entonces, saber cómo confortar y tranquilizar. Llegamos al diagnóstico por medio de la semiología radiológica, pero no solo por ella, sino también conociendo la semiología tradicional, no más «clínica», por cierto, que la que a nosotros nos sirve directamente. ¿Y qué, si no «clínica», es la misión del radiólogo en su labor diaria de consulta con «los clínicos», o en los «comités clínicos»? No hace falta hablar del tratamiento.
A título particular, sugeriría que desterrásemos el hábito de «desclinificarnos» «clinificando» redundantemente a los otros. Pero esto no es más que una opinión personal. Sin embargo, y aprovechando la libertad que RADIOLOGÍA me otorga como editor, la línea editorial de la revista sí pretende, modestamente, potenciar este carácter «clínico» del radiólogo, que implica estimular muchos aspectos que no solo atañen al ámbito estrictamente técnico de la especialidad. Intentaremos dar pasos en esa dirección, aunque sean pequeños e incluso poco perceptibles. Gracias a la oportunidad que la docencia pre y posgrado me ha prestado, he sido al final consciente de que no defender y potenciar nuestro carácter «clínico» nos separa de los alumnos de medicina, de los futuros residentes, no porque la especialidad no pueda ser considerada interesante por muchos de ellos, sino por lo que interpretan como «falta de contacto con el paciente». No se trata de correr hacia las camas de nuestros hospitales. Se trata de ser conscientes de nuestro carácter integral de médicos. Quizás como ningún otro especialista sabemos de las virtudes de la técnica, pero corremos el riesgo de lo tecnológico si es que no hemos ya sufrido sus consecuencias. En RADIOLOGÍA intentaremos recordar de vez en cuando que somos, sobre todo, médicos, ahora sin comillas, médicos clínicos.
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