Madrid, 29 noviembre 1928/Madrid, 25 julio 2019
El pasado 25 de julio falleció el Profesor Palacios Carvajal, noticia que, no por esperada, deja de ser profundamente dolorosa. Ciertamente que en los últimos meses se había deteriorado su salud de forma importante, y que, por edad, debíamos presentir la cercanía de su marcha; pero hay personas capaces de despertar tanta admiración, cariño y reconocimiento que nos negamos a pensar que un día han de dejarnos, y cuya ausencia, nos sume en un sentimiento de orfandad difícil de entender para quienes no tuvieron la suerte de conocer al «Jefe», como le llamábamos todos.
No pienso, en estas líneas relatar su biografía que, para quien tenga interés (en mi opinión, debería ser de lectura obligatoria en todas las unidades docentes de traumatología), escribió de forma magistral, hace muy pocos años, el Dr. Sánchez Vera, sino intentar trasmitir de forma muy somera la trascendencia de su magisterio en la ciencia y en la propia vida.
La medicina fue su gran pasión, a ella dedicó la mayor parte de su tiempo con generosidad, entusiasmo y un amor por los pacientes que de forma natural era siempre correspondido. Excelente organizador, desarrolló y dirigió algunos de los servicios de traumatología más prestigiosos del país como La Paz o el Ramón y Cajal, con una distribución modélica de las subespecialidades de la cirugía ortopédica que se ha replicado hasta nuestros días, y llegó a desempeñar el cargo de Subsecretario del Ministerio de Sanidad. Esta capacidad y excelencia fue reconocida, cosa rara en estos lares, con múltiples condecoraciones como las Grandes Cruces del mérito Militar, Naval y Aeronáutico, la Cruz Azul de Oro de la Seguridad Social, la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad o la Medalla al Mérito en el Trabajo, por destacar algunas de las más conocidas.
Sin miedo a equivocarnos, lo podemos considerar el introductor de la traumatología de vanguardia en España; y el valor de divulgación de sus fines de semana traumatológicos, sentó las bases para la modernización y desarrollo de la cirugía ortopédica en nuestro país, permitiéndonos conocer, de primera mano, a la mayor parte de las figuras de talla mundial de la época, en nuestra especialidad.
Amando tanto la medicina, no resulta extraño su empeño y capacidad en trasmitirla, lo que lo llevó a ser Profesor adjunto de Patología Quirúrgica en la Universidad Complutense y Profesor Titular de Traumatología en la Universidad Autónoma; pero, sobre todo, siempre mostró una especial preocupación por la formación de los nuevos especialistas, dando lugar a una escuela con varias generaciones de traumatólogos que han llegado a dirigir multitud de servicios por todo el territorio nacional, y a la que nos sentimos orgullosos de pertenecer.
En nuestra sociedad, lo fue todo: Director de la revista, Secretario, Vicepresidente, Presidente, Presidente del senado y, cómo no, Miembro de Honor. A todos sus alumnos nos inculcó el respeto y la importancia de participar y mantener viva la SECOT, como órgano de formación comunicación y representación de todos los traumatólogos.
Justo es reconocer, que gran parte del mérito corresponde a Paloma, su amor de toda la vida y fiel compañera, junto a la que formó una familia de 8 espléndidos hijos, 31 nietos y 11 bisnietos, a los que supieron educar en los valores que rigieron sus vidas y que, conociendo al «Jefe», fue siempre su mayor motivo de orgullo.
Tendremos que intentar acostumbrarnos a su ausencia, tarea difícil cuando se deja una huella tan profunda, pero su recuerdo perdurará para siempre, y, de vez en cuando, nos parecerá oírlo decir, una vez más: «Dios te guarde».
Descanse en paz, Maestro, Jefe, Amigo.
Manuel García Alonso.
