Mujer de 80años valorada en consultas externas de geriatría, adonde acudió por deterioro marcado de 3meses de evolución en la realización de actividades instrumentales de la vida diaria (cocinar, manejo de su propia medicación y labores del hogar que previamente realizaba sin incidencias, además de negativa a salir al exterior), manteniendo su independencia en actividades básicas de la vida diaria. En el resto de la valoración geriátrica integral destacaba un buen soporte social, conviviendo en domicilio con su marido e hijos pendientes. En la esfera cognitiva la paciente no refería fallos subjetivos de memoria, con una valoración neuropsicológica sin hallazgos. Carecía de antecedentes psiquiátricos, de síndrome depresivo y sin hábitos tóxicos.
En la entrevista dirigida destacaba infección por COVID-19 (Coronavirus Infectious Disease-19) en marzo de 2020 que cursó con astenia, anosmia y manejo ambulatorio, sin precisar ingreso hospitalario. Durante ese periodo acontece la pérdida por dicha enfermedad de varios de sus allegados.
Desde entonces sufría episodios de ansiedad intensa y labilidad emocional que precisaban benzodiacepinas de manera frecuente, teniendo una importante repercusión en su vida cotidiana. La paciente refería tener miedo a salir a la calle por temor al virus y asociaba el sonido de las ambulancias con la aparición de crisis de angustia, ideas repetitivas de muerte y miedo a la misma.
Se completó el estudio con analítica y radiografía de tórax, sin hallazgos.
La paciente fue diagnosticada de posible trastorno de estrés postraumático (TEPT) tras padecer infección por COVID-19 y se inició tratamiento antidepresivo con citalopram junto con terapia psicológica de manera ambulatoria. En la consulta de seguimiento a los 2meses había mejorado la clínica ansiosa y el estado anímico, comenzando a realizar salidas a la calle acompañada.
La conexión documentada entre epidemias virales y afecciones psicológicas se remonta a más de 100años, cuando se vinculó la gripe española de 1918 con complicaciones psiquiátricas (Menninger, 1919)1. Craske y Stein2 señalan que las pandemias pueden actuar como un factor de estrés creando pánico colectivo debido a la incertidumbre y a la falta de conocimientos ante la misma.
La infección por COVID-19 constituye una pandemia con 20.978.267 contagios confirmados y 750.441 fallecidos en todo el mundo (datos a 13 de agosto de 2020)3.
Encontramos diferentes grupos de afectados: personal sanitario, población general, enfermos por COVID-19, como el caso que nos ocupa, y sus familiares. Durante la pandemia, las complicaciones médicas generales han recibido la mayor atención, mientras que pocos estudios abordan su efecto directo sobre la salud mental.
Según una publicación reciente realizada en el País Vasco4, los individuos mayores de 60años con una enfermedad crónica parecen experimentar mayor estrés y ansiedad durante la pandemia que los individuos sin patologías previas.
Basándose en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V), el TEPT aparece tras la exposición a un evento traumático asociando recuerdos angustiosos e intrusivos del suceso, sueños recurrentes, reacciones disociativas (como amnesia), conductas evitativas y síndrome depresivo con incapacidad persistente de experimentar emociones positivas, hipervigilancia y sensación de futuro desolador. En el estudio de Spitzer et al.5, con 3.170 personas (851 mayores de 65años), destacó que la probabilidad de exposición a eventos traumáticos era cuatro veces mayor en los adultos mayores.
Todavía no existe gran evidencia científica respecto a la repercusión real de la COVID-19, y la mayoría son estudios procedentes de China, donde comenzó la pandemia en diciembre de 2019.
Una revisión sistemática reciente6 destaca empeoramiento de los pacientes con trastornos psiquiátricos ya previos, junto con aumento de la incidencia de depresión y ansiedad en el personal sanitario. Respecto a la población general, reveló un descenso en el bienestar psicológico y mayores puntuaciones de ansiedad y depresión.
Es llamativo que, en esta revisión, solo dos escritos estudiaron los síntomas psiquiátricos de los propios pacientes afectados por COVID-19, uno de ellos enfocado a la presencia de TEPT7, el cual se encontraba en el 96,2% de los mismos (IC95% 94,8-97,6%). Como causas de tan alta prevalencia se señala la transmisión rápida del virus, la amplia cobertura informativa del mismo y la discriminación social hacia los pacientes infectados.
El segundo estudio8 mostró que la prevalencia de depresión (29,2%) (p=0,016) entre pacientes recuperados tras la enfermedad era mayor en comparación con los participantes en cuarentena no infectados (9,8%).
Todo lo anterior refleja la necesidad de proporcionar a los pacientes afectados por COVID-19, especialmente los más ancianos, herramientas psicosociales dirigidas a mejorar su estado emocional ante estos tiempos en los que nuestra salud mental se pone a prueba.