Las características asociadas con lo masculino y lo femenino son un tema de interés debido al impacto que los roles de género tienen sobre la vida cotidiana de los seres humanos. México es un mosaico cultural en el que coexisten diversas tradiciones en las que la forma como se expresan los roles puede ser más o menos flexible o rígida, dependiendo de la región. Este estudio tuvo como objetivo conocer el comportamiento de una escala de roles de género diseñada ex-profeso, en diferentes territorios del país, para lo cual se contó con la participación de 1,624 personas provenientes de cuatro regiones (Noreste, Pacífico Norte, Centro y Sureste). La escala demostró ser culturalmente sensible y reveló variaciones en la percepción de los roles de género adecuados a las características culturales de la zona de la que se extrajeron los datos, pero también se observan factores consistentes, como la “ausencia de expresividad emocional masculina”. Se discuten los hallazgos a la luz de la literatura sobre el tema, y se derivan algunas sugerencias para ser aplicadas en la educación de las generaciones futuras de hombres y mujeres más equitativos y democráticos
The characteristics associated with masculinity and femininity are a topic of interest because of the impact that gender roles have on the daily lives of human beings. Mexico is a cultural mosaic in which coexist different traditions that express how roles can be more or less flexible or rigid, depending on the region. This study aimed to understand the behavior of a scale of gender roles applied in different parts of the country, to 1,624 people from four regions (Northeast, North Pacific, Central and Southeast). The scale proved to be culturally sensitive and revealed variations in the perception of the gender roles that correspond with the cultural characteristics of the area of the country from which the data were extracted, but consistent factors, such as the “absence of male emotional expressiveness”, are also observed. Findings are discussed in the light of the current literature, and we make some suggestions to be applied in the education of future men and women, to be more equitable and democratic generations.
Hoy en día muchas personas en nuestro país admiten que los roles de las mujeres y los hombres han cambiado respecto de los tiempos pasados, y en muchos de los casos, se asume que ese cambio ha favorecido a unas y restado privilegios a los otros. En esa lógica, la creencia popular dicta que las mujeres gozan de una cantidad considerable de libertades que no tenían hace treinta o cuarenta años, mismas que son visibles en diversas áreas de la vida social; por ejemplo, cursan estudios universitarios y son profesionistas, tienen trabajos remunerados, utilizan métodos anticonceptivos y regulan la cantidad de hijas e hijos que tienen, eligen libremente a su pareja, etc. De los varones, en cambio, se podría decir que ya no son los únicos proveedores de las familias, que comparten cada vez más espacios privados, anteriormente considerados como “femeninos”, y que colaboran con mayor frecuencia con las tareas domésticas, en la crianza y en el cuidado de los hijos. Estas actividades y expresiones se asocian con los denominados roles de género que desempeñan las personas en las distintas sociedades y culturas.
Tomando en cuenta estas consideraciones, vale la pena mencionar que México es un mosaico cultural y social, lo cual se ve reflejado en los rasgos de las personas que nacen o habitan en cada región, aún cuando se sabe que algunas características parecen tener vigencia en la mayor parte de las zonas del país. Por ejemplo, en una investigación realizado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), por encargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), cuyo objetivo fue producir conocimiento estadístico que permitiera la aproximación a la comprensión de la violencia de género en las escuelas a nivel nacional, encontró que, si bien el discurso de la equidad de género en cuanto al trato de niños y niñas no resulta ya ser ajeno a las y los profesores, los maestros varones, en una proporción importante, aceptaron entenderse mejor con los alumnos varones por el solo hecho de pertenecer a ese género. En otra parte del reporte, se consigna que los directivos consideran que las niñas requieren de mayor apoyo, pues suponen que son indefensas o vulnerables por motivos que abarcan desde la menstruación hasta la marginación o el maltrato que viven dentro del seno familiar; en cambio, el apoyo que los niños requieren, en su opinión, tiene que ver con sus características o actitudes agresivas (SEP & UNICEF, 2009).
Al acercarse a la forma como perciben los roles de género las niñas y los niños, el equipo de investigación se percató de que éstos se han modificado en las nuevas generaciones, sobre todo entre las mujeres, pero eso no significa en modo alguno que se haya alcanzado la equidad, pues aún más de la mitad de las niñas y los niños de sexto de primaria que participaron en el estudio, se mostraron de acuerdo con que las mujeres deben dedicarse a trabajos propios de su sexo, como las labores del hogar y la crianza, y un 80% de las y los que cursaban sexto de primaria y secundaria, aceptaron que ellos como varones deben prepararse para ser los proveedores de sus hogares (SEP & UNICEF, 2009).
Desde luego, aunque hay elementos que parecemos compartir en las diversas regiones, también lo es que existen realidades particulares que vale la pena observar. Por esta razón, para este estudio se recolectaron datos en diferentes estados del país, mismos que fueron organizados en bloques para poder apreciar la diversidad a la que hemos hecho referencia. Comenzaremos describiendo al Pacífico Norte, donde hemos incluido a los estados de Sinaloa y Sonora, y en la que es preciso identificar dos ecosistemas culturales distintos, ya que en el primero todavía predominan características propias de una sociedad rural, mientras que el segundo tiene un mayor desarrollo urbano.
Sinaloa es un estado con una importante actividad agrícola cuyos productos se exportan principalmente hacia los Estados Unidos, con una población mayoritariamente femenina, y con una recepción constante de migrantes de otras zonas de la República que llegan para trabajar en el campo (Instituto Nacional de Estadística y Geografía –INEGI-, 2011). Los estudios que se han llevado a cabo en el estado muestran sobre todo, la gran segregación laboral que hay, en la que las labores que se asignan a mujeres y varones son muy distintas, dependiendo de las características que se adjudican a unas y otros, en el ámbito del trabajo agrícola familiar en el que niñas y niños participan (Becerra, Vázquez & Zapata, 2007), en el que a ellas se les asignan tareas en las que aplican destrezas como la delicadeza y el cuidado, por ejemplo para empacar vegetales y conservar su calidad, mientras que a los niños se les asignan actividades relacionadas con el manejo del espacio físico, como andar en bicicleta, lanzar piedras o usar hondas con precisión y puntería (rasgos considerados como masculinos); además, a ellas se les obliga a trabajar con la familia y se les limita salir solas de noche, mientras que a los varones se les permite elegir con quién trabajar y tienen más libertades. En otros espacios laborales, por otra parte, se ha encontrado que las mujeres y los hombres se distribuyen de distinta forma en las ocupaciones del mismo nivel, con una distribución desigual en los puestos jerárquicos, donde ellas se enfrentan al denominado “techo de cristal”, que no sólo les impide el acceso a puestos de mayor responsabilidad, sino que también les afecta en el salario que reciben por la realización de un trabajo similar al de los varones, debido a sus características ‘femeninas’, y porque se sigue considerando que los hombres son los proveedores económicos de sus familias (Guerra, Vargas & Robles, 2009).
Hermosillo, la capital de Sonora cuenta con una población principalmente joven, y una creciente actividad industrial y comercial, y en la zona se concentra una importante proporción de grupos migrantes provenientes de otros estados del país (Tánori-Quintana, 2012). Entre las características psicológicas con las que las personas se describen a sí mismas, según un estudio realizado por Vera, Laborín, Domínguez y Peña (2003), se encuentran: hospitalarios, amigables y simpáticos, pero al mismo tiempo, dominantes, con un locus de control predominantemente interno, con un estilo de afrontamiento directo para la resolución de problemas, competitivos, inseguros al logro y pendientes de la evaluación social; Córdova (2006), por otra parte, encontró que las mujeres se perciben como alegres, platicadoras, afectuosas, bondadosas, honestas, sentimentales, cariñosas y tímidas, mientras que los varones consideraron ser divertidos, audaces, corruptos, dominantes, activos y conflictivos.
Monterrey es la capital del estado de Nuevo León, ubicado en el Noreste de la República Mexicana, y se considera a la entidad como uno de los centros financieros, comerciales e industriales más importantes del país, pues es a través de éste que se realizan una gran cantidad de transacciones con el socio comercial más importante: los Estados Unidos de Norteamérica. Según el INEGI, en ese estado se concentra un 4% de la población de varones en el país, y el 3.8% de las mujeres, y en términos sociales, se considera que las familias ejercen una gran influencia sobre los individuos, de modo que no resulta extraño que, entre los entretenimientos más frecuentes de sus habitantes se encuentren pasar tiempo con la familia y la religión (Flores-Caballero, 2006). En lo que se refiere a los roles de género de mujeres y varones, un estudio realizado por Tamayo-Garza (2009), refiere que la participación económica de las primeras en la entidad se caracteriza aún por la realización de actividades definidas por su condición de mujeres, lo que extiende el ámbito doméstico, y al mismo tiempo legitima la doble o triple jornada, pues aún cuando salen de sus hogares y participan en el mundo productivo, al volver a casa siguen siendo las responsables de las actividades domésticas y del cuidado de los hijos e hijas, y también de la pareja.
En lo que respecta a la zona Centro del país, considerada como el eje de la vida política, social, económica y cultural, se puede decir que se caracteriza por ser un ámbito que tiende cada vez más a lo urbano. Particularmente, el Distrito Federal, es un espacio cosmopolita, liberal, con leyes que fomentan la equidad de género, en el que los gobiernos emanados de la izquierda han dirigido sus destinos durante los últimos 17 años, y su influencia se hace sentir sobre los estados que le circundan, como Morelos, Puebla, Querétaro, el Estado de México e Hidalgo.
Investigadores renombrados como Rogelio Díaz Guerrero y Luis Leñero Otero han caracterizado y dado seguimiento, durante décadas, al acontecer en las esferas familiares y sociales de esta región del país, y han registrado puntualmente la evolución de las normas familiares y de género en cada generación. Ambos investigadores coinciden al identificar una predominancia de estereotipos masculinos asociados con el machismo, y estereotipos femeninos vinculados con la dependencia, la sumisión, el masoquismo y la abnegación (Díaz Guerrero, 2003; Leñero-Otero, 1983). Leñero-Otero (1983, 1994) llamó en su momento la atención sobre el predominio de la autoridad moral y física de las mujeres, mientras que los varones eran maltratadores y violentos, pero también registró el cambio de roles, en los que las mujeres comenzaron a ser proveedoras económicas de sus familias y los hombres se incorporaron al trabajo doméstico en sus hogares.
Díaz Guerrero (2003) por su parte, realizó entre los años 50 del Siglo XX y principios del Siglo XXI un estudio de largo alcance con estudiantes de secundaria con cuyos datos comprobó la estructura factorial de las Premisas Histórico Socio Culturales (PHSCs) de la familia mexicana, y registró el cambio ocurrido entre 1959 y 1970 en el grado de acuerdo que mostraron ante afirmaciones tales como: “los hombres son por naturaleza superiores a las mujeres”, “la mujer debe ser dócil”, “el lugar de la mujer es el hogar”, “una hija debe obedecer siempre a sus padres” y “una persona siempre debe respetar a sus padres”; entre las conclusiones, destaca que las mujeres se sienten menos supeditadas a la autoridad o a la superioridad del hombre, que la docilidad sufrió cambios, que disminuyó la obediencia ciega a los padres (pero el respeto se mantiene), con lo que se pudo observar la influencia de la cultura sobre los comportamientos. Lo anterior mantuvo una tendencia sostenida hasta 1994, y se apreció también una declinación del machismo caracterizado por el autoritarismo (“los hombres son más inteligentes que las mujeres”, “los hombres son superiores a las mujeres”, “la mayoría de los hombres gustan de la mujer dócil”, “los hombres deben ser agresivos”, “los hombres son por naturaleza superiores a las mujeres”, entre otros). Ahora bien, es importante mencionar que, a pesar de estos cambios generacionales, hay premisas que permanecen, tal como el mismo Díaz Guerrero (1997) y García Campos (2008) han mostrado.
La región Sur del país, por otra parte, se caracteriza por ser una cultura colectivista tradicional (Anguas & Reyes, 1999), donde las mujeres se adaptan con frecuencia a las necesidades y deseos de los otros, y donde el ejercicio del poder está aún muy asociado con el amor (Díaz Guerrero & Díaz Loving, 1988; Flores Galaz, Díaz Loving & Rivera Aragón, 2004), estudios como el de García Campos (2008) se acercan a la cultura yucateca y encuentra que el machismo es un factor predominante, en el que se acepta que los hombres son más inteligentes y superiores que las mujeres y que el lugar de las mujeres es el hogar; también surgió la importancia de la virginidad de las mujeres; en ambas cuestiones, se encontraron valores más altos en datos obtenidos en zonas rurales que los de zona urbana, y los varones obtuvieron promedios mayores que las mujeres en machismo. Entre sus hallazgos destacan un mayor tradicionalismo cultural en las personas de origen rural, sobre aquellas de las zonas urbanas, y también la tendencia a preferir características expresivas y andróginas, propias de personas cariñosas, amorosas, dulces, capaces, educadas, reflexivas y consentidoras, con lo que se estarían alejando, cada vez más, de un esquema machista.
Roles de géneroLa palabra rol designa la función que una persona desempeña en un determinado contexto; por otra parte, el género es una categoría que identifica “los roles socialmente construidos que expresan los valores, conductas y actividades que asigna una sociedad a las mujeres y a los hombres” (Castañeda Abascal, 2007; Saldívar-Garduño, 2005: 61), los cuales varían a través del tiempo las sociedades y las culturas (De Diego, 1992 en Saldívar Garduño, 2005; Saldívar Garduño, 2001). El concepto roles de género designa no sólo a las funciones referidas, sino también a los papeles, expectativas y normas que se espera que las mujeres y los varones cumplan en una sociedad, los cuales son establecidos social y culturalmente, y que dictan pautas sobre la forma como deben ser, sentir y actuar unas y otros dependiendo en principio, del sexo al que pertenecen (Macía, Mensalvas & Torralba, 2008; Matud, Rodríguez, Marrero & Carballeira, 2002; Saldívar Garduño, Aguilar Martínez & Díaz Pérez, 1995; Velázquez, 2010). Esos roles diferenciados para mujeres y varones, en el fondo, marcan también una posición en una estructura social, la cual generalmente está fincada sobre la desigualdad; por esta razón, algunas actividades o características son socialmente valoradas como más importantes o superiores, mientras que otras se consideran inferiores o menos trascendentes.
Los roles atribuidos a cada género, son adquiridos durante la niñez, se acentúan durante la adolescencia, y se refuerzan al inicio de la vida sexual (García y Barragán, Correa Romero & Saldívar Garduño, 2013), y son transmitidos a través de la socialización familiar, escolar, y la que se realiza a través de los medios de comunicación; estos tres agentes se encargan de mostrar a niñas y niños cuáles son los comportamientos y expresión de estados emocionales que se esperan de las mujeres y los varones en diferentes escenarios y situaciones (ver Bustos Romero, 1994; Castro Castañeda, Vargas Jiménez, Agulló Tomas & Medina Centeno, 2011). En opinión de Bornstein (2013), la genética y la anatomía son los primeros elementos sobre los que se asientan las asignaciones genéricas, y constituyen elementos innegables para la definición de nuestros roles en la vida, pero ser “niña” o “niño” tiene implicaciones que trascienden lo biológico; de modo que, la mayor parte de las cosas que creemos y la forma como nos comportamos están marcadas por el género. Además de la biología, de las presiones sociales, y de la variación cultural, las niñas y los niños desarrollan universal y normativamente un sentido claramente razonable de sí mismos como “hembras” o “machos”, y ejecutan con destreza los roles asociados generalmente con su género asignado; estas generalidades “panculturales” han sido reportadas por diversos estudios, como el de Machover, Rosenblum y Sander (1987 en Saldívar Garduño & Contreras Ibáñez, 1995) y han descrito algunos rasgos generales que comparten las mujeres y los hombres a través de distintos grupos sociales. El género, entonces, se utiliza para mantener la responsabilidad de las personas sobre su desempeño de cualquier actividad que realicen como mujeres o varones (Hicks, 2008).
A pesar de parecer tan distintos, los roles de género son complementarios e interdependientes, aún cuando se adjudican cualidades contrapuestas a las mujeres y a los varones (Velázquez, 2010). Así, los roles femeninos se asocian con las tareas relativas a la reproducción, crianza, cuidados, sustento emocional, etc. y están circunscritos, sobre todo, al terreno doméstico; por otra parte, los roles masculinos están vinculados con tareas que tienen que ver con el ámbito productivo, el mantenimiento y sustento económico, y se desarrollan principalmente en el mundo público (Macía et al., 2008). De acuerdo con lo anterior, la expectativa sobre los varones establece que sean fuertes, que no lloren, que sean independientes y competitivos, mientras que de las mujeres, se espera que sean cariñosas, emocionalmente expresivas, amables, y que ayuden a los demás; dicho de otro modo, que las mujeres sean femeninas y los varones, masculinos (Hegelson, 2002 en Matud et al., 2002). En esa lógica, las mujeres son “de la casa” y pertenecen al mundo privado, “femenino”, poco valorado y reconocido socialmente, en el que realizan actividades para el beneficio común de la familia y la sociedad sin recibir una remuneración o algún reconocimiento, generalmente en el aislamiento o en compañía de otras mujeres, y se considera que su dominio es el del mundo de los afectos y del trabajo doméstico. Los varones, por su parte, son “de la calle” y dominan el mundo productivo, público, “masculino”, el cual es altamente valorado socialmente, pues realiza actividades remuneradas y con alto reconocimiento y status social; el moverse en ese ámbito posibilita para ellos una mayor sociabilidad que la que tienen las mujeres, y se considera que dominan el mundo de la razón (Archer & Lloyd, 1989; Velázquez, 2010).
Saldívar Garduño (2005) sostiene que, dado que son construcciones sociales, las representaciones masculinas y femeninas se ajustan a las convenciones de una determinada cultura, y pueden cambiar a lo largo del tiempo, lo que se refleja en las variaciones en los conceptos de feminidad y masculinidad, producto de la gran diversidad cultural, aunque, como ya se mencionó, también es preciso reconocer la existencia de coincidencias a través de las sociedades, y que la diferenciación se mantiene (Parsons, 1956 en Hicks, 2008). Por ejemplo, en algunos estudios reportados por Machover, Rosenblum y Sander (1987 en Saldívar Garduño et al., 1995), se encontraron “generalidades panculturales” respecto del tipo de características adjudicadas a los hombres, quienes son vistos típicamente como más fuertes, más activos y con alta ejecución, autonomía y agresión. Por su parte, las mujeres son descritas como débiles, menos activas y más involucradas con la afiliación, nutrición (crianza) y sumisión. Por otro lado, Archer y Lloyd (1989) señalan que los roles asignados a hombres y mujeres son valorados de manera distinta, lo que ha dado lugar a que las mujeres sean descritas como emocionales e ilógicas (“irracionales”), y los hombres como racionales; estas creencias suponen que ambos sexos piensan de manera diferente y que tienen una inclinación “natural” por actividades de distinto tipo.
Dadas estas edificaciones, se definen tipos de hombres y mujeres. Así, según Velázquez (2010), con las mujeres se asocian características tales como: debilidad, timidez, dulzura, sumisión, pasividad, sacrificio, resignación, abnegación, sujeción, ser para otros; por otra parte, el tipo de adjetivos con que se describe a los varones suelen ser, entre otros: fuerza, valor, autoridad, agresividad, iniciativa, distracción, placer, independencia, autonomía, ser para sí. El mismo autor señala que es precisamente por esta diferencia en los roles que se ha dividido el ámbito de acción de unas y otros en el mundo privado (circunscrito al hogar) para ellas, y el público (de la calle) cuando se trata de ellos, lo que también ha dividido sus funciones en reproductivas si las realizan las mujeres, y productivas si las ejecutan los varones.
Por su parte, Macía et al. (2008), identificaron como características estereotípicamente femeninas: debilidad, dependencia, sensibilidad, y los roles de las mujeres estaban sobre todo vinculadas con las emociones, la intuición y la reproducción; además, el tiempo vinculado con el trabajo no es definido, pues no tiene principio ni fin (carece de horarios), su labor no tiene valor social, y tampoco valor de uso, razón por la cual no está integrado en las estadísticas relativas a la economía de los hogares; sus espacios son invisibles, cerrados y aislados de las relaciones sociales, pues están circunscritos al mundo doméstico. Los estereotipos masculinos, en cambio, estaban relacionados con la fuerza, la independencia y la objetividad; sus roles definidos por la decisión y la razón, así como por la producción; su tiempo de trabajo es definido (tiene horarios, principio y fin conocidos), y goza de un valor social mayor que el de las mujeres, tiene valor de uso, valor económico, y produce bienes y servicios; su dominio se encuentra en el espacio público, es visible y abierto, y se desenvuelve en un espacio de poder social.
En México, desde hace varias décadas, se han realizado un número importante de estudios sobre los roles de género, con el fin de conocer cómo se manifiestan éstos en distintos grupos de población como estudiantes universitarios, mujeres, parejas, obreros y población general (Hartog & Ríos Marín, 2003; Lara, 1990; Lara & Figueroa, 1991; Saldívar Garduño et al., 1995; Valdés Medina, Díaz Loving & Pérez Bada, 2005). Los resultados de esos estudios indican que existe un alto grado de consenso en los rasgos que se consideran masculinos y femeninos en esos grupos, y también se encontró un mayor número de respuestas estereotipadas hacia los hombres que hacia las mujeres (Lara, 1990). En 1991, Lara y Figueroa realizaron un estudio con un grupo de mujeres, cuyo objetivo fue conocer el grado de atribución de rasgos estereotipados para cada sexo; con el objetivo de medir los estereotipos de género, se tomaron como base las escalas de características de personalidad masculinas y femeninas desarrolladas por Lara en 1989. Las mujeres que participaron en ese estudio, consideraron ser de personalidad más débil, indecisas y dependientes, sensibles a las necesidades de los demás, deseosas de consolar a quien se siente lastimado, así como caritativas, tiernas y comprensivas; por otra parte, percibían a los varones como seguros de sí mismos y confiados, hábiles para dirigir, y arriesgados; en ambos casos, las participantes atribuyeron a la biología el mayor peso para explicar tales diferencias.
Posteriormente, Saldívar et al. (1995), encontraron que características tales como ‘teme al compromiso’, ‘más orientado al sexo’, ‘más agresivo’, y ‘el respeto le resulta menos importante’ se asociaban con el género masculino, mientras que ‘más cálida’, ‘a menudo emotiva’, ‘el respeto le resulta importante’, ‘brinda atención’ y ‘le teme más al abandono’ fueron consideradas como propias de las mujeres. En ese estudio, la valoración en términos de si los rasgos mencionados son positivos o negativos no mostraron diferencias entre ambas condiciones; una vez más, los atributos asociados con cada uno de los sexos parecen tener un sentido opuesto y aparentemente complementario, según el grupo de participantes.
En esa misma lógica, en otro estudio, Lara (2000) cuestiona la postura tradicional que señala que lo masculino define y es propio de los varones, y lo femenino de las mujeres, aunque consideró que, en efecto, los varones que responden a esa expectativa (ser masculinos), y las mujeres que hacen lo propio (ser femeninas) tenían un mejor ajuste personal que aquellas personas que no estaban orientadas al estereotipo de género. Asimismo, criticó el modelo bipolar masculinidad-feminidad, pues consideraba que los rasgos de cada uno de los polos sólo eran correlatos de un dimorfismo biológico, por considerar sólo al sexo de las personas, y no sus circunstancias sociales, históricas y culturales. Esta autora hace un nuevo llamado a considerar la necesidad de incorporar elementos de tipo social y cultural en las investigaciones sobre género en nuestro país, mismas que deben trascender la visión basada en los rasgos biológicos que opone a un sexo con el otro.
En un ámbito más amplio, Hartog y Ríos Marín (2003), analizan los rasgos socioculturales de la igualdad de género tanto en la vida cotidiana como en el terreno de la política en México, Canadá y Senegal, y se incluyen aspectos tales como una distribución más equitativa de las responsabilidades, igual poder de acción para mujeres y varones, y la abolición de la violencia, temas que han abanderado las luchas feministas en un número importante de países en el mundo. Se toman en cuenta cuestiones como la colaboración en la crianza de los hijos, el derecho a una mayor libertad sexual para las mujeres, capacidad de decisión sobre el número de hijas o hijos que quieren tener, desarrollo pleno en el ámbito personal y profesional, y se considera también la valoración religiosa que se hace de los roles de género tradicionales, que no permite una mayor equidad entre hombres y mujeres.
En el mismo estudio se destaca que, en cada sociedad, los valores de mantenimiento de las tradiciones respetando principalmente a la familia y a la sexualidad, están asociados con los saberes religiosos. De este modo, las sociedades más religiosas tienden a designar a las mujeres como guardianas de la armonía familiar, protectoras de los valores, y como las que tienen que comportarse como madres y esposas sacrificadas; asimismo, son vistas como las que realizan predominantemente las tareas domésticas, son amables, cuidadoras de sus padres y de la familia, encantadoras y coquetas. Los varones, en cambio, son vistos como el sexo fuerte y constituyen la base de la familia, son sus líderes, y quienes defenderán a sus mujeres. En la muestra mexicana, las personas con mayor escolaridad estuvieron menos de acuerdo en que el hombre debe ser el jefe del hogar, y se mostraron más de acuerdo con que éste debe participar en el cuidado de los niños, asimismo, vieron más favorablemente que las mujeres trabajen fuera de casa, rechazaron la discriminación sexual en el ámbito escolar, y tuvieron actitudes más democráticas respecto de la sexualidad femenina (Hartog & Ríos Marín, 2003). En algunos aspectos, aún cuando ya hay algún atisbo de deseo de mayor equidad, en términos generales, los roles masculinos tienden a verse en una forma tradicional, y hay una mayor apertura para las mujeres.
Por otra parte, el estudio de Valdez Medina et al. (2005), tuvo como objetivo evaluar el rol de género en estudiantes universitarios; como parte de la exploración, se les pidió a las y los participantes que describieran el papel que creían que les toca desempeñar a sí mismas/os, así como lo que esperarían que fueran e hicieran las personas del sexo opuesto. Entre los resultados destaca la coincidencia en 63% respecto del rol que consideraban que les tocaba desempeñar en la vida, versus un 27% de diferencias; así, los varones se definieron principalmente como trabajadores, responsables, protectores, comprensivos, seguros, sociables; las mujeres se percibieron a sí mismas como trabajadoras, madres, profesionistas, estudiantes, esposas, hijas, responsables, educadoras, hermanas, amigas, inteligentes y líderes, entre otras
Cuando los hombres detallaban lo que les toca ser y hacer a las mujeres de su país, mencionaron las palabras amigas, comprender, hogar, fieles, estudiar y abnegadas, principalmente; ellas en cambio, se definieron como trabajadoras, madres, responsables, profesionistas, inteligentes, sumisas, esposas, amas de casa, fuertes, independientes, entre las más importantes. Al preguntarles lo que les tocaba ser y hacer a los hombres de su país, los varones se caracterizaron como honestos, inteligentes, fuertes, exitosos, cumplidores, amables, emprendedores, etc.; y las mujeres los describieron como padres, proveedores, profesionistas, infieles, independientes, protectores, machistas, amigos, amar y compañeros (Valdez Medina et al., 2005). Los autores concluyen que entre las y los universitarios que participaron en el estudio continuaban presentes algunos estereotipos orientados a ver a las mujeres como menos inteligentes que los varones, sumisas, abnegadas, aún cuando podían reconocer que las mujeres pueden ser hoy profesionistas exitosas; en el caso de los varones, la novedad la constituye una mayor permisión para mostrar sus emociones, contrario al dictado de su rol tradicional, que les impedía mostrar abiertamente sus afectos, lo cual coincide con los hallazgos de Díaz Guerrero (2003) en relación con la permanencia de algunos de estos rasgos en su estudio sobre las premisas histórico-psico-socio-culturales.
Resulta interesante que, en esta investigación, las mujeres ya se ven en roles asociados con ámbitos públicos, como las universidades, el mundo laboral, y también como dirigentes, pero a los hombres los consideraron en una forma apegada a los estereotipos culturales; los varones en cambio, no logran desprenderse aún de una visión tradicional de sus propios roles, y tampoco de los de las mujeres. Esta y varias de las investigaciones reportadas coinciden en la apreciación de que son las mujeres las que tienen mayor disposición a tener una visión menos estereotipada de sus propios roles, que la que mostraron los hombres sobre sí mismos y sobre las mujeres.
El objetivo del presente estudio fue analizar las características psicométricas de una escala de roles de género que recoge los aspectos más importantes sobre el tema reportados en la literatura, en los ámbitos de la fuerza física, la expresión emocional, la apertura al ejercicio de la sexualidad, el establecimiento de la autoridad en la familia, y el cuidado y la educación de los hijos, entre otros ámbitos, utilizando las respuestas proporcionadas por una muestra amplia de personas jóvenes de diferentes lugares del país.
MétodoParticipantes1624 personas, 49% varones (n=789) y 51% mujeres (n=835), elegidos por muestreo intencional por cuotas, provenientes de los estados de Sonora (12%; n=190), Nuevo León (16%, n=261), Hidalgo (15%, n=248), Sinaloa (15%, n=240), Tabasco (15%; 247), y del Distrito Federal (27%, n=438). El promedio de edad fue de 25 años (DE=3), en un rango entre 18 y 31 años. La escolaridad de las y los participantes fue principalmente secundaria (42%; n=688), licenciatura (28%; n=455), y bachillerato concluido o estudios técnicos (27%; 443); el resto de los casos tenían primaria o posgrado.
Respecto de su estado civil, el 95.4% (n=1,544) declaró tener pareja, y el restante 4.6% (n=74), no; casos perdidos: 6. De aquellas personas que contaban con pareja, en el 58.5% (n=886) de los casos se trataba de un noviazgo, en el 32.3% (n=490) de un matrimonio, y el restante 9% (n=139), tenían alguna otra condición; casos perdidos: 29.
InstrumentoSe aplicó la “Escala de roles de género”, desarrollada ex profeso para esta investigación, tomando como referencia la Escala de Estereotipos de Género de Rocha Sánchez (2004), y las Premisas Histórico-socio-culturales de Díaz Guerrero (2003), y forma parte de un instrumento mayor que exploraba otros aspectos relacionados con la cultura y la forma de ser de mujeres y varones en los ámbitos familiar y de pareja. Esta escala, diseñada para autoadministrarse, constó de 18 reactivos tipo Likert, con 5 puntos de respuesta (1=Totalmente en desacuerdo a 5=Totalmente de acuerdo), con los que se buscaba recoger la percepción de las y los participantes sobre afirmaciones que hacían referencia a roles, características, habilidades y tareas particulares, consideradas como propias de varones y mujeres.
ProcedimientoCon la ayuda de un grupo de aplicadoras y aplicadores voluntarios, se identificó a las y los participantes en escenarios diversos, tales como el hogar, el lugar de trabajo, la escuelas, y sitios públicos. Posteriormente, se les entregaron las encuestas, se les explicó el objetivo del estudio, se les garantizó el anonimato y la confidencialidad de sus datos, se obtuvo su consentimiento informado, y procedieron a contestar las escalas. La respuesta de las encuestas fue individual.
AnálisisSe realizó la limpieza de la base de datos mediante análisis de frecuencias y descriptivos de cada una de las afirmaciones de la escala, y posteriormente se procedió a ejecutar un análisis factorial exploratorio, así como los correspondientes a la consistencia interna de la escala (alfa de Cronbach). Por último, se ejecutó un análisis de correlación producto-momento de Pearson a los factores obtenidos.
ResultadosEn primer lugar, se realizó un análisis factorial exploratorio, con método de extracción de componentes principales y rotación ortogonal (varimax) (normalización Kaiser), que convergió en 6 iteraciones, resultando tres factores, los cuales en conjunto explicaron el 51% de la varianza, y agruparon a los 18 reactivos de la escala de la siguiente manera:
La escala de roles de género mostró ser consistente al obtener un valor de alfa de Cronbach de .89 para los 18 reactivos, que en conjunto explicaban 50.8% de la varianza total, y los cuales se agruparon en tres factores, el primero de ellos denominado “roles masculinos estereotipados”, que incluyó seis reactivos que hacían referencia a características adjudicadas típicamente a los hombres, como ser fuertes, poco sensibles, racionales, quienes representan a la autoridad, infieles y mujeriegos; el análisis de confiabilidad obtenido mediante la aplicación de la fórmula alfa de Cronbach ofreció un valor de .78 y explicaba el 34.5% de la varianza. El segundo factor, nombrado “roles femeninos estereotipados”, estuvo compuesto por siete reactivos, que hacían alusión a características consideradas como femeninas, tales como ser cariñosa, con fortaleza emocional, capaz de cuidar a los enfermos, buena educadora de hijas e hijos, y quien se realiza al convertirse en madre; en ese caso, el valor del alfa de Cronbach fue de .80, y la varianza explicada de 10%. El tercer y último factor, fue nombrado “roles tradicionales para mujeres y varones”, compuesto por cinco reactivos, mismo que obtuvo un valor del alfa de Cronbach de .76, e incluyó afirmaciones sobre la obligación de las mujeres de atender a sus parejas, y sus habilidades para la realización de tareas domésticas, así como la idea de que una infidelidad cometida por ellas es imperdonable, mientras que a los varones se les percibió como protectores y hábiles para el cortejo amoroso; en este caso, la proporción de varianza explicada fue de 6.3%.
Posteriormente se llevó a cabo un análisis de correlación productomomento de Pearson entre los tres factores obtenidos, cuyos resultados se muestran en la Tabla 2.
Estructura factorial de la escala de roles de género con todas las muestras.
Reactivos en el factor Carga factorial | Carga factorial | M | DE | Corr Itemtotal |
---|---|---|---|---|
Roles masculinos estereotipados. | ||||
ERG15 Un hombre verdadero NO muestra sus sentimientos. | .791 | 2.0 | 1.3 | .67 |
ERG14 Un hombre verdadero NO muestra sus debilidades | .752 | 2.0 | 1.3 | .65 |
ERG5 Un hombre necesita de varias parejas sexuales. | .726 | 1.8 | 1.2 | .52 |
ERG7 Un hombre es más racional que una mujer . | 546 | 2.2 | 1.3 | .49 |
ERG6 Una familia funciona mejor si el hombre establece las reglas. | .532 | 2.1 | 1.3 | .49 |
ERG13 Un hombre es infiel por naturaleza. | .505 | 2.4 | 1.5 | .39 |
Alfa de Cronbach | .78 | 12.5 | 5.6 | |
Roles femeninos estereotipados. | ||||
ERG2 Una madre es más cariñosa que un padre. | .756 | 3.6 | 1.4 | .58 |
ERG4 Una mujer posee mayor fortaleza emocional que un hombre. | .717 | 3.1 | 1.5 | .49 |
ERG1 La mujer tiene mayor capacidad para cuidar a los enfermos. | .622 | 3.3 | 1.5 | .59 |
ERG12 Los hijos y las hijas son mejor educados por una madre que por un padre. | .594 | 2.8 | 1.5 | .57 |
ERG16 Un hombre es más agresivo que una mujer | .517 | 3.2 | 1.5 | .47 |
ERG8 Un hombre es menos sensible que una mujer. | .456 | 2.8 | 1.5 | .49 |
ERG3 Una mujer se realiza hasta que se convierte en madre. | .426 | 2.4 | 1.5 | .51 |
Alfa de Cronbach | .80 | 21 | .3 7 | |
Roles tradicionales para mujeres y varones. | ||||
ERG10 Una buena mujer debe atender a su pareja | .744 | 3.2 | 1.5 | .62 |
ERG18 El hombre debe proteger a la familia. | .702 | 4.1 | 1.2 | .50 |
ERG17 La infidelidad es imperdonable en una mujer. | .569 | 2.7 | 1.6 | .46 |
ERG11 El hombre es más hábil que la mujer para cortejar. | .552 | 2.8 | 1.5 | .52 |
ERG9 La mujer tiene habilidades innatas para el quehacer doméstico. | .525 | 2.9 | 1.5 | .56 |
Alfa de Cronbach | .76 | 15.8 | 5.3 |
Nota: Escala de respuestas: 1=Totalmente en desacuerdo, 2=En desacuerdo, 3=Ni en acuerdo ni en desacuerdo, 4= De acuerdo, 5=Totalmente de acuerdo.
Como se aprecia en la Tabla 2, las relaciones entre los tres factores obtenidos mediante el análisis factorial exploratorio, fueron positivas y altas: los roles masculinos estereotipados correlacionaron en r=.529 con los roles femeninos estereotipados, y con un valor de r=.528 con los roles tradicionales para mujeres y varones; los roles femeninos estereotipados, por otra parte, correlacionaron en r=.650 con los roles tradicionales para mujeres y varones. Todas las correlaciones mencionadas fueron estadísticamente significativas.
Al contar con datos de distintas regiones del país, se realizó una agrupación de datos de acuerdo con el estado de procedencia de los mismos, quedando cuatro regiones (ver Tabla 3).
La región Pacífico Norte comprende los estados de Sonora y Sinaloa; el Noreste a Nuevo León; el Centro concentró las muestras de dos zonas del Área Metropolitana de la Ciudad de México (Oriente y Poniente: UAM-Iztapalapa y UNAM), e Hidalgo; y la Sureste, el estado de Tabasco. La mayor cantidad de casos, como se observa en la Tabla 3, corresponde a la zona Centro del país (43%; n=686), a continuación, del Pacífico Norte (26%; n=430); seguida del Noreste (16%; n=262), y del Sureste (15%; n=247).
La estructura factorial obtenida mediante análisis exploratorio, con método de extracción de componentes principales, y rotación varimax (normalización Kaiser) en todos los casos, con los datos de cada una de las regiones del país, fue la siguiente:
Pacífico NorteEn este caso, el análisis factorial convergió en 6 iteraciones, resultando cuatro factores, que en conjunto explicaron el 53.5% del total de la varianza, y que agruparon a los 18 reactivos de la escala de la siguiente manera:
Estructura factorial para la región Pacífico Norte.
Reactivos en el factor | Carga factorial | M | DE | Corr. Itemtotal |
---|---|---|---|---|
Roles femeninos | ||||
ERG4 Una mujer posee mayor fortaleza emocional que un hombre. | .768 | 3.2 | 1.5 | .45 |
ERG2 Una madre es más cariñosa que un padre. | .754 | 3.8 | 1.4 | .56 |
ERG12 Los hijos y las hijas son mejor educados por una madre que por un padre. | .582 | 3.0 | 1.4 | .54 |
ERG1 La mujer tiene mayor capacidad para cuidar a los enfermos. | .567 | 3.7 | 1.3 | .52 |
ERG8 Un hombre es menos sensible que una mujer. | .409 | 2.9 | 1.5 | .42 |
Alfa de Cronbach | .74 | 16.5 | 5.0 | - |
Roles tradicionales para mujeres y varones. | ||||
ERG10 Una buena mujer debe atender a su pareja | .724 | 3.7 | 1.3 | .53 |
ERG18 El hombre debe proteger a la familia. | .672 | 4.5 | 0.9 | .34 |
ERG11 El hombre es más hábil que la mujer para cortejar. | .581 | 3.0 | 1.4 | .46 |
ERG9 La mujer tiene habilidades innatas para el quehacer doméstico. | .541 | 3.3 | 1.5 | .51 |
ERG17 La infidelidad es imperdonable en una mujer. | .529 | 3.0 | 1.6 | .43 |
ERG16 Un hombre es más agresivo que una mujer | .452 | 3.3 | 1.4 | .45 |
Alfa de Cronbach | .72 | 21.0 | 5.3 | - |
Supremacía del varón. | ||||
ERG7 Un hombre es más racional que una mujer | .732 | 2.4 | 1.3 | .53 |
ERG6 Una familia funciona mejor si el hombre establece las reglas. | .726 | 2.2 | 1.4 | .53 |
ERG5 Un hombre necesita de varias parejas sexuales. | .592 | 1.6 | 1.1 | .42 |
ERG3 Una mujer se realiza hasta que se convierte en madre. | .525 | 2.7 | 1.5 | .42 |
Alfa de Cronbach | .67 | 8.9 | 3.9 | - |
Ausencia de expresividad emocional masculina. | ||||
ERG15 Un hombre verdadero NO muestra sus sentimientos. | .696 | 2.0 | 1.3 | .74 |
ERG14 Un hombre verdadero NO muestra sus debilidades | .600 | 2.0 | 1.3 | .74 |
Alfa de Cronbach | .75 | 4.1 | 2.4 | -- |
Nota: Escala de respuestas: 1=Totalmente en desacuerdo, 2=En desacuerdo, 3=Ni en acuerdo ni en desacuerdo, 4= De acuerdo, 5=Totalmente de acuerdo
La escala total en este caso, tuvo una consistencia interna de .86, de acuerdo con la fórmula de alfa de Cronbach. El primer factor, denominado “Roles femeninos”, estuvo compuesto por cinco reactivos que hacían referencia a las cualidades consideradas como deseables y positivas para las mujeres (fortaleza emocional, cariñosas, buenas educadoras, cuidadoras versus hombres menos sensibles), y tuvo un valor alfa de Cronbach de .74, con una proporción de varianza explicada del 30.1%. El segundo factor, designado “Roles tradicionales para mujeres y varones”, obtuvo un alfa de Cronbach de .72, y estuvo compuesto por 6 reactivos que aluden a las habilidades de atención y cuidado de las mujeres por una parte, y a la protección y agresividad de los varones; tal conjunto de afirmaciones explicaron el 9.6% de la varianza.
El tercer factor, “Supremacía del varón”, contiene cuatro afirmaciones en las que queda evidenciada la idea de que los hombres son más racionales, que son quienes ponen las reglas, y que requieren de varias parejas sexuales; el valor alfa de Cronbach obtenido es de .67, y la proporción de varianza explicada de 7.1%. Finalmente, el cuarto factor, denominado “Ausencia de expresividad emocional masculina”, contiene dos reactivos que se orientan sobre la baja expresividad emocional de los varones; el alfa de Cronbach para este factor fue de .75, y explicaba el 6.1% de la varianza total; en este último caso, se eliminó el reactivo “ERG13 Un hombre es infiel por naturaleza”, por afectar a la consistencia interna del factor y por no tener congruencia teórica con las otras afirmaciones.
NoresteCon los datos de esta región, el análisis factorial convergió en 9 iteraciones, y se obtuvieron tres factores, que en conjunto explicaron el 45% de la varianza, y tuvo una consistencia interna de .83, de acuerdo con la fórmula alfa de Cronbach, e incluyó 11 reactivos de la escala:
Estructura factorial para la región Noreste.
Reactivos en el factor | Carga factorial | M | DE | Corr. Itemtotal |
---|---|---|---|---|
Ausencia de expresividad emocional masculina. | ||||
ERG14 Un hombre verdadero NO muestra sus debilidades | .819 | 2.0 | 1.4 | .69 |
ERG15 Un hombre verdadero NO muestra sus sentimientos. | .810 | 2.0 | 1.3 | .69 |
Alfa de Cronbach | .82 | 4.0 | 2.4 | - |
Roles tradicionales femeninos. | ||||
ERG2 Una madre es más cariñosa que un padre. | .782 | 3.5 | 1.4 | .57 |
ERG4 Una mujer posee mayor fortaleza emocional que un hombre. | .779 | 3.0 | 1.5 | .46 |
ERG1 La mujer tiene mayor capacidad para cuidar a los enfermos. | .600 | 3.3 | 1.5 | .50 |
ERG3 Una mujer se realiza hasta que se convierte en madre. | .469 | 2.4 | 1.5 | .42 |
Alfa de Cronbach | .70 | 12.3 | 4.3 | - |
Supremacía del varón. | ||||
ERG7 Un hombre es más racional que una mujer | .711 | 2.4 | 1.4 | .45 |
ERG17 La infidelidad es imperdonable en una mujer. | .669 | 3.0 | 1.6 | .35 |
ERG6 Una familia funciona mejor si el hombre establece las reglas. | .514 | 2.3 | 1.4 | .44 |
ERG11 El hombre es más hábil que la mujer para cortejar. | .409 | 3.1 | 1.5 | .36 |
Alfa de Cronbach | .62 | 10.7 | 4.0 | - |
Nota: Escala de respuestas: 1=Totalmente en desacuerdo, 2=En desacuerdo, 3=Ni en acuerdo ni en desacuerdo, 4= De acuerdo, 5=Totalmente de acuerdo.
Este análisis arrojó tres factores, el primero de ellos nombrado “Ausencia de expresividad emocional masculina”, tuvo un alfa de Cronbach de .82, e incluyó dos reactivos, en los que se pone de manifiesto una baja expresividad emocional en los varones, quienes estarían obligados a no ser débiles y a no mostrar sus sentimientos; estos dos elementos explicaron el 26.7% de la varianza. El segundo factor, “Roles tradicionales femeninos”, contiene cuatro reactivos que destacan las características afectivas y de cuidado de las mujeres; el alfa de Cronbach fue de .70, y la proporción de varianza explicada de 10.4%. El tercer factor, con un alfa de Cronbach de .62, fue nombrado “Supremacía del varón”, y está compuesto por 5 afirmaciones que enfatizan características como la racionalidad, el liderazgo, la infidelidad, y la capacidad para cortejar a las mujeres, de los varones; la varianza explicada por este grupo de reactivos fue de 7.6%.
En este análisis, fueron eliminados 8 reactivos que, si bien se agrupaban en tres factores que se orientaban hacia los estereotipos tradicionales de mujeres y varones, y a la agresividad masculina, no lograron una consistencia interna suficiente para considerar que su aportación a la escala fuera significativa.
CentroAl someter la información de esta región del país al análisis factorial, éste convergió en 3 iteraciones, y se obtuvieron dos factores, que en conjunto explicaron el 52% de la varianza, con los 18 reactivos de la escala:
Estructura factorial para la región Centro.
Reactivos en el factor | Carga factorial | M | DE | Corr. Itemtotal |
---|---|---|---|---|
Roles estereotípicamente masculinos. | ||||
ERG15 Un hombre verdadero NO muestra sus sentimientos. | .846 | 2.0 | 1.3 | .75 |
ERG14 Un hombre verdadero NO muestra sus debilidades | .827 | 2.0 | 1.4 | .76 |
ERG5 Un hombre necesita de varias parejas sexuales. | .742 | 1.9 | 1.3 | .62 |
ERG6 Una familia funciona mejor si el hombre establece las reglas. | .694 | 2.0 | 1.3 | .60 |
ERG7 Un hombre es más racional que una mujer | .663 | 2.2 | 1.3 | .60 |
ERG3 Una mujer se realiza hasta que se convierte en madre. | .653 | 2.1 | 1.4 | .66 |
ERG10 Una buena mujer debe atender a su pareja. | .560 | 2.7 | 1.5 | .61 |
ERG11 El hombre es más hábil que la mujer para cortejar. | .511 | 2.6 | 1.5 | .59 |
ERG13 Un hombre es infiel por naturaleza. | .477 | 2.4 | 1.5 | .50 |
Alfa de Cronbach | .88 | 20.0 | 9.0 | - |
Roles estereotípicamente femeninos. | ||||
ERG2 Una madre es más cariñosa que un padre. | .758 | 3.4 | 1.4 | .57 |
ERG12 Los hijos y las hijas son mejor educados por una madre que por un padre. | .675 | 2.6 | 1.5 | .65 |
ERG1 La mujer tiene mayor capacidad para cuidar a los enfermos. | .670 | 3.0 | 1.5 | .63 |
ERG4 Una mujer posee mayor fortaleza emocional que un hombre. | .650 | 2.9 | 1.5 | .46 |
ERG16 Un hombre es más agresivo que una mujer | .626 | 3.0 | 1.5 | .61 |
ERG18 El hombre debe proteger a la familia. | .597 | 3.7 | 1.4 | .55 |
ERG8 Un hombre es menos sensible que una mujer. | .542 | 2.8 | 1.5 | .57 |
ERG9 La mujer tiene habilidades innatas para el quehacer doméstico. | .521 | 2.4 | 1.5 | .62 |
ERG17 La infidelidad es imperdonable en una mujer. | .444 | 2.5 | 1.5 | .52 |
Alfa de Cronbach | .85 | 26.4 | 9.0 | - |
Nota: Escala de respuestas: 1=Totalmente en desacuerdo, 2=En desacuerdo, 3=Ni en acuerdo ni en desacuerdo, 4= De acuerdo, 5=Totalmente de acuerdo.
En esta ocasión, la escala con los 18 reactivos, mostró una consistencia interna de .92, según el alfa de Cronbach, y se separó en dos factores, el primero de ellos, referido a los “Roles estereotípicamente masculinos”, en el que se agruparon ítems que destacan características tradicionalmente asociadas con los varones, como la falta de expresividad emocional, su “necesidad” de contar con varias parejas sexuales, su racionalidad, su habilidad para cortejar, y su naturaleza infiel, entre otras; este grupo de reactivos explicó el 42.6% del total de la varianza. El segundo factor, denominado “Roles estereotípicamente femeninos”, conjuntó afirmaciones que, igual que en el caso anterior, destacaban características que tradicionalmente han sido consideradas como propias de las mujeres, como ser cariñosas, buenas educadoras, cuidadoras de enfermos, con mayor fortaleza emocional, con habilidades “innatas” para la realización de las tareas domésticas, y a las cuales no se les puede perdonar una infidelidad; asimismo, en el mismo conjunto, se vio a los varones como más agresivos, protectores, y menos sensibles que las mujeres; la consistencia interna de este factor, de acuerdo con el valor del alfa de Cronbach fue de .85, y la varianza explicada del 9.2%.
SuresteAl realizar el análisis factorial introduciendo los datos obtenidos en esa región, se obtuvieron tres factores, al converger en 9 iteraciones, los cuales explicaban el 46% de la varianza:
Estructura factorial para la región Sureste.
Reactivos en el factor | Carga factorial | M | DE | Corr. Item-total |
---|---|---|---|---|
Estereotipos ‘positivos’ sobre las mujeres. | ||||
ERG2 Una madre es más cariñosa que un padre. | .740 | 4.2 | 1.2 | .59 |
ERG1 La mujer tiene mayor capacidad para cuidar a los enfermos. | .652 | 3.5 | 1.4 | .52 |
ERG4 Una mujer posee mayor fortaleza emocional que un hombre. | .636 | 3.5 | 1.4 | .53 |
ERG8 Un hombre es menos sensible que una mujer. | .623 | 2.8 | 1.5 | .51 |
ERG16 Un hombre es más agresivo que una mujer | .579 | 3.3 | 1.5 | .40 |
ERG18 El hombre debe proteger a la familia. | .579 | 4.2 | 1.1 | .50 |
ERG12 Los hijos y las hijas son mejor educados por una madre que por un padre. | .471 | 2.9 | 1.5 | .42 |
Alfa de Cronbach | .77 | 24.5 | 6.3 | - |
Ausencia de expresividad emocional masculina. | ||||
ERG14 Un hombre verdadero NO muestra sus debilidades | .878 | 1.7 | 1.0 | .72 |
ERG15 Un hombre verdadero NO muestra sus sentimientos. | .852 | 1.7 | 1.1 | .72 |
Alfa de Cronbach | .83 | 3.4 | 2.0 | - |
Roles tradicionales femeninos. | ||||
ERG10 Una buena mujer debe atender a su pareja. | .815 | 3.2 | 1.4 | .59 |
ERG11 El hombre es más hábil que la mujer para cortejar. | .685 | 2.9 | 1.4 | .51 |
ERG9 La mujer tiene habilidades innatas para el quehacer doméstico. | .542 | 3.3 | 1.4 | .44 |
Alfa de Cronbach | .69 | 9.4 | 3.3 | - |
Nota: Escala de respuestas: 1=Totalmente en desacuerdo, 2=En desacuerdo, 3=Ni en acuerdo ni en desacuerdo, 4= De acuerdo, 5=Totalmente de acuerdo.
El primer factor obtenido para la región sur, incorporó a 7 de los 18 reactivos de la escala, y fue denominado “Estereotipos ‘positivos’ sobre las mujeres”, pues contiene características tales como ser más cariñosas, tener una mayor capacidad para cuidar de los enfermos, de mayor fortaleza emocional, y mejor educadora de los hijos; una vez más, en el centro del factor, se colocaron tres ítems que hacen referencia a que los hombres son menos sensibles que las mujeres, más agresivos, y que deben proteger a la familia; su confiabilidad fue de .77 de acuerdo con la fórmula alfa de Cronbach, y la proporción de varianza explicada del 26.6%. El segundo factor, nombrado “Roles y supremacía masculinos”, incluye las afirmaciones que aluden a la ausencia de expresividad emocional en los varones, más una sobre el hecho de que los hombres son infieles “por naturaleza”; su valor alfa de Cronbach fue de .68, y la proporción de varianza explicada, de 11%; en este factor se eliminó el reactivo “La infidelidad es imperdonable en una mujer”, por no aportar en la explicación y por resultar poco congruente con las otras afirmaciones.
El segundo factor, titulado “Ausencia de expresividad emocional masculina”, integró, como en el caso de las otras regiones, los dos reactivos que aluden a los varones que no muestran sus sentimientos ni sus debilidades, tuvieron una consistencia interna de .83 de acuerdo con el alfa de Cronbach, y explicaron el 11% de la varianza; en este caso, se eliminó al ítem “ERG13 Un hombre es infiel por naturaleza”, por no resultar congruente con los otros elementos, y por afectar la confiabilidad del factor. Finalmente, el factor 3, denominado “Roles tradicionales femeninos”, contenía afirmaciones que hacían referencia a que las buenas mujeres deben atender a sus parejas, a las habilidades “innatas” de éstas para la realización de las tareas domésticas, y a la mayor habilidad de los varones para el cortejo; este factor tuvo un alfa de Cronbach de .69, y explicaba el 8.8% de la varianza.
Los cuatro reactivos restantes de la escala, se agrupaban en dos factores, uno con tres elementos, y otro con uno, que no lograron una consistencia interna suficiente como para mantenerlos, razón por la cual fueron eliminados.
Como se puede apreciar, la estructura factorial varía de región en región del país, y parece reflejar elementos de las culturas locales. Llama la atención tanto la configuración de los factores en cada caso, como el orden en el que aparecen en el análisis.
DiscusiónEl volumen de datos obtenido para esta investigación permite explorar de manera amplia la estructura de los roles de género en general, y en las distintas regiones del país. Las variaciones que aquí se reportan confirman lo que autores como Castañeda Abascal (2007) y Saldívar Garduño (2005) han señalado respecto de la influencia del contexto sobre los papeles que se asignan a mujeres y varones. Si atendemos al señalamiento de que los roles de género designan las funciones, pero también definen las expectativas y las normas que unas y otros cumplen en determinadas sociedades, no resulta extraño que la estructura factorial del conjunto de datos que abarca a todas las regiones muestre una estructura clara en cuanto a roles masculinos que se corresponden con el estereotipo imperante en las últimas décadas, en los que se dicta que éstos sean fuertes, con escasa expresión emocional o bien que oculten sus sentimientos, más agresivos, etc., tal como han señalado algunos autores (Hegelson, 2002 en Matud et al., 2002; Saldívar Garduño et al., 1995; Saldívar Garduño, 2005). En lo que toca a los roles femeninos, también se encontró una configuración estereotipada, en la que se confirma que a las mujeres se les adjudican características tales como ser cariñosas, emocionalmente fuertes, buenas cuidadoras, buenas educadoras, con la maternidad como un objetivo importante a lograr en su vida (Saldívar Garduño et al., 1995; Valdez Medina et al., 2005; Velázquez, 2010). En tercer lugar, se percibe un espacio en el que confluyen algunas características tradicionales que se atribuyen a mujeres y varones, sin ser tan tajante la división. Si observamos el contenido de cada uno de los factores reportados en la Tabla 1, es posible coincidir con la opinión de Hartog y Ríos Marín (2003) en el sentido de que las características masculinas tienden a apegarse más a los patrones tradicionales respecto de sus roles de género, mientras que en el caso de las mujeres podría pensarse que hay mayor flexibilidad, pues el segundo factor no tiene la nitidez que se observa cuando se habla de los varones.
Más adelante, cuando se explora la estructura de los roles de género por regiones del país, resulta interesante que, si bien algunos temas aparecen independientemente del contexto, como es el caso de la ausencia de expresividad emocional en los varones, también es cierto que las variaciones que se aprecian pueden estar relacionadas precisamente con el contexto y la circunstancia histórica y social particular de cada área en la que se realizó la recolección de los datos. De modo que, aunque pueden identificarse algunas generalidades que trascienden las culturas locales, tal como sugirieron Machover et al. (1987 en Saldívar Garduño & Contreras Ibáñez, 1995), también lo es que, como afirma Saldívar Garduño (2005), las representaciones de los roles de género pueden variar debido a que se ajustan a las convenciones propias de cada cultura, lo que da lugar a expectativas y normas específicas para cada región.
Una constante que se observa a través de las cuatro regiones reportadas, es que con ligeras diferenciaciones en cuanto al tipo de afirmaciones que integran los factores, los roles tradicionales femeninos, los roles tradicionales masculinos y la supremacía del varón, son temas recurrentes. La ausencia de expresividad emocional masculina merece atención en cuanto a que su estructura es consistente (se integra sólo por dos ítems en todos los casos), a su consistencia interna (los valores del alfa de Cronbach son siempre altos), y también respecto de su aparición en distintos lugares en las soluciones del análisis factorial: a veces es el primer factor, como en la región Noreste, o bien aparece en segundo lugar, como en la región Sureste, o en el primer lugar, como en el caso de la región Pacífico Norte. Resulta interesante que la única región donde no aparece dicho factor es la del Centro, en la que las y los participantes sólo distinguen entre roles estereotipados masculinos y roles estereotipados femeninos.
Desde luego, habría que hacer un ejercicio más cuidadoso para analizar la estructura factorial, y el contenido particular de cada factor en cada una de las regiones. Este primer ejercicio, sin embargo, nos permite sostener que los datos obtenidos configuran una estructura general, y cuatro formas particulares de aproximarse al estudio de los roles de género, dependiendo de cada región del país. En todos los casos, es cierto que se mantiene un pensamiento dicotómico que separa la realidad de las características humanas en masculinas y femeninas, o bien, más propias de mujeres o de varones, y que la valoración que se hace de esa designación marca una diferencia entre unas y otros. Dicha diferenciación, ya lo había afirmado Bustos Romero (1994) marca estereotipos, rígidos la mayoría de las veces, los cuales limitan las potencialidades humanas de las personas, al “obligarlas” a ajustarse a los comportamientos que resultan ‘adecuados’ según su género
Es por esto que aún cuesta trabajo concebir a las mujeres desempeñando roles que trasciendan el mundo privado y sigan percibiéndose como cuidadoras, cariñosas, fieles, poco racionales, marcadas por la maternidad, buenas educadoras, serviciales y cuidadoras de los otros, principalmente de los enfermos y los niños, con mayor sensibilidad, y con habilidades inherentes a su condición de género para la realización de las tareas domésticas. Es decir, que todavía se les identifica como estereotípicamente femeninas, y sus roles siguen estando relacionados con las emociones, la reproducción y la intuición, tal como han propuesto Macía et al. (2008).
Del lado de los varones, sigue destacando su falta de expresividad emocional, pues deben cumplir con su rol de ser rudos y agresivos, racionales, autoritarios (quienes establecen las reglas), y posibilitados para cortejar de mejor manera a las mujeres de lo que éstas podrían hacerlo con los varones, así como necesitados de la compañía sexual de más de una pareja, por lo que la infidelidad es inherente a su condición genérica. Esto también coincide con lo reportado por Saldívar Garduño et al. (1995) y Valdés Medina et al. (2005) por mencionar sólo algunos.
A pesar de la apertura y la búsqueda de mayor equidad y democracia en los últimos tiempos, aún es difícil que en la forma como las personas perciben los roles de mujeres y varones, haya flexibilidad para pensar a unas como más racionales, tomadoras de decisiones en la familia y en los espacios públicos, y a los otros como más expresivos emocionalmente hablando, más orientados a la familia y el cuidado de los hijos, involucrados con el cuidado, la crianza y la atención de los hijos, etc. Tal vez, como sostiene Lara (2000) la necesidad de ajuste tanto de las mujeres como de los hombres, sigue orientando las respuestas de las y los participantes en este estudio.
No deja de llamar la atención cómo en la región del Noreste, parece prevalecer una visión de un mundo masculino dominado por los “hombres cabales”, mientras que en la región del Pacífico Norte, esa imagen parece estar más apegada al mundo “rural” definido por el tipo de tareas que les toca desempeñar (Becerra et al., 2007). El Centro, en cambio, parece responder a su condición cosmopolita y liberal con dos grupos de características que si bien están definidas y se apegan a las construcciones sociales estereotípicas sobre lo que son las mujeres y los varones, también lo es que la configuración de los factores parece tender a una especie de “neutralidad” que no se observa en los datos obtenidos otras regiones del país. El Sureste, por otra parte, no se aleja todavía de la “cultura colectivista tradicional” mencionada por Anguas y Reyes (1999) en la que, sin duda, las mujeres tienen en cuenta las necesidades de otros antes que las propias y aún cuando hay un predominio del mundo femenino, este se encuentra supeditado al ejercicio masculino del poder.
Por último, no podemos dejar de destacar el adecuado funcionamiento psicométrico de las escalas, y su sensibilidad cultural, cualidades ambas que facilitan su utilización en futuras investigaciones en otras partes del país como la región del Golfo de México, o el Bajío, por mencionar sólo dos. Desde luego, contar con estas pistas permitirá derivar algunas recomendaciones relevantes para el desarrollo de acciones tendientes a reducir la brecha de género en las distintas zonas del país, considerando las características propias de cada lugar.
Investigación realizada gracias al Programa UNAM-DGAPA-PAPIIT IN305514-3