Este artículo tiene por objetivo introducir al lector a los aspectos fundamentales del pensamiento sociológico de Erving Goffman. Más que un mero resumen de las obras de Goffman, en el texto se entretejen conceptos acuñados por el autor a lo largo de su trayectoria, en aras de mostrar un esbozo general de su sociología. El hilo conductor de esta presentación es el concepto de orden de la interacción como realidad sui generis.
This article's main goal is to introduce the reader to the fundamental aspects of the sociology of Erving Goffman. More than a mere summary of his works, the article interweaves concepts coined by the author throughout his career, in order to present a general characterization of his sociology. The common thread of this presentation is the concept of interaction order as a sui generis reality.
Este artigo tem como objetivo apresentar ao leitor os fundamentos do pensamento sociológico de Erving Goffman. Mais do que um mero resumo da obra de Goffman, o artigo entrelaça conceitos cunhados pelo autor ao longo da sua carreira, a fim de mostrar um esboço geral de sua sociologia. O fio condutor desta apresentação é o conceito de ordem da interação como uma realidade sui generis.
Erving Goffman nació el 11 de junio de 1922 en Mannville en la provincia de Alberta en Canadá. Hijo de una familia de mercaderes judíos emigrada de Ucrania, pasó su infancia y adolescencia en el poblado de Dauphin en Winnipeg. Como en muchos otros casos en la historia de la sociología, su condición de judío le marcó profundamente. Desde muy joven tuvo que aprender a lidiar con los problemas que en la interacción implica la pertenencia a un grupo estigmatizado.
A la edad de 14 años, Goffman se muda a Winnipeg para asistir a la progresista Saint John's Technical High School. Durante este periodo, se interesa por la química y la gimnasia. En el año de 1939 ingresa a la Universidad de Manitoba para estudiar química. Años después, se encuentra trabajando en la National Film Board (NFB) de Ottawa. Es probable que en esta instancia haya aprendido algo sobre las técnicas de realización de documentales. Hasta este momento nada parecía indicar que llegaría a dedicarse algún día a las ciencias sociales. El interés por el cine, sin embargo, proporciona una primera pista de su “conversión” a la disciplina sociológica, ya que implicó el establecer relaciones con persona alejadas del ámbito de la química.
En 1944, Goffman conoce a Dennis Wrong, productor de la NFB y sociólogo por la Universidad de Toronto. Wrong invita a Goffman a estudiar sociología y éste, sorprendentemente, acepta. El paso de Goffman por la Universidad de Toronto es poco ortodoxo, ya que se le permitió obtener el grado mediante el estudio de materias sueltas. De tal suerte que Goffman arma su currículo en función de sus intereses. Los cursos que visita lo llevan a conocer la obra de Émile Durkheim y de Gregory Bateson. Su habitus sociológico empieza así a formarse bajo la premisa fundamental de la determinación social de todos los actos, incluso de los más íntimos y cotidianos. Entre la cultura y la personalidad yace un cuerpo socializado que no deja de comunicar.
En junio de 1945, Goffman se gradúa en sociología. Tras analizar las opciones para continuar sus estudios, decide matricularse en la Universidad de Chicago. Otrora espacio hegemónico de reflexión sociológica en los Estados Unidos, la Universidad de Chicago había perdido para esas fechas su posición dominante. Harvard y Columbia, donde impartían cátedra las grandes estrellas del firmamento sociológico no sólo estadounidense, sino mundial: Talcott Parsons y Robert Merton, se habían convertido en los lugares de estudio favoritos para los jóvenes sociólogos. No obstante esta transformación de la jerarquía académica, Goffman ingresa a la Universidad de Chicago en septiembre de 1945. Estudiar en Chicago le permite establecer contacto directo con la llamada “Escuela de Chicago”2 y con gente de la talla de Daniel Bell y C. Wrigth Mills. Es también durante este periodo que Goffman aprende los métodos de observación participante propios de la etnología.
En 1949, presenta su tesis “Características de la reacción a la experiencia figurada” para obtener el grado de Master of Arts. En el mismo año parte a Edimburgo y de ahí a las Islas Shetland. Es en este último lugar donde llevará a cabo la investigación para su disertación doctoral que defenderá en 1953 y la cual tiene por título: “Conducta comunicativa en una comunidad isleña”. Poco antes, en julio de 1952, Goffman contrajo matrimonio con una chica que pertenecía a la élite de la ciudad de Boston: Angelica Schuyler Choate, conocida por sus amigos como “Sky”.
Ya con su grado de doctor, Goffman participa en diversos proyectos de investigación. Sin lugar a dudas, el más peculiar de todos fue su estancia en el hospital Sainte-Elizabeth de Washington (un claro ejemplo de lo que Goffman denominará: institución total)3 para estudiar las relaciones entre vida social y salud mental.
En 1957, ingresa en calidad de profesor-ayudante visitante a la Universidad de California en Berkeley a petición de Herbert Blumer. Dos años más tarde aparece su primer libro, el cual se convertiría a la postre en un clásico indiscutido de la literatura sociológica: La presentación de la persona en la vida cotidiana.4 A partir de este momento tanto la carrera, como la productividad de Goffman irán en franco ascenso. En 1960, recibe el puesto de profesor titular en la Universidad de California en Berkeley y dos años más tarde es nombrado catedrático. En 1961, publica Encuentros y Asilos; en 1963, Estigma y Comportamiento en lugares públicos; en 1967, Ritual de interacción; en 1969, Interacción estratégica; en 1971, Relaciones en público; en 1974, Análisis de marcos; en 1979, Publicidad de género, y en 1981, Formas de hablar.
Por lo que toca a su actividad docente, cansado de tener que impartir cursos de posgrado en la Universidad de California en Berkeley, Goffman acepta gustoso invitaciones a las más diversas instituciones. Es por fin en el año de 1968 cuando abandona Berkeley para asumir una cátedra “Benjamín Franklin” de la Universidad de Pensilvania.
En 1964, Goffman enviuda tras la trágica muerte de “Sky”, víctima de trastornos mentales. Años más tarde vuelve a casarse, esta vez con Gillian Sankoff. En el verano de 1982, tras haber sido nombrado presidente de la Asociación Estadounidense de Sociología, Goffman es hospitalizado. Poco tiempo después, el 20 de noviembre de 1982, a la edad de 60 años, Eving Goffman, el “descubridor de lo infinitamente pequeño”5 muere de cáncer.
Goffman como clásico de la sociologíaDentro de los clásicos de la sociología Erving Goffman ocupa un lugar muy particular. A diferencia de Talcott Parsons, Niklas Luhmann o, incluso, Pierre Bourdieu, Goffman no desarrolló un gran marco de teoría capaz de dar cuenta de todos los aspectos de lo social. Las reflexiones de Goffman tampoco se caracterizan por su carga normativa. La suya no es, en definitiva, una “teoría crítica de la sociedad” al estilo de Theodor W. Adorno o Jürgen Habermas. Para una disciplina tan acostumbrada a venerar sólo a aquellos clásicos que han edificado “grandes teorías”, resulta complicado reconocer la contribución de un investigador caracterizado por un enorme grado de especialización en su aporte, por la poca fidelidad a sus conceptos, por haber vivido una vida que lo llevó de un posición marginal en un pequeño poblado del Canadá a la gran élite intelectual y económica de los Estados Unidos y por escribir en un estilo tan cargado de ironía que le ha valido ser visto por más de uno como un pensador cínico. Goffman no es, pues, nuestro clásico promedio. Pero de que es un clásico no hay duda. El mero hecho de haber consolidado al ámbito de la interacción como un objeto de estudio pertinente para la sociología ya le habría dado un lugar especial en la historia de la disciplina. Sin embargo, Goffman hizo mucho más y sus aportes van más allá del ámbito de la interacción. Ciertamente, la de Goffman es una sociología de la interacción, pero a partir de ella podemos llegar a aprender mucho sobre aspectos más generales de la estructura de la sociedad moderna.6 Sin embargo, la interacción puede enseñarnos algo sobre la estructura general de la sociedad sólo si la tratamos como un ámbito sui generis. Veamos, pues, en primera instancia qué entiende Goffman por “orden de la interacción”.
El orden de la interacciónEn su discurso de 1982 como presidente de la Asociación Estadounidense de Sociología,7 Goffman define a la interacción de la siguiente forma: “La interacción social puede definirse en sentido estricto como aquella que se da exclusivamente en las situaciones sociales, es decir, en las que dos o más individuos se hallan en presencia de sus respuestas físicas respectivas”.8 La emergencia de la interacción depende, pues, de la copresencia física de agentes que, quiéranlo o no, comunican. El gran aporte de Goffman a la sociología tiene que ver con el hecho de que él analizó a la interacción como un ámbito de realidad sui generis. Es decir, para Goffman el orden de la interacción no es un mero reflejo de estructuras sociales más amplias, sino un ámbito de la realidad social con estructuras propias.9 La especificidad estructural del orden de la interacción se manifiesta con gran nitidez cuando dirigimos nuestra observación a los problemas que le son propios y que sólo en ella pueden llegar a resolverse. Veamos ahora cuáles son algunos de estos problemas.
El riesgo de lo cotidiano: la interacción como contingenciaPocos ámbitos de acción parecen ser más carentes de riesgo (y por lo mismo, menos interesantes) que el ámbito de la interacción. Mientras que la política nos remite al conflicto y la moral a la redención social, el análisis de la interacción nos trae de regreso a lo normal y lo cotidiano. ¿Qué puede haber de interesante en un inofensivo saludo? ¿Por qué debería yo de interesarme por un tema tan banal como una fiesta? ¿Qué trascendencia puede tener el llegar a observar que un cirujano en plena operación cuenta un chiste a su joven asistente? Todo esto parece banal. ¿Pero en verdad lo es? Si ajustamos nuestro microscopio y observamos la forma en que estos sucesos, a primera vista banales, se estructuran, llegaremos a ver que el mundo de lo normal y lo cotidiano es, en realidad, contingencia pura. Cuando estamos en presencia de otro(s) actor(es) incluso la actividad más banal adquiere rango de aventura. Y es que, en el ámbito de la interacción, todas las actividades requieren de nuestro esfuerzo para poder ser llevadas a cabo con éxito. Claro está que este esfuerzo no siempre opera en el terreno de la conciencia discursiva, sino en el de la mera conciencia práctica.10 El desarrollo de nuestro sentido práctico impide que podamos percibir lo que implica dicho esfuerzo y lo improbable que es salir “airoso” de semejante encuentro.
Por ejemplo, para que un saludo “funcione” es necesario que los dos individuos que se encuentran en la calle sean capaces de definir la situación in situ. Para ambos debe, pues, quedar claro qué es lo que está pasando. Un individuo observa a otro individuo al cual “conoce” (para efectos del ejemplo no es relevante cuán bien se conocen los individuos) y observa, a su vez, que éste le observa. Esta percepción de la percepción del otro los emplaza a hacer algo socialmente tipificado, a saber: saludarse. El saludo puede efectuarse de las más diversas formas. Si uno de los individuos tiene prisa o, por la razón que sea, no tiene ganas de detenerse a charlar con el otro, efectuará el saludo de tal forma que al otro individuo le quede claro qué tipo de encuentro se le está proponiendo. En este caso un escueto “buenos días” sin detenerse a dar un apretón de manos bastará. El otro individuo, al verse rebasado en la iniciativa, intentará leer tan bien como pueda el tipo de saludo que le ha sido ofrecido. Si su interpretación llegara a fallar, el encuentro podría verse sumergido en una situación embarazosa. Imaginemos qué pasaría si al rápido e impersonal “buenos días” del primer individuo respondiera el segundo individuo extendiendo la mano. Las posibilidades son, evidentemente, muchas. Con fines meramente didácticos me gustaría, sin embargo, presentar dos de ellas. En la primera, el individuo que tiene mucha prisa o poca disposición de conversar simplemente sigue de largo (y hace como si no hubiera visto que el otro individuo le tendía la mano). En este caso el sujeto que se queda con la mano extendida se sentirá algo incómodo, apenado, quizás ofendido (y más aun si se percata que más personas se dieron cuenta de lo que pasó).
En la segunda posibilidad, el primer individuo no puede evitar el apretón de manos y las clásicas preguntas sobre su persona, su familia y su trabajo. En este caso, el individuo con prisa se sentirá incómodo y, si llega a percatarse de que al segundo sujeto no le interesó su demostración de premura, puede llegar a sentirse ofendido por la “falta de tacto” de éste. Ambos sujetos deben, pues, trabajar en una definición de la situación que les permita salir airosos del encuentro. Como se ha mostrado en el ejemplo anterior, esta definición de la situación implica mucha más reflexividad (es decir, mucha más percepción de la percepción de la percepción) de la que, en primera instancia, hubiéramos podido imaginar. Tenemos, pues, que una determinada situación sólo puede llegar a definirse mediante el continuo juego de percepciones recíprocas propio de la interacción social.
Restricción de la contingencia I: las reglas de la interacciónEn Goffman, al igual que en la tradición de la “Escuela de Chicago”, la definición de la situación es un problema central. Hay, sin embargo, algo que marca una importante diferencia entre las forma en que Goffman analiza a la interacción y las reflexiones propias de dicha tradición (incluidas las reflexiones propias del “interaccionismo simbólico”). Me refiero al empleo del concepto de regla y a sus implicaciones teóricas.
A pesar de haber estudiado en la Universidad de Chicago, Goffman nunca estuvo totalmente de acuerdo con el “dogma” de esta tradición. Si bien Goffman no se interesó por el desarrollo de una “súper teoría” al estilo de Parsons (y mucho menos de una “teoría de alcance medio” en el sentido de Merton), tampoco fue un empirista que se haya limitado a realizar descripciones etnográficas de determinados fenómenos. A pesar de que la influencia que la “Escuela de Chicago” tuvo en la obra de Goffman no puede negarse, sería un error pensar que su obra puede clasificarse, sin mayor problema, bajo esta rúbrica.11
Para colocarse en una posición intermedia entre las “súper teorías” y el empirismo, Goffman propone el desarrollo de “marcos conceptuales de bajo alcance”. El dinamismo de dichos marcos refleja perfectamente la actitud pragmática que asume Goffman durante el proceso de investigación. A diferencia de la gran mayoría de teóricos, Goffman no se enamora de sus conceptos y no pretende “forzar” a la realidad para que a toda costa encaje en su marco teórico. Los conceptos en Goffman parecen estar siempre acompañados de la etiqueta: “después de usar, favor de tirar”. Goffman le es infiel a sus conceptos (incluso dentro de una misma obra) porque para él lo importante es dar cuenta de una realidad. La realidad es tan compleja que el concepto, incapaz de aprehender sus infinitos matices, termina por agotarse. Llegado este momento, es necesario echar mano de otro concepto que, a su vez, está destinado a devenir obsoleto. Los conceptos de las teorías de bajo alcance no son, pues, omnipotentes. Sin embargo, tras esta modestia conceptual no se oculta incapacidad alguna, sino mesura. Goffman no duda de la utilidad de los conceptos y sabe que sólo mediante ellos es posible llegar a observar lo que todavía no ha sido visto o a relacionar lo que ha permanecido inconexo. La dimensión teórica es, pues, un aspecto fundamental de las investigaciones de Goffman. Su empleo del concepto de regla es un claro ejemplo de esta posición.
Goffman entiende a las reglas no como férreas leyes, sino como conocimientos prácticos que posibilitan mantener el orden de la interacción. Saber cómo debe uno de comportarse en los encuentros cara-a-cara es sumamente importante. Saber comportarse no sólo quiere decir tener buenos modales, sino saber qué hacer en determinadas circunstancias cuando el orden de la interacción se ve amenazado. Es decir, no sólo se trata de saber que hay que pedir las cosas “por favor” o que hay que agradecer a la gente que nos ayuda o nos presta un servicio; la problemática que se resuelve mediante las reglas de la interacción va más allá. Por ejemplo, imaginemos que estamos en una charla informal con nuestro jefe. La conversación gira en torno a la vida familiar y los pasatiempos. El jefe nos platica una versión idealizada de su vida familiar. Nos cuenta cuán maravillosa es su esposa y lo buen estudiante que es su hijo. De repente, al contarnos algo respecto a lo que hizo el fin de semana el jefe comete una pifia. En vez de llamar a su esposa por su nombre, se equivoca y la llama con el nombre de su secretaria (Ana, una chica bastante guapa que, en más de una ocasión, ha “monopolizado” la atención del jefe cuando entra en su oficina). El jefe se disculpa y corrige: “dije Ana; perdón, quise decir Marta, mi mujer”. El jefe se sonroja. Nos damos cuenta de que la situación se ha tornado incómoda. Sabemos que al jefe le gusta presentarse como un hombre de familia y que en la empresa pregona los valores familiares como la “piedra angular” del éxito. Sería, pues, un error hacer de la pifia un tema y tratar de indagar en los “motivos ocultos” que la desencadenaron (es muy probable que al jefe le guste Ana y que piense en ella bastante seguido). Se tiene, pues, mucha información, pero no hay tiempo para ponderarla; es necesario actuar. Así las cosas, en menos de un segundo hemos tenido que tomar una decisión. Nuestro sentido práctico nos dice que no debemos hacer comentario alguno y continuar con la charla como si nada hubiera pasado para hacer sentir bien a nuestro jefe. Hacer, pues, de un evento un no-evento. Sólo así podremos recuperar el hilo de la conversación y llevar a buen término el encuentro.
Sin embargo, no siempre tiene que haber jerarquía de por medio. Cuando una amiga nos pregunta cómo se ve con su nuevo corte de cabello, normalmente decimos que le queda muy bien, incluso cuando somos de la idea de que dicho corte de cabello la hace ver terriblemente mal.
La interrogante es ahora: ¿por qué hacemos esto? ¿Por qué no podemos sincerarnos y decir “te ves horrible”? ¿Por qué las reglas de la interacción nos “obligan” a mentir? Es aquí donde de la observación de casos particulares se pasa a la generalización teórica, ya que dichas preguntas sólo pueden responderse a partir de un determinado marco conceptual. Para poder hacer esto, es necesario complementar el concepto de regla con el concepto de ritual de interacción.
Restricción de la contingencia II: el ritual de la interacciónEn casi todos los ámbitos de interacción podemos encontrar dos tipos de reglas. Por un lado tenemos las reglas de carácter sustantivo, es decir, aquellas que tienen una significación en sí mismas. Ejemplos de dichas reglas se encuentran en la normatividad de un juego (en el fútbol sólo el portero puede tocar la pelota con las manos) o en los reglamentos de una biblioteca (no se debe hablar fuerte en las salas de lectura). Las reglas sustantivas se encuentran, por lo general, fijadas por escrito y sus sanciones están explicitadas en el mismo reglamento.
Por otro lado, tenemos reglas de carácter más bien implícito que, en principio, parecen estar vacías de significado. Reglas prácticas, como las que se describieron en el apartado anterior, cuya no-aplicación conoce sanciones distintas a las propias de las reglas sustantivas. Si, al tener trato por vez primera con una persona que ocupa un rol superior en la escala jerárquica de una organización, no le hablo de “usted”, sino de “tú”, es muy probable que la persona se sienta ofendida y, de una u otra forma, nos haga notar nuestra falta (tal vez, marcando la distancia al hablarnos de “usted”, rompiendo así con la ilusión de simetría); o en una cena familiar vemos cómo una de nuestras tías regaña a su hijo porque éste subió los codos a la mesa. Estas reglas tienen, pues, un carácter meramente ceremonial. Mientras que el sentido de las reglas sustantivas es muy claro, aquel de las reglas ceremoniales permanece oculto. De la misma forma en que es obvio que si en un juego de fútbol todos empezaran a tocar la pelota con las manos (y no sólo los porteros), el juego dejaría de llamarse fútbol, está claro que si hablo en voz alta en la sala de lectura de una biblioteca voy a interrumpir a los que están leyendo. ¿Pero qué problema hay si le hablo de “tú” a un superior, o si subo los codos a la mesa? En principio, no pasa nada y, sin embargo, no podemos evitar que sean acciones que molesten a los demás. Más aun, si nos ponemos en el lugar de los “ofendidos” no podemos evitar sentirnos incómodos. ¿A quién o a qué se está lastimando cuando no se cumplen las reglas ceremoniales? Goffman considera que las reglas ceremoniales protegen al objeto de culto moderno por antonomasia: al individuo.
Para explicar este fenómeno, Goffman se inspira en la distinción clásica entre lo sagrado y lo profano desarrollada por Émile Durkheim en su sociología de la religión. A este respecto, Durkheim afirma: Pero lo característico del fenómeno religioso es que siempre supone una división bipartita del universo conocido y conocible en dos géneros que comprenden todo lo existente, pero que se excluyen radicalmente. Las cosas sagradas son aquellas protegidas y apartadas por las interdicciones; las profanas son aquellas a las que esas interdicciones se aplican, y deben permanecer a distancia de las primeras. Las creencias religiosas son representaciones que expresan la naturaleza de las cosas sagradas y las relaciones que mantienen ya sea unas con otras, ya sea con las cosas profanas. Por último, los ritos son reglas de conducta que prescriben cómo debe comportarse el hombre con las cosas sagradas.12
Para Durkheim era obvio que la creciente diferenciación social ha menguado el poderío de los objetos sagrados tradicionales (dioses, espíritus, etc.), pero eso no implica que los objetos sagrados hayan desaparecido. Lo sagrado desempeña un rol fundamental en la estructuración normativa de lo social. La diferencia es que hoy día ya no se puede pensar que todos los habitantes de una ciudad o una nación veneren a los mismos dioses. Por eso mismo ha surgido un equivalente funcional que hace las veces de objeto sagrado venerado por todos: el individuo. Goffman sigue el argumento de Durkheim y concluye que esa es la razón por la cual respetamos las reglas ceremoniales. Lo que se lastima cuando se contravienen dichas reglas es la dignidad de ese objeto sagrado propio de la modernidad, de ese común denominador moral que es el individuo.
En este sentido, todos nuestros actos en la interacción obedecen a reglas prácticas de carácter ceremonial. Goffman considera que respetamos al individuo en abstracto, más allá de las personas concretas con las que interactuamos. Por ejemplo, puedo encontrarme a una persona que no me interesa en lo más mínimo. Sin embargo, si esta persona me saluda y me pregunta cómo estoy, me veré “obligado” a responder de forma educada y a hacer la misma pregunta en señal de reciprocidad. Por eso en el ejemplo del saludo, una situación cotidiana se tornaba tan compleja.
Goffman presta especial atención a dos tipos de reglas ceremoniales: la deferencia y el comportamiento. La deferencia remite al cuidado que tenemos en la interacción para no ofender a los otros (si alguien, sin querer, eructa después de la comida y se disculpa, no vamos a empezar a reírnos de él). Por su parte, el comportamiento tiene que ver con los “buenos modales”, es decir, con los códigos sociales que muestran nuestra capacidad como agentes en la interacción.
Justo en la aplicación de las reglas ceremoniales podemos ver con gran claridad la especificidad estructural del orden de la interacción. Dos personas de clases sociales muy distintas se sientan una junto a la otra en un partido de fútbol. Uno de ellos es un hombre adinerado, dueño de una empresa publicitaria, el otro es empleado de una tienda departamental. Ya entrado el juego, el arbitro marca una falta contra el equipo local, lo que despierta un gran alboroto en la tribuna. El hombre adinerado voltea a ver al empleado departamental y le comenta su enojo. A su vez, el empleado le dice que el arbitro había dejado pasar una falta igual, pero contra el otro equipo, hace apenas unos minutos. En el transcurso de la conversación ambos hombres se tutean. No hay necesidad de indagar el estatus socioeconómico de cada uno. Se respetan por ser individuos (y por ser fanáticos del mismo equipo, claro está). Hay, pues, un marco social que encuadra dicha situación: conversación informal en un estadio de fútbol. Según la “normatividad” de dicho marco, no hace falta respetar jerarquías en ese espacio. Más tarde analizaremos con detenimiento la problemática de los marcos sociales. Por ahora lo que resulta interesante es el hecho de que en otra situación (de carácter laboral, por ejemplo), los hombres hubieran tenido que hablarse de “usted”. Al menos en el nivel de la interacción, las reglas ceremoniales pueden generar simetría. Como no queremos que se nos ofenda, no ofendemos a los demás.
La interacción como ámbito de agencia I: dramatizaciónPero la sociología de la interacción de Goffman no se puede reducir al mero respeto a la norma. A diferencia de Durkheim y Parsons, Goffman no considera que un proceso de socialización exitoso implique necesariamente la plena identificación del actor con los roles que desempeña. Goffman no cree que, en todos los casos, el cumplimiento de la norma tenga que convertirse en nuestro deseo. Evidentemente, puede llegar a haber una identificación normativa con uno o varios de los roles que se desempeñan. Esto no quiere decir, sin embargo, que toda interacción implique una renuncia al auto-interés. Goffman tiene muy claro que, de hecho, los actores instrumentalizan los rituales de interacción para alcanzar otras metas. Mediante una correcta representación de los modales en la mesa, un muchacho puede “quedar bien” con los padres de su novia y así obtener un permiso para invitarla al cine.
Muchas veces el trato igualitario entre actores socialmente desiguales permite que el actor mejor posicionado confirme su superioridad mediante su humildad, pues tal y como reza la expresión: nobleza obliga. De tal suerte que el respeto a la dignidad individual no sólo obedece a criterios normativos, sino también a criterios meramente estratégicos. Ya se dijo antes, no ofendemos a los demás porque no queremos que se nos ofenda. Sin embargo, no queremos que se nos ofenda no sólo porque una ofensa puede llegar a herir nuestra susceptibilidad, sino también porque si permitimos que nuestra dignidad individual se vea rebajada habremos perdido el combate cotidiano por mantener una imagen de nosotros mismo acorde a nuestras expectativas e intereses. La interacción no es, pues, sólo un ámbito de ceremonial, sino también un campo de batalla.
Como se acaba de mencionar, salir victorioso de dicho campo de batalla significa lograr mantener una determinada imagen de sí mismo. Esta meta, sin embargo, no es fácil de conseguir. En el ámbito de la interacción no se puede no comunicar. Todo el tiempo estamos emitiendo señales querámoslo o no. Cuando se está en presencia de otros, la comunicación tiene muchos más canales que el habla. Nuestro cuerpo se convierte en un instrumento de comunicación permanente. Un profesor que llega a un salón de clases y pretende “intimidar” a los alumnos con un programa sumamente ambicioso difícilmente logrará su meta si no es capaz de “controlar” su nerviosismo.
En la interacción, lo que uno dice cuenta, pero lo que uno hace es igual de importante. Por esta razón Goffman tenía una fascinación por los juegos de mesa y el espionaje. En estos ámbitos es sumamente importante mantener un elevadísimo control de la información que nuestro cuerpo emite. Y esto no sólo en el sentido de no mostrar nuestras verdaderas intenciones, sino, fundamentalmente, en el de ser capaces de dar información falsa para confundir a nuestros rivales. En los juegos de mesa, los jugadores hacen como si tuvieran un mejor o peor juego dependiendo de sus intereses. El caso del espía es un ejemplo todavía más radical, ya que aquí la tensión es enorme, pues fallar significa caer en las manos del enemigo. Por esta razón el “trabajo de la cara” es permanente.13 Si mostramos una cara incongruente con la imagen que pretendemos representar, difícilmente lograremos influir a los otros y conseguir nuestros objetivos. Esto nos obliga a un permanente monitoreo de la situación y de las expectativas de los demás. Este monitoreo, como ya se ha dicho antes, no tiene que ser consciente, sino que normalmente opera a nivel meramente práctico.
Sin embargo, esto no quiere decir que todo el tiempo tengamos que estar en constante tensión. Evidentemente, hay espacios donde podemos abandonar momentáneamente la imagen que queremos representar y relajarnos. Para describir estos espacios, Goffman emplea una metáfora teatral. Cuando estamos en el escenario de la interacción debemos mantener nuestro papel, de ser posible, hasta las últimas consecuencias. El vendedor de la tienda departamental tiene que ser amable y educado con el cliente todo el tiempo. Incluso si tiene problemas personales graves, éstos no deben influir su papel como “vendedor competente”. Si el cliente llega a percibir que el vendedor está molesto o que hace las cosas a desgana y por esta razón decide no comprar, la representación del vendedor habrá fracasado. Pero cuando el vendedor está “tras bambalinas”, por ejemplo: en una pequeña sala para empleados, puede relajarse y desprenderse del rol, puede hablar como le venga en gana, e incluso puede burlarse de los clientes (a la misma persona que hace cinco minutos, mientras le vendía un vestido, describió como “adorable” la compara ahora, en una charla con sus compañeros, con una piñata). Los empleados de una funeraria que tienen que mostrarse serios durante su trabajo, pueden “tras bambalinas” estar viendo un partido de fútbol, contando chistes o ligándose a una compañera de trabajo.
Hay, pues, espacios donde podemos relajarnos y “quitarnos la máscara”... sólo para asumir otra máscara (la del tipo chistoso, la del enamorado, la del experto en fútbol, etc.). Por eso mismo, la pregunta por el “yo verdadero” de un actor es imposible de contestar. La modernidad ha traído consigo una diversificación de funciones y sus correspondientes roles con tal magnitud que se ha hecho necesario desarrollar una multiplicidad de imágenes. La identidad se disuelve en “las identidades” al mismo tiempo que la distancia entre expectativas sociales (roles e imágenes de sí estandarizadas) y expectativas individuales (auto-idealizaciones) se incrementa. Sin embargo, el actor no sólo padece este distanciamiento. En toda situación social hay un esfuerzo por parte del actor para introducir una cierta “dosis” de individualidad en el rol y en su correspondiente imagen estandarizada. A esta dosificación de la individualidad en el rol le llama Goffman: distancia del rol.14
La interacción como ámbito de agencia II: la distancia del rolComo ya se mencionó antes, en el ámbito de la interacción es imposible no comunicar. La información que se comunica, al ser atribuida al actor, contribuye a su categorización social. Por esta razón, una situación de interacción funge como una pantalla en la cual se pueden proyectar imágenes idealizadas de sí (mediante estrategias tales como “el trabajo de la cara”).
Debido a que el desempeño de un rol lleva consigo una determinada imagen de sí, el actor puede, en un momento determinado, rechazar dicha imagen por considerar que no es congruente con su propia imagen idealizada. En estos casos, el actor no queda “envuelto” por el rol y su correspondiente imagen idealizada. Hay, pues, una fractura entre lo que se hace y lo que se es (o mejor dicho lo que se quiere hacer pensar que uno es). Esta fractura entre ser y hacer se explica mediante el concepto de la distancia del rol.
Para poder entender mejor este concepto hace falta desarrollar algunos presupuestos. El actor que toma distancia de su rol no está rechazando el rol, sino la imagen ideal que a éste le corresponde. No se rechaza ser futbolista, sino un futbolista “modelo” que nunca se desvela y que no toma una gota de alcohol. De la misma manera, no se rechaza el rol de intelectual, sino la pedante imagen ideal del intelectual. Sin embargo, para poder hacer esto es necesario “dominar” el rol; de lo contrario lo único que se estaría haciendo es el ridículo. Si el futbolista “rebelde” es un mal futbolista terminará en la banca y, muy probablemente, será despedido del equipo por su indisciplina. Pero si este jugador es una estrella, su comportamiento será tolerado por el bien del equipo. Lo mismo pasa con el intelectual heterodoxo que, al no asumir la pose correspondiente con su rol, baila música popular, come en mercados y va al estadio de fútbol. Pero este sujeto tiene que ser capaz de moverse con soberanía en el ámbito intelectual, ya que sólo así su actitud heterodoxa podrá ser vista como una “posición” y no como reflejo de su mal gusto o de su falta de capital cultural. Así las cosas, el concepto de la distancia del rol no sólo remite al “margen de maniobra” que los individuos poseen para rechazar la imagen estandarizada de un determinado rol (introduciendo así una cierta dosis de individualidad en el rol), sino también a la competencia al actuar. Para ponerlo en términos de la teoría de la estructuración de Giddens: la distancia del rol es un claro ejemplo de la agencia humana, es decir, de la capacidad humana para “actuar de otra manera”.
La distancia del rol tiene también implicaciones funcionales, ya que mediante ella pueden llegar resolverse problemas específicos propios en determinadas situaciones. Un ejemplo paradigmático sería el médico que durante una operación complicada le cuenta un chiste al médico joven e inexperto que le asiste. El médico, un actor competente en su función, dueño de su rol, puede distanciarse de la seriedad del rol y contar un chiste para relajar a su nervioso joven asistente. En este caso podemos observar con claridad que el asistente está completamente involucrado con el rol que desempeña y con su correspondiente auto-imagen. Se vería muy mal que llegara contando chistes cuando todavía no sabe hacer bien su trabajo y, debido a estas distracciones, cometiera un error. Esto no sería interpretado en términos de la distancia del rol, sino como mera incompetencia.
Observamos, pues, que en el orden de la interacción es posible modular la definición de la situación. Una situación seria puede devenir juego para después regresar a la seriedad. En el transcurso de un encuentro, un actor puede presentar decenas de imágenes de sí, sin que el encuentro se desmorone ante semejante dinamismo. Esto es posible debido a la existencia de marcos sociales que organizan la experiencia individual. El análisis de dichos marcos es uno de los más grandes aportes de Goffman a la sociología.
Realidades múltiples: el análisis de marcos15Los marcos de la experiencia son andamiajes estructurales que orientan la interacción. La forma en que estos marcos operan puede ejemplificarse de la siguiente manera. Cuando alguien nos hace una pregunta en una situación de interacción, por así decirlo, “normal”, estamos “obligados”, por educación, a responder. Hay ocasiones, sin embargo, en que la mera copresencia no puede instruirnos sobre la estructura de la situación. Sólo el marco proporciona la información necesaria sobre el tipo de encuentro en el que estamos involucrados. Sabemos, por ejemplo, que si durante una obra de teatro un actor formula una pregunta no es necesario responderle. Está claro que, en este caso, nuestro silencio no será interpretado como una “falta de educación”. Más bien, el permanecer callados es algo que se espera de nosotros cuando estamos en el teatro. Cuando algo pasa y la membrana que separa a actores y público se ve amenazada, todos deben esforzarse por mantener el marco. El actor no debe distraerse cuando a alguien se le ha olvidado apagar su teléfono celular y, justo a mitad de la función, recibe una llamada. El marco no sólo permite, sino que en muchos casos obliga a tratar a un presente como ausente y a hacer de un evento un no-evento.
Mediante los marcos es posible distinguir aquello que está “adentro” de aquello que está “afuera” de una determinada situación. Por ejemplo, una pelea que se lleva a cabo en el escenario durante una obra de teatro no será “enmarcada” como algo real, sino como algo ficticio, como una escenificación. En este caso la referencia espacio-temporal (estar en el teatro durante la función) facilita la definición del marco apropiado. Existen muchos casos en los que el lugar y el momento pueden llegar a instruirnos sobre lo que está pasando. Si estamos en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación justo a la hora en que se está llevando a cabo una sesión no nos extrañará ver a unos señores vestidos de toga. En este caso será obvio que estamos en presencia de los magistrados. Sin embargo, las cosas no estarían tan claras si viéramos a un sujeto vestido de toga en una fiesta o en un partido de fútbol. En estos casos tendríamos que hacer uso de marcos suplementarios (propios de estos eventos) como el juego o la broma para que las cosas tengan sentido. Mediante los marcos podemos, pues, esclarecer un contexto determinado para así estabilizarlo.
Pero la referencia espacio-temporal no siempre ayuda al establecimiento de un marco. Un padre de familia que, después de trabajar, llega a su casa y ve a sus dos hijos peleando, tendrá algunos problemas para identificar si la pelea es real o parte de un juego. Antes de actuar espera un momento para así poder observar qué tan duros son los golpes o qué es lo que los niños dicen mientras pelean. El titubeo se termina cuando uno de los dos comienza a llorar. Tenemos, pues, que los marcos no sólo se componen de referencias espacio-temporales, sino también de todas aquellas experiencias e informaciones que nos permiten ordenar los eventos según la distinción dentro / fuera.
De hecho, los marcos no sólo ayudan a definir el tipo de situación social en lo particular, sino a la situación como situación social en lo general. Para poder llevar a cabo esta definición general de la situación hacemos uso de lo que Goffman denomina “marcos primarios”. Los marcos primarios son de dos tipos: naturales y sociales. Mediante los marcos naturales ordenamos aquellos eventos cuya causa no puede ser atribuible a agencia humana alguna. Estos marcos permiten, pues, la identificación de fenómenos como “fenómenos naturales”. Por su parte, el empleo de marcos sociales implica recurrir a la identificación de la agencia como causa de los eventos. El uso de los marcos primarios nos permite diferenciar lo social de lo no-social. Cuando estamos en el estadio de fútbol presenciando un partido y, de repente, empieza a llover, podemos diferenciar con claridad que mientras las jugadas dependen de la voluntad e inteligencia humanas, las gotas de lluvia que nos mojan no son atribuibles a voluntad o inteligencia algunas.
Claro está que el empleo de los marcos primarios ha variado en el transcurso de la historia y que, incluso hoy día, los criterios para el encuadramiento de los eventos no son unívocos. El ser humano, por ejemplo, no fue siempre la más importante unidad de atribución de la agencia. Un evento que hoy día se enmarca sin dificultad alguna con ayuda de los marcos naturales podía ser atribuido en el pasado a la voluntad o inteligencia divinas. Un terremoto, por ejemplo, no era visto como un mero fenómeno natural, sino como un “castigo divino”. Evidentemente, este tipo de atribución no ha desaparecido. Todavía hoy un aficionado que está en el estadio puede atribuir a fuerzas trascendentes la lluvia que dificulta el juego. En la actualidad, sin embargo, este tipo de encuadramiento debe competir con el encuadramiento propio de la ciencia. Si bien dios como unidad de atribución no ha desaparecido, tampoco se puede decir que los encuadramientos mítico-religiosos estén tan generalizados como en el pasado. Por el contrario, el desarrollo de la ciencia nos ha hecho más y más conscientes de la manera en que hemos modificado la naturaleza mediante nuestras acciones. Hoy en día muchos eventos que hace unos años hubieran sido identificados como meramente naturales son vistos como resultado de acciones humanas. Un claro ejemplo de lo anterior puede encontrarse en la atribución que se hace del cambio climático a acciones humanas.
La realidad no es, pues, algo que “esté ahí”, sino algo que, para ser interpretado, necesita ser sometido a un marco. En este sentido puede afirmarse que hay tantas realidades como marcos interpretativos. Los marcos, sin embargo, no operan como estructuras que se ejecutan a sí mismas, ya que siempre hace falta la participación activa del actor en la labor interpretativa. Así las cosas, el concepto de marco de Goffman funge como una bisagra capaz de articular la estructura con la acción. Este papel activo de los agentes se hace todavía más evidente en el análisis de las modulaciones.
Hagamos lo que hagamos es obvio que un solo marco no basta para dar cuenta de la diversidad de eventos que entran en nuestro foco de atención. Mientras presenciamos la obra de teatro podemos tomar de la mano a nuestra novia, observar que una persona bosteza o mirar nuestro reloj para saber cuánto ha durado la obra. De tal suerte que todo el tiempo estamos modulando, es decir, ajustando la frecuencia de los diversos marcos. El ya antes mencionado padre de familia que llega a su casa y presencia una pelea entre sus hijos debe ajustar sus marcos interpretativos (juego – pelea seria) hasta establecer una definición de la situación que le parezca plausible. Claro está que la definición de la situación llevada a cabo por el padre no tiene que coincidir con la desarrollada por los hijos. Tal vez ellos estaban efectivamente jugando, pero uno de ellos, sin querer, golpea al otro más fuerte de lo que el marco “juego” puede tolerar. El llanto del niño rompe el marco y transforma la situación.
El análisis de marcos no sólo muestra los patrones culturales capaces de estructurar las interacciones, sino que también hacen más evidente la improbabilidad de salir airosos de un encuentro. Como patrones culturales compartidos, los marcos ayudan a reducir complejidad mediante la definición de la situación. Cuando para los involucrados en un encuentro está claro qué marco corresponde a la situación es altamente probable que las cosas salgan bien. Pero esto no siempre sucede así. A veces el marco correspondiente al momento puede no ser tan claro. Cada actor puede llegar a emplear un marco distinto. Tenemos, pues, que una misma situación no debe significar lo mismo para todos los que en ella están involucrados. Lo increíble es que, incluso en muchos de estos casos, la interacción, justamente por ser una realidad sui generis, puede llevarse a buen término. En otras ocasiones, los actores pueden, sin embargo, intentar engañar al otro al inducir el empleo de un marco que les sea favorable. El otro actor puede anticipar que esto sucederá o, simplemente, darse cuenta del engaño y, a su vez, engañarlo, y así sucesivamente. Goffman describe esta dinámica de producción de realidades con el concepto de laminación. La capacidad de laminar no es, sin embargo, infinita. Sus límites se encuentran en las sanciones del mundo material. Al espía que es capturado y torturado para que proporcione información secreta le será muy complicado establecer un marco favorable.
Conclusiones: la sociología de lo infinitamente pequeño no es poca cosaSin lugar a dudas, la sociología de Erving Goffman es uno de los desarrollos conceptuales más sugerentes que la sociología puede ofrecernos. Al principio del ensayo comenté que si bien el foco de las reflexiones de Goffman había sido el orden de la interacción, esto no quería decir que su aporte para la sociología se redujera a éste. Mediante la observación de los mecanismos que rigen la dinámica del orden interactivo se puede llegar a aprender mucho sobre la estructura de la sociedad moderna. Por ejemplo, la diferenciación de marcos puede ser visto como el correlato a nivel de la interacción del proceso de diferenciación objetiva y social de la sociedad moderna. La diferenciación objetiva tiene que ver con la separación de ámbitos de acción/comunicación tales como la política, la ciencia, la economía y el derecho. La diferenciación social, por su parte, remite a la desigual distribución de recursos materiales y simbólicos. Con ayuda del concepto de marco podemos llegar a captar la manera en que los agentes reproducen en la práctica ordenamientos sociales más amplios.
Mediante el análisis de marcos es también posible observar que los agentes no sólo padecen las estructuras, sino que también son capaces de modificarlas. En este aspecto no cabe duda que la sociología de Goffman es una sociología acorde con nuestros tiempos por el hecho de que es capaz de descentrar al actor en el actor mismo. Goffman no necesita recurrir a un actor racional o a un actor perfectamente socializado para desarrollar sus ideas. Pero tampoco trabaja con un concepto de sistema o estructura que esté más allá de los agentes. Goffman tiene claro que no son solamente los agentes los que construyen la situación, pues ésta presupone siempre algún tipo de estructura. Pero sabe también que las estructuras no se ejecutan a sí mismas. De tal suerte que para Goffman el actor no es sólo mente, sino cuerpo; no es sólo normativo, sino estratégico, y su racionalidad no opera solamente conforme a principios formales, sino que es una instancia eminentemente práctica.
La sociología de Goffman es un programa acorde a nuestro tiempo porque, en su complejidad, ayuda a superar dicotomías que han obstaculizado el desarrollo de la disciplina. Al abordar la práctica como práctica, Goffman logra desarrollar una imagen de los fenómenos sociales que escapa a la dupla libertad/necesidad, presentándonos un orden social caracterizado por la contingencia.
Este esbozo biográfico está basado casi en su totalidad en: Winkin, Yves (1991), “Presentación general. Erving Goffman: retrato del sociólogo joven”, en Goffman, Erving, Los momentos y sus hombres, Paidós, Barcelona, pp. 11-85, y en: Fine, Gary Alan; Philip Manning (2003), “Erving Goffman”, en George Ritzer, The Blackwell Companion to Major Contemporary Social Theorists, Blackwell Publishing, Malden, Massachusetts, pp. 34-62.
Una breve y concisa caracterización de la “Escuela de Chicago” puede encontrarse en: Becker, Howard S. (1999), “The Chicago School, so called”, Qualitative sociology, vol. 22, núm. 1, pp. 3-12.
El concepto de interacción total fue desarrollado por Goffman en: Goffman, Erving (2007), Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Amorrortu, Buenos Aires.
Goffman, Erving (2004), La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu, Buenos Aires.
Bourdieu, Pierre (1982), “Goffman, le découvreur de l‘infiniment petit”, en Le Monde, 4 de diciembre, pp. 1 y 30.
Escribo esto a sabiendas que Goffman no consideraba que su obra tuviera que ver con temas centrales de la sociología, a saber: la organización social y la estructura social. En su libro “Análisis de marcos” menciona que estos aspectos pueden ser estudiados sin referencia alguna a dichos marcos de la experiencia: “No estoy tratando la estructura de la vida social, sino la estructura de la experiencia que los individuos tienen en cualquier momento de sus vidas sociales. En lo personal, considero que la sociedad tiene la prioridad y que los asuntos presentes que incumben a los individuos son secundarios; este reporte trata sólo con asuntos secundarios”. Goffman, Erving (1986), Frame Analysis. An Essay on the Organization of Experience, Northeastern University Press, Boston, p.13. Soy de la idea, sin embargo, de que Goffman peca de modesto en esta declaración. Más adelante desarrollaré los efectos que las reflexiones de Goffman tienen para la teoría de la sociedad.
Discurso que, por razones de salud, Goffman ya no pudo pronunciar y que fue publicado de forma póstuma en el número de febrero de 1983 de la American Sociological Review.
Goffman, Erving (1991), “El orden de la interacción”, en Goffman, Erving, Los momentos y sus hombres, Paidos, Barcelona, p. 173.
Es obvio que Goffman no fue el primero en desarrollar esta “micro-sociología”. Ya antes que él pensadores como Simmel, Mead y Schütz, y corrientes como el “interaccionismo simbólico” se habían ocupado de ella. Sin embargo, ninguno logró observar con el mismo grado de precisión la legalidad propia del orden de la interacción. En gran parte, esto se debe al equilibrio alcanzado por Goffman entre investigación empírica e implicación teórica.
Sobre la diferencia entre conciencia discursiva y conciencia práctica véase: Giddens, Anthony (1995), La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Amorrortu, Buenos Aires, pp. 77-80.
De hecho, como el mismo Goffman admitió en una entrevista llevada a cabo en 1980, su pensamiento tiene una fuerte impronta estructural-funcionalista. A este respecto, Goffman afirmó: “Bueno, de una u otra forma, los sociólogos siempre han creído en la construcción social de la realidad. La cuestión es, ¿a qué nivel se construye la realidad? ¿Es el individuo? ¿El grupo pequeño? O de alguna manera el cruce amorfo de procesos sociales generales de los que nadie sabe realmente mucho. Evidentemente, creo que el entorno social es, en gran parte, una construcción social, aunque estoy seguro que hay aspectos biológicos que deben ser tomados en consideración. Pero en lo que difiero de los construccionistas sociales es en que no pienso que el individuo haga mucho de la construcción. Más bien, él viene a un mundo, de una forma u otra, ya establecido. Así en esto diferiría de las personas que emplean en su escritura la noción de la construcción social de la realidad. Por lo tanto, en este aspecto estoy más próximo a funcionalistas estructurales como Parsons o Merton. De la misma manera en que ellos estaban más cerca de la vieja antropología funcionalista”. Verhoheven, Josef (1993), “An Interview with Erving Goffman”, en: Research on Language and Social Interaction, vol. 26, núm. 3, pp. 317-348.
Durkheim, Émile (2012), Las formas elementales de la vida religiosa. El sistema totémico en Australia (y otros escritos sobre religión y conocimiento), Fondo de Cultura Económica, México, p. 94.
Sobre el concepto de “trabajo de la cara”, véase: Goffman, Erving (1982), Interaction ritual. Essays on face-to-face behavior, Pantheon, Nueva York, pp. 5-45.
Goffman desarrolló el concepto de distancia de rol en: Goffman, Erving (1961), En- counters. Two studies in the sociology of interaction, Bobbs-Merrill, Indianápolis.
Para un análisis más detallado de esta parte de la obra de Goffman, véase: Galindo, Jorge (2011), “Sobre el carácter precario del orden social. Reflexiones en torno al análisis de marcos de Erving Goffman”, en Jorge Ramírez Plascencia, Ana Cecilia Morquecho Güitrón, Repensar a los teóricos de la sociedad, Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de la Ciénega, Ocotlán, Jalisco, pp. 149-170.