El análisis sociológico, así como el análisis político, tienen un soporte epistemológico que determina la conceptualización de la sociedad y la posición o colocación de quien la analiza. Se trata de la representación que se tiene y se esgrime de una sociedad contemporánea de desarrollo medio o más desarrollada. Se trata de teoría o teorías de la sociedad en tanto construcciones sociales. Y que, si bien se apoyan en el conocimiento acumulado, no prescinden de valores, creencias, deseos o temores. Así, la teoría social es un sistema simbólico que no solo interpreta la realidad sino también busca darle significado y sentido; por ello es también ideología. En esta línea conceptual de la teoría social, es posible hipotetizar la ocurrencia de lo que llamo hiperliberalismo y su efecto en la ausencia o presencia de la conflictualidad social. Conflictualidad opacada y, por tanto, mas ausente que presente en los últimos 20 o 30 años transcurridos en Chile, donde el liberalismo económico-transformado-en-hiperliberalismo, provoca la subsunción de la conflictualidad contestataria, en un orden empobrecedor sobre todo materialmente. Su re-emergencia se verificará por la vía del movimiento estudiantil que involucrará a toda la sociedad.
Sociological analysis and political analysis have an epistemological support that determines the conceptualization of society and the position or placement of who analyzes it. This is the representation available that is provided for a contemporary developing society or one more developed. It is about theory or theories of society as social constructions. Even though they are based on the accumulated knowledge, they don’t eliminate values, beliefs, desires or fears. Thus, social theory is a symbolic system that not only interprets reality but also tries to give it meaning and sense, so it is also ideology. In this concept of social theory, it is possible to hypothesize the occurrence of what I call hiperliberalism and its effect in the absence or presence of social conflictuality. Conflictuality overshadowed and thus, more absent than present in the last 20 or 30 years in Chile, where economic liberalism-turned-hiperliberalism causes conflictuality subsumption of contestation, especially in an order materially impoverishing. His re-emergence will be verified by means of the student movement that will engage the whole society.
En cuanto concierne al método de tratamiento del tema, es importante advertir que este artículo encierra una interpretación socio-epistemológica de una realidad, Chile, y una puntual fecha de referencia, 2012. En consecuencia no tiene la pretensión de demostrar empíricamente tal interpretación, conservándola por ahora como acercamiento estrictamente epistemológico; por consecuencia el análisis se detiene en la definición y desarrollo de una hipótesis en clave epistemológica. No está excluido su potencial uso en una investigación empírica en desarrollos posteriores.
El escrito se mueve desde la colocación epistemológica marxiana de desplazamiento de la constricción económica hacia la constricción política encarnada en el Estado, un concepto marxiano clásico, para llegar a la colocación analítica en que se demuestra la subsunción del conflicto social, por la vía del dominio de la “racionalidad” del mercado mediante un paradigm económico y político dictatorial que denomino hiperliberalismo. Se ilustra en fin, con algunos datos, cómo el poder del mercado logra poner en primer plano al “consumidor”, que había opacado y subsumido no sólo al “productor” o sujeto inherente a la estructura clasista, sino al sujeto colectivo propio de una sociedad fuertemente politizada que, no obstante, re-emerge y desencadena una nueva conflictualidad social, cuya innovación yace en la contestación del modelo hiperliberal y del sistema económico y político en su conjunto, caracterizado por contrastes dramáticos de desigualdad e inequidad.
IILa colocación teóricaEl análisis sociológico, así como el análisis político, tienen un soporte epistemológico que determina la conceptualización de la sociedad y la posición o colocación de quien la analiza. Se trata de la representación que se tiene y se esgrime de una sociedad contemporánea de desarrollo medio como Chile, o más desarrollada. Se trata del relato o discurso explicativo que la narra y la dibuja. Se trata de teoría o teorías de la sociedad en tanto son construcciones sociales. Construcciones –y constructos derivados- que si bien se apoyan en el conocimiento acumulado, no prescinden de valores, creencias, deseos o temores; en este sentido la teoría social es un hecho ético, es decir, implica un juicio que aquilata el presente con relación a su pasado y a un futuro deseado. En esta línea de reflexión, la teoría social es un sistema simbólico que no sólo interpreta la realidad sino también busca darle significado y sentido; por ello es también ideología.1 La teoría social puede considerarse, en efecto, no sólo como un programa de investigación sino como un discurso con distintos grados de generalización del cual una parte importante es ideología. La teoría de la sociedad es, en suma, una construcción cultural atravesada por múltiples y complejas dimensiones que van desde las conceptualizaciones a las connotaciones o denotaciones ideológicas.
En esta línea conceptual de la teoría social, es posible diferenciar concepciones o lecturas de la sociedad que generan una impronta determinante, no sólo en las prácticas de las ciencias sociales, sino también en las formas de pensar y actuar la política.
En el análisis desplegado por Marx, el principio que guía la concepción de la sociedad, y el cristal epistemológico a través del cual se mira, es el de la crítica de la economía política del capitalismo, en la que centra su trabajo. Para fines de mi análisis posterior, diré sintéticamente lo que es sabido, que el sujeto basilar de “El Capital” son las clases sociales. Su surgimiento y antagonismo radican en el proceso de producción que provee las condiciones objetivas en que se desarrollan las voluntades políticas, en condiciones de autonomía relativa.
Las relaciones capitalistas de producción determinan las relaciones contradictorias entre clases sociales. La objetivación del poder coercitivo en un aparato especial y especializado, hace aparecer las relaciones capitalistas de producción como un proceso natural, diluyéndose su carácter de dominación de clase. La desaparición de una coerción extraeconómica en el proceso de producción, otorga a las instituciones políticas una apariencia de neutralidad equitativa por encima del antagonismo social: la despolitización de la esfera económica permite “descapitalizar” la esfera política. La desigualdad en la relación entre los hombres concretos (productores) es “recuperada” en la igualdad en la relación entre los hombres abstractos (ciudadanos).
Esta trama teórica y política sustenta mi óptica de análisis y me servirá para interpretar el hiperliberalismo dominante hoy en Chile e implementado a partir del golpe de Estado militar de 1973. Hablo de hiperliberalismo en el sentido de la fase extrema del liberalismo económico, en la cual se produce el dominio irrestricto del capital financiero.
Trama teórica y política que, lejos de una lectura dogmática, ha estado sujeta a rupturas y críticas teóricas enriquecedoras que la tornarán más inclusiva y matizada, sobre todo si se la piensa desde la complejidad creciente de las sociedades de la información y el conocimiento, frecuentemente incorporadas al proceso de globalización. Sociedades cuyos referentes colectivos se difuminan y pierden concreción, donde las instituciones más cercanas a la identidad del grupo devienen inespecíficas o irrelevantes; donde el Estado mismo abdica de sus funciones de “bienestar general”, donde los espacios nacionales despersonalizados son subsumidos en un mundo sin centro que asume una forma virtual de alta conectividad y de tipo reticular, en cuyo interior el Estado nacional pierde soberanía. Dimensiones que facilitan el predominio de las reglas del mercado y la emergencia e instalación del hiperliberalismo.
En otras palabras, se ha producido una irrupción del sujeto y la subjetividad, del reconocimiento del otro, de la certidumbre de que el futuro de la sociedad no puede predeterminarse objetivamente: ni por la represión que reduzca drásticamente al disidente (el régimen dictatorial), ni por el imperativo técnico (el hiperliberalismo) que elimina la deliberación colectiva y abierta de las cuestiones sociales; no obstante, y aunque ilustrativamente, constataremos la penetración profunda del objetivo democrático y de su desarrollo, de las “ganas” de democracia en la situación chilena.
Desde ese cristal me acerco a Chile en el 2012, tiempo del liberalismo económico extremo o hiperliberalismo, en fase crítica debido al desvelamiento de los efectos devastadores que ha tenido en la vida social y en la vida la política; fase crítica generada por la sociedad y precipitada desde la sociedad, particularmente desde los jóvenes. Momentum que tomo como referencia del análisis; tiempo en que el hiperliberalismo subsume y oscurece las colocaciones de los sujetos en la estructura social; es el tiempo del “orden del mercado”.
IIILa colocación analítica: Subsunción de las potencialidades de defensa/conflicto de las clases subalternas en el “orden del mercado”Entre 1973 y 2012 Chile se mueve en una línea diacrónica ascendente portadora del hiperliberalismo, cualificada por la recuperación de la democracia en 1990. Tal diacronía puede ser analizada desde una óptica que no oculta las colisiones ni las colusiones entre intereses de clase o entre actores sociales. Una colocación que sostiene la dimensión del antagonismo como lectura de oposiciones, pero que no reifica la acción política en el antagonismo clasista. Hay para ello razones teóricas que no prescinden de la empiria: el sujeto colectivo y la multidimensionalidad de la subjetividad que lo cualifica, lejanos al estatuto de meros artefactos discursivos. Antes al contrario, permiten concebir la política como proceso de subjetivación en cuanto puede existir sólo en el reconocimiento del otro. Es decir que, sin la mediación de la construcción del sujeto colectivo y la subjetivación que impide la reificación de los antagonismos en la acción política, no parece posible la democracia: ha dejado de ser algo evidente. Esto significa que la democracia no proviene de una concepción lógico-científica que pueda “aplicarse”; que requiere sin duda de una fundamentación teórica pero también de una elaboración ética y afectiva; es una construcción que se nutre de la experiencia cotidiana, de las creencias, del sentido común, del imaginario ético; en suma del recorrido histórico y político de los movimientos sociales en el país.
En Chile, este momentum del 2012 elegido como tiempo analítico sincrónico, muestra que el proceso de instalación del liberalismo económico a ultranza reenvía al individuo la representación de la libertad y de la autonomia; en una palabra, las radica en el individuo singular restando relevancia al sujeto colectivo; la “clase” se subsume. El “sujeto clasista” como colectivo es subsumido en un sujeto cruzado por múltiples dimensiones culturales y simbólicas, pero también simplemente consumistas.
Si la riqueza política y social de la subjetivación, del uno reconocible en el otro, es decir del sujeto colectivo, caracterizarán la recuperación de la democracia, su reducción a la individualidad impuesta por el orden del mercado posibilita una interpretación del dominio del hiperliberalismo. Si la primera posibilidad se sitúa en el ámbito axiológico de lo deseable, la segunda no lo está.
Han bastado 30 años para subsumir la dimensión del antagonismo clasista como movilizador de los procesos sociales; han sido suficientes para ver atravesado, también por otras dimensiones, su carácter de causa crucial y última. Proceso que desencadena ese otro resultado que es la dominación del hiperliberalismo, bajo forma de paradoja empírica pero no teórica. En otros términos, no se trata de una transformación de la posición de los sujetos en el nivel de la produccion. Se trata en cambio de un fenómeno teóricamente interpretable mediante el desplazamiento o transformación de la coaccion económica en coacción política. Es decir, en el desplazamiento del poder coercitivo existente en el nivel de la producción, hacia el Estado y su aparato, descolocando la coerción que le es propia y haciéndola aparecer como un proceso natural; y con ello, se diluye, se desdibuja la característica de dominación de clase.
En este sentido es que la desigualdad en la relación entre los hombres concretos –que son los productores– es oscurecida por la igualdad en la relación entre los hombres abstractos, que son los ciudadanos; esta igualdad entre los hombres abstractos es la condición teórica que permite proponer la subsunción de las potencialidades de defensa/conflicto de las clases subalternas en el tiempo del “orden del mercado”.
En la misma línea de razonamiento, puede afirmarse que la reproducción de la sociedad encierra una racionalidad que tiende a sustraerla del caos y de la incertidumbre desarticuladora. En Chile se definió esa racionalidad bajo el signo del liberalismo económico, es decir, que las leyes del mercado se instalaron como el principio regulador de los procesos sociales.
En la tradición democrática, el carácter determinante de la política hace que la sociedad, a través de las instituciones políticas, organice sus procesos de producción y reproducción tanto material como simbólica.
Contrario sensu, el hiperliberalismo cancela el ya difícil nexo entre la lógica económica capitalista y la lógica democrática de la política, en virtud de su rechazo al principio de la soberanía popular; principio que erige a la propia sociedad como sujeto determinante de su diseño y de su futuro. El sujeto político es, por ende, rescindido del discurso y de la práctica de los postulados hiperliberales.
Si a lo largo de su proceso histórico la democracia liberal hizo que se aceptara la separación entre burgués y ciudadano, logrando una visibilidad mayor y colectiva de “lo ciudadano”, el hiperliberalismo cancela la segunda parte de la ecuación y pone en primer plano al propietario privado. Los códigos económicos que expresan, por ejemplo, la tasa de inflación, la tasa monetaria o la tasa de inversión adquieren significación política y simbólica, es decir una visibilidad relevante.
La participación o la representación ciudadanas son oscurecidas por la economía. En la realidad, el hiperliberalismo subsume la política en la economía autoregulada, en desmedro de la vida en colectividad reconocible por parte de los sujetos. Son las leyes del mercado y no los hombres asociados las que organizan la vida en sociedad. De esta manera, la voluntad colectiva pierde contenido: la gente se retira de un espacio público despojado de su contenido compartido; la vida pública pierde sentido.
La aparente homologación de los sujetos en el nivel de lo social, ausente, es uno de sus resultados. La despolitización profunda de la vida colectiva es probablemente uno de los efectos más profundos del hiperliberalismo. Ya no aparece un espacio público donde los hombres y las mujeres “se reconocen” a través de una identidad colectiva.
Desde 1973 hasta el tiempo actual, el proceso se ha movido en esa dirección en que la política devendría asunto privado y en que los hombres serían “percibidos” en la dimensión pública sólo a la luz del mercado. La visibilidad social e individual es atribuible y atributo del consumidor, o sea a hombres y mujeres privados. La sociabilidad se reduce a los mundos individuales del consumo, desprovistos de referentes colectivos.
Es el momentum en el que se genera el anudamiento con la dimensión aparentemente “igualadora” del consumo, que se difunde desde la potente ideología del libre mercado propia del hiperliberalismo. Por ello hablo de subsunción de las potencialidades de defensa/conflicto de las clases subalternas en el tiempo del “orden del mercado”.
Hipotetizo que la razón de la subsunción radica en una transformación del modo de producirse/representarse de las clases sociales y de las mediaciones subjetivas que las atraviesan: de su producirse desde el antagonismo, hacia su representación como oposición resuelta en la apariencia. El hiperliberalismo, que moviliza las aspiraciones económicas, sociales y culturales de los sujetos colocados en posiciones subalternas, desplaza la representación del conflicto desde su producirse en el antagonismo, hacia su resolución en la neutralidad temporalmente equitativa del consumo.
El consumo nivela socialmente “hacia arriba”; el sistema perceptivo de la propia situación social material genera esa ilusión equitativa que desplazará la representación del conflicto.
En efecto, en el lapso de más de 30 años, puede observarse la emergencia gradual del hiperliberalismo aparentemente igualador y redistribuidor. Un tiempo en que el endeudamiento de mediano o largo plazo pudo permitir un bienestar adquisitivo y material como breve realidad y como ilusión pasajera. Sabemos que las ilusiones tambien son constitutivas de los sujetos, en cualquier posición que se encuentren en la desnuda estructura económica, tanto más cuando se dan a la sombra del poder seductor de la inducción al gasto.
El resultado es un nivel de endeudamiento que somete a los individuos a una carga deudora de larga duración y difícil interrupción. Fenómeno que se despliega en una doble dimensión: aquella que corresponde a la capacidad adquisitiva inducida por las empresas financieras que aparentemente soluciona algunas aspiraciones –como la educación universitaria– y la que desemboca en un irresolvible endeudamiento. La evidencia empírica confirma el fenómeno, aunque esta no sea la ocasión de detallarla.2
Si el nivel empírico permite advertir la importancia del consumo, en el nivel analítico es el mercado la instancia que determina los procesos de producción y reproducción simbólica, en tanto el consumo se produce en el momentum de la separación entre “productor” y “ciudadano”, ciudadano-consumidor. En virtud de ello, las instituciones económicas e ideológicas emitirán predominantemente patrones de comportamiento congruentes con la lógica del mercado, esto es, sujetos consumidores colocados en una apariencia de equidad que desdibuja el locus generador de la desigualdad.
La evidencia mencionada provee elementos acerca del desdibujamiento del locus de la desigualdad operado por el consumo. Fenómeno que se verifica como consecuencia de una operación propia del hiperliberalismo. Esto significa que la libertad individual exaltada, condición representacional y de necesidad del hiperliberalismo, privatiza el impulso colectivo cerrando la praxis en cuanto acción colectiva. Hace que el impulso colectivo se vuelva hacia adentro del sujeto, lo hace mirar hacia la intimidad y hacia la identidad individual, lugar donde se transforma en conducta privada. Es en este sentido que ocurre lo que he denominado subsunción de las potencialidades de defensa/ conflicto de las clases subalternas en el tiempo del “orden del mercado”.
Una sociedad de mayor bienestar económico y social es un objetivo del régimen democrático; en este sentido, mejorar la propia condición material es una aspiración legítima y debería ser una consecución posible. No obstante, en la medida en que adquirir bienestar compromete seriamente la proporción entre deuda e ingreso familiar, sobre el fondo de una extrema desigualdad en la distribución del ingreso nacional, se genera una re-emergencia de las potencialidades de defensa/conflicto de las clases subalternas ante el orden del mercado. Reemergencia que en esas condiciones va constituyéndose hasta alcanzar expresión social, a través del movimiento estudiantil chileno.
Sin bien la crisis financiera internacional de 2008 no incide gravemente en Chile debido a los controles macroeconómicos, como contexto externo ilumina la re-emergencia de las potencialidades de conflicto frente al “orden del mercado”. Esa crisis evidenció un liberalismo económico que alcanza su manifestación extrema en situación de apropiación restringida y concentrada del excedente, cualificada por la discrecionalidad del capital financiero. Fenómeno que se presenta exasperado, libertino e hiperdominante. El libre juego de las fuerzas del mercado en este sentido, puede expresarse como concepción alienante, cuasi animista, si se afirma, reificando, su libre y espontáneo juego.
El hiperliberalismo se produce como dominación irrestricta del capital financiero: libertad absoluta de transacción, de movilidad internacional, de operación virtual sin referente material, de venta de activos o pasivos en un mercado virtual que opera con una óptima facilitación en el interior de sociedades económicamente globalizadas. Esa libertad llega a una situación paroxística en la cual el capital financiero muestra el límite de su dominación cuando debe respaldar el circulante con bienes tangibles o enfrentar la morosidad de sus colocaciones y, entra en crisis. El paroxismo de su libertad se evidenciará en un Estado que lo salva de la debacle: transferencia de capital y bienes públicos a bancos y agentes financieros, austeridad y reformas recesivas para los sectores menos remunerados.
En Chile, el hiperliberalismo se evidencia sobretodo como apropiación restringida del excedente y su consecuencia, desigualdad extrema; discrecionalidad del capital financiero particularmente en el nivel de la distribución. Es la “liberalización” de la educación superior y la deuda que genera en las familias de los estudiantes, el factor precipitante de la re-emergencia de la conflictualidad social.
En efecto, si bien ha aumentado exponencialmente el ingreso de jóvenes de clase media y media baja a la educación superior, ha sido a costa de un endeudamiento con casas comerciales y organismos financieros que, en esos términos, resulta igual o superior al costo de una vivienda para la familia. Las medidas de los últimos gobiernos (incluido el actual) han privilegiado el aumento de recursos para el financiamiento de la educación a través de créditos estudiantiles. Este tipo de créditos es privado y con una tasa subsidiada por el Estado, es decir, es dinero que erogan lo hogares. En efecto, según datos del Banco Central, la deuda de quienes acceden a la educación superior, como porcentaje de los ingresos de los hogares llega hoy al 70%.3 (Cft. Informe, 2012).
Si bien fue el Estado, epítome de la sociedad, el encargado del orden, ahora es el mercado el encargado de la coordinación social. El mercado terminó por sacralizar principios como la eficiencia, la competitividad o la rentabilidad; en esa misma medida ha legitimado los imperativos “del mercado” y ha terminado por justificar los costos sociales producidos.
El movimiento estudiantil del 2011-2012, cuyo antecedente es la llamada “marcha de los pingüinos” de octubre 2007, crea y encabeza la re-emergencia de las capacidades sociales de conflictualidad contra el hiperliberalismo. En efecto, las Jornadas de Movilización Nacional por la Recuperación de la Educación Pública, tuvieron inicio el 12 de mayo de 2011, cuando la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile convocó la primera marcha en Santiago, a la cual adhirieron estudiantes universitarios y secundarios de las regiones de Chile. A junio del 2011, más de 184 establecimientos en todo el país se habían unido al movimiento: se realizó entonces una marcha que convocó a más de 100[sp/]mil estudiantes, profesores y ciudadanos comunes. Los objetivos principales del movimiento se centraban en la construcción de un proyecto de educación –en todos los niveles educativos– garantizado constitucionalmente como derecho social universal, fundado en un sistema de educación pública, democrática, pluralista, gratuita y de calidad. Sin embargo, la ultima marcha del jueves 18 abril 2013, alarga el cuestionamiento al entero modelo de desarrollo chileno, incluido el sistema de representación y participación política democrática. Un malestar social, económico y político que no se restringe a la configuración de una potente subjetividad e intersubjetividad, sino que ésta le sirve como vía de expresión, lo hace manifiesto, visible y mayoritario. En efecto 120.000 personas salieron a las calles de Santiago y otras 30 000 en las regiones.
Esta re-emergencia, encabezada por los estudiantes, avanzó hacia objetivos altamente inclusivos, hasta el modelo mismo de sociedad desarrollado en Chile cuyo sistema político representativo –izquierda o derecha– también es rechazado. Las demandas trasversales puestas en la agenda social y política del país exigen educación gratuita, fin al lucro, fin al endeudamiento y al autofinanciamiento y acceso equitativo a la educación. Hoy día, el movimiento recibe más del 80% de aprobación de la ciudadanía.
La sociedad chilena ha acompañado mayoritariamente la explosión simbólica, visible y cuestionadora que han significado las jornadas de movilización estudiantil.
Efectivamente, si se observan los datos de Latinobarómetro 2011, se advierte que la opinión de los chilenos ubicaba al país sin apartarse grandemente del promedio latinoamericano de las respuestas, desde que comenzara las mediciones de Lainobarometro, en 1995.
Hoy, 2012, el caso chileno ha sorprendido a quienes se interesan en el significado de los indicadores de percepción. Los datos mencionados muestran que esta sociedad ha re-emergido por y con los estudiantes, ubicándose muy por debajo del promedio de la región en una serie de indicadores significativos.
Ello evidencia el descontento ante la desigualdad y la discriminación de manera radical. En efecto, si para América Latina, la mejor política pública es la Educación con 33% de las opiniones favorables, en Chile no lo es (1%). Entre 2010 y 2011 cae 26 puntos la Imagen de Progreso en el país; 24 puntos caen tanto la Satisfacción con la Democracia, como la Confianza en la Iglesia y la Confianza en el gobierno. Caen también las Expectativas futuras en 18 puntos. Cae en 14 puntos, la opinión de que las Privatizaciones han sido beneficiosas para el país. Cae 13 puntos la creencia de que la Economía de mercado es el Único Sistema para ser (país) desarrollado y que la Empresa Privada es indispensable para su desarrollo. Cae 12 puntos la creencia de que Se gobierna para el Bien de todo el Pueblo. Cae 9 puntos la Satisfacción con la vida. Cae 7 puntos el Desempleo como problema más importante. Caen 6 puntos las respuestas acerca de Cuan justa es la distribución de la riqueza (14 puntos menos que el promedio para América Latina).
El movimiento estudiantil ha puesto de manifiesto todas las deficiencias de nuestra manera de funcionar como sociedad, donde la concentración del poder (políticos y empresarios), del dinero (empresas), de las decisiones (partidos, congreso gobierno) está restringida a un grupo muy pequeño de personas que es impenetrable (...) con la misma dureza que se defiende, se pide. Un país polarizado por la gente, no por los partidos.4
El desarrollo de la interpretación socio-epistemológica, así como los breves datos aquí señalados, que evidencian una mínima ilustración del contexto de la re-emergencia de la conflictualidad en Chile, pueden continuar, tal vez fructíferamente, en otros desarrollos sometidos a la prueba de las evidencias. Evidencias que proveen señales significativas y consistentes sobre las capacidades de transformación sistémica de los movimientos estudiantiles en Chile y la mayoría ciudadana que los apoya.