La patología alérgica es, con mucho, la más frecuente y en aumento como demuestran los múltiples estudios epidemiológicos publicados. La patología alérgica más importante por su elevada incidencia es la respiratoria, con localización en vías respiratorias altas (rinitis, rinosinusitis) o traqueobronquiales (bronquitis eosinofílica, asma). La localización ocular, cutánea o digestiva, de las reacciones alérgicas es igualmente habitual y con frecuencia, varias de estas localizaciones coincidentes en un mismo paciente (rinoconjuntivitis, eccema-asma, etc.). La competencia con las distintas especialidades es evidente1,2,3, pero la alergología dispone de métodos diagnóstico-terapéuticos imprescindibles, dirigidos de una parte a la identificación del o de los alergenos responsables (pruebas cutáneas, pruebas de provocación) entre los que hay que incluir medicamentos (alergia medicamentosa), y de otra a la desensibilización (inmunoterapia) o eliminación de los alergenos implicados (dietas hipoalergénicas, reactividad cruzada entre alergenos, etc.). La experiencia en la interpretación de los métodos diagnósticos y en el seguimiento de los tratamientos específicos justifica la necesidad del especialista en Alergología para el seguimiento y control de estos pacientes4. Experiencia que además debe centrarse ya sea en la edad pediátrica (bronquitis disneizante del preescolar, asma, alergia alimentaria en el lactante -proteínas de leche, huevo-, dermatitis atópica), lo que justifica la Alergología Pediátrica, o en la edad adulta, con un amplio campo de trabajo, al corresponderle patología respiratoria ocupacional.
En la patología inmunitaria hay que distinguir fundamentalmente los procesos por déficit de la respuesta (inmunodeficiencias primarias o secundarias) de los debidos a alteración de la respuesta, fundamentalmente los procesos autoinmunes, cuya correlación con los primeros no es infrecuente. A pesar de la variada localización y sintomatología de las inmunodeficiencias, el diagnóstico, basado fundamentalmente en el laboratorio especializado, el tratamiento (gammaglobulinoterapia, trasplante de médula, terapia génica, etc.) y seguimiento de estos pacientes corresponde especialmente al inmunólogo5,6, en estrecha colaboración con el internista o el pediatra, de acuerdo con la edad del paciente.
La patología autoinmune tiene una problemática distinta. Son muchas las enfermedades derivadas del reconocimiento anómalo de “lo propio”, siendo algunas organoespecíficas (diabetes melitus insulinodependiente, tiroiditis de Hasimoto, miastenia grave, etc.), pero la mayoría de ellas son sistémicas o no organoespecíficas, en las que el proceso se localiza en diversos órganos y tejidos (artritis reumatoide, esclerodermia lupus eritematoso, etc). En ocasiones, una misma persona puede padecer más de una enfermedad autoinmune, incluso al mismo tiempo organoespecífica y sistémica7-10.
Hay identificadas varias decenas de enfermedades autoinmunes, con una expresión clínica muy variada, no siempre fácil de relacionar con este apartado de la patología, al ser comunes con otras muchas enfermedades, como fiebre, dolorimiento, artralgia, malestar general, dermatosis, anemia, entre otras11. Por este motivo no es infrecuente que se demore el diagnóstico ya que es lógico que el clínico, ante esta sintomatología común, piense en primer lugar en otras enfermedades más frecuentes. Algunas de ellas, más fáciles de identificar, como la diabetes tipo I, son diagnosticadas pronto por el internista o pediatra; otras requieren la intervención de otros especialistas (dermatólogos, hematólogos, reumatólogos, endocrinólogos, gastroenterólogos, hepatólogos, nefrólogos y otros), siendo una patología que por lo general escapa de la experiencia clínica del inmunólogo. No obstante, es necesaria la participación del inmunólogo y sobre todo de un laboratorio con especial dedicación a esta patología, ya que en la mayoría de los casos es preciso investigar distintos marcadores de las diversas enfermedades, como por ejemplo los diversos anticuerpos antinucleares, anticuerpos contra antígenos extraíbles, antígenos HLA, anticuerpos frente a células (eritrocitos, plaquetas, leucocitos, glándulas endocrinas, etc.), crioglobulinas, o las fracciones del complemento. La obtención de estos elementos y su interpretación en relación con la patología en estudio es sin duda, labor del inmunólogo. El diagnóstico definitivo, el tratamiento y el seguimiento posiblemente corresponden a los especialistas citados, aunque no se descarta que en los servicios hospitalarios de inmunología haya personal con especial dedicación a la patología autoinmune, como puedo ocurrir en alguno de los existentes en Europa6. De todas formas, la estrecha colaboración entre todos es necesaria en aras a la pronta y buena asistencia a los pacientes afectos de esta patología.
Pero un lugar destacado tiene el inmunólogo en la investigación de la patogenia de la autoinmunidad, habiendo aún tantas lagunas, ya que son múltiples las causas que pueden inducir a la producción de autoanticuerpos que salvan la linde de lo que se conoce como autoinmunidad fisiológica o positiva, que en gran parte contribuye a mantener la normalidad fisiológica9. La investigación es un pilar básico para conocer mejor la etiopatogenia de estas enfermedades, para cuyo propósito el laboratorio de experimentación es fundamental, al frente del cual son los especialistas en inmunología quienes reúnen las mejores condiciones y experiencia.
