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Vol. 86. Núm. 3.
Páginas 276-281 (julio - septiembre 2016)
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Páginas 276-281 (julio - septiembre 2016)
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Los inicios de la cardioangiología mexicana en los albores de la Academia Nacional de Medicina
The beginning of Mexican cardiology in the springtime of the Mexican National Academy of Medicine
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Alfredo de Micheli
Autor para correspondencia
alessandro.micheli@cardiologia.org.mx

Autor para corespondencia: Juan Badiano N.°. 1. Col. Sección XVI. Tlalpan. CP 14080 México, DF. Teléfono: +55 73 29 11 Ext 1310.
Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez, México, D.F., México
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Resumen

La Academia Nacional de Medicina se fundó hace 141 años, durante la intervención francesa. A la sombra de la flamante corporación, se dieron los primeros pasos de la cardioangiología mexicana tanto en el campo médico como en el quirúrgico. Después de la desintegración del segundo imperio siguieron los adelantos médicos y quirúrgicos de dicha disciplina. Las publicaciones correspondientes figuran en los primeros volúmenes de la «Gaceta Médica de México», órgano de la Academia, la cual sigue publicándose en nuestros días. Estos diferentes eslabones permitieron el surgimiento de la verdadera especialidad cardiológica en los años 40 del siglo XX, gracias a la clarividencia del Maestro Ignacio Chávez, padre de la cardiología mexicana. Como ejemplos de la aplicación de criterios epistemológicos en los dominios de la cardioangiología, se citan la construcción del esfigmomanómetro de Riva-Rocci en la Italia del siglo XIX y la introducción de la llamada terapéutica metabólica de ciertas cardiopatías en el México contemporáneo del siglo XX.

Palabras clave:
Academia Mexicana de Medicina
Gaceta Médica de México
Cardioangiología mexicana
México
Abstract

The National Academy of Medicine was founded 141 years ago during the French intervention. Under the sponsorship of this brand-new medical association, Mexican cardioangiology took its first steps in the medical and surgical field as well. After the falling of the second empire, the medical and surgical advances of this discipline continued. The corresponding publications appeared in different volumes of the “Gaceta Médica de México”; at present journal of the Academy still published in our time. These steps permitted the development of the true cardiologic speciality during 40s of the twentieth century, due to the vision of Professor Ignacio Chávez, father of Mexican cardiology. Some examples of application are the epistemologic criteria in cardiologycal domains such as the conception of Riva-Rocci's sphygmomanometer in Italy in the nineteenth century and the so-called cardiac metabolic therapy in Mexico of our time, are included.

Keywords:
National Academy of Medicine
Gaceta Médica de México
Mexican Cardioangiology
Mexico
Texto completo
El momento histórico

El decreto del 17 de julio de 18611 suspendía por un período de dos años los pagos del gobierno mexicano, incluso la deuda exterior. Tal medida había sido aprobada por el Congreso de la Unión, presidido por Gabino F. Bustamante, en mayoría abrumadora: 112 votos contra 4. Los países acreedores eran Inglaterra, a la que se debían casi setenta millones de pesos, España a la que se adeudaban nueve millones y medio, y Francia que acreditaba solo dos millones que incluían el monto de los famosos bonos Jacker.

Se trataba en total de poco más de ochenta y dos millones. Las tres potencias europeas, después de varias discusiones, deliberaciones, intercambios de notas, etc., llegaron a firmar el 31 de octubre de 1861 la llamada convención de Londres. En virtud de dicho tratado, se organizaron fuerzas expedicionarias para enviarlas a México en apoyo a sus reclamaciones2. España fue la primera en tener listas sus tropas, que salieron de Cuba hacia playas mexicanas a las órdenes del comandante general de marina Joaquín Gutiérrez de Ruvalcaba y del mariscal de campo Manuel Gasset y Mercader. El 17 de diciembre de aquel año, los españoles ocuparon el castillo de San Juan de Ulúa y el puerto de Veracruz, previamente evacuados por los militares nacionales3. El 6 de enero de 1862 llegó la fuerza inglesa que comprendía un destacamento naval, al mando del contralmirante Dunlop, y 700 soldados de infantería de marina. Y el día 8 arribó el cuerpo francés, mandado por el almirante Jurien de la Gravière y por el comandante De Challier.

En respuesta a la nota aliada del 9 de febrero de 1862, el presidente Juárez, quien había obtenido amplias facultades extraordinarias de parte del Congreso, envió al general Manuel Doblado, entonces secretario de relaciones exteriores, a negociar con un representante de los colegiados. En el villorrio de La Soledad, se entrevistó Doblado con el general español Juan Prim y Prats conde de Reus, y el 19 de febrero firmaron ambos los llamados «Preliminares de la Soledad». Estos autorizaban a los españoles a establecerse temporalmente en Córdoba y Orizaba, y a los franceses poder acampar en Tehuacán, mientras que los ingleses permanecían cerca de la costa. Ochenta franceses enfermos y doscientos incapaces de marchar se quedaron en La Soledad, en tanto que de los 6,000 españoles no había más que 4,000 en estado de poder combatir4. Debe recordarse que el doctor Carrillo, mexicano, ya había sido enviado a Veracruz para atender a los militares aliados enfermos.

Cuando se produjo la terrible explosión del parque del ejército nacional, almacenado en la antigua colecturía del diezmo de San Andrés Chalchicomula (6 de marzo de aquel año), los médicos militares Felipe Orellana y José Serrato enviados por el general Porfirio Díaz, pudieron atender a unos 180 heridos. Poco después llegaron también los cuerpos sanitarios español y francés, que auxiliaron a unas 500 personas entre militares y civiles heridos. El primero estaba encabezado por el doctor Ricoy; el segundo por el doctor Claudel. Aquel día aciago desembarcaba en Veracruz una nueva fuerza francesa de 4,464 hombres, guiados por el general conde de Lorencez.

Infortunadamente los altos mandos franceses, por orden de su gobierno, desconocieron los acuerdos establecidos en La Soledad y rompieron con sus propios aliados en la convención de Orizaba (9 de abril). Los plenipotenciarios europeos comunicaron al gobierno mexicano la ruptura de la triple alianza y que los franceses comenzarían las hostilidades contra las fuerzas nacionales hacia el 20 de abril. El día 27, el cuerpo expedicionario galo, bajo el mando de Lorencez, inició su avance hacia Puebla, enfrentándose al ejército de oriente del general Zaragoza. Se llegó así a la gloriosa jornada del 5 de mayo, en la que la ambulancia de los franceses se asentó cerca de la hacienda de Rentería.

Los servicios sanitarios del ejército nacional tenían su centro en el antiguo hospital poblano de San Pedro, que desde 1852 estaba a cargo de las Hermanas de la Caridad. Dicho hospital, cuya fundación fuera dispuesta por el obispo fray Julián Garcés, existía ya en 1545. Tuvo mejoras importantes en el siglo XVIII, cuando estaba atendido por religiosos Juaninos, gracias a la iniciativa del Dr. Ignacio Domenech. En su recinto, se creó un anfiteatro anatómico y una imprenta propia amén de la primera cátedra de obstetricia. Los médicos de este hospital organizaron la difusión de la vacuna, cuando llegó a México la expedición de Balmis. Un miembro de su personal médico, el doctor Luis Guerrero, redactó más tarde los «Elementos de clínica médica interior» (Puebla 1832). Allí nació y se desarrolló la «Academia médico-quirúrgica de Puebla», fundada por el doctor José Palafox y Soria, la que desde 1801 aparece citada en algunas publicaciones. Bajo los auspicios de dicha Academia, que se reunía regularmente todos los jueves, se publicó el «Ensayo para la materia médica mexicana» (1832), primera farmacopea impresa en América debida esencialmente al boticario español Antonio Cal y Bracho. Éste había creado el jardín botánico poblano en 1820.

Al retirarse derrotados los franceses, organizaron sus hospitales en Orizaba, destinando el edificio «La Concordia» a enfermos de tifo exantemático, que alcanzaban el número de setecientos. En tal edificio, estuvieron los hospitales San Juan de Dios o de la Concepción y de San Joseph de Gracia, ambos a cargo de la junta de hospitales de Caridad desde 1860. El primero, destinado originalmente a los hombres, comenzó a funcionar en 1644 administrado por lo frailes juaninos. El segundo, para mujeres (Casa hospitalaria), se abrió al público con siete camas el 18 de marzo de 17555.

El 19 de marzo de 1863, comenzaba el sitio de Puebla por nuevas y aguerridas fuerzas galas. El ejército de oriente que defendía la plaza –23,930 hombres a las órdenes del general Jesús González Ortega–, contaba con un buen servicio sanitario6. Estaba integrado por 172 miembros y disponía de 2,140 camas repartidas en 6 centros hospitalarios. Era jefe de la ambulancia el doctor Juan N. Navarro, quien tras la rendición logró evadirse y alcanzar al presidente Juárez en San Luis Potosí. En el hospital de San Pedro, actuaba como médico de sala el doctor Francisco Montes de Oca, quien seguiría después a las fuerzas republicanas como cirujano militar. Fue éste, en 1868, el primer director del Hospital Militar de San Lucas, instalado en un edificio de la capital que se conocía como «el Cacahuatal».

El cuerpo expedicionario francés comprendía 26,300 hombres, encabezados por el general Forey. Los equipajes del tren tenían 85 literas y 490 camillas7. El convoy de la ambulancia se estableció en San Bartolo. Los médicos eran distinguidos profesionistas, como el doctor Léon Coindet futuro miembro fundador de nuestra Academia Nacional de Medicina y autor de una obra en tres volúmenes titulada «Le Mexique consideré au point de vue médico-chirurgical» (París, 1867). Muy interesado en los cambios fisiopatológicos producidos por la altura, publicó varios artículos sobre el tema en la «Gaceta Médica de México», por ejemplo: «De la respiración en las alturas», «Fisiología de la respiración», etc.

Durante las operaciones del sitio, se cubrieron de gloria todos los defensores de los puntos fortificados, entre ellos el italiano Luis Ghilardi, comandante del fuerte Hidalgo (antiguo convento del Carmen), quien más tarde sería fusilado en Aguascalientes por los franceses de Lepage. Y fuerzas mexicanas intentaban obstaculizar las comunicaciones de los invasores entre Veracruz y la Angelópolis8. En tales acciones bélicas participaron médicos y cirujanos combatientes como el doctor Francisco Talavera, quien al frente del batallón de la Guardia Nacional de Córdoba luchó en Camarón contra elementos de la legión extranjera. Tras el célebre combate, se dedicó a atender a heridos de ambos bandos. Un solo legionario herido, el italiano Casimiro Lai, logró escaparse y alcanzar a los hombres del coronel Jeannigros; los demás fueron trasladados al hospital civil de Huatusco. Por otro lado, se realizaron aprestos sanitarios en la capital de la república. El 21 de abril de aquel año, el exconvento de Santa Catalina de Siena fue entregado al cuerpo médico militar para que se estableciera allí un hospital de campo.

Según el relato de un testigo presencial9, «cuando concluyó la defensa de Puebla, no había víveres para un día más, si se exceptuaban las flacas mulas de artillería y los caballos, pero no se encontraba maíz o harina ni para los enfermos…». Es muy significativo el hecho de que los oficiales mexicanos prisioneros en Francia recibieran desde Brooke Wight, con fecha primero de abril de 1864, el mensaje siguiente: «A los bravos oficiales que combatieron por la libertad mexicana, envía una palabra de amistad y de esperanza, su hermano José Garibaldi».

En todas partes acontecieron hechos memorables y surgieron figuras ejemplares por dignidad y espíritu de sacrificio. Dos miembros destacados del mundo médico de la capital, los doctores Luis Hidalgo Carpio y Leopoldo Río de la Loza –quien había frecuentado el salón literario del conde de la Cortina– en 1863 fueron designados miembros de la Junta de Notables, lo que no aceptaron.

La fundación de la Academia Nacional de Medicina

En 1864, las autoridades francesas de ocupación crearon la «Comisión científica, literaria y artística de México», que comprendía diez secciones. La sección sexta correspondiente a Medicina, Cirugía, Higiene, Estadística Médica y Antropología, estaba integrada por 22 miembros. El número de «L’Estafette» del 8 de abril de aquel año –periódico en lengua francesa que se publicaba en México desde 1859– así como el «Pájaro verde» del día 23, daban la lista completa de los miembros designados. Diez eran mexicanos: los doctores Miguel F. Jiménez (fig. 1), primer vicepresidente, Agustín Andrade, primer secretario, Rafael Lucio, tesorero, José Ignacio Durán, director de la Escuela de Medicina, José María Vértiz, director del Hospital de Jesús Nazareno, Ignacio Erazo, Luis Hidalgo y Carpio, Francisco Ortega, Luis Muñoz y el farmacéutico Victoriano Montes de Oca. Diez eran franceses: el médico militar Carlos A. Ehrmann, presidente, el obstetra Julio Clement, segundo vicepresidente, los doctores Hounau, Coindet y Pirard, el cirujano Claudet, los farmacéuticos Benoit y Merchier, los veterinarios Bergeyre y Leguistin. Amén del doctor Clement, se eligieron otros dos médicos europeos residentes en la república mexicana: el italiano Luis Garrone, egresado de la Universidad de Turín, y el alemán Agustín Schultz, segundo secretario. Unos meses después, se incorporaron otros miembros mexicanos y extranjeros, como los doctores José María Reyes, uno de los primeros higienistas de México, y Federico Semeleder, médico de los archiduques Maximiliano y Carlota. Este galeno, que actuó como delegado de la Pública Instrucción en el gabinete civil del emperador, fue elegido en 1887 presidente de la corporación, y, en 1897, presidió el III Congreso Médico Mexicano.

Figura 1.

Dr. Miguel Francisco Jiménez. Primer presidente nacional de la Academia Nacional Mexicana de Medicina.

(0.31MB).

La «Comisión científica…» fue suprimida en 1865 y con ella desapareció la mencionada sección sexta. Sin embargo, esta última se reconstituyó el 13 de diciembre del mismo año con la denominación de «Sociedad Médica de México» bajo la presidencia de Miguel F. Jiménez, estableciéndose en el antiguo palacio de la Inquisición, en donde se había instalado la Escuela de Medicina10. En 1873, al redactarse el nuevo reglamento de la corporación por iniciativa del doctor Lauro María Jiménez, tomó el nombre de «Academia de Medicina de México». Ahora cumple felizmente 143 años de fecunda existencia.

Como lo relata Roa Bárcenas11, durante la última fase de la guerra de intervención norteamericana el doctor Miguel F. Jiménez, tuvo el mando de una compañía de voluntarios, incorporada al batallón Hidalgo de la guardia nacional del distrito federal. Entre los oficiales de dicha compañía, compuesta de médicos y estudiantes de medicina, figuraban los doctores Leopoldo Río de la Loza, Francisco Javier Ortega, Francisco Ortega del Villar; entre los soldados rasos, se hallaba el doctor Ignacio Alvarado. A su vez el doctor Rafael Lucio, médico del colegio militar desde 1844, participó en la heroica defensa del Castillo de Chapultepec.

Los inicios de la cardioangiología

En los primeros años de la independencia habían acontecido hechos interesantes, aunque aislados, en los dominios de la cardioangiología. El médico veracruzano Manuel Carpio, primer catedrático de Fisiología en el Establecimiento de Ciencias Médicas, tradujo y publicó en 1823 el artículo «Sobre el uso del pectoriloquio» del doctor Marat, escrito que había aparecido en el tomo cuarenta del «Dictionnaire des Sciences Médicales» (París, 1819). Tocó a Miguel Jiménez difundir el empleo del estetoscopio en México12. Según lo relatado en sus lecciones13, gracias a la auscultación mediata, pudo diagnosticar insuficiencia aórtica en un hombre de 35 años, quien se quejaba de tos seca persistente y presentaba edemas de los miembros inferiores. Oía Jiménez «un soplo áspero –ruido de carda– con su intensidad máxima por arriba y afuera de la tetilla, que coincidía con el segundo movimiento, es decir, con la diástole ventricular». De esto podía inferirse que la lesión se localizaba en el orificio aórtico, correspondiente al punto de auscultación, y que se debía a la insuficiencia de las sigmoideas. El examen anatómico, realizado por dicho médico, mostró destrucción de las valvas aórticas y la presencia de concreciones fibrosas adheridas al endocardio del ventrículo izquierdo. Tales alteraciones, según el distinguido catedrático, eran responsables del soplo y de sus características.

El cirujano alemán Ernesto Hegewisch, en noviembre de 1829, había efectuado en la ciudad de Oaxaca la primera ligadura de la carótida común por un aneurisma verosímilmente luético14. El 13 de noviembre de 1843, el Doctor Rafael Lucio realizó en la capital –al parecer por primera vez en el mundo– la ligadura de la arteria femoral en el vértice inferior del triángulo de Scarpa por un aneurisma espontáneo de la arteria poplítea derecha. Los doctores Matías Beistegui y Francisco J. Vértiz efectúaron en 1845 la primera transfusión sanguínea, con el procedimiento de James Blundell, en un caso de hemorragia puerperal. En 1862, el doctor Joaquín Blengio Molina aplicó en Campeche la primera inyección hipodérmica (de morfina).

Durante la intervención francesa, el 12 de enero de 1864, el cirujano galo Aronssohn efectuaba en Aguascalientes la primera ligadura que se realizara en América de la arteria axilar de un torero, desgarrada por una cornada. Al año siguiente, el doctor Francisco de P. Marín introdujo la jeringa de Pravaz. Y el cirujano Luis G. Muñoz, quien practicara la primera anestesia clorofórmica en la república mexicana, el 26 de septiembre de 1865 ligó la arteria iliaca externa por un aneurisma inguinal izquierdo.

Tras la desintegración del efímero segundo imperio, siguieron los adelantos médicos y quirúrgicos a la sombra de la flamante Academia de Medicina. El 19 de diciembre de 1868, el cirujano yucateco Crescencio Boves ligó con éxito en Tacubaya la arteria cubital en su tercio superior por un aneurisma difuso, debido a instrumento punzocortante.

Por lo que toca a la publicación de artículos sobre temas cardioangiológicos, debe recordarse que las revistas de las antiguas academias, antecesoras de la Nacional, ya habían publicado algún que otro ensayo. Así en el tomo IV (1839) del «Periódico de la Academia de Medicina de México» –la primera Academia médica de la capital establecida en 1836 en el exhospital de Betlemitas–, se encuentra el escrito «Angina de pecho» por el propio director Luis Blaquière. El tomo I de la segunda época de tal revista (1843) contiene el artículo «Enfermedades del corazón» por Gendrin y el tomo correspondiente a 1851 presenta el ensayo «Hipertrofia del corazón» por Juan N. Navarro. El Periódico de la Sociedad Filoiátrica (1844-1845) presenta un informe del doctor Rafael Lucio: «Aneurisma de la arteria poplítea curado por ligadura de la femoral en su parte media», así como una nota del doctor Miguel F. Jiménez: «Apuntes sobre la arteritis». Y el primer tomo de «La unión Médica de México» (1856-1858) exhibe el ensayo siguiente: «Del círculo senil y su relación con la formación grasosa del corazón» por el doctor M. Alfaro.

También en los primeros volúmenes de la «Gaceta Médica de México», órgano de la Academia de Medicina que sigue publicándose en nuestros días, hallamos artículos relacionados con la cardioangiología. En el primer tomo, correspondiente a 1864-1865, podemos ver: «De la obliteración de las arterias» por Miguel F. Jiménez (págs. 6-8) y «Observación de la ligadura de la arteria axilar a consecuencia de una cornada» por el doctor Aronssohn (págs. 337-338). El tomo II (1866) muestra: «Aneurisma inguinal, curación obtenida por ligadura de la iliaca por el doctor Luis Muñoz», del doctor E. Liceaga (pág. 61) y «El yoloxochitl (Talauma mexicana), árbol cuyas semillas y cortezas tiene acción digitálica excelente» de los doctores G. Mendoza y A. Herrera (pág. 223). El tomo III (1867-1868) proporciona tres artículos: «Prueba importante de la percusión y la auscultación en el diagnóstico» de A. Careaga (pág. 235), «Dos lesiones orgánicas del corazón y de las arterias» de F. Brassetti (pág. 299) y «Aneurisma de la aorta» de L.M. Jiménez (pág. 312). El tomo V (1870) ofrece: «Aneurisma traumático difuso de la arteria anónima» de C. Boves (pág. 229). Escritos concernientes a la materia médica se publicaron más tarde en «El estudio», órgano del Instituto Médico Nacional, consagrado a investigaciones sobre la flora y la fauna nacionales y su aplicación terapéutica.

Además salió a la luz la primera tesis recepcional sobre un tema cardiológico, elaborada en la Escuela de Medicina por el doctor Mariano Carrillo (1870)15. Le siguió pronto la primera tesis sobre la digital (1872)16, en la que se daba a conocer la digitalina Nativelle. Esta última se describió en detalle al año siguiente en la «Gaceta Médica de México» (V. VIII, 1873: 223). En 1874 el doctor Ricardo Egea y Galindo, originario de Puerto Rico, publicó en dicha revista el informe de la primera intervención quirúrgica en el área cardiaca: « Un caso de hidropericardio tratado con éxito por punción evacuadora mediante el aspirador de Potain». A su turno el doctor. Rodrigo Martínez elaboró, en 1878, una tesis concerniente a la semiología de las valvulopatías cardioaórticas17.

El sitio de Querétaro

Cuando el sitio de Querétaro, que duró de marzo a mayo de 1867, el doctor José Ignacio Rivadeneyra era inspector general del cuerpo médico del ejército republicano. A éste, había enviado el gobernador del estado de Guanajuato una sección sanitaria de cuatro cirujanos y otros tantos practicantes. Es digno de recordarse el cirujano José Lobato, quien comenzó a usar algodón en vez de hilas en los apósitos de las heridas, según el método introducido por el médico francés Turrain. Lobato, ya discípulo de Hidalgo y Carpio, publicó en 1879 un estudio sobre los anestésicos.

Entre los galenos del bando imperialista, debe mencionarse un austriaco Samuel Basch (fig. 2), quien fuera médico de cámara de Maximiliano de Habsburgo desde septiembre de 1866 hasta la muerte de este último. Le acompañó en Querétaro y estuvo con él en prisión. De regreso a su patria, dio a la imprenta un libro de memorias18, que poco más tarde apareció aquí con el título «Recuerdos de México» (1870). En abril se le confió a Basch, la inspección general de los centros sanitarios de la ciudad sitiada. Se le ocurrió establecer en el casino, y bajo su inmediata dependencia, una especie de enfermería modelo. Ayudado por el médico alemán Prandt, organizó una sección de cuarenta camas, que ocupaba dos salas y dos cuartos19. Poco a poco fue introduciendo los reglamentos de esta enfermería también en los otros hospitales. Puesto que la notoria escasez de la caja militar no permitía proporcionar fondos para los hospitales, pensó constituir una junta de beneficiencia integrada por el párroco, otros dos sacerdotes y unos vecinos de los más acomodados. Consiguieron así ropa blanca, colchones, hilas y vino.

Figura 2.

Dr. Samuel von Basch, austríaco, miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina de México.

(0.09MB).

El viejo Hospital Real de la Limpia Concepción, regentado durante dos siglos por los Hermanos de la Caridad (Hipólitos), se había traslado en 1863 al colegio de Santa Rosa de Viterbo de las terciarias franciscanas, obra del arquitecto queretano Ignacio Mariano de las Casas terminada en 1752. Se había adaptado como hospital el Hospicio Vergara, de principios del siglo XIX. Se instaló así mismo un hospital de campo en el claustro grande del convento de la Santa Cruz, sede del cuartel general de las tropas imperiales. El colegio apostólico de la Santa Cruz de Querétaro fue el primero establecido en las Indias Occidentales, bajo la jurisdicción de la congregación pontificia para la propagación de la fe («De propaganda fide»). Autorizado por Breve del papa Inocencio XI en 1682, se inauguró en 1683 con la dirección de fray Antonio de Linaz OFM. Fue ampliándose y estableciéndose progresivamente y se le aseguró un copioso suministro de agua con la construcción del soberbio acueducto de sillería, debido a la generosidad del marqués de la Villa del Villar del Águila. El padre Isidro Félix de Espinosa OFM, en su «Chronica apostólica y seraphica…» de 174620, relata que la biblioteca conventual tenía un acervo de más de 7,000 volúmenes y describe las obras de arte presentes en la iglesia, entre ellas un Santo Cristo de marfil, don del marqués de Torre-Campo gobernador de las islas Filipinas. Vale la pena señalar que dicho convento fue el último refugio de los militares españoles del brigadier Luaces durante el sitio de la ciudad en 1821.

Sin embargo, los aprestos sanitarios realizados resultaron insuficientes por el gran número de heridos y enfermos propios y enemigos. De ahí que la mortalidad fuera considerable, pese a la esmerada atención médica.

Las vicisitudes del doctor Basch

Después de la caída de la plaza, Basch atendió al archiduque enfermo de disentería en el exconvento de Santa Teresa –una fundación piadosa de la marquesa de Selva Nevada en los albores del siglo XIX– en colaboración con los doctores Rivadeneyra y Suiró, proporcionando este último alguna ropa de cama. Cabe decir que todos los médicos militares del bando imperialista continuaban sus labores asistenciales en los hospitales locales21.

El doctor Basch no presenció la tragedia del cerro de las campanas y se enteró de la catástrofe por su colega Reyes, testigo de lo hechos. Pero asistió a las operaciones de embalsamar el cuerpo del archiduque, realizadas en la iglesia conventual de las capuchinas por los doctores Rivadeneyra y Licea. Ni Basch ni los ministros de Prusia y de Austria, pudieron obtener de las autoridades republicanas la entrega del cadáver, que el doctor Ignacio Alvarado volvió a embalsamar en la iglesia del Hospital de San Andrés en México. Meses después, dicho cadáver fue entregado al vicealmirante Tegetthoff.

Entre 1881 y 1888, elaboró Basch tres tipos de esfigmomanómetro, de los cuales el primero de columna de mercurio sirvió de modelo al aparato de Riva-Rocci. Y el galeno austríaco mantuvo relaciones seguidas con el mundo médico mexicano, como miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina.

Aun en tiempos tan aciagos por la vida nacional –como los de la intervención francesa y el segundo imperio– resaltan el sentido de responsabilidad y el espíritu de sacrificio de la clase médica. Ese período entrañó, pese a todo, factores indiscutibles de progreso científico y de solidaridad humana. Por aquel entonces se dieron los primeros pasos a la medicina mexicana en campos tan prometedores como el de la cardioangiología22. Los hechos relatados no tuvieron repercusiones inmediatas. Permitieron, sin embargo, el despegue de la verdadera especialidad cardiovascular en los años cuarenta del siglo XX gracias a la visión del doctor Ignacio Chávez uno de los forjadores de la cardiología moderna.

Parece oportuno evocar aquí la inscripción grabada en un antiguo templo de Agrigento, la ciudad de Empédocles: «La lucha (o pólemos) es madre de todas las cosas», y en la lucha –afirma Heidegger23–«se intenta establecer la unidad del universo».

Financiación

No se recibió patrocinio de ningún tipo para llevar a cabo este artículo.

Conflicto de intereses

El autor declara no tener ningún conflicto de intereses.

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