Recientemente el Prof. Pastor1 reflexionaba sobre las secuelas psicológicas que afrontaremos a causa de la reciente pandemia. Aunque destacaba la causalidad de las mismas en las «medidas tomadas para combatirla»1, analogía bélica esgrimida por Richard Hatchett, principal estratega de la pretendida «guerra» contra un nanométrico «enemigo»; merece la pena recapitular su análisis para distinguir entre causas reales y meras excusas circunstanciales.
Basta una revisión bibliográfica para identificar las secuelas psiquiátricas en pacientes convalecientes de la infección por SARS-CoV-22, pero los cambios comportamentales que ha experimentado el común de la población son más bien una evidente reacción psicológica a la respuesta que como sociedad se nos ha impuesto3 el confinamiento indiscriminado de la población y el cese de cualquier actividad laboral «no esencial». En ese sentido, es reseñable, como el presidente bielorruso ya aventurara, que la inducción de «psicosis» pudiera «prevenir» la enfermedad. Aclaro que uso laxamente psicopatía en el sentido de cierto grado de trastorno antisocial4, amplificado por el pánico publicitado que probablemente ha logrado persuadir a la ciudadanía para asumir el «distanciamiento social».
Conocida es la excepción sueca, que se abstuvo de decretar tal medida de contingencia. Su responsable ante esta emergencia sanitaria señaló en su día que la evidencia sobre la eficacia del confinamiento era escasa o nula5. Comparar las cifras de sobremortalidad a nivel europeo6 permite inferir que confinamientos tan abusivos como el impuesto en España no le ha impedido alcanzar la mayor desproporción de decesos. Volviendo al ejemplo sueco, su legislación sólo contempla el confinamiento puntual y temporal de ciertos residentes para acelerar su diagnóstico7. Aquí se inmovilizó a la población mientras se demoraba la asistencia médica. Lo realmente absurdo es que ningún gestor sanitario se haya planteado la flagrante violación que dicho proceder supone con respecto al más elemental principio ético de la medicina: «primum non nocere».
Peor que actuar sin criterio resulta obrar conforme a uno incorrecto. El caso que nos ocupa se justificó en un modelo matemático diseñado bajo presupuestos de otra infección, una gripe pandémica8, y el precedente histórico de aislamientos voluntarios de pequeñas comunidades estadounidenses durante la llamada «gripe española»9. Excuso decir que también resulta absurdo que tan drásticas medidas, cuyas contraproducentes externalidades socioeconómicas eran fácilmente previsibles, fueran promulgadas antes de cuantificar seriamente la letalidad de una infección10, muy inferior a la inicialmente publicada.
Apresurarse mientras se hipoteca la vida de millones de sanos no es juicioso, pero tampoco lo es aplazar la atención a enfermos, y menos si se escudan en ensayos clínicos en los que se administra una dosis cuatro veces superior a la efectiva («Recovery», Universidad de Oxford)11, quizá cegados por absurdos sesgos ideológicos, que pudiera haber privado a centenares de miles de pacientes de un remedio eficaz. Destáquese también que una investigación apresurada e irreflexiva suele preludiar futuras retractaciones12.
Mucho se investigará, y quizá todo cambiará, a consecuencia del episodio histórico que estamos viviendo. No olvidemos nunca a quienes han ayudado, pero tampoco a aquellos que agravaron este dramático suceso.
FinanciaciónEste trabajo no ha recibido ningún tipo de financiación.
Conflicto de interesesEl autor declara no tener ningún conflicto de interés.