La violencia de género (VG) es una realidad en nuestro entorno y un problema de salud pública a nivel mundial: una de cada 3 mujeres padecerá violencia física o sexual a lo largo de su vida1. Los profesionales de los centros de atención primaria (CAP) se encuentran en una posición clave para contribuir a la prevención y detección precoz de los casos de VG, por eso se requiere urgentemente el desarrollo y mejora de los métodos de identificación de estos casos y la correcta formación de todos los profesionales de atención primaria.
Recientemente la revista Atención Primaria publicó una carta científica sobre un estudio para determinar la prevalencia y tipo de VG que padecían las mujeres jóvenes atendidas en un CAP, además de comparar la VG detectada en el estudio con la registrada previamente en la historia clínica2. Para llevar a cabo el estudio, se utilizó un cuestionario breve validado en el año 2003 en Buenos Aires; pero teniendo en cuenta el avance y la investigación que se ha conseguido en todos los ámbitos relacionados con la VG, creo relevante indicar que hubiera sido más adecuado utilizar algún cuestionario validado más recientemente como, por ejemplo, el que publicaron Pichiule Castañeda et al. en el año 20203.
Uno de los resultados más importantes que expone el estudio, y sobre el cual conviene actuar rápidamente, es la baja detección de casos de VG en la historia clínica rutinaria: mediante el cuestionario se detectó una prevalencia del 70,9% de los casos, en tanto que previamente, con la historia clínica, la prevalencia detectada era del 1,53%. Es necesario replantearnos qué protocolos se están estableciendo para una prevención y cribado más efectivos de casos de VG1. Sobre todo, urge garantizar estas mejoras en el ámbito de la atención primaria, donde las mujeres acudirán más de una vez a lo largo de sus vidas; hay que estudiar cuál es el mejor método para llevar a cabo un cribado general de todas las mujeres que acuden a los CAP, añadiendo siempre en la historia clínica inicial preguntas o exploraciones que permitan una mejor detección o prevención de la VG.
Otro aspecto interesante del estudio comentado es la elevada susceptibilidad de las mujeres a sufrir VG en la juventud y adolescencia. Actualmente, hay un aumento de casos de VG en las parejas adolescentes y se ha dado la aparición de un nuevo tipo de violencia que sería toda aquella perpetuada mediante Internet y las redes sociales. Una vez más, la atención primaria se encuentra en una posición privilegiada para intentar mejorar la detección y prevención de víctimas de VG, pero nos encontramos también con una falta de preparación y una inseguridad por parte de los profesionales4. Además, los jóvenes y adolescentes suelen acudir a las consultas con menor frecuencia y acompañados por sus progenitores, dificultando así la creación de un espacio cómodo y de confidencialidad con los pacientes. Por lo tanto, sería necesaria también la creación de protocolos específicos para identificar y tratar la VG en adolescentes, además de mejorar la formación de los profesionales.
Aun así, la asistencia primaria en nuestro país se enfrenta a una situación muy precaria, que limita todo intento de mejora que se ha mencionado. Los reducidos tiempos de visita, las largas listas de espera y la falta de personal impiden solucionar la necesidad inmediata de mejorar la situación de la VG que a tantas mujeres de nuestro entorno afecta. Sin embargo, la falta de inversión y potenciación de la atención primaria por parte de las administraciones no debería retardar la urgente mejora de la detección de VG.