El antígeno específico de la próstata (PSA) es una proteína sintetizada en el tejido prostático. Su principal función es licuar el coágulo seminal y facilitar el transporte de los espermatozoides por los conductos deferentes hacia la uretra. Su aplicación en la práctica clínica radica en su uso como marcador inmunológico del cáncer de próstata, tanto en el cribado como en el seguimiento de esta neoplasia. Sin embargo, al ser una proteína órgano-específica y no tumor-específica, puede estar elevada sin que haya neoplasia de próstata. Así, para determinados valores de PSA no tiene una elevada especificidad y no permite una buena distinción entre la hiperplasia benigna de próstata (HBP) y la neoplasia de próstata localizada1.
Con el fin de aumentar la especificidad de esta prueba de cribado, es decir, para diagnosticar el mismo número de neoplasias pero reduciendo el número de biopsias negativas y la consiguiente ansiedad que conlleva esta sospecha diagnóstica en los pacientes, se han propuesto diferentes formas de cuantificar los valores séricos de PSA.
Estas diferentes formas de valorar el PSA2,3 tienen especial utilidad en la denominada «zona gris», o de máximo solapamiento entre la posibilidad de que el aumento del PSA sea consecuencia de una enfermedad prostática benigna o maligna, que se sitúa en los valores de PSA entre 4 y 10 ng/ml.
Aunque algunas sociedades científicas recomiendan la utilización del PSA para el cribado del cáncer de próstata, otras sociedades no recomiendan su utilización porque consideran que en la actualidad no hay pruebas suficientes que demuestren que un programa de cribado pueda tener un impacto en la morbimortalidad por cáncer de próstata. En nuestro medio, el Programa de Actividades Preventivas y Promoción de la Salud (PAPPS) de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria no lo recomienda4.
Un reciente estudio publicado en JAMA objetiva que ningún valor de PSA ofrece suficiente fiabilidad para el cribado y demuestra que en ningún punto de corte se puede encontrar una especificidad y una sensibilidad mínimamente razonables juntas5.
Por otro lado se observa el incremento que tiene el hecho de añadir el tacto rectal al PSA sobre el valor predictivo positivo, la sensibilidad y la especificidad (tabla 1)6. Así, si el paciente ha optado por el cribado del cáncer de próstata, éste se debe optimizar buscando aumentar la sensibilidad mediante el PSA junto con el tacto rectal.
El tacto rectal es una exploración muy útil, fácil de realizar, mediante la cual obtenemos información que sólo podemos saber al realizar esta exploración, y que será importante a la hora de orientar la conducta posterior (diagnóstico y tratamiento). Es una exploración sencilla al alcance de todo médico. El argumento de la inexperiencia no tiene ningún valor, dado que es una exploración que se debería realizar con frecuencia, y será esta frecuencia que nos permitirá tener y mantener esta necesaria habilidad. El tacto rectal es un elemento imprescindible dentro del paquete básico de exploraciones físicas realizadas por cualquier médico de atención primaria.
Con la realización del tacto rectal obtendremos unos datos que nos permitirán evaluar la morfología, el tamaño, la consistencia, la movilidad, la regularidad de sus límites, la presencia de nódulos y la sensibilidad de la próstata7.