Los investigadores de la Escuela de Bateson del Mental Research Institute of Palo Alto de California, como Paul Watzlawick, propusieron en la década de 1940 un «enfoque comunicacional, interaccional o sistémico»1. Defendieron la comunicación como un proceso dinámico y bidireccional, basado en la interacción interpersonal, puesto que el efecto de la comunicación no incide únicamente en la conducta del receptor, sino que a su vez, la reacción de este afectará al emisor. Esto responde al «aspecto más prágmático de la comunicación humana»1 (la pragmática como área fue descrita por C.W. Morris en 1938) íntimamente relacionado con el comportamiento humano, siendo los datos de la pragmática tanto verbales como no verbales.
Para explicar de qué forma la comunicación afecta a la conducta, los investigadores de Palo Alto se basaron en el principio de retroalimentación (feedback) como «denominador común del sistema interpersonal»1. Uno de los aspectos más relevantes de este proceso reside en que se ofrece (más bien se fomenta) la oportunidad al paciente de expresar sus dudas, creencias y sentimientos (fundamento del modelo biopsicosocial: «atención centrada en el paciente»2), desarrollando un enfoque deliberativo más allá del meramente informativo (unidireccional).
Todo ello, fue posteriormente recogido y ampliado por S.M. Kurtz en su teoría «Comunicación efectiva»3, basada en: a) asegurar una interacción en lugar de una transmisión directa; b) reducir la incertidumbre innecesaria, la cual provoca una distracción de la atención, siendo fácil entender que la inseguridad aumenta si el paciente debe «enfrentarse» solo al consentimiento informado (CI); c) planificación-objetivos; d) ofrecer dinamismo, generando la comunicación un efecto en el otro, lo cual requiere flexibilidad y receptividad, y e) seguir un modelo bidireccional (helicoidal).
Así pues, integrando lo anteriormente comentado, creemos conveniente renovar la formulación del CI, asegurando una interacción médico-paciente desde un punto de vista bidireccional, más acorde con la realidad en términos de comunicación que observamos en la consulta y de la progresiva cuota de autorresponsabilidad que los pacientes pretenden asumir.
Sin obviar el uso legal del CI (siendo, por otro lado, absolutamente necesario) recogido en los artículos 156 del Código Penal4 y 8-10 de la Ley de Autonomía del Paciente 41/20025 (donde se expresa el «derecho del paciente a la información y a la libre elección una vez que ha recibido información adecuada»5) entendemos la necesidad de ofrecer un ligero matiz: la información no implica interacción, la comunicación sí. Por tanto, el CI debe contemplar fundamentalmente la comunicación, de tal manera que deberíamos no solo proporcionar información sino cerciorarnos de que el paciente la entiende en todos sus términos, cerrando el mencionado circuito de retroalimentación.
Si bien es cierto que atendiendo a la presente crisis sanitaria puede existir situaciones que requieran una mayor atención que la destinada a renovar el CI, no se debe infravalorar la utilidad de las habilidades de comunicación (HC) en el área de las Ciencias de la Salud. La evidencia científica (Stewart, 1995; Williams-Weinman-Dale, 1998; Rubin, 1990; Hall-Elliott-Stiles, 1993; Moller-Leimkuhler et al., 2002) demuestra que «unas adecuadas HC aumentan la satisfacción del paciente»6. Por ende, en un momento tan «delicado» como el actual, ¿acaso no sería imprescindible recuperar la satisfacción del paciente sobre el sistema sanitario? Nosotros entendemos que sí.
Retomando los datos de la pragmática, resulta fácil entender que cuando el paciente lea el documento entregado «para que lo estudie con calma» ante la ausencia del facultativo, este no podrá valorar ni interpretar el contenido verbal y no verbal, con lo que con dicho formato de CI se puede perder una enorme fuente de información para conocer las preocupaciones del paciente y/o familiares.
En síntesis, sería preciso convertir el CI en un «consentimiento comunicado», avalando la adecuada interacción médico-paciente y garantizando un abordaje bidireccional en el seno de un acto comunicacional propiamente dicho.