Santiago Álvarez habla en su interesantísimo artículo1 de valores éticos, pero éstos no son más que palabras si no se concretan en algo observable. Según Adela Cortina, en su Ética de la Sociedad Civil, libertad, igualdad y fraternidad dan contenido a la ética cívica en las sociedades democráticas occidentales, en donde es difícil que una organización pueda obtener legitimación social sin promover dichos valores en su ámbito de actuación. Libertad, igualdad y fraternidad se traducen en nuestra sanidad pública por autonomía, equidad y solidaridad, y muchas de las cuestiones referidas por Álvarez se relacionan con el modo con que nuestra atención primaria incorpora dichos valores en su relación con profesionales y pacientes2.
La potenciación de la autonomía responsable en el contexto sanitario se denomina empowerment tanto del paciente3 como del profesional4. Del mismo modo que los pacientes no necesitan del paternalismo de sus médicos para saber qué les conviene, tampoco los profesionales necesitan del paternalismo de sus directivos para conocer qué les conviene como profesionales que crean y dan servicio en una organización. Por otro lado, el cumplimiento estricto de la norma, en un marco organizativo tan rígidamente reglamentado como el nuestro, no debería anular el trato equitativo a los pacientes (equidad externa) o a los profesionales (equidad interna). Nuestra sanidad pública provee solidaridad y cohesión social contribuyendo así al desarrollo económico. Se trata de una solidaridad «externa» dirigida a los pacientes. Pero los integrantes de la organización también necesitamos de una solidaridad «interna» resultado de compartir una misión y visión y unos valores. ¿No puede ser nuestra atención primaria una comunidad que proponga a sus miembros una identidad, un sentido de pertenencia, una tarea y bien comunes, unos valores y un sentido de la «excelencia» compartidos? ¿Es esto posible con 3 sociedades científicas de médicos de atención primaria que se ignoran cuando no se enfrentan?
Sitúa Álvarez sus reflexiones desde la perspectiva de la práctica del médico de familia determinada por una limitación del margen de maniobra. Una limitación derivada del déficit de libertad-autonomía profesional del médico de atención primaria producto del devaluado papel que nuestra sanidad pública le reserva y que envilece su dignidad profesional y personal. Casi 30 años de reforma no han bastado para otorgarle un solo gramo de autonomía profesional, una limitación del desarrollo profesional y personal que devalúa directamente el bien interno de su trabajo y de su especialidad. En relación con ésta, sostiene Álvarez que «las posibilidades de desarrollo profesional son múltiples dentro de esta versátil especialidad». No podemos confundir empleabilidad con desarrollo profesional. Efectivamente, los especialistas en medicina de familia y comunitaria (MFyC) pueden emplearse en muchos sitios y ya son minoría quienes trabajan en un centro de salud tras terminar su especialidad5. Pero esto no significa desarrollo profesional del médico de atención primaria, ni tan siquiera del especialista en MFyC. Las formas organizativas desintegradoras fragmentan la atención y, por mucho que signifiquen empleo para el especialista en MFyC, aminoran el desarrollo profesional del médico del centro de salud que deja de hacerse cargo de problemas que podríamos considerar «terrenos perdidos» para la atención primaria. Así, surge la paradoja de que a mayor empleabilidad del primero, menor posibilidad de desarrollo profesional del segundo.
Señala Álvarez que el dominio de la productividad en la cultura laboral arrincona otro tipo de valores como la construcción de una relación clínica compasiva, comprometida y gratificante. Efectivamente, es el precio que pagamos por la preeminencia de un gerencialismo-burocrático poco humanista y poco reflexivo que, con escaso sustento teórico, enfatiza lo cuantificable, se centra en los resultados inmediatos, propone soluciones simples para problemas complejos, ignora los hechos que no encajan con sus supuestos y construye imaginarias realidades que no son las vividas por los profesionales ni pacientes6.
Los valores éticos no son más que palabras si no se concretan en hechos o conductas observables. Por lo tanto, desde la profesión y la ética, es prioritaria la inexcusable unión de las 3 sociedades científicas y abrir las puertas al campo de la autonomía profesional4. Hay que alejarse del rígido, injusto y agotado modelo burocrático-gerencialista que no recompensa el talento ni la dedicación, que burocratiza, automatiza y precariza la profesión médica, y evolucionar hacia nuevas formas organizativas que impliquen transferencia neta de poder, privilegien la autodirectividad, la creatividad, el verdadero trabajo en equipo y la habilidad para vérselas con la incertidumbre de forma que se favorezca el desarrollo profesional y la gestión del conocimiento.