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Vol. 20. Núm. 1.
Páginas 58-59 (junio 1997)
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¿Puede existir un único colectivo de médicos de cabecera?
Can exist only one single collective of General Practitioners?
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M. Seguí Díaza
a CS Dalt Sant Joan (Mahón). Menorca.
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Sres. Directores: Muchas veces me pregunto, ¿cómo es posible que, después de casi 20 años de la creación de la especialidad de medicina familiar y comunitaria, en las jornadas de la misma en mi comunidad, me sienta de los de mayor edad, y, en cambio, cuando asisto a los congresos anuales de medicina general, me ocurre todo lo contrario? Soy de los más jóvenes.

Y es que es lamentable que, después del tiempo transcurrido, sigan existiendo desavenencias que dividan al colectivo de los médicos de cabecera. Divisiones generacionales, que no hacen más que demostrar que éstos no tuvieron en cuenta a aquéllos; que los nuevos profesionales de especialidad no tuvieron una conciencia histórica (Ortega y Gasset) de lo que significaba la medicina general en nuestro país, y no comprendieron que a la degradación de la AP que se había llegado eran ajenos los profesionales, y que se trataba de una situación de desinterés por parte de la administración de aquel entonces, y por tanto, de descapitalización del primer nivel. Pero, aquellos polvos trajeron estos lodos, aquel médico que se debía convertir en el heredero del médico de cabecera de antaño desvirtuó su imagen y pasó de ser generalista a especialista de los recién creados centros de salud; y, mostrando un comportamiento poco comprensivo con sus compañeros, que habían ejercido la profesión hasta ese momento, obligó a éstos a amoldarse a una estética de funcionamiento «en equipo» en la consecución de unos objetivos de salud que, en mi opinión, aún hoy, están poco evaluados y, si cabe, poco contrastados.

Aquel comportamiento prepotente y engreído de algunos, aquel «todo para el pueblo, pero sin el pueblo» de otros, y un enorme y cínico desconocimiento histórico de la evolución de la sanidad en nuestro entorno, produjeron profundas heridas y divisiones en un mismo colectivo, y las cuestiones como: la denominación de la especialidad, el acceso a la titulación y los baremos para acceder a las plazas, no son más que conflictos surgidos de la falta de reconocimiento a la labor de nuestros ancestros; síntomas de una enfermedad, más que propiamente hechos en sí. Y, por tanto, no es de extrañar que hay muchos médicos generales que no se sientan en absoluto representados por la semFYC, y que periódicamente se celebren 2 congresos multitudinarios de médicos de cabecera, que, dicho sea de paso, anualmente aumentan ambos en afluencia, y que si bien aglutinan a médicos con los mismos problemas, su concepción y visión de la realidad es diferente.

Hoy por hoy, a Dios gracias, ha desaparecido la impresión que nos manifestaban los recién estrenados especialistas de aquel entonces, sobre que la medicina preventiva en nuestro país comenzó el año 1978 en Alma-Atá y el decreto de creación de la especialidad (Real Decreto 2.015/78, desarrollado en el RD 3.303/78 de 29 de diciembre), y el consiguiente menosprecio a todo aquel médico de cabecera de toda la vida, y por tanto «no MIR». Sin embargo, sin querer aceptar otros que, España, antes de esa fecha emblemática, y gracias al desarrollo socioeconómico del país, a la organización sanitaria de entonces y a la labor de profesionales de primaria, alcanzó unos niveles de indicadores de salud (mortalidad infantil, vacunaciones, esperanza de vida, etc.), de satisfacción, eficiencia del sistema (gasto sanitario per cápita) y equidad (porcentaje de cobertura pública), muy aceptables si los comparamos con los países de nuestro entorno ­siempre mejorables­; que se había realizado una enorme labor preventiva y de promoción de la salud en la erradicación de las enfermedades infecciosas, etc.; que muchos de esos médicos de cabecera, a los cuales tenían minusvalorados, habían obtenido su plaza ­no todos­ después de superar duras oposiciones; habían estado trabajando en condiciones muy duras de precariedad, penosidad, si cabe, de peligrosidad, soledad y sin medios materiales; y, por último, sin querer aceptar que la situación de partida en la que nos encontrábamos no era fruto, en absoluto, de estos profesionales de la sanidad, sino de la Administración de aquel entonces. Era por todo ello muy difícil el entendimiento.

Sin embargo, «el pueblo que ignora su historia, está obligado a repetirla» (Santayana), y como dice el Dr. M. Gálvez1, «se vuelve entonces la vista hacia aquella figura querida y eficiente que tal vez podría resolver muchos de los problemas de salud y mantener la satisfacción de la población»; después de convertir al médico en funcionario, asalariado de los centros de salud, encorsetando su actividad y, por tanto, su sueldo, se vuelve a apelar al sentido liberal de la profesión en aras de la eficiencia del sistema.

Ahora bien, estoy plenamente convencido que, desde el surgimiento de la especialidad, la herencia de aquella persona entrañable, que entre sabio y confesor, era extremadamente accesible, humano y humanista; que sin limitaciones de edad, sin burocracia, sin trabas administrativas, trataba a toda la familia; y que, con un enorme grado de abnegación e integrado fuertemente en la comunidad, era al mismo tiempo un amigo y un notario de la historia familiar, no la recibió el especialista en medicina familiar y comunitaria. Si cabe, se encuentra acantonada en la labor anónima y desinteresada de algún médico rural, de algún médico titular, pero actualmente estoy convencido que no se encuentra en los CS y creo que, en las presentes condiciones, es muy difícil que lo llegue a estar algún día.

Siguiendo la argumentación del articulista, la RAP y creación de los centros de salud, si bien incrementaron recursos tanto humanos como materiales, y por tanto han mejorado y dignificado el funcionamiento de éstos, no han sido lamentablemente correspondidos en la misma medida con la satisfacción del usuario; y, sin embargo, han llevado a una hipertrofia de los ambulatorios de antaño, asumiendo algunas de sus carencias, manteniendo e incrementando la carga burocrática, al tiempo que las novedosas herramientas de intervención, caso de la planificación, programación y protocolización, etc., con las que se tenían que solucionar los problemas de los antiguos ambulatorios (masificación, despersonalización, abuso servicios de urgencias, etc.) se han demostrado a todas luces insuficientes. Toda vez que este cambio de concepción ha llevado a que, paradójicamente, no disminuya la demanda asistencial, sino que, por el contrario, aumente, al intervenir el médico de familia en enfermedades crónicas que le exigen un gran esfuerzo, esfuerzo que, con la excepción de la diabetes, en mi opinión, no se corresponde con los resultados obtenidos; pero sí han condicionado que disminuya la accesibilidad al médico de cabecera, potenciando, sin quererlo, el bypaseo de los ciudadanos a los servicios de urgencias y PACS. En fin, y sin querer extenderme en este punto, que encima de algunos de los antiguos y no resueltos problemas, se han añadido otros, fruto de una nueva concepción de la atención primaria, una concepción que, paradójicamente, si bien le ha exigido unos ingentes --pero insuficientes-- recursos, no la hacen bastante resolutiva.

No hay duda, por otro lado, que la formación es fundamental, que un médico con conocimientos es mejor que aquel que no los posee; pero no hay que olvidar en nuestro medio la función de agencia, nuestro papel de consejeros y de porteros del sistema, nos lleva a valorar fuertemente, al margen de los conocimientos del sanitario, la permanencia en el puesto de trabajo como un mérito en la longitudinalidad de la asistencia (factor considerado actualmente como el más importante para la contención de la demanda asistencial y en la utilización del sistema sanitario); pues, y al contrario de lo que piensa el Dr. Gálvez, nuestra función está fundamentada en atender banalidades, además de otra patología diversa o especial, y que para esta labor quizás es más importante el grado de confianza del paciente en su médico y el nivel de escucha empática e interés por sus problemas que tenga el galeno que el nivel de conocimiento en una u otra enfermedad específica.

Con independencia de los motivos laborales de uno u otro grupo, que se argumentan como fundamentales en la división del colectivo de médico de cabecera, no hay duda que existen motivos de concepto, de realidad histórica, que por no comprendidos no son asumidos, aceptados, y que producen profundas grietas entre los médicos generales; la esperanza, no obstante, a la postre, es que las 3 sociedades que integran a todos estos facultativos: SEMG, SEMERGEN y semFYC, lleguen a conocerse, comprenderse y alcancen a asumir un mismo ideal, un camino único y unas reivindicaciones consensuadas delante de la Administración. En este sentido, al menos, hoy por hoy, hay algo a favor del entendimiento de los presidentes de las 3 sociedades: todos ellos pertenecen al antiguo cuerpo de médicos titulares de APD, y por tanto son plenamente conocedores del sentido histórico de nuestra profesión.

Bibliografía
[1]
Gálvez M..
Hacia un único colectivo de médicos de familia..
Aten Primaria, 18 (1996), pp. 409-410
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