En fechas que a nosotros aún nos parecen recientes, tuvo lugar el último congreso de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria en Zaragoza. Quizá tú fuiste uno de los congresistas que compartió con otros cuatro mil, tres días que para nosotros resultaron inolvidables. Fueron las siguientes semanas tiempo de inventario, de añoranza. Son experiencias intensas, largas, que el azar brinda muy ocasionalmente. Probablemente haga falta una dosis importante de imprudencia, de osadía, para aceptar la oferta de participar en la organización de un evento como éste.
Llegados a este punto, ninguno de nosotros se arrepiente de aquella decisión. Los 15 meses de reuniones semanales, los cientos de llamadas telefónicas, las complicidades en los problemas, el encuentro con compañeros que cuidan con tanto esmero el raro rescoldo de la ilusión, y también los nervios, la satisfacción y muchas otras cosas. Queda al final un sabor largo, persistente, al que resulta difícil renunciar. Deseamos que quienes ahora están en la responsabilidad en la que nosotros estuvimos el pasado año tengan igual fortuna y que el resultado final les recompense del mismo modo.
Claro está que todo esto se refiere al poso que nos ha dejado nuestro trabajo, a la satisfacción por el razonable resultado final. Sin embargo, hay otros muchos elementos a valorar tras asistir desde una posición tan privilegiada a un evento como éste. Simplemente disponemos de información a la que de otro modo no resulta tan sencillo acceder. Por tanto, las reflexiones que proponemos representan nuestra opinión, casi siempre fruto de situaciones vividas desde el interior de la organización del congreso y de multitud de conversaciones con compañeros. Nuestra voluntad es la de participar en un debate que ya está abierto, sobre el que ya existe opinión publicada, al menos desde el congreso de La Coruña de 1994.
Quienes por diversos motivos recalamos en la organización del congreso entendíamos que era la Sociedad Española la que delegaba en la Aragonesa el importante cometido de llevar a buen puerto el proyecto de Zaragoza-98. Este era un año, el primero, en el que todo iba a resultar menos gravoso. La semFYC, con el propósito de aprovechar la experiencia que vamos adquiriendo en la organización de congresos recordemos que el nuestro es el más numeroso de Europa, había creado una empresa propia, semFYC-Congresos, para estos menesteres. No hacía falta acudir a empresas ajenas para resolver tantos problemas, éramos nosotros mismos. Todo debiera ser ventajas de coordinación y por qué no decirlo, también económicas. Ánimo colaborador.
Durante los meses de largos preparativos, en muchos de nosotros fue decantándose con mayor nitidez, algo que ya percibíamos como asistentes a los últimos congresos nacionales, la necesidad de plantearnos qué tipo de congreso queremos, a qué tipo de congreso queremos asistir, cómo debiera ser el congreso que nos representa y que nos convoca anualmente en ciudades diferentes.
En un congreso hay, al menos, un importante componente científico y otro, también importante, lúdico, cultural y de reafirmación de nuestra especialidad y de la figura del médico de familia. Nos debe dar la posibilidad de aprender cosas, recordar algunas olvidadas, despertar inquietudes, compartir experiencias con compañeros de lugares bien diferentes, conocerlos, charlar distendidamente, pasarlo bien, conocer la gastronomía y otros usos y costumbres, viajar, etc. Pero, el congreso, ¿debería ser así?, ¿debería ser algo más? o, planteado del modo que lo hacían nuestros compañeros de la XIII edición de Galicia1, «¿nos sirven a los médicos de familia?, ¿son los congresos que necesitamos?».
¿A todos nos parece bien que el congreso sea una importante fuente de financiación?, ¿nos parece bien que nuestro congreso «arroje» unos beneficios superiores a 65 millones de pesetas?, ¿cuáles son los riesgos que hay detrás de la aceptación de todo esto?, ¿hay alguna contradicción?, ¿cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a hacer frente a este «óbolo»?, ¿deben buscarse alternativas al progresivo incremento del número de inscritos, que sólo parece tener un límite, el de la disponibilidad de recursos por parte de la industria farmacéutica? El número total de inscritos aumenta el impacto social del congreso, ¿pero es compatible con sus objetivos?
Una respuesta que aparentemente lo es para una parte importante de estos interrogantes podría ser que depende del destino de los recursos generados. No cabe duda de que son utilizados aplicando los familiares criterios de eficacia, efectividad y eficiencia. Siendo así, ¿dejan de ser válidos los interrogantes planteados?
Mencionemos algunas aparentes contradicciones: ¿se puede hacer convivir la pertrechada independencia individual frente a la industria farmacéutica, con esta más que aparente dependencia? Si un día, por improbable que sea, que lo es, la industria cambia de estrategia, al congreso resultante ¿lo reconocería alguien?, ¿sería, al menos, posible? Si consideramos un valor la independencia, o al menos la falta de forzadas servidumbres, ¿deberíamos luchar por una cuota de inscripción «posible»?
Han pasado cinco ediciones desde La Coruña, y seguimos planteándonos idénticas preguntas quienes desde dentro hemos vivido esta experiencia. ¿Cuáles son los obstáculos para intentar una respuesta a estos interrogantes? La inercia tan sólo conducirá a un congreso cada vez más grande, ¿para cuándo el congresista número 9.999?
Algunas de estas reflexiones también fueron hechas en el transcurso de los largos preparativos del congreso. Quizá no era el momento más adecuado, pero no siempre disfrutaron de favorable acogida. ¿Cuál hubiera sido la opinión de los socios de semFYC? Este puede ser el momento para que todos nos lo planteemos. Ya ha habido compañeros que han expresado su opinión, y en general de una forma bastante coincidente2,3-5. Desde nuestra experiencia, hemos percibido un sobrado énfasis por la cuenta de resultados. SemFYCCongresos es una empresa en esa dirección, y eso ha sido motivo de dificultades con quienes también y, sobre todo, teníamos otros intereses en el congreso. SemFYCCongresos asistía de intermediario en muchos temas, y lo que se planteó como herramienta de aproximación ha resultado con frecuencia un obstáculo. Bien es cierto que quienes la gestionan no disponían de gran experiencia en acontecimientos de tanta envergadura, en acontecimientos con objetivos propios de una sociedad científica, ni tampoco en la gestión de conflictos interpersonales. Elemento entorpecedor. Ojalá que la experiencia adquirida permita, para próximas ediciones, no decepcionar las expectativas que sobre semFYCCongresos se habían depositado.
Como ya hemos comentado, otros compañeros han adelantado los puntos clave de este debate. Ha habido «Cartas al Director» en esta misma revista1, en las que se manifestaba el desacuerdo con el importe de los congresos, y precisamente esta opinión era vertida por personas que, según sus propias palabras, «pagamos de nuestro bolsillo el coste total de un congreso». Pronosticaban una revolución si los 4.000-5.000 congresistas tuvieran que hacer frente al total de los costos. Mostraban su desacuerdo con que una reunión científica originara tan pingües beneficios, y también se referían al papel de la industria farmacéutica. En un editorial3 de abril de 1997, el entonces vicepresidente de la semFYC, M. Melguizo, aventuraba, y nos parece muy oportuno, una cercana «demanda social expresada en medios de comunicación, pidiendo una revisión urgente de las relaciones entre los profesionales sanitarios y los laboratorios farmacéuticos». Manifestaba que era «nuestra responsabilidad adelantarnos a los acontecimientos y proponer soluciones constructivas y duraderas». El que otras sociedades científicas adolezcan de parecidos achaques tan sólo pone de manifiesto que hay problemas compartidos, que hay inercias muy importantes, pero no deben bloquear la búsqueda de soluciones. «Hay que inventarse lo inventable, pero también lo ininventable.»5
Quizá sería bueno, si realmente estas inquietudes se plantean entre los socios, que en un foro más adecuado, aprovechando la oportunidad que proporciona una reunión como el congreso nacional, o en otro foro, pero siempre abierto, los socios pudieran manifestar su opinión. No debiera ser una discusión limitada exclusivamente a «expertos», y tampoco debería circunscribirse al seno de la junta directiva.
No es el momento de destacar aspectos positivos del último congreso, somos parte interesada y no parece apropiado. Tan sólo unas pocas líneas para destacar algo que debe ser motivo de satisfacción para todos, la elevada asistencia a actos científicos, que en las últimas ediciones parecía deslizarse por una pendiente irremediable. La separación física de los stands comerciales propició en la sede un ambiente de tranquilidad, que debiera conservarse en las siguientes ediciones.
Para futuras ediciones de este macrocongreso, el grupo de personas que de modo entusiasta y desinteresado están dejando algún que otro jirón personal y familiar en su organización deberían sentir el apoyo y comprensión de la junta directiva de la semFYC. Muchos de nosotros en momentos difíciles no lo hemos sentido, ni durante la organización, ni tampoco tras la clausura del congreso. Es francamente desalentador. Nuestra mayor recompensa la más importante es la de quienes asistieron al congreso y se llevaron un grato y fructífero recuerdo.
Ninguno nos arrepentimos, lo hemos dicho. Otra cosa es que en estos momentos tuviéramos la disposición de ánimo de organizar otro congreso. Por supuesto, animamos a todos aquellos que tengan la oportunidad de pasar por una experiencia como ésta. Y a quienes la están pasando, nuestros compañeros de Tenerife, y quienes ya están templando gaitas, los asturianos, mucha suerte y acierto.
Si no aclaramos algunos de los interrogantes planteados, podemos descubrir con horror, cuando todo termina, que no hemos sido colaboradores, ni entorpecedores, sino cómplices en la organización de un importante acontecimiento en el que no compartíamos muchos de sus planteamientos.