Cuando una medicina no hace daño deberíamos alegrarnos y no exigir además que sirva para algo. Pierre Augustin de Beaumarchais (1732-1799)
En relación con la carta de Sacristán et al.1, coincidimos con los autores en la realidad social que supone el uso considerable que hace la población (y algunos profesionales sanitarios) de la homeopatía, lo positivo que tiene regular los productos homeopáticos (PH), así como la presencia bien conocida del efecto placebo, inherente en mayor o menor medida a cualquier terapia farmacológica o no.
Dicho esto, hay algunos argumentos en los que discrepamos o bien apuntamos algunas reflexiones.
Aplicando un análisis objetivo de estudios disponibles considerados de calidad, la evidencia científica actual para la homeopatía es desfavorable (el efecto no va más allá del placebo), aspecto ya mencionado en nuestro editorial2,3, aunque somos conscientes de que el debate sobre su «valor» en la terapéutica continuará durante mucho tiempo habida cuenta de su amplio uso y de la gran cantidad de intereses implicados. La idea de disponer de sustancias inocuas que curan enfermedades es muy atractiva, pero hay que ser honesto y no crear falsas expectativas. Es el propio Ministerio de Sanidad el que asume que los PH puedan ser autorizados sin indicación ni pruebas de eficacia terapéutica2, diferenciándose radicalmente de lo que consideramos un «medicamento». La Organización Médica Colegial (OMC) declara que «Cada una de las técnicas y terapias no convencionales deberá demostrar/avalar científicamente su eficacia, efectividad, eficiencia, calidad y seguridad para que puedan ser reconocidas por la comunidad médica.», así como que en tanto no se haya conseguido, los médicos que aplican estas terapias deben informar adecuadamente a los pacientes4.
El hecho de que el consumo de una serie de productos (por ejemplo, la bollería industrial) esté relativamente extendido en la población no es un argumento válido para recomendarlos, y mucho menos para financiarlos con fondos públicos. El argumento es en sí mismo erróneo y equívoco, así como que personas individuales (Premios Nobel o no), puedan interesarse por la homeopatía. De hecho, explorar los motivos por los cuales la homeopatía se ha hecho tan popular es una línea de investigación y controversia5.
Sobre la «especialización», recordar que entre las especialidades médicas reconocidas por la vía MIR en España no encontramos la homeopatía, ni hay previsión de que exista. La Medicina de Familia y Comunitaria incorpora la visión holística, integradora, biopsicocial y centrada en el paciente, siendo factor común de la Atención Primaria. Por eso, en lugar de potenciar las intervenciones sin base científica (efecto placebo incluido), se debería hacer más énfasis en la ética (paciente informado), la empatía, el pacto terapéutico y la entrevista motivacional como estrategias para mejorar el resultado de nuestras intervenciones.
Es necesario que los médicos de familia integren como una variable más a tener en cuenta en el plan terapéutico el uso de PH (como las expectativas, creencias, miedos, etc. del paciente), pero no implica que estén a favor o en contra de ellos.
Se suele olvidar la necesidad de estimular los cambios en los hábitos y estilos de vida, auténticos precursores y potenciadores de salud. La medicalización de la vida ha llegado a límites tan extremos que debatir entre fármacos y/o PH es seguir potenciando este fenómeno en el que el paciente debe salir de la consulta con alguna pastilla. Por otra parte, se debe tener en cuenta que una vez regulada la comercialización de PH, se abre la puerta a un amplio espacio potencial de mercado, a considerar en adelante en cuanto a los conflictos de interés.
Creemos que la selección estricta de los tratamientos (farmacológicos o no) con mejor evidencia científica, coste-efectivos y seguros, son la mejor garantía para la salud de la población. A fecha de hoy, la homeopatía debería centrarse en lo que podría llegar a ser en el futuro si consigue demostrar razonablemente sus beneficios.