En general, se dice que México se encuentra en transición epidemiológica para enfatizar que la frecuencia relativa de enfermedades crónico-degenerativas en la población va en aumento. Así, la atención que clínicos, investigadores y gestores de sistemas de salud prestan a temas como cáncer, diabetes, obesidad y sus complicaciones también es cada vez mayor.
Sin embargo, se debe recordar que el concepto de transición epidemiológica también significa que no se han dejado atrás los problemas de salud propios de las poblaciones en vías de desarrollo, como las enfermedades infecto-contagiosas, particularmente la tuberculosis.
La tasa de mortalidad por tuberculosis en México disminuyó significativamente durante la segunda mitad del siglo XX, lo cual, sin duda, es un logro de los servicios de salud1. Sin embargo, la tasa de incidencia ha permanecido prácticamente igual en las últimas dos décadas, lo que significa que aún no es una enfermedad erradicada1. La tuberculosis existe todavía, y los médicos en formación ya no están en contacto cotidiano con estos pacientes. No es fácil para ellos tomar conciencia de que la tuberculosis es “la gran imitadora”, y la excepción, más que la regla, es encontrarse frente a un paciente “de libro”. Lo anterior se puede observar en el trabajo de Vázquez-Rosales y colaboradores,2 que se presenta en este número del Boletín Médico del Hospital Infantil de México. Por ejemplo, la fiebre, uno de los signos más característicos en la tuberculosis, únicamente se presentó en la mitad de los casos reportados. Incluso, este porcentaje probablemente sería menor si se seleccionara una muestra de la población general, y no solamente de casos confirmados referidos a un tercer nivel de atención. Es decir, el trabajo de Vázquez-Rosales y colaboradores2 muestra una fotografía de lo que podría ser la punta del iceberg de un problema de salud aún no resuelto.
Por otro lado, los estudios paraclínicos se encuentran lejos de resolver la incertidumbre diagnóstica. La prueba de tuberculina, uno de los estudios más utilizados como tamiz, mostró una sensibilidad de tan solo el 50% en el estudio de Vázquez-Rosales y colaboradores2, porcentaje no muy alejado de lo reportado por otros autores3,4. En cuanto a la búsqueda de bacilos ácido-alcohol resistentes, esta mostró una sensibilidad del 29%, porcentaje mayor al reportado anteriormente5. En contraste, la sensibilidad del cultivo fue solamente del 10% en comparación con el 30-40% que se ha reportado5. Y aunque la PCR y la biopsia parecen tener una buena sensibilidad, según los datos de Vázquez-Rosales y colaboradores2, se debe tomar en cuenta que estas pruebas se realizaron solamente en un subgrupo de pacientes con un estadio de la enfermedad los suficientemente grave como para llevarlos a consultar con un subespecialista, por lo que los resultados no se pueden extrapolar al paciente con tuberculosis en general.
Uno de los datos más preocupantes que se reporta en este mismo trabajo2 es la imposibilidad de detectar la fuente de infección en casi el 90% de los casos. Como lo comentan los autores, esto “…denota el retraso en la búsqueda e identificación de adultos infectados, y por lo tanto contribuye a la exposición continua de personas no enfermas en riesgo de desarrollar tuberculosis, lo que finalmente es un indicador de que la cadena de transmisión se encuentra activa…”. Lo anterior, claramente, incluye a los niños.