La tuberculosis continúa como un problema global de salud pública con mayor impacto en países en vías de desarrollo, donde esta entidad constituye una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en niños1. Si bien la tuberculosis infantil representa entre el 3% y el 40% del total de los casos de tuberculosis, su mayor incidencia se presenta en países con alta endemia. Su presencia indica la circulación de Mycobacterium tuberculosis (M. tuberculosis) o el contacto con un enfermo no tratado o no diagnosticado. El niño en contacto estrecho con una fuente infecciosa sin profilaxis se encuentra en profundo riesgo de presentar una infección por tuberculosis, y posteriormente la enfermedad, dentro del primer año de exposición en la mayoría de los casos2. Los factores que contribuyen al desarrollo de la enfermedad incluyen la edad, el estado socioeconómico, el estado nutricional y la presencia de comorbilidades, particularmente la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). En la expresión clínica de la enfermedad, se ha descrito la participación de polimorfismos involucrados en la respuesta inmune3. Así mismo, se ha reportado la asociación entre diferentes linajes y virulencia de M. tuberculosis. Sin embargo, la asociación entre las manifestaciones clínicas de la enfermedad tuberculosa y el linaje de M. tuberculosis en la población pediátrica es muy limitada4.
La edad de presentación de tuberculosis infantil muestra un comportamiento bimodal: una mayor incidencia en los menores de dos años, una disminución de la incidencia entre los 5 y 10 años, y un incremento nuevamente en la adolescencia5.
Las manifestaciones clínicas de la enfermedad son muy variadas y difieren en forma significativa con las del adulto. Si bien la tuberculosis pulmonar representa la manifestación clínica más frecuente de la enfermedad y la tuberculosis ganglionar es la expresión extrapulmonar con mayor frecuencia en la población pediátrica, el niño presenta un mayor riesgo de que la enfermedad progrese a las formas diseminadas miliar y meníngea, lo que adquiere gran relevancia debido a su elevada morbilidad y mortalidad.
Se ha reconocido que el impacto real de la tuberculosis infantil esté probablemente subestimado, en parte debido a las dificultades para corroborar el diagnóstico. El contacto epidemiológico en nuestro medio se documenta solamente en menos del 50% de los casos6. La radiografía de tórax es uno de los estudios que ofrece mayor información, ya que la presencia de adenopatías mediastinales o parahiliares con o sin compresión de la vía aérea es altamente sugestiva de tuberculosis; sin embargo, dichas adenopatías no siempre están presentes. Por otro lado, la tomografía axial de tórax, que proporciona una mayor información de las estructuras, está indicada en las formas complicadas, mientras que la resonancia magnética se indica mayormente para los casos de tuberculosis meníngea o de columna vertebral. Las pruebas cutáneas o de liberación de interferón-gamma son útiles como estudios complementarios debido a la dificultad para diferenciar entre la infección y la enfermedad activa, además de la limitante para interpretar la respuesta a la prueba cutánea en pacientes que recibieron la vacuna de BCG7. A pesar de los retos para la confirmación bacteriológica, el cultivo se debe realizar en todos los casos. El estudio histopatológico también es de gran utilidad; sin embargo, el resultado habitualmente indica hallazgos compatibles con tuberculosis, ya que se logra identificar a la micobacteria en las tinciones o cultivo solamente en una minoría de los casos. Esto ejemplifica las dificultades para corroborar el diagnóstico de tuberculosis en la población pediátrica. No obstante, el inicio del tratamiento antimicrobiano está indicado debido a la probabilidad de progresión de la enfermedad, además de que deben agotarse los recursos para confirmar o descartar el diagnóstico. La tuberculosis es todavía una patología endémica en nuestro medio. Por ello, se recomienda la aplicación de la vacuna BCG, incluso a pesar de las variaciones reportadas en la literatura sobre su eficacia protectora, ya que se ha demostrado que su aplicación reduce el riesgo de tuberculosis miliar y meníngea en niños8.
En conclusión, la carga de la enfermedad tuberculosa en la población pediátrica es el reflejo de una transmisión sostenida en la comunidad que requiere mantener las medidas de control en la población. De ahí la importancia de la sensibilización del personal de salud para instituir, en forma temprana, la profilaxis en los niños expuestos y el tratamiento oportuno del paciente pediátrico con tuberculosis.