Hemos leído el artículo publicado en su revista por R. Blanco-Colino et al1. sobre la COVID-19 y su manifestación en forma de abdomen agudo. Ante la situación actual de pandemia en la que estamos, los cirujanos hemos sido capaces de trabajar en equipo con diferentes especialidades y actualizarnos en diferentes campos a los que no estamos acostumbrados. Muchos de los conocimientos adquiridos en cuanto al manejo de la COVID-19, han sido, por desgracia, primero improvisados y luego basados en protocolos que han ido cambiándose con relativa frecuencia.
Es conocido que un porcentaje no despreciable de pacientes COVID-19 positivos, tal y como refieren los autores, presentan síntomas gastrointestinales, entre los que destacan la anorexia, las diarreas y los vómitos2. Aunque bien es cierto que la gran mayoría de ellos se acompañan de síntomas respiratorios o fiebre y rara vez se presenta como síntoma gastrointestinal aislado3. Ambas manifestaciones pueden coexistir sin necesidad de ser una dependiente de la otra. No debemos olvidar que los síntomas gastrointestinales ya fueron descritos durante el brote del SARS en 20034, por lo que aunque se considere una nueva pandemia, ya teníamos información en la que poder apoyarnos.
El título del artículo puede malinterpretarse si entendemos por abdomen agudo, dolor abdominal repentino e intenso que requiere una actuación médica o quirúrgica urgente5. La descripción que hacen los autores en el caso clínico no se ajusta a dicha definición ni a la práctica habitual. El diagnóstico etiológico de una colitis infecciosa requiere de diferentes pruebas diagnósticas (cultivo de heces, estudio histológico, inmunohistoquímica…) dependiendo de la sospecha clínica6,7. Con los datos facilitados en la descripción del caso y con la radiografía de abdomen (véase leyenda de la imagen 1) no es posible realizar dicho diagnóstico. En caso de que lo sospecharan, no encontramos la intención de realizar ninguna de las pruebas diagnósticas antes mencionadas. Asimismo, se introducen diferentes conceptos como linfopenia o alteración en la analítica hepática (en pacientes ya tratados) que no tienen que ver con la finalidad del artículo: alertarnos de las supuestas manifestaciones gastrointestinales que provoca la COVID-19.
Dado que desconocemos el número absoluto de población infectada y que las estimaciones hacen pensar que son más que los casos reportados, es lógico sospechar que muchos de los pacientes que tratemos por otros motivos serán COVID-19 positivo. Valoramos de forma positiva que los autores resalten la necesidad de realizar una buena anamnesis acerca de los síntomas respiratorios, de manera que se puedan extremar las precauciones y las medidas de aislamiento; aunque independientemente de pandemia o no, realizar una anamnesis completa a los pacientes debería ser mandatorio para cualquier cirujano.
Ante escenarios desconocidos, el reporte de casos clínicos puede ser de interés general, pero publicar prácticamente todo lo relacionado con la COVID-19, cuando la información no aporta soluciones se puede convertir en motivo de confusión. A día de hoy, cuatro meses después del inicio del brote, las interacciones y el intercambio de información entre cirujanos por redes sociales es inmediato; se llevan a cabo encuestas y trabajos coordinados entre diferentes grupos de cirugía que ayudan e informan en mayor medida.