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Inicio Cirugía Española Carlos Carbonell Antolí (1916–2009)
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Vol. 86. Núm. 5.
Páginas 326-327 (noviembre 2009)
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Carlos Carbonell Antolí (1916–2009)
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Pascual Parrilla Paricio
Director de Cirugía Española, Barcelona, España
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El pasado día 20 de junio falleció en Valencia, su ciudad natal, a la edad de 93 años, el Prof. D. Carlos Carbonell Antolí, al que se puede considerar, con todo merecimiento, un referente de la cirugía española en la segunda mitad del siglo XX.

Nació el 20 de mayo de 1916 y se licenció en la Facultad de Medicina de Valencia, entre 1932 y 1940 (con la Guerra Civil de por medio). Tras la licenciatura, decidió ser cirujano y se incorporó a la cátedra que regentaba el Prof. Martín Lagos. Siguió la estela de éste y por su recomendación, D. Carlos se trasladó a Madrid en 1945, donde permaneció hasta 1953, año en que volvió a Valencia como catedrático de Cirugía, cargo que desempeñó hasta su jubilación en 1986.

Entre 1943–1953, D. Carlos realizó estancias como becario en Londres (Hammersmith Hospital, 2 meses), Bonn (Prof. Gutgeman, 1 mes), Dusseldorf (Prof. Derra, 4 meses) y París (Profs. Dubost y Le Brigand, 3 meses).

En aquellos años, D. Carlos se formó como cirujano general y, como tal, ejerció en todos los campos de la Cirugía, con excepción de la Neurocirugía. Sin embargo, en 1958, se adelantó a la mentalidad de la época y de acuerdo con el Prof. Gomar decidieron dividir el contenido de la patología quirúrgica, tanto en el plano docente como en el asistencial, y crearon 2 asignaturas distintas: por un lado, la Cirugía Visceral, de la que se encargó D. Carlos; y, por otro, la Traumatología y Ortopedia, a cargo del Prof. Gomar. El tiempo, aunque hubo de pasar mucho, les daría la razón con la creación de cátedras para las distintas especialidades quirúrgicas.

D. Carlos fue un catedrático de Cirugía enamorado de su profesión en sus 3 vertientes: docente, asistencial e investigadora. Daba clase al pregrado casi a diario, a las 8 de la mañana; era su manera de empezar el día. Le gustaba mucho el quirófano y, de hecho, operaba prácticamente todos los días. Era incansable. Ahora bien, D. Carlos aprendió de su maestro que el cirujano debe conocer no sólo las técnicas quirúrgicas sino también las indicaciones de éstas, así como la etiopatogenia, la fisiopatología y los problemas diagnósticos que plantean las enfermedades que pueden ser candidatas de tratamiento quirúrgico. Esta filosofía de que el cirujano es un médico que, además, sabe operar, característica de la moderna cirugía científica, la transmitió a todos sus discípulos como una seña de identidad.

Debe destacarse que en la docencia al postgrado, D. Carlos también fue un adelantado a la mentalidad de su época al crear, en 1963, plazas de residente (que residían en el hospital) que se costeaban con dinero procedente de la atención a los pacientes privados. La formación, que yo calificaría de excelente, duraba 3 años. Residentes compañeros míos de aquella época fueron el Dr. Tarazona, el Dr. Mir (a quien tuve el honor de sustituir), el Dr. Lledó, el Dr. Chuan, el Dr. Flor, el Dr. Ruiz del Castillo, el Dr. Carbonell Cantí, el Dr. García Granero, y un largo etcétera. Entre los cirujanos del Servicio que, junto a Don Carlos, contribuyeron a mi formación estaban los Dres. París, Orón, Gómez-Ferrer, Planelles, Calvete, Delgado Gomis, etc. Si analizamos los jefes de servicio de cirugía de los hospitales de la Comunidad Valenciana, en los últimos años, D. Carlos aparece como el maestro de lo que podríamos denominar “Escuela Valenciana de Cirugía”.

Su labor investigadora se resume en la dirección de 19 tesis doctorales y 30 tesinas de licenciatura y en la publicación de 150 artículos en revistas españolas y extranjeras.

En algunas épocas de su dilatada vida académica en Valencia (1953–1986), a la responsabilidad de dirigir la cátedra y el Servicio de Cirugía, añadió otras de distinto nivel. Voy a referirme a algunas.

Entre 1967 y 1974 fue decano de la Facultad de Medicina de Valencia, época especialmente difícil por las revueltas estudiantiles ante el inminente cambio político en España, por la transición de la dictadura a la democracia. D. Carlos mantuvo siempre una actitud puramente universitaria, ajena a los intereses políticos, y respetó siempre la libertad de expresión y la defensa de los estudiantes.

Entre 1976 y 1980 fue presidente de la Comisión Nacional de la Especialidad de Cirugía del Aparato Digestivo y miembro de la Comisión Interministerial de Hospitales (Ministerio de Educación y Ministerio de Sanidad). Eran tiempos de viajes continuos a Madrid y de mucha polémica. Todos los que vivieron estos hechos elogian el talante negociador de D. Carlos: duro pero tolerante, respetuoso y honesto. Esta es, quizás, la faceta de su personalidad menos conocida.

En cuanto a su relación con la Asociación Española de Cirujanos (AEC), D. Carlos fue secretario de la revista de la AEC (entonces se llamaba “Cirugía, Ginecología y Urología”) entre 1949 y 1952. Más tarde, en 1959, fue presidente del V Congreso Nacional de Cirugía, que se celebró en Valencia. Por último, fue miembro de la Junta Directiva durante 10 años (1976–1986), 2 de éstos (1980–1982) como presidente. Para entender el impacto que tuvo Don Carlos en la AEC basta con señalar que el “cambio” que permitió la situación actual de la Asociación se llevó a cabo en el Congreso Nacional que se celebró en Madrid en 1982, cuando D. Carlos era presidente de la AEC.

Otros méritos para destacar son los siguientes: miembro numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valencia (1971) y de la Real Academia de Doctores de Madrid (1996), Premio “Juan de la Cierva” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1943), Premio Virgili de la Societat Catalana de Cirugía (1986), Miembro de Honor de la AEC, del Capítulo Español del International College of Surgeons y de las sociedades de cirugía de Valencia, Alicante y Salamanca, Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, etc.

Para terminar, y por la relación tan especial que mantuve con él a lo largo de la mayor parte de mi vida, quiero resaltar algunos rasgos de su personalidad que lo definen.

D. Carlos era de una honestidad intachable que supo transmitir a todos sus discípulos. Conocía muy bien dónde estaban los límites de lo ético, las “líneas rojas” que no deben sobrepasarse. En todos los años que conviví con él nunca lo oí decir una mentira, ni piadosa, y nunca lo oí hablar mal de un compañero, a pesar de que, en algunas ocasiones, no le faltaban motivos.

D. Carlos era un caballero y un señor en toda la extensión de las palabras. De esto dan fe todos aquellos que lo conocieron en mayor o menor profundidad.

De profundas convicciones ideológicas, políticas y religiosas, siempre fue tolerante y respetuoso con la opinión de los demás, a los que sabía escuchar con atención.

Como buen universitario, siempre mantuvo un espíritu inquieto y curioso, casi hasta el final de su vida. Buena prueba de esto es que, una vez jubilado, además de dedicarse a mejorar su swing en el golf, emprendió actividades tan diversas como recibir clases de inglés, cursos de informática y, por supuesto, estar al día de todos los avances científicos y tecnológicos relacionados con la Cirugía. En este sentido, quiero recordar que, tras mi llegada a Murcia, D. Carlos presidió prácticamente todos los tribunales de tesis doctorales del Departamento de Cirugía (más de 80 en total) hasta hace 4 años. Sus comentarios y preguntas, de los temas más diversos, dentro de la sobriedad y respeto que lo caracterizaban, iban directos “al centro de la diana”, y eran siempre pertinentes y de una gran enseñanza para todos. Esto le hizo granjearse el respeto y el cariño de buena parte de mi equipo en el Departamento de Cirugía de la Universidad de Murcia, para algunos de los cuales su pérdida ha dejado un vacío irreemplazable.

D. Carlos, además de responsable de mi formación como médico y cirujano, también lo fue de buena parte de mi formación humana. Su trato hacia mí siempre fue como el de un padre a un hijo y como tal lo recordaré siempre.

Descanse en paz.

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