A un caballero salmantino
El 22 de marzo, pocos días después de cumplir 83 años, nos ha dejado el Prof. José Manuel Sánchez-Ortega. Jose o José Manuel, como le llamábamos todos los que de él cerca estuvimos, sin antecedentes médicos en la familia, deja su pueblo de La Fuente de San Esteban para estudiar medicina en la Universidad de Salamanca. Regresa a sus lares para ejercer la medicina general en Garcibuey y luego en su pueblo natal, pero su pasión por la cirugía (él confesaba que el veterinario del pueblo en algo influyó) es tal que opta, sin demasiadas esperanzas, a una plaza de médico residente en el Servicio de Cirugía del Hospital de Sant Pau. Se la conceden y con el hatillo llega a una Barcelona inmensa y cosmopolita que nada tiene que ver con las dehesas charras. Acaba su residencia, e inicia su periplo por los hospitales barceloneses. Primero, como adjunto en el Hospital de la Vall d’Hebrón, luego en el Hospital de Bellvitge como Jefe de Sección, siempre siguiendo los pasos del que él consideró su maestro, el Dr. Antoni Sitges Creus. Finalmente, llega como Jefe de Servicio a los hospitales del Parc de Salut Mar (el Hospital de la Esperanza y el Hospital del Mar), donde se jubilará administrativamente, aunque nunca ha dejado de ser miembro activo de su Servicio de Cirugía. Su mesa ha quedado huérfana, con las últimas notas esparcidas para las charlas que estaba preparando. Desde el punto de vista académico, fue Profesor Adjunto de Cirugía y finalmente Profesor Titular de la Universitat Autònoma de Barcelona. De sus múltiples reconocimientos me gustaría destacar el Premio Virgili concedido por la Societat Catalana de Cirurgia y el Premio a la Excelencia Profesional del Colegio de Médicos de Barcelona pero, a buen seguro, él incluiría haber sido pregonero de las Fiestas del Corpus o disponer de una calle con su nombre en su pueblo natal.
Hasta aquí su reseña académica que, pese a su indudable relevancia, yo creo que es la menos importante. Porque, además de gran cirujano, profesor y maestro, era un líder humilde, excelente persona y buen amigo. Un ejemplo de valores personales y profesionales, que la medicina moderna tiende a olvidar y que deberíamos recuperar. Hasta el último día ha demostrado su calidez, su sabiduría y su implicación con los compañeros, los enfermos y los amigos. Todos los que hemos tenido el privilegio de compartir estas virtudes echaremos en falta el caballero salmantino.
