Hemos leído con mucho interés y agrado el artículo de Baltasar et al1, en el que se introduce una idea muy interesante sobre el índice de masa corporal (IMC) que debería alcanzarse tras cirugía bariátrica, al que denominan índice de masa corporal esperable (IMCE). Entendemos que la idea de los autores es que el objetivo de IMC=25 puede ser utópico en determinados casos, especialmente en superobesos; por lo tanto, habría que buscar una cifra más realista adaptada a cada tramo de obesidad mórbida que, a su vez, sirviera mucho mejor para evaluar los resultados de una técnica determinada.
Pensamos que están en lo cierto y que no hay objeción posible a este propósito. Para esto, utilizan el método de la llamada regresión lineal simple en la obtención de ese IMCE. Pero ahí nos asalta la duda, porque conocemos la técnica estadística y sabemos que para obtener, en este caso, una fórmula que lleve desde el IMC inicial con el que se opera al paciente hasta el IMCE, es necesario disponer de una tabla de datos con ambas variables. Entonces, nuestra duda es la siguiente: ¿el IMCE que han manejado es el IMC final que obtuvieron en su casuística o se trata de unas cifras ideales de IMC final que les hubiese gustado obtener?
La pregunta no es intrascendente; además, no se aclara en el apartado de Pacientes y método. La razón es evidente porque si tal IMCE es el IMC final obtenido, están asumiendo que sus resultados reales son los ideales por perseguir. Pero si se trata de cifras verdaderamente ideales (inventadas de algún modo), la cosa cambia, porque se podría estar más o menos de acuerdo con ellas pero, viniendo de gente experta, constituirían un buen punto de partida teórico para intentar llegar a un consenso aplicable a cualquier técnica quirúrgica que se quisiera evaluar, y no sólo a la que realizaron los autores, cuyos resultados no tienen por qué ser necesariamente los ideales de referencia.
El hecho de que los porcentajes de pérdida de exceso de IMC aplicados sobre sus cifras de IMCE ronden siempre el 100% nos hace sospechar que los autores han asumido que sus resultados son equiparables a lo que sería lo ideal, o lo esperable, como ellos lo denominan. Sinceramente, y de ser así, creemos que ése no sería el camino idóneo para seguir. Tales cifras de IMCE deberían surgir de un consenso amplio entre expertos, y no de unos resultados particulares. De algún modo, esas cifras de IMCE deberían ser «inventadas aunque consensuadas» como hemos señalado antes, y desde ahí, junto con las cifras de IMC inicial de cada paciente, sobre series muy amplias y de origen multicéntrico, habría que obtener la fórmula que nos lleve de unas a otras.
Simplemente como ejemplo, nosotros hemos «inventado» unas cifras de IMCE que pudieran ser más adecuadas que el corsé de un IMC=25. Y añadimos otra condición: que un IMCE >35 tampoco es deseable como resultado ideal de una cirugía de la obesidad. Al aplicar una técnica estadística de regresión no lineal (logarítmica, en este caso) hemos obtenido otra fórmula que exponemos en la figura 1, y que cumple tal condición. Naturalmente, es sólo un ejemplo, pero un ejemplo de lo que consideramos la vía adecuada para resolver este problema, y un ejemplo de que, seguramente, la regresión lineal es también otro corsé cuando se calculan las relaciones entre IMC inicial e IMCE. La regresión no lineal, al contrario que la otra, tiene infinitas posibilidades de adaptarse a los diversos condicionantes que se requieran para un teórico IMCE.