Recientemente ha sido publicada una interesante e importante carta al Director en la que David Parés1 llama la atención sobre la baja productividad científica de los médicos residentes de nuestra especialidad. La actividad científica de nuestros residentes, medida en forma de publicaciones escritas y comunicaciones aportadas a congresos, no llega a alcanzar los estándares que señala el programa de la especialidad, según evidencia un estudio anterior de Serra-Aracil et al.2.
Se proponen probables soluciones o incentivos, como serían el estímulo de la literatura crítica, el incremento de la conversión en publicación escrita de comunicaciones orales previas, la planificación estructurada y progresiva de la actividad científica y la formación práctica en esta parte de la investigación clínica a través de cursos tipo taller. También se hace una necesaria advertencia con relación a que lo verdaderamente importante no es solo publicar por publicar, sino generar conocimiento.
No cabe duda del acierto y la oportunidad de la carta del Dr. Parés. De vez en cuando surgen voces que predican en este desierto3–5. Pero aún debemos decir algo más. Es imprescindible la existencia de un liderazgo tanto clínico como investigador en los servicios de cirugía general y así, ha de poder demostrarse un bagaje científico suficiente en los jefes de servicio, responsables de unidades y tutores de residentes. La generalización es injusta, pero hay que admitir que el actual sistema de promoción o elección de estas figuras es, con demasiada frecuencia, inexistente, caprichoso o arbitrario. Igual podríamos decir en relación con la misma Asociación Española de Cirujanos o las sociedades regionales, respecto a algunos de los cargos de las juntas o las secciones. Existen indicadores o requisitos objetivos que podrían ser utilizados a la hora de valorar el potencial investigador y que deberían ser tomados en cuenta en la elección de jefes y responsables. Por ejemplo, la posesión del doctorado, el factor de impacto, el índice h de Hirsch6 o el número de publicaciones que reúnen criterios de calidad. Este bagaje o potencial investigador debe complementar las necesarias capacidades clínicas y de gestión. Investigación y clínica son inseparables, pero en gran número de casos la rutina de la actividad asistencial consume todas las energías o se utiliza como torpe excusa para justificar la ausencia de actividad investigadora. Otras veces, incluso, puede existir una franca animadversión a cualquier tarea científica. Los médicos residentes harán lo que vean hacer, reproduciendo en muchos casos las conductas aprendidas. El bajo perfil de muchos jefes, cargos y coordinadores hace poco menos que imposible el estímulo de la producción científica que echan de menos Parés y Serra-Aracil. Si el jefe no propicia, no exige, no facilita, ni premia la investigación, esta languidecerá. Otro problema, no resuelto tampoco, es el suficiente, justo o necesario reconocimiento de la labor investigadora de los MIR en su ulterior promoción a un puesto de trabajo.
Es responsabilidad de todos, pero sobre todo de los que están en la cúpula, de los que tienen posibilidad en tribunales, comisiones y juntas, exigir no ya una inalcanzable excelencia sino un umbral mínimo de méritos objetivo y simple en la designación o elección de los jefes de la unidades de cirugía general españoles. Por otra parte, habría que premiar tanto como penalizar los servicios quirúrgicos docentes en relación con la actividad científica e investigadora mostrada por sus médicos residentes, y una forma sería incrementar la capacidad docente de los productivos y disminuir la de los otros.