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Vol. 48.
Páginas 94-111 (enero 2013)
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Sayak Valencia
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[L]legar a escribir en otros términos, más oportunos al presente, que opongan resistencia verbal local exuberante [...]

Salgado & Esteban

Este trabajo inicia con la siguiente pregunta: ¿cómo enunciar el panorama internacional g-local que refleja crisis económicas acumulativas, desempleo crónico, malestar social, violencia exacerbada, pero también insurrección? De ello surge la necesidad de reflexionar sobre fenómenos que se encuentran tremendamente vinculados, pero que no pueden ser enunciados ya bajo las lógicas de las nomenclaturas tradicionales, sino que urgen a reapropiar y (re)inventar otros términos para construir interlocuciones válidas entre las poblaciones (integradas sobre todo por jóvenes)1 depositarias de las consecuencias nefastas de la precarización económica, existencial y lingüística en todo el orbe que podrían ser denominadas bajo el genérico de precariado internacional.

Jóvenes, precariedad y reordenamiento geopolítico

Es innegable que las formas en las que se ha configurado y se reconfigura el concepto de trabajo en las sociedades actuales, mayoritariamente capitalistas, tiene gran influencia en la manera en que se construye la subjetividad contemporánea. Esto tiene especial relevancia en un sector de la población mundial clasificado como jóvenes y que, según los lineamientos internacionales dictados por la onu, se ubica en un rango de edad entre los 15 a los 24 años (cepal/oij 2004).2

Según cifras del Banco Mundial, en el mundo actual existen alrededor de 1 500 millones de personas jóvenes entre 12 y 24 años de edad, de las cuales 1 300 millones viven en países en desarrollo. Estas cifras son de especial relevancia si se considera que la reconfiguración del concepto de trabajo se basa en políticas neoliberales feroces que han desmantelado, prácticamente en todo el orbe, el estado de bienestar; estas, vinculadas a las crisis económicas acumulativas, tienen como consecuencia la falta de empleos y la precarización laboral extrema con consecuencias atroces.

En México, dicha precarización trae como resultado (cuando la migración es cada vez una opción menos viable) la popularización desenfrenada de la economía gris y negra, que (re)emerge en épocas de crisis y se manifiesta en forma de economía subsumida, economía informal, legal e ilegal. Además la violencia extrema prolifera como vía de necroempoderamiento y subsistencia económica, y cada vez más jóvenes (sobre todo varones, dadas las demandas de masculinidad hegemónica que rigen en Occidente y que vinculan hombría con poder adquisitivo) se incorporan a las filas del crimen organizado, a quienes aquí denominamos como el precariado gore.

En el caso de España, la consecuencia más evidente de los últimos años se cristaliza en el exilio laboral forzoso, como revelan las cifras del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (pere), perteneciente al ine. En 2012, son 302 623 los jóvenes (entre 15 y 29 años) con nacionalidad española quienes residen en otros países, mientras que en 2009 eran 242 154, lo cual tiene sentido, dado que 91% del empleo destruido en los últimos cuatro años es de menores de 35 años, tal y como publica la Encuesta de Población Activa (epa 2012). El desempleo juvenil en España se ha situado en 55% en la última epa, siendo el más alto de la Unión Europea. En la actualidad, 374 600 jóvenes (de hasta 29 años) con formación superior se encuentran en situación de desempleo. En 2008, lxs jóvenes en esta misma situación eran 178 200. Pero este perfil no es el único que se repite en el extranjero; también se van jóvenes con otras cualificaciones medias y profesionales.

Con respecto a las poblaciones jóvenes de los Estados Unidos, estas se han visto precarizadas de tal manera que, según las cifras reveladas por un estudio realizado por Pew Research Center, con base en el Censo de Población de 2009, los jóvenes estadounidenses son 47 veces más pobres que sus padres, una cifra récord en toda la historia de registros en ese país. El informe del Censo les da una dimensión histórica a las fluctuaciones de la tasa de pobreza en Estados Unidos. El total de 43.6 en 2009 es la cifra más alta desde que la Oficina del Censo comenzó a reunir estadísticas acerca de la pobreza en 1959, cuando el total de pobres fue de 40 millones.

El aumento de la pobreza —lo cual refleja el impacto de la recesión económica, los numerosos despidos y las reducciones de los salarios— se concentró en adultos y niños. La tasa de pobreza para niños aumentó de 19.4 a 20.7%, mientras que la tasa de pobreza para adultos que pueden trabajar tuvo un incremento de 11.9 a 12.7%. La pobreza aumentó para todos los grupos raciales y étnicos, pero demostró ser mucho más alta para los afroamericanos e hispanos. Los primeros sufren una tasa de pobreza de 25.8%; los hispanos de 25.3%. En cuanto a los blancos, la misma está en 9.4%, lo que representa un aumento de 8.6% en 2008.

Los y las jóvenes de estos tres espacios son afectados tanto a nivel económico, como podemos ver en las cifras anteriores, como a nivel simbólico. En este sentido, han empezado a proliferar conceptos para clasificarlos/ denostarlos/criminalizarlos.

En México, la clasificación ninis3 (concepto usado para designar a jóvenes que ni estudian ni trabajan) pasó de ser un problema económico y social, fundamental, para el país, a una descalificación pública, alimentada por los medios de información, que responsabiliza a los propios jóvenes de su condición, pues “se tiene la imagen de una población nini, que al estar desinteresada en la escuela o el trabajo, atenta contra la cohesión social y el desarrollo social y económico del país” (Vargas y Cruz 2012: 105).

Esto podría emparentarse con la estigmatización y difamación que ha hecho la prensa dominante alemana durante 2006 sobre los y las precarios/as europeos/as, definiéndolos “[...] como un agente victimista responsable de su propia autoexclusión” (Raunig 2007: 04) y desresponsabilizando a los Estados europeos de la situación, sin analizar a profundidad las condiciones socioeconómicas deplorables, instauradas por el neoliberalismo feroz, mediante las que se rigen los espacios sociales contemporáneos. O más recientemente, con las declaraciones de la cia, a través de un estudio titulado Political Pressure Groups and Leaders (cia 2012), en donde considera al movimiento ciudadano 15m como un grupo de presión que debe ser vigilado.

En el caso de los y las jóvenes estadounidenses precarios/as que han salido a la calle a manifestarse contra las medidas genocidas de la economía neoliberal, conocidos como el movimiento social, no violento, Ocuppy Wall Street (que se inició el 17 de septiembre de 2011 con el simbólico llamamiento a “Tomar [Ocupa] Wall Street”, lo que derivó en una acampada en un parque de Nueva York, acción que se replicó en numerosas ciudades del país y que, en sucesivas manifestaciones, acabó con miles de detenidos), han tenido que sufrir las consecuencias de ser criminalizados y considerados por el fbi como amenaza terrorista, como lo muestra la Asociación para la Justicia Civil (Partnership for Civil Justice Fund, pcjf) a través de un documento que puede consultarse en línea.

Sin embargo, estos fenómenos de lo que en realidad dan noticia es de la distorsionada gestión por parte de los gobiernos y las instituciones para subsanar problemáticas como la pobreza, las cuales, en el panorama actual, se ven reforzadas por la falta de empleo, el desmatelamiento de los presupuestos destinados a la educación pública y la pérdida de horizontes de sentido y posibilidad para desarrollar proyectos de vida no pauperizados. Se desdibuja incluso el concepto del futuro, tan prometido en la lógica del progreso capitalista. Dicha noción de futuro resulta insostenible ante el panorama de precarización extendida que no respeta ya límites geopolíticos y se desborda, emparentando en el malestar a distintas poblaciones en distintos confines.

Es evidente que la tercermundización del primer mundo ya no es cuestión de mera geopolítica, sino de una homologación distópica, donde las consecuencias deshumanizantes y de explotación, represión y vigilancia son un espacio compartido por todos. Lo anterior rompe con “[...] la ilusión solipsista de vivir en una historia de factura exclusivamente propia” (Davis 2008: 16), tan defendida por la poblaciones de los nortes que ahora devienen pobres, es decir, periféricos.

Ahora bien, bajo el panorama anterior y partiendo del malestar que nos hermana, proponemos el uso de tres disfemismos: $udacas, €uracas, norteca$, para referirnos a las colectividades jóvenes, de los contextos ya mencionados. Para ello haremos una breve genealogía de los tres términos, sus significados coloquiales y sus posibilidades de resignificación y representación de multitudes messtizas.4

La reapropiación de nomenclaturas peyorativas tiene la intención de rescatar la dimensión performativa de la que la nos habla la teoría queer, especialmente Judith Butler (2004 y 2006), desde el contexto estadounidense, y Beatriz Preciado (2009), desde el contexto del Estado español, donde el insulto puede ser resignificado/reapropiado y crear una categoría de agenciamiento social localizado y compartido que pase por la conciencia del devenir minoritario, la creación de estrategias y discurso situado, y la invitación de un diálogo transnacional que siente sus bases en lo g-local y tome como parte medular de dicho diálogo la perspectiva (trans)feminista, la memoria histórica y el giro decolonial.

$udacas

Quiero hacer una obra sudaca terrible y molesta.

Diamela Eltit

Breve genealogía $udaca

El término sudaca es una voz extendida coloquialmente en el contexto español, donde designa de forma despectiva a un individuo o conjunto de personas, generalmente inmigrante(s), que presentan un fenotipo o un acento exofónico emparentado con Sudamérica y que le develan como no español, es decir, no perteneciente. Tanto el diccionario de la Real Academia Española como el de María Moliner coinciden en que es una palabra injuriosa para designar al otro sudamericano; en el diccionario de Moliner, el término se extiende a toda Latinoamérica, no solo al cono sur.

Sudaca es entonces un disfemismo, un modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría, pero además es una metáfora cultural que designa desplazamiento, disonancia lingüística, subalternidad, minorización y, en nuestro caso, al agregar el símbolo de pesos ($), enuncia también crisis económicas acumulativas, rezago, precarización; es decir, sitúa al término en una realidad compleja que encarna antiprivilegios geopolíticos por razones económicas. Esta es la versión oficial y estigmatizante del término y, por supuesto, la más difundida a nivel social.

No obstante, la genealogía de sudaca se emparenta con la contracultura, con agenciamientos distintos dentro de un espacio social que estuvo poniendo en jaque muchas de las versiones caducas sobre el respeto a las normas lingüísticas y a la normativización de los cuerpo, los afectos y las alianzas. Para encontrar esta versión de lo sudaca, tenemos que regresar en el tiempo y situarnos en el Madrid posdictadura, en especial en la época que va de la transición hasta mediados de los años 80, periodo conocido como la movida madrileña (Lechado 2005).

En el diccionario de jerga cheli5 de Francisco Umbral (1983), se registra que el primero en usar dicho término —como deformación lingüística, subversiva y coloquial de sudamericano, emparentada a la jerga hablada por los y las jóvenes madrileños/as de las clases populares— fue Carlos Segarra, el líder (adolescente de 16 años) del grupo rockabilly Los Rebeldes, quien durante un concierto expresó textualmente que tocaba: “al lado de magos, sudacas y travestis”. Con ello popularizó el término dentro de argot generacional madrileño.

Es importante destacar que la alusión de Segarra hacia los sudacas puede parecer cruda; sin embargo, está inscrita en un contexto de migración distinta a la que conocemos actualmente por causa de la globalización. A finales de los años 70 y principios de los 80, las dictaduras militares que asolaban el cono sur de América, hicieron que muchos disidentes tuvieran que abandonar sus países y llegar a España como exiliados políticos. Esta situación de exilio por dictadura creó en la España de la transición (la cual estaba saliendo de la dictadura franquista) una solidaridad hacia estos migrantes y permitió crear afinidades y alianzas, que en el ámbito de la cultura se reflejaron, según Carlos de Urabá, en que “casi todas las semanas se programaban conferencias, conciertos, exposiciones o fiestas que contaban con una multitudinaria acogida” (De Urabá 2010). Estos acontecimientos causaron que el folclore sudamericano se pusiera de moda y fuese conocido como la movida sudaca, “la cual vivió también su época dorada en contraposición a la madrileña” (De Urabá 2010), dando comienzo así al uso del término.

En esta breve genealogía de sudaca, podemos ver que fueron los y las jóvenes quienes se nombraron entre ellos y ellas y quienes reapropiaron la injuria y la hicieron un espacio de alianza e intercambio cultural y simbólico, un diálogo no desde la afrenta, sino desde una toma de conciencia de la necesidad de desestructurar un sistema lingüístico monolítico. De este modo, mostraron que el lenguaje es un elemento importantísimo en la proyección de horizontes de sentido y posibilidad, pero sobre todo de representación social. Asimismo, ensancharon el espacio de lo político a la noción de performance expandido en el espacio público, y trajeron también a ese espacio la perfor- matividad del lenguaje y de las acciones. Desataron agenciamientos inéditos y superlocalizados, que nos dicen que “[e]l lenguaje del odio no destruye la agencia que se requiere para generar una respuesta crítica” (Butler 2004: 71-72), sino que, por el contrario y desde nuestra perspectiva, es un elemento a resignificar, ya que la circulación de metáforas de la cotidianidad disidente puede fraguar un espacio de alianza que no se estanque en las nociones de identidad, vinculadas a un chovinismo nacional, ni en un resentimiento histórico simplista donde los argumentos se reduzcan al mero reproche victimista y maniqueo por parte de los y las excolonizados/as.

Los argumentos sobre la colonización deben dar un salto cualitativo hacia la perspectiva decolonial como marco epistémico y de interpretación de los fenómenos económicos que traen consigo este devenir minoritario y este ser parte históricamente de las poblaciones enunciadas a través de los disfemismos, pero que además recurran a un mapeo histórico donde pueda reconocerse que el proyecto colonial fue llevado a cabo por elites voraces como las contemporáneas. Estas han desdibujado los rastros de lo reconocible como colonización en territorios no identificables como periféricos o alejados; es decir, han puesto barreras para alianzas posibles y han borrado, sobre todo, la noción de mestizaje de los mapas epistémicos y lingüísticos, tanto europeos como angloamericanos. Sin embargo, fuera del discurso occidental, existe una historia compartida de conquista que vincula poblaciones que ahora son entendidas como periféricas. Por ejemplo, el caso del Estado español y Latinoamérica, o con los árabes, nos vincula una genealogía de conquista como con muchos otros pueblos que han devenido objetos de cacería por saqueo. Nos coloca en el espacio de los otros o los devenires minoritarios. Es una ultrasectorialización de las minorías, fragmentación de alianzas y luchas que se siguen afianzando a través de las fronteras geográficas y económicas, las cuales son justificadas por la hegemonía por medio de apelaciones a las diferencias lingüísticas/religiosas/raciales/discursivas que siguen funcionando, por no conocer la historia de las conquistas.

Las Américas no fueron descubiertas; antes de la colonización ya mantenían relaciones mercantiles con musulmanes, africanos, vikingos, chinos. Curiosamente, todas eran poblaciones consideradas bárbaras por no ser cristianas. Se puede detectar una genealogía de alianzas posibles, donde se puede agregar también la transversal de género como un principio que vuelve vulnerables los cuerpos. En este sentido, es necesario rescatar el género y la raza como principios organizadores de la economía política. Así, los únicos que quedarían fuera serían los conquistadores, que en nuestros días serían representados por las elites voraces, los criminales de cuello blanco, representantes de la masculinidad hegemónica, como institución y encarnación de ese ordenamiento exterminador que produce y rentabiliza la violencia de forma estructural, y cuyos mecanismos de distribución de vulnerabilidad se sirven de los campos simbólicos, discursivos y económicos, para precarizarnos a todos niveles.

En el siglo xv, un pueblo sin religión era, automáticamente y bajo las lógicas imperialistas-cristianas, un pueblo sin alma, es decir un muerto viviente, un zombi, discursivamente hablando. Eran seres reducidos a bestias o monstruos, categorías que siguen operando en la actualidad por medio de neomitologías subalternizantes que bestializan y que, tanto antaño como ahora, convierten a los cuerpos en herramientas vivientes de producción. El esclavismo como protocapitalismo gore.

El proyecto Cristobal Colón, también llamado “empresas de las Indias”, vincula y explícita el nacimiento del protocapitalismo gore. Explotación, economía y muerte. Costes de explotación y producción=vidas humanas. (Aunque la categoría de lo humano era detentada solo por los conquistadores, en el panorama actual dicha categoría también se encuentra en cuestión.) Aquí también puede detectarse la opresión sexista con la caza de brujas y la expropiación de saberes a las mujeres. Aquí también empiezan a desarrollarse las tecnologías de los oprimidos de las que habla Chela Sandoval (2004). Después de esta digresión que consideramos pertinente, retomamos la argumentación sobre la necesidad de nombrar el momento contemporáneo.

Tomamos el término sudaca enlazándolo con la complejidad histórica colonial, que lo llena de sentido, y lo expropiamos del contexto español, para: 1) enunciar las realidades precarizadas de las geopolíticas del sur, en las cuales se encuentra inscrito México, más por encarnar antiprivilegios —en este rasero de legitimidad económica que pasa por el afianzamiento del hiperconsumo en las lógicas gore del capitalismo posfordista—, que por situarse propiamente en el cono sur del continente (México como la puerta simbólica y racializada hacia el sur); 2) indagar en la posibilidad de reflexionar con términos comunes que tienen como principio deslegitimarnos, pero que pueden ser resignificados a través de un agenciamiento que pase por el reconocimiento de la vulnerabilidad históricamente compartida.

Ahora bien, tomamos esta somera genealogía como puente para definir los términos restantes, euraca y norteca, y finalmente vincularlos y analizar sus posibilidades enunciativas dentro del contexto de la precarización económica y existencial de las poblaciones jóvenes de los espacios ya enunciados en los primeros párrafos, que conformarían las filas del precariado internacional pero también los rostros de la disidencia contemporánea.

€uracas

Quiero hacer una obra euraca terrible y molesta.

DIamela Eltit, (hackeada por Salgado & Esteban)

España siempre ha estado unida como nación, por el dinero o por el miedo... y ya no le queda dinero.

Marc Lanthemann

Breve genealogía €uraca

Euraca es un vocablo que circula de manera cada vez más notoria en el habla coloquial del Estado español, y su uso se ha propagado a partir de 2012 a través de distintas notas periodísticas (Fuenzalida 2012; Burgui 2012), reflexiones en blogs (Salgado y Esteban 2012), entre otros. Sin embargo, no existe aún de forma aceptada por la mayoría de la población, dado el tinte de inferiorización que supone su conexión directa o incluso su derivación del término sudaca.

No obstante, este sentimiento de minorización, que llevaría a fraguar euraca, puede identificarse en frases que transitan, de forma repetitiva, desde hace décadas, donde se dice que: “España tiene complejo de no ser Europa”, “España es el sur de Europa” o “España es el norte de África”.6 Son frases que, a decir de los y las europeos/as del norte y los y las propios/as españoles/as, reflejan un espacio de subalternidad geográfica. Dicha subalternidad, los hace compartir con Latinoamérica ese querer alcanzar a la modernidad, tras una guerra civil que aún tiene secuelas en la población y una dictadura de 30 años.

Entonces, existe esta primera conexión entre el término euraca y el término sudaca que designa a un individuo proveniente de Latinoamérica (entendido como económicamente tercermundista y periférico), y esta reside en el deseo de subirse al carro de la modernidad y creer en los caballos de Troya que nos vendió dicho discurso: democracia, estado de bienestar, progreso y futuro. Estos conceptos son utilizados por las instituciones y los distintos gobiernos y organismos internacionales para la implantación acrítica y descontextualizada de unas narrativas de la modernidad que son incompatibles con el capitalismo financiero e insostenibles dentro del proyecto de globalización (recolonización) económica, y que han desembocado en prácticas de precarización extrema y capitalismo gore (Valencia 2010)7 alrededor del orbe.

España aceptó y celebró de forma acrítica su acelerado devenir primer mundo dado a partir de la transición y cristalizado con su inclusión en la Unión Europea en 1986, a través de subirse a la epistemología del poder y su colonialidad (Castro-Gómez y Grosfoguel 2007); es decir, aceptando una colonización epistémica y económica que lo llevaría a ser parte, por fin, de la Unión Europea. Sin embargo, fue a un costo muy alto que se ha cristalizado en la crisis económica actual, pero que, según expertos en economía, se venía perfilando desde su entrada en la ue, ya que era de esperarse que los países con menor pib, dentro de los cuales se encuentra España, conocidos ahora con el acrónimo p.i.g.s,8 sufrieran una crisis económica de tal magnitud.9

Ahora bien, en este trabajo tomamos el término euraca de un manifiesto- convocatoria redactado por María Salgado y Patricia Esteban en noviembre de 2012, el cual da título a un seminario sobre nuevas formas escritúrales, a fin de crear múltiples herramientas de agenciamiento por medio de políticas lingüísticas. En dicho seminario se invita a la apropiación y recodificación del lenguaje, a la desobediencia verbal, a la minorización/localización de la lengua o, como ellxs lo sugieren:

Euraca: consiste en una investigación en las lenguas y lenguajes disponibles, los lectos y los procedimientos, las letras y los libros y en algo así como los commons líricos, para llegar a escribir en otros términos, más oportunos al presente, que opongan resistencia verbal local exuberante a tanta lengua muerta que se oye estos días por ahí. [...] Euraca es, o sobre todo es, un experimento de aprendizaje colectivo en busca de un pigspidgin10 (Salgado y Esteban 2012).

Desde nuestra perspectiva, euraca es una especie de actualización radical de lo que sugerían Deleuze y Guattari (1978) cuando hablaban de la producción de una literatura menor11 o, dicho en otros términos, de tercermundizar la propia escritura para dar cuenta de la complejidad que encierran los procesos de minorización del tercer mundo y sus evidentes intersecciones entre el género, la raza, la sexualidad, la diversidad funcional y la precariedad. Por tanto, euraca, en este ensayo, deviene €uraca para explicitar la toma de conciencia de la tercermundización económica y social del primer mundo, desde una geopolítica localizada en el sur de Europa, donde España (S/pain) sufre las consecuencias del devenir minoritario por precarización económica y que la sitúan en el antiprivilegiado grupo de los p.i.g.s.

Esta minorización hace evidente (para una cultura con una historia de colonización que la colocó durante mucho siglos en el lado de la hegemonía) que la pobreza oscurece en un sistema que ya no puede asegurar privilegios geopolíticos que no se justifiquen en la legitimidad económica. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, esta discursivización que se encierra en el término €uraca crea un dispositivo complejo que, por un lado, da cuenta de las condiciones económicas, políticas y sociales que construyen códigos que se inscriben tanto en la piel y en el cuerpo como en el pensamiento/agencia- miento. Y, por el otro, confluyen en una herramienta de reflexión y tejido de redes que no pasa por alto el devenir tercermundista y que, además, recodifica este devenir no solo en su dimensión de antiprivilegio, sino en la activación de una política de desobediencia epistémica y lingüística. Tomamos dicho término para resignificarlo y ensanchar sus posibilidades enunciativas, para que estas no queden circunscritas solo a lo literario, pues encontramos que dicha nomenclatura tiene una potencialidad enunciativa que puede funcionar como dispositivo epistémico para aglomerar una serie de trayectorias sociales, culturales y económicas que buscamos vincular y poner en diálogo con otros disfemismos, como son sudaca y norteca.

Norteca$

La guerra es un buen negocio, invierta a su hijo [pero esto es Wall Street, puede perder].

Allen Ginsberg [hackeado por S. Valencia]

Proponemos el vocablo norteca$ para enunciar a los sujetos minoritarios que conforman las periferias tercermundistas (contemporáneas) de los Estados Unidos. Lo hacemos así siguiendo los argumentos planteados, en los años 80, por las reflexiones de las feministas de colores (chicanas, negras, asiático-americanas, et al.) sobre la existencia de un tercer mundo estadounidense encarnado por ellas y por todxs aquellxs que por razón de clase social, raza/etnia, disidencia sexual, diversidad funcional o de condición migratoria (ilegal) fueran minorizados dentro del sistema hegemónico de la blanquitud y del poder, tanto epistemológico como económico, representado por los Estados Unidos.

Es cierto que el panorama ha cambiado a partir del advenimiento de la globalización del que tanto nos advertía el discurso de las feministas ya enunciadas (Moraga y Castillo 1988). Sin embargo, la globalización, entendida como proyecto de (re)colonización y precarización económica, es una especie de regreso de la Historia (colonialista y expoliadora), que podemos observar a través de la crisis económica mundial que tiene como epicentro los centros neurálgicos del poder: (anglo)América y Europa. Este retorno de la historia reactiva la actualidad de los argumentos propuestos tanto por los movimientos sociales de los años 60 como los propuestos por el feminismo de colores de los 80, así como la necesidad de volver a la Historia y hacer de esta una lectura a contrapelo, donde el giro decolonial, junto a las metodologías (trans)feministas, sean nuestras directrices para identificar los puntos de convergencia de la historia que se repiten y nos precarizan de manera generalizada.

La desmemoria/el olvido es uno de los dispositivos más eficaces para desactivar el agenciamiento social con los que cuenta el capitalismo. Se retraduce y distribuye entre las subjetividades capitalísticas jóvenes bajo la promesa de que el futuro es el verdadero lugar, un futuro teleológico que se teje de manera tramposa sobre la nada, sobre las ruinas de una historia de lucha social y de represión invisiblizadas, bajo las lógicas de lo inmediato, lo rápido, lo veloz.

La velocidad es la cualidad más apreciada en las sociedades contemporáneas, pero velocidad e inmediatez resultan tan nocivas e imposibles como las apelaciones anquilosadas del conservadurismo y la necesidad de una visión contrastada de ambas partes. Sin embargo, tanto la inmediatez como el anquilosamiento corresponden a dos polos del borramiento de la complejidad del devenir de la historia, las cuales recaen, o bien en la instauración de dogmas, o en la efervescencia que trae consigo la falta de perspectiva sobre las consecuencias de los procesos históricos. Dichos factores nos conminan a repetir, como autómatas, los mismos errores del pasado y del presente, los cuales en las sociedades contemporáneas no cuestan solo tiempo y dinero (como nos han inculcado), sino también hacen que en dicha repetición se juegue literalmente la vida de poblaciones enteras.

Así, los y las norteca$ son aquellas poblaciones tremendamente fragilizadas, las cuales representan el rostro de la convergencia del proyecto globalizador y las luchas por el reconocimiento, y tienen conciencia de que la utopía del progreso es inaccesible si eres pobre, de color, disidente sexual, inmigrante ilegal, discapacitado. Los y las norteca$ son también una nueva minoría blanca que cuenta con la legitimidad de la raza, pero cuyas vidas han devenido (o permanecido) precarias por cuestiones económicas y que, al igual que en el contexto europeo de los p.i.g.s, han tomado conciencia de que la pobreza oscurece y el dinero blanquea. O, dicho de otra manera, son aquellas poblaciones que han entrado recientemente en el bucle voraz de la subalternización y la aporofobia. Así lo muestran las recientes estadísticas, ya enunciadas en párrafos anteriores, sobre el aumento de los índices de pobreza para las poblaciones blancas y jóvenes en los Estados Unidos.

El panorama internacional nos muestra que hemos llegado a un punto medular de intersección y posibles alianzas entre las poblaciones identificables como $udacas, €uracas y norteca$, donde se puede ver que seguir las reglas y afirmarse en una identidad adscrita a la idea de un Estado- nación ya no puede asegurar protección12 sino por el contrario, seguir las reglas de un sistema voraz y estructuralmente inequitativo “es un desvío de energía y una repetición trágica del pensamiento racista patriarcal” (Lorde 1988: 92), pero también una complicidad con la necropolítica que tiene sus bases en la economía de la muerte y en la minorización inesperada de poblaciones antes consideradas legitimas.

$udacas, €uracas, norteca$ rise up!

Ante el panorama desolador, también surgen formas de disidencia creativa, formas de desadscripción que expanden la idea de pertenencia y se perfilan con ánimos de transitar hacia la construcción de un común. En palabras de Montserrat Galcerán:

[...] lo común de la multitud no habrá que buscarlo en el más pequeño denominador común que se da naturalmente, como la esencia común de la explotación; lo común es el objeto mismo que hay que construir políticamente, aceptando medirse con la simultaneidad de las opresiones. No el poder de gobernar a los otros sino el poder para construir en común y de forma compartida los espacios en los que habitamos (Galcerán 2009: 198).

Estas formas de disidencia creativa representadas, mayoritariamente (pero no solo) por los y las jóvenes $udacas, €uracas, norteca$, han fraguado y sacado al espacio público cuestionamientos localizados y pertinentes de manera g-local.13 Son movimientos que hacen puentes entre los lenguajes de la mass media, la televisión, las redes sociales (el orden capitalista en general) y conceptos que vienen de las luchas sociales situadas en siglos pasados y que siguen siendo pertinentes por tener un correlato ontológico en la realidad social contemporáneas, luchas que entienden o están en proceso de entender que el género, la raza, la disidencia sexual y la diversidad funcional no son meros epifenómenos, sino que construyen encarnaciones interseccionales que siguen actuando como principios organizadores de la economía política actual.

Finalmente, este uso de disfemismos nos lleva a reconceptualizar una filosofía política del activismo que refute la situación actual de desigualdad global, dando continuidad a las luchas decoloniales y a la perspectiva transfeminista, mostrando un medio de articulación entre insurrecciones cotidianas, que proliferan en el paisaje misceláneo de las ciudades del capitalismo gore, y temas relacionados con el uso subversivo del género, la sexualidad, el racismo, la diversidad funcional, la pauperización, la ecología, etc., y detonando la ortodoxia de lo que puede ser considerado como agenciamiento político

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Sabemos que la edad considerada como juventud va de los 15 a los 24 años (cepal/oij 2004), según los lineamientos internacionales dictados por la onu. Sin embargo, también entendemos como población joven a aquellos que pese a superar este rango de edad y dado el cambio en las formas en las que se entiende el trabajo y los roles económicos actuales, pueden ser considerados jóvenes porque no están dentro de las dinámicas sociales tradicionales que se le atribuyen a la adultez: la incorporación al trabajo, autonomía e independencia que pueden conllevar la formación de un nuevo núcleo familiar, etc. Estos son factores altamente vinculados con el sistema de producción y la geopolítica, los cuales, en el momento contemporáneo, han modificado de forma radical la noción de trabajo, complejizando el panorama sobre lo que puede ser entendido como tal. Brindan también información de lo que está fuera de las cifras oficiales y encuestas nacionales e internacionales, porque existe en ellas una in- visibilización de las coreografías del género y la interpretación de lo que se considera trabajo. Por ello, desde nuestra perspectiva, entendemos por juventudes a aquellas "construcciones sociales inscritas en cronotopos definidos que aluden a conjunciones especificas de tiempo y espacio con matrices socioculturales específicas" (Valenzuela 2012: 81) y que llevan a la "conformación de rasgos distintivos que las diferencian de otros grupos generacionales y sociales y se distinguen por rasgos objetivos que incluyen formas de consumo, vestuario y prácticas compartidas" (Valenzuela 2012: 81).

Esto representa un parámetro para que cada nación establezca una definición propia, por ejemplo en la Comunidad Europea el rango de edad oscila entre los 15 y 29 años, para el caso de México es de 12 a 29 años (cepal/oij 2004).

Desde 2010, cuando José Narro, rector de la unam, aseveró que la cantidad de ninis ascendía a siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, "[...] se desató un fuerte debate en México en torno a la inactividad juvenil" (Arceo y Campos 2011). La polémica ha girado en torno a cuántos ninis son, sus causas y las estrategias para reducirlos (Székely 2011; Tuirán 2011).

El término messtizo es un juego de palabras en spanglish que conjunta la versión de mess (en inglés) con la palabra mestizo. Dicha construcción indica un fallo, un giro, una despropor ción, algo fuera de los parámetros, desordenado, confuso, alarmante, es decir, que sale de las interpretaciones lineales; va aunado al término mestizx, el cual sigue significando, además de una mezcla racial o étnica, representada por ciertos fenotipos considerados de color, una posición social disminuida que impide o limita su acceso a la educación y a posiciones de mando, propiedad o prestigio.

El término messtizo resulta un dispositivo lingüístico que reapropia la injuria del mess y conjunta con la complejidad de lo mestizo. Por tanto, al proponer la palabra messtizx como adjetivo de las multitudes contemporáneas, recuperamos la crítica decolonial y situamos a dichas multitudes de manera compleja dentro del entramado social, donde no pueden ser entendidas como masas anónimas, sino como multitudes conformadas por singularidades y desplazamientos que las hacen tremendamente ricas en su interpretación y no las sitúan en una posición de infantilización paternalista, sino que se reconoce que están articuladas por contradicciones que pueden resultar ingobernables y estallar los marcos de interpretación tradicionales.

Se trata de una jerga de Madrid, principalmente juvenil, con auge a principios de los años 80, ligado a la movida madrileña, que sigue utilizándose en determinados ambientes. Se caracteriza por ser un lenguaje relajado en sus formas, por tener elementos castizos y en ocasiones marginales y, sobre todo, por utilizar asiduamente disfemismos lo que hace que se perciba como un habla contracultural y antiprotocolaria.

Esta afirmación se comprueba con lo escrito por Bayless Parsley, analista de Stratford, quien se afirmó sobre las protestas del 15M en España: “Incluso si fueran más civilizados [que los árabes] e inherentemente democráticos, la naturaleza de su educación en una sociedad decadente en la que la gente habla múltiples idiomas y solo enarbolan sus respectivas banderas durante el Mundial de Fútbol, hace que sigan mirando a lo que ocurre en los países vecinos para inspirarse”, de forma que “los europeos no son distintos de esos árabes del Tercer Mundo” (The Global Intelligence Files 2012).

Proponemos el término capitalismo gore como la reinterpretación dada a la economía hegemónica y global en los espacios (geográficamente) fronterizos o precarizados económicamente. Tomamos el término gore de un género cinematográfico que hace referencia a la violencia extrema y tajante. Entonces, con capitalismo gore nos referimos al derramamiento de sangre explícito e injustificado (como precio a pagar por los tercermundizados de todo el orbe, que se aferran a seguir las lógicas del capitalismo, cada vez más exigentes), al altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos con frecuencia mezclados con el crimen organizado, la división binaria del género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de necroempoderamiento.

No resulta nada casual que el significado en español de dicho acrónimo sea cerdos, una metáfora bestializante, que tiene una impronta de subalternización de estos países y un dejo de aporofobia.

Según Javier Fuenzalida, "España adopta el Pacto de Estabilidad y Crecimiento limitando el déficit fiscal al 3% de su pib. Sin embargo, el pib del sur es inferior al del norte, más desocupación, más pobreza, pero la política monetaria la dicta el norte, con alto empleo y sin inflación, entrando en conflicto con el sur. Hay movilidad del capital, pero no laboral. Si bien no hay barreras legales para las migraciones, las hay y grandes: idiomas diferentes, religiones diferentes, costumbres diferentes, etnias diferentes, que frenan las migraciones balanceadoras. En este entorno, todos y principalmente los países del sur comenzaron a violar la regla del 3% del déficit fiscal para otorgar beneficios populistas: jubilaciones prematuras, reducción de jornadas laborales, abundantes feriados, subsidios de todo tipo, burocracia creciente. Hace ya muchos años que la deuda pública sobrepasó el 70% del pib: Irlanda (1981), Italia (1988), Grecia (1990), Portugal (2006), Francia (2008), España (2010)" (Fuenzalida 2012).

El Oxford Dictionary lo define: ”A simplified form of speech that is usually a mixture of two or more languages, has a rudimentary grammar and vocabulary, is used for communication between groups speaking different languages, and is not spoken as a first or native language. Also called contact language” [Una forma simplificada de discurso que suele ser una mezcla de dos o más idiomas, tiene una gramática y un vocabulario rudimentario, se utiliza para la comunicación entre grupos que hablan lenguas diferentes, y no se habla como lengua materna o nativa. También se llama lenguaje de contactos]. Es decir, es un lenguaje nuevo y de contacto que esté a la altura de los acontecimientos en el contexto p.i.g.s.; es decir, en el contexto de devenir minoritarios por causa de la crisis económica mundial que se sitúa geopolíticamente y de manera más notable e insidiosa en los países europeos conocidos con el acrónimo inglés: p.i.g.s (Portugal, Ireland, Greece, Spain). Este lenguaje ayuda a traducir la realidad del ahora bajo estos términos de precarización económica y existencial.

“Lo que equivale a decir que ’menor’ no califica ya a ciertas literaturas, sino las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor (o establecida). Incluso aquel que ha tenido la desgracia de nacer en un país de literatura mayor debe escribir en su lengua como un judío checo escribe en alemán o como un uzbekistano escribe en ruso. Escribir como un perro que escarba un hoyo, una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto” (Deleuze y Guattari 1978).

Tal es el caso de Christopher Dorner, exmilitar y policía de Los Ángeles, multicondecorado por ejército de los Estado Unidos, que pasó de ser un héroe nacional a enemigo público número uno en una semana (ap 2013).

Movimientos como el transfeminista, cuyo manifiesto publicado en 2010 hace un llamado a abrir y repensar los límites y el sujeto de los distintos feminismos; el 15M, que desde 2011 y hasta la fecha ha recorrido las plazas de toda España y el mundo, conminando a la emergencia de grupos afines y con demandas especificas en otros espacios; el movimiento Occupy, extendido por todos los Estados Unidos; así como las protestas estudiantiles en Chile a favor de una educación pública y el movimiento #YoSoy132 en México, entre muchos otros. Dichos acontecimientos no son casuales, sino que obedecen a una toma de conciencia crítica que rechaza la perpetuación de ciertos órdenes políticos, sexuales, raciales y económicos emparentados con el abuso de poder y neoliberalismo exacerbado. Ciertamente estos movimientos representan solo la punta del iceberg y dan visibilidad a muchos otros movimientos y trayectorias g-locales, del precariado social, que desde los años 60 han iniciado la andadura de revisar, visibilizar, confrontar y proponer otras formas de agenciamiento no distópico frente al capitalismo como sistema de producción pauperizante.

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