La doctora Esperanza Fujigaki es la cabeza de un entusiasta grupo de investigación que, desde la Facultad de Economía, impulsa nuevos abordajes en el terreno de la historia económica mexicana de las últimas décadas. El libro que nos ocupa, México cruce de siglos 1970-2014. Pensamiento, desarrollo y políticas económicas. Antecedentes y tendencias, es la segunda materialización del trabajo encarado por este colectivo de profesores e investigadores, que viene a sumarse al volumen inaugural, México en el siglo xx: pasajes históricos, publicado en 2013 por esta misma casa de estudios. En un sentido general, estos trabajos han comenzado a arrojar nueva luz sobre distintos procesos históricos transitados por la economía mexicana desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días.1 Si bien cada capítulo tiene alcances, un tema y un enfoque particulares, hay una articulación posible que surge al cerrar la última página
Para comenzar, se debe señalar como virtud del libro que, a pesar de tratarse de una obra colectiva, no es una simple aglomeración de voces que se superponen unas a otras. Si bien cada capítulo tiene alcances, un tema y un enfoque particulares, hay una articulación posible que surge al cerrar la última página. Ello se debe a que cada trabajo, a su forma, excede su propio ámbito y plantea elementos para avanzar en una interpretación más amplia del proceso histórico-económico mexicano desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días, con especial énfasis en la emergencia del modelo neoliberal.
Antes de indagar esa dimensión con más detalle, se iniciará esta nota con un breve comentario sobre los distintos capítulos de la obra. Ello permitirá ubicarnos mejor en las reflexiones sobre ese sentido, implícito, más amplio del libro. La propuesta de lectura es la de tratar de entablar un diálogo entre la experiencia mexicana y la argentina. La pregunta que subyace a este acercamiento es: ¿qué tienen en común México y Argentina, y que los separa? Con esa clave en mente, se examinará más de cerca el contenido de cada capítulo, siguiendo el orden en que aparecen publicados, que -atinadamente- es a la vez cronológico y temático.
Tras una introducción a cargo de la coordinadora del volumen, que cumple el cometido de trazar el arco temporal que da sustento a los trabajos más específicos siguientes, el primer capítulo, escrito por José Abel Ogaz Pierce, aborda el pensamiento de Vicente Lombardo Toledano durante la segunda mitad de la década de 1950, en lo referido específicamente a cuestiones económicas y de política económica. Encontramos allí una lectura marxista del proceso económico mexicano de posguerra, que se puede interpretar como el cruce entre la posición política que, por entonces, impulsaba el Partido Comunista a escala continental y una reflexión propia del líder obrero, relativa a la herencia de la revolución mexicana, que en su concepto había sido “traicionada” y debía ser recuperada.
De tal modo, la necesidad de expandir la industria nacional -en especial sus ramas básicas-, los límites dados tanto por la penetración imperialista (dada la creciente presencia del capitalismo monopolista estadounidense) como por la restricción externa y asimismo el papel que frente a ellos debía jugar la planificación estatal, eran tópicos que resonaban igualmente en otros intelectuales comunistas de América Latina.2 Ahora bien, una diferencia sustancial con la Argentina radicaba en la querella contra los sectores latifundistas. Valga como ejemplo que, casi al mismo tiempo, Jaime Fuchs -con probabilidad, el economista más destacado entre las filas del PCA de la época- sostenía que una de las limitaciones (y quizá la más importante) para un despliegue más rápido y profundo de la industria pesada era la persistencia del latifundio y la estructura concentrada de propiedad agraria.3 Recién en segundo lugar aparecía el imperialismo como factor limitativo, planteando un orden de prioridades diferente ya que en Argentina no se había logrado efectivizar una reforma agraria. Esto, huelga aclararlo, implicaba una diferencia sustantiva con lo sucedido en México, lo que resulta evidente en el abordaje de ambos autores.
Por otra parte, al volver la mirada hacia atrás Lombardo Toledano proponía retomar y profundizar el legado revolucionario en todo lo que éste tenía de nacionalista, popular, industrializador e igualitario. En ese sentido, la referencia al pasado le permitía ser profundamente crítico de su presente; es decir, de las políticas económicas implementadas en los años de la inmediata posguerra. El abandono del programa revolucionario había conducido a México a un callejón sin salida y, por ende, era necesario retomar la senda perdida. Interpelando a la clase política dirigente y a la burguesía local, cooptadas por el imperialismo, para Lombardo la alternativa sólo podía emerger de la participación sustantiva y masiva de los sectores trabajadores en la toma de decisiones. Con todo, responder la pregunta acerca de las condiciones y la posibilidad efectiva de concretar este programa -una puerta que el autor deja entreabierta en su capítulo- nos llevaría aquí demasiado lejos y sólo la dejo aquí planteada.
El siguiente capítulo del libro adopta un enfoque muy distinto. Tayra González Orea sigue la trayectoria de un ingenio azucarero que estuvo bajo control de una misma familia -los Bermejillo- durante tres generaciones. Se trata de un estudio de historia empresarial y sectorial, que abarca más de un siglo, que permite al lector trazar un mapa del cambiante sistema de relaciones económico-sociales en torno a tres ejes estructurantes: los intereses empresarios, la dinámica de la rama productora de bienes de consumo básico y la permeabilidad de la política económica a las demandas de distintos sectores sociales en México entre 1868 y 1975. Del juego de estos elementos diversos se puede obtener una visión compleja del proceso analizado por la autora.
En ese sentido, la riqueza del estudio radica en que no plantea una explicación lineal, sino que adopta un prisma multi-causal para dilucidar la evolución del ingenio de Pedernales en su larga historia. Por ejemplo, la empresa terminó en la quiebra y pasó a manos estatales, pero ese resultado no puede adjudicarse a la falta de “espíritu emprendedor” de sus dueños (al contrario, se debió en parte importante al excesivo optimismo por las perspectivas abiertas en los años sesenta en los mercados externos), sino más bien a la dinámica asociada a la estructura socio-económica mexicana y, especialmente, al resultado de la relación entre empresarios y orientación estatal. El mantenimiento de precios reducidos durante largos años para favorecer el consumo popular había afectado la rentabilidad de los ingenios, que se fueron sumiendo en el estancamiento, el atraso tecnológico y un progresivo endeudamiento. En ese sentido, la riqueza del estudio radica en que no plantea una explicación lineal, sino que adopta un prisma multi-causal
Los problemas de sobreproducción (o su contracara, un mercado interno sin capacidad de absorber toda la producción local) implicaron en México, al igual que en Argentina o en Brasil, un creciente involucramiento estatal desde los años treinta, en pos de sostener esta actividad agroindustrial.4 Sin embargo, las diversas estrategias -muy bien analizadas por la autora- no evitaron que algunas décadas más tarde, frente a problemas económicos y financieros todavía irresueltos, se planteara la salida por vía de la nacionalización de los ingenios en quiebra, en cuya bolsa también cayó la empresa de los Bermejillo.
El tercer acápite, de Enrique García Moisés y Adrián Marín Blancas, se aboca a responder una pregunta clave a la hora de evaluar el desempeño macroeconómico de México durante las últimas décadas: ¿qué tan ventajoso para el desarrollo resultó la llegada de ingentes flujos de inversión extranjera directa desde los años ochenta? Se puede considerar que el caso mexicano es paradigmático en este punto, en tanto su cercanía con los Estados Unidos y la política comprometida de atracción de capitales permiten considerar al país como un campo de experimentación casi ideal de los resultados que acarrea para una economía periférica la adopción de una estrategia fundada en la irrestricta apertura económica y financiera. La respuesta de los autores deja poco lugar a dudas: los prometidos impactos benéficos sobre la acumulación tecnológica, la generación de empleos de calidad o la modernización del sector industrial han sido decepcionantes
La respuesta de los autores deja poco lugar a dudas: los prometidos impactos benéficos sobre la acumulación tecnológica, la generación de empleos de calidad o la modernización del sector industrial han sido decepcionantes. Por el contrario, los inversores extranjeros han aprovechado todas las medidas favorables que se tendieron para su llegada, pero sin generar las asociaciones virtuosas que de ellas se esperaban. No resulta este un resultado novedoso para quienes piensan dentro de la gran tradición estructuralista y dependentista latinoamericana, sin embargo sus postulados son minimizados por la escuela económica neoclásica, negando su potencia.5 En el caso de inversiones productivas estos grandes capitales mantuvieron un férreo control sobre la tecnología que incorporaron y los salarios deprimidos, se hicieron con abundantes beneficios fiscales y de todo tipo, no originaron prácticamente nuevos encadenamientos en el resto de la economía nacional y terminaron por incrementar la presión sobre las divisas disponibles. Más aún, los autores postulan que su comportamiento resultó crecientemente rentista, alejándose de las inversiones productivas. Al dirigirse cada vez más hacia la inversión de cartera maximizaron su rentabilidad sin asumir mayores riesgos.
Entablando diálogo con estas conclusiones, Carlos Tello, en su capítulo sobre el funcionamiento de las finanzas públicas durante la época neoliberal, es categórico. El profuso y profundo análisis del uso del ingreso y el gasto públicos y su articulación con los intereses de las clases sociales desnuda un cambio radical a partir de la implementación de la primera oleada de “reformas estructurales” durante los años ochenta. A partir de entonces, la política fiscal pasó a estar exclusivamente orientada por los beneficios de los grandes grupos capitalistas. El principio de mantener las “finanzas sanas” se estableció como el pilar para la política fiscal, siendo su objetivo declarado garantizar la estabilidad macroeconómica puesta al servicio de los compromisos externos y la atracción del capital foráneo.
Llegado a ese punto, el autor recurre a la caracterización del “estancamiento estabilizador” para describir el norte de la política económica de los últimos años.6 Tello señala luego los principales problemas del gasto público en México durante los últimos treinta y cinco años: una clara insuficiencia en relación a las necesidades sociales y económicas del país; una mala ejecución, poca transparencia en su ejercicio y nula evaluación por resultados; una enorme rigidez que ha impedido utilizar la política fiscal como palanca del desarrollo (dado que más del 95% de las partidas se definen de manera inercial); una alta concentración decisoria en el poder ejecutivo nacional, entre otros factores limitantes.
En lo atinente al gasto social, su monto es reducido en relación al prevaleciente en los demás países latinoamericanos y -lo que es aún más expresivo de la lógica subyacente- su incidencia favorece predominantemente a los sectores urbanos y se dirige en gran proporción a los sectores más pudientes. Por el lado de los ingresos tributarios, se demuestran la limitada capacidad recaudatoria y la fuerte dependencia de las cuentas fiscales sobre los ingresos, directos e indirectos, originados en el petróleo. Todo ello explica que la redistribución secundaria del ingreso sea prácticamente nula en México. Tampoco en el sentido de la promoción del crecimiento el gasto público ha logrado gran incidencia. La adopción del neoliberalismo “en su máxima expresión” ha llevado al desmantelamiento de todas las herramientas de política económica y con ello, a un retroceso indudable de la sociedad y la economía mexicana.
No hay forma de no coincidir con el autor cuando reclama retomar el control de la política fiscal como palanca del desarrollo y herramienta de distribución progresiva del ingreso. Es una lección para todos los países en procura de su mayor bienestar que una baja participación del gasto público en la economía no libera las fuerzas del sector privado, tal como los adalides del crowding-out predicen.7 Al contrario, sin el impulso estatal la actividad productiva se estancó y la inversión privada no ocupó el lugar vacante. Es dable pensar que lo sucedido es una especie de efecto crowd-out inverso: al salir el Estado del mercado también salió el sector privado, dejando a la economía mexicana funcionando en el vacío. Haber confiado durante los últimos lustros el crecimiento económico del país exclusivamente al componente de las exportaciones se revela, indudablemente, como un grave error.
En la misma lógica que los dos trabajos anteriores, el capítulo de Adrián Escamilla Trejo plantea una lectura desde la dinámica del Estado como empresario industrial. Como fruto derivado de su investigación doctoral sobre el Combinado Industrial Sahagún, este autor analiza tres fases de reconversión industrial del complejo productivo, investigando el devenir de sus tres nodos principales: Concarril, dina y sidena, desde 1976 hasta la actualidad.8 Cada planta siguió una pauta distinta para su transformación pero en líneas generales se produjo un replanteo productivo, tecnológico y de vinculación con el capital foráneo. Lo que resulta evidente es que las firmas estatales dejaron de ser vistas como puntales de la industrialización mexicana y se les impuso la adopción de prácticas de “cooperación” con las empresas extranjeras, e incluso llegaron a ser catalogadas como causantes principales de los males económicos. El supuesto asociado al paradigma neoclásico y monetarista -que cundió con fuerza en todo el mundo- era que el Estado no podía ser un buen gestor empresario, y por lo tanto debía dejarse en manos de los capitalistas privados toda actividad económica que no fuera estrictamente la provisión de bienes públicos.9 Incluso, a veces, ni siquiera eso. No hay forma de no coincidir con el autor cuando reclama retomar el control de la política fiscal como palanca del desarrollo y herramienta de distribución progresiva del ingreso
Si los emprendimientos públicos habían logrado complejizar la matriz industrial y tecnológica u obtener durante muchos años beneficios económicos, poco importó.10 La retracción generalizada de las actividades empresariales del Estado se dio en el marco de la tercera fase de reconversión industrial, la más profunda, iniciada en los años noventa. Dentro del andamiaje interpretativo que el autor propone hay dos conceptos medulares, y que sirven también para entender la experiencia argentina durante la imposición neoliberal del “modelo de convertibilidad”.11 Me refiero a dos procesos vinculados: la “desindustrialización prematura” y la “desustitución de importaciones”, que implicaron la reversión total de la apuesta de desarrollo lanzada en Latinoamérica desde los años treinta y cuyos pobres resultados son plenamente visibles hoy.
El último capítulo, de Maribel García Elizalde, parte de explicitar un marco teórico fuerte. La autora utiliza la noción de “paradigma tecno-económico” y busca estudiar cómo se produjo en México el pasaje desde el esquema fordista-keynesiano al de producción flexible-neoliberal. Como es evidente, los conceptos adoptados provienen de la escuela de la regulación y el neo-institucionalismo, tradiciones que han brindado valiosas herramientas interpretativas para la historia económica. En particular, las implicancias de dicho cambio son estudiadas desde las estrategias seguidas por las terminales automotrices en México. En ese sentido, tiende claros puentes con el texto de García Moisés y Marín Blancas sobre la dinámica de la inversión extranjera en México y con el de Adrián Escamilla, en lo referido a la reconversión de aquellas terminales que ya actuaban en México antes del cambio de paradigma. Al igual que con la desregulación de los mercados, el resultado de la (des)intervención estatal fue la de brindar más poder de negociación a la clase capitalista
En tanto en este país la aplicación del modelo neoliberal tuvo uno de sus ejes centrales la exportación de bienes manufacturados hacia los Estados Unidos (algo que también es resaltado en el capítulo de Carlos Tello), la evolución de este subsector industrial permite definir algunas consideraciones más amplias sobre los resultados económicos alcanzados. Un elemento nodal que la autora pone en juego -y que complementa el juicio negativo que hemos ido desplegando desde los capítulos previos- fue la necesidad de las grandes empresas extranjeras de desarticular los mecanismos que protegían los derechos de los trabajadores. Al igual que con la desregulación de los mercados, el resultado de la (des)intervención estatal fue la de brindar más poder de negociación a la clase capitalista. La “reforma laboral”, que también avanzó a pasos gigantescos en la Argentina durante los años noventa, implicó inclinar el fiel de la balanza hacia los empresarios, con las consabidas secuelas para los trabajadores: una mayor explotación manifestada en creciente desprotección, informalidad, flexibilización, inestabilidad y caída de salarios.12
Como se indica en el texto, el sector sirve para ejemplificar también el abandono de la pretensión típica del modelo de posguerra de avanzar en la integración vertical de la producción industrial en función de un nuevo objetivo: el incremento de las ventas externas para fortalecer la posición de divisas del país. En ese sentido, las reformas lograron su cometido ya que México se transformó en una importante plataforma de exportación para las grandes empresas automotrices. Ahora bien, lo que realmente debe ser puesto a discusión es si el precio que pagó la sociedad mexicana por ese mentado “éxito” valió realmente la pena. Desarticulación industrial, falta de ingresos públicos por el otorgamiento de abundantes beneficios, pérdida de derechos laborales, son sólo algunos de los resultados más visibles.
En el epílogo, Esperanza Fujigaki presenta una lectura crítica sobre el marco en que se dio la emergencia del neoliberalismo mundial. Según expresa la coordinadora, con esos lineamientos se construyó el marco común para establecer el diálogo entre los distintos trabajos publicados. El pasaje de los “años dorados” del capitalismo de posguerra al esquema neoliberal, resaltando la importancia que alcanzó el capital financiero, las (no tan nuevas) propuestas de política económica y los argumentos desplegados a su favor, como asimismo la dinámica de las recurrentes crisis que hemos vivido en las últimas décadas fueron los ejes sobre los que se asentaron estos distintos estudios sobre la experiencia económica en México.
Ahora bien, considero que más allá de ese encuadramiento compartido resultaría fructífero fortalecer el diálogo interno de las distintas investigaciones en curso, en vistas a las futuras contribuciones del grupo. Existe una base común que facilitaría la tarea. Como adelanté al comienzo de esta nota, hay también otros intercambios fructíferos que los autores pueden disponer. Todos los trabajos, a su forma, llevan implícita la pregunta por el desarrollo de México y sus posibles intérpretes. Más en particular, todas las indagaciones posan su mirada sobre el papel jugado por el Estado, en sus diversas dimensiones durante los distintos momentos históricos abordados.
Como es sabido, economía y política son dos momentos escindidos analíticamente pero unidos en la realidad social del capitalismo. Los trabajos aquí reseñados se abocan a una u otra dimensión en distinta medida y, de tal forma, disponen algunos de los elementos necesarios para avanzar con una verdadera “economía política del neoliberalismo”. La articulación de estos estudios sobre ideologías, políticas y acciones permitiría superar el momento puramente económico. Aunque ésta sea todavía una tarea incipiente, abriría la posibilidad de pensar explícitamente en la construcción de la hegemonía; es decir, indagar en las estrategias de poder de las clases dominantes. Distintos factores, de los ya mencionados, deben entrar en ese juego: la dimensión ideológica y conceptual, el análisis de la evolución productiva y de las empresas, las presiones y las respuestas de las clases sociales al entorno macroeconómico, la forma de atacar la limitación de divisas y la orientación de la política económica, ya sea externa, industrial, fiscal o monetaria, entre otros. De esa forma puede avanzarse en una más rica interpretación de las mudanzas históricas del modo de producción mexicano, como de sus alternativas futuras.
Si bien se hallan implícitas en los distintos capítulos del libro, hay varias conclusiones para extraer de esa “economía política del neoliberalismo”. La primera es su carácter asimétrico. La implementación de sus lineamientos tiene tal capacidad destructiva que puede desarticular rápidamente las estructuras económico-sociales trabajosamente desarrolladas durante décadas. La segunda, más conocida, se refiere a los efectos sociales y económicos de su imposición a ultranza, aunque no abundaré aquí en detalles porque el libro documenta la creciente pobreza, desigualdad, estancamiento, dependencia y un largo y sombrío etcétera que ha irrumpido en México con la adopción de las políticas económicas neoliberales.
De tal suerte, la evaluación sobre la estrategia seguida por México es lo suficientemente robusta como para incitar una reversión del proceso, o al menos, propiciar su enjuiciamiento. Los distintos ejes abordados a lo largo de los capítulos del volumen así lo demandan. Con todo, no hace falta ser pesimista. El mundo que se avecina obliga a plantear estrategias diferentes, donde una de las alternativas debería ser que los capitales foráneos se integren en una perspectiva nacional pero dejando de ser los orientadores excluyentes del proceso de acumulación mexicano. Me gustaría hacer una advertencia, en este sentido, es que en algunos pasajes se alude al “modelo de desarrollo neoliberal”. Concedo que es una expresión común. Sin embargo, por todo lo antedicho deberíamos hablar del “modelo de subdesarrollo neoliberal”. La disputa en el plano discursivo no es asunto menor, y a todas luces, desarrollo y neoliberalismo resultan términos antitéticos, tanto en el plano teórico (discusión que emprender aquí nos llevaría demasiado lejos) como, fundamentalmente, mediante el examen de la experiencia histórica, tal como los resultados del libro demuestran. La evaluación sobre la estrategia seguida por México es lo suficientemente robusta como para incitar una reversión del proceso, o al menos, propiciar su enjuiciamiento. Los distintos ejes abordados a lo largo de los capítulos del volumen así lo demandan
Para finalizar, retornemos a la clave de lectura planteada al inicio. Si, en términos generales, los efectos de adoptar las prescripciones neoclásicas de política económica son prácticamente los mismos en todos lados donde se aplica (por otra parte, resultado lógico para una receta única), debemos, por otra parte, preguntarnos por las características propias de la experiencia económica mexicana de las pasadas décadas. Quizá debamos descubrir ese carácter específico, primero, en su cercanía con la mayor potencia mundial, como elemento externo, y que en parte preponderante determina los grados de libertad de la política económica nacional. Ahora bien, la experiencia seguida en los últimos años, a falta de un nombre mejor, se me ocurre denominarla como “modelo neoliberal con acople pasivo a los Estados Unidos”. Por otra parte, también México se distingue en su funcionamiento interior por una dinámica institucional y social mucho más estable que la de otros países latinoamericanos.13 Como es obvio, estos elementos no son adjudicables al neoliberalismo, sino que constituyen una condición histórica del país, necesarios de ser tenidos en cuenta, con muchos otros elementos, tanto a la hora del análisis como, fundamentalmente, de establecer futuras estrategias para el país. La interacción de esos factores fundamentales puede ayudar a comprender lo general y lo específico en la trayectoria económica de México.
En suma, no pretendo descubrir aquí respuestas concluyentes, sino compartir una posible clave interpretativa e instar a los autores a continuar el trabajo emprendido, a fin de abrir nuevas perspectivas que alienten una necesaria rediscusión sobre la trayectoria económica seguida por México en el pasado, cuyas condiciones explican el presente y condicionan su futuro.
Este texto se basa en la intervención que se me invitó a realizar durante la presentación del libro México cruce de siglos 1970-2014. Pensamiento, desarrollo y políticas económicas. Antecedentes y tendencias, llevada a cabo en la Facultad de Economía de la unam el 17 de noviembre de 2016.
En ese sentido, forman parte de una cierta renovación historiográfica que ha comenzado a matizar los postulados heredados acerca del modelo de industrialización de posguerra y los resultados alcanzados con su posterior reversión. Un argumento similar para el caso argentino es realizado por Rougier (2014 [2007]).
La producción historiográfica al respecto es más que abundante. Un buen punto de inicio es el artículo de 2014 de María Celia Bravo y Florencia Gutiérrez. Para una perspectiva comparada entre Argentina y Brasil, véase Campi, Pinto y Bravo (2015).
Un balance retrospectivo de la teoría de la dependencia por parte de uno de sus principales intérpretes puede hallarse en Dos Santos (2003).
Considero importante dejar anotado que este concepto -adelantado por Rolando Cordera y René Villarreal y más recientemente también utilizado por otros destacados economistas, como Francisco Suárez Dávila, Ignacio Perrotini o Gerardo Esquivel- demanda un estudio analítico propio, ya que es una denominación muy potente para describir el objetivo y el resultado de la estrategia neoliberal impulsada en México durante las últimas décadas.
Como se deriva, por ejemplo, del conocido “modelo de Mundell-Fleming”; cfr. Blanchard (2008). Siguiendo la línea de argumentación contraria, se ha probado que el Estado puede actuar como una “fuerza de atracción” (crowding-in) eficiente para el capital (Moudud, 2006: 40-42).
Waterbury (1999) ofrece un análisis del cambio acaecido entre la estrategia sustitutiva y la adopción de las recetas neoliberales del “Consenso de Washington”, señalando que la diferencia medular se halla justamente en el diferente papel que se asigna al Estado (a favor, en contra) en los asuntos económicos.
En todo el continente se produjo una réplica de la experiencia europea a partir de los años treinta del siglo pasado, en que la producción estatal procuraba -bajo la égida del Estado de Bienestar- ampliar la escala de los mercados de bienes y servicios masivos. En ese sentido, las empresas públicas permitieron a los gobiernos jugar un “papel ampliado” en el direccionamiento del proceso económico en cada país. Estudios recientes sobre esta experiencia en Latinoamérica se pueden encontrar en Chávez y Torres (2013) y Guajardo y Labrador (2015).
Esto es, la política económica ensayada en Argentina entre 1991 y 2001. Nuevamente, las referencias al respecto son copiosas. Un detallado abordaje, entre otros posibles, se puede encontrar en Peralta Ramos (2007), pp. 311-340. Una lectura que incorpora la dinámica de la “convertibilidad” dentro del período más extenso de “hegemonía neoliberal” (vgr. 1976-2001) es realizada por Ferrer (2008), cap. xx.
En línea con la lectura ensayada en este comentario, Lindemboim (2004) interpreta el empeoramiento en las relaciones de trabajo en Argentina durante la década del noventa desde la modificación de la lógica del sistema económico como un todo.
Esta característica ha sido también ya señalada por estudios previos. Por ejemplo, en el trabajo de Guillermo Vitelli de 1985 (que probablemente también tuviera como una de las preocupaciones de trasfondo comprender las diferencias del caso mexicano frente al proceso histórico-social en Argentina).