A Hugo Gutiérrez Vega, quien probablemente nunca imaginó que al enseñar aBalzac en la Preparatoria de la Universidad Autónoma de Querétaro, estaba encaminando a alguno de sus alumnos a estudiar economía; en Francia además.
Hay libros que hacen época; por su contenido, por el autor, por alguna oportunidad o coincidencia que hacen que empate el momento con un tema de importancia crucial en la sociedad. Thomas Piketty publicó Le Capital au xxiéme Siècle,2 en agosto 2013; fue traducido al inglés en abril de este año3 y aparecerá a fines de noviembre de 2014 en México, publicado por el Fondo de Cultura Económica (fce). Desde su aparición ha levantado gran interés, así como una ola de comentarios y polémicas con la intervención del Financial Times, The Economist, The Guardian, The Wall Street Journal, entre muchas otras publicaciones incluidos medios nacionales, como Reforma y la Gaceta del fce. Una pléyade de personajes lo ha comentado o cuestionado, entre ellos, los premios Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Paul Krugman.
El libro no llega solo. Desde hace tiempo Piketty se ha encontrado en el centro del debate sobre la desigualdad, con sus propios trabajos y con los de autores como Anthony B. Atkinson y Emmanuel Saez. Con ellos ha contribuido a poner la desigualdad y la concentración del ingreso y la riqueza en el centro del debate político en Estados Unidos y en varios países más. Directa o indirectamente se puede ver una relación entre sus publicaciones y enfoques sobre “1%” y el lema de Occupy Wall Street, iniciado en septiembre 2011: We are the 99%.
Sobre la concentración del ingreso mucha tinta se ha vertido; pero la novedad de las aportaciones de Piketty sobre ese tema es situar su estudio en una perspectiva de largo plazo, enfocándose en la evolución de la relación capital/ ingreso desde el Siglo xviii hasta principios de este Siglo xxi. Llegado a este último período su análisis le permite aportar elementos de importancia crucial en el momento actual: el aumento de la desigualdad en Estados Unidos contribuyó al estallido de la crisis financiera de 2008. Simplemente una economía y una sociedad no pueden funcionar sin descalabros cuando 10% más rico (y entre éstos 1%, incluidos “super-ejecutivos”) se apropia de una parte considerable del ingreso nacional. Las políticas seguidas no han aportado una respuesta duradera a ese problema estructural y a él endereza Piketty sus propuestas, considerando que se puede regular democráticamente al “capitalismo patrimonial globalizado”.
Este último término evoca el tema central del libro, la concentración del capital o de la riqueza, abordado en una perspectiva de largo plazo y con un esfuerzo estadístico de gran envergadura. De esta manera el autor pone de manifiesto, por ejemplo, que mientras a principios del siglo xix el 10% superior en la jerarquía de los patrimonios detentaba entre 80 y 85% del patrimonio total, en países europeos, ese mismo dato se elevaba a 90% a principios del siglo xx. Con sus procedimientos de investigación, además de reconocer y dar continuidad crítica a lo realizado por autores como Simon S. Kuznets o Angus Madison, construye series largas actualizadas, llena huecos y procede a elaborados ajustes; utiliza también fuentes inéditas o las renueva.4 Con todo ello ha producido un libro que es “tanto de historia como de economía” (p. 65), convencido que “la experiencia histórica constituye nuestra principal fuente de conocimiento” (p. 947). De historia y economía, pero no de historia económica, como se entiende comúnmente; “la historia de la distribución de las riquezas es siempre una historia profundamente política y no podría resumirse en mecanismos puramente económicos” (p. 47).
Variedad de recursos sin dejar de lado la necesidad de un trabajo sistemático que recurra con rigor a teorías, fuentes y métodos¿Honoré de Balzac, Jane Austen y Henry James al lado de tasas de crecimiento, gráficas, ratios y ecuaciones? Piketty recurre a ellos para analizar, por ejemplo, la estabilidad monetaria en la época que vivieron esos autores o para evaluar la riqueza de sus personajes. Con esa actitud puede decir también que la búsqueda de archivos sobre las herencias le permitieron “atrapar la dimensión carnal y viviente del patrimonio y del capital” (p. 10) y elaborar reflexiones como la siguiente: El cine y la literatura, en particular la novela del siglo xix abunda en informaciones extremadamente precisas sobre los niveles de vida y de fortuna de los diferentes grupos sociales y, sobre todo, sobre la estructura profunda de las desigualdades, sus justificaciones, sus implicaciones en la vida de cada uno. Las novelas de Jane Austen y Honoré de Balzac, en particular, nos ofrecen cuadros cautivadores de la distribución de la riqueza en el Reino Unido y en Francia en los años 1790–1830. Los dos novelistas tienen un conocimiento íntimo de la jerarquía de los patrimonios vigentes en su entorno. Captan las fronteras secretas, conocen las consecuencias implacables sobre la vida de esos hombres y de esas mujeres, sobre sus estrategias de alianzas, sobre sus esperanzas y sus desgracias. Desarrollan las implicaciones con una verdad y una potencia evocadora que ninguna estadística, ningún análisis sabio sabría igualar (p. 17).
Además de apoyarse en obras literarias, Piketty evoca películas de William Wyler, Stanley Kubrick o James Cameron para ilustrar análisis sobre las estructuras de la desigualdad de los ingresos en las diferentes capas sociales, así como la prosperidad, la arrogancia y el desprecio de clase de los poderosos. En ese mismo sentido se apoya en un film de Tarantino a propósito de la evaluación del precio de mercado de un esclavo en la época esclavista de Estados Unidos. Considera también que el ciudadano común y corriente tiene mucho que aportar: “nos equivocaríamos si subestimamos la importancia de los conocimientos intuitivos que cada uno desarrolla sobre los ingresos y los patrimonios de su tiempo, en ausencia de todo marco teórico y de toda estadística representativa (p. 16) [….] La cuestión de la distribución de la riqueza tendrá siempre esa dimensión eminentemente subjetiva y sicológica, irreductiblemente política y conflictiva, que ningún análisis pretendidamente científico podría desmentir. Muy felizmente, la democracia no será jamás remplazada por la república de los expertos” (p. 17, el resalte es nuestro).
La variedad y riqueza de recursos lleva a Piketty a revisar las listas de Forbes en su estudio sobre la distribución mundial de las fortunas y su evolución, a pesar de sus sesgos ideológicos, su fragilidad e insuficiencias metodológicas y el desprecio que tienen por ellas muchos investigadores. Su trabajo es sistemático y seriamente fundamentado; el contenido de su libro se impone por la fuerza de los hechos, de los datos y la búsqueda lo más completa posible de fuentes históricas, como los archivos parisinos de sucesiones y herencias desde la Revolución Francesa, decenas de miles de declaraciones fiscales conservadas en archivos nacionales y departamentales o, más recientemente, ficheros digitalizados con muestras representativas de declaraciones sobre sucesiones y donaciones de 1970 a 2010. De esa manera, puede poner en evidencia desigualdades ancestrales y también su origen; no es lo mismo la desigualdad de ingresos y patrimonios que proviene de herencias o del ahorro en una vida de trabajo. Pero en lo más duro de sus datos y métodos, la literatura permite a Piketty ilustrar asuntos muy reales, válidos incluso para ser discutidos en la actualidad. Es el caso del análisis que hace del discurso del malvado y cínico Vautrin al provinciano Rastignac, joven noble sin dinero que busca el ascenso social mediante el estudio del derecho (pp. 378–380). Le Père Goriot proporciona a Piketty una brillante expresión literaria acerca del papel de la herencia y sus ventajas sobre una vida de trabajo; con un apoyo impresionante de datos monetarios muestra que es más eficaz realizar un matrimonio que permita acceder a un patrimonio de un millón de francos que años de estudio y de trabajo profesional acumulando méritos que no se traducirán en una fortuna importante.
Atraer la atención sobre el papel de la herencia como fuente de la desigualdad es precisamente una de las aportaciones del libro de Piketty, relacionado con un tema central de su análisis: en sociedades con crecimiento lento, los patrimonios heredados, provenientes del pasado, adquieren una importancia desproporcionada y actúan a favor de la divergencia en la dinámica de la distribución de las riquezas. Bastará a un heredero ahorrar una parte limitada de los ingresos de su capital para que éste se incremente más rápidamente que la economía.
Un capitalismo patrimonial globalizadoEn un mundo que Piketty ve caracterizado por un crecimiento débil y un rendimiento elevado del capital las herencias constituyen una de las fuerzas ligadas al proceso de acumulación y de concentración de los patrimonios. En términos de masa global las herencias se encuentran en 2010 en el mismo nivel que en el Siglo xix o en la “Bella Época”, aunque no desempeñan el mismo papel. En países europeos existe ahora un menor número de grandes herencias y se ha dado el surgimiento de una clase media patrimonial con una cierta desconcentración de la propiedad (a 10% más rico le corresponde 60% du total de los patrimonios, mientras que en el siglo xix y principios del xx esos porcentajes rondaban 85%). Se habría pasado así, de una sociedad con un pequeño número de grandes rentistas a una sociedad con un mucho mayor número de rentistas, lo que produciría “una sociedad de pequeños rentistas”.
¿Es el rentista enemigo de la democracia? Tal parece ser la conclusión de Piketty al mostrar que una sexta parte de cada generación pueda recibir una herencia más importante de lo que gana la mitad de la población a lo largo de toda una vida de trabajo y que sea esa misma mitad prácticamente la que no recibe ninguna herencia. Se trata de una forma de desigualdad “ordinaria”, perturbadora porque opone amplios segmentos de la población a una elite contra el resto de la sociedad. Además, nada garantiza que la distribución del capital heredado no vuelva a encontrar los extremos de desigualdad del pasado, sobre todo en el caso de una fuerte caída del crecimiento y de un alza importante del rendimiento neto del capital. En estas condiciones se podrían “provocar choques políticos de consideración” en sociedades democráticas que se basan supuestamente en una visión meritocrática del mundo, es decir sociedades en las que las desigualdades estarían fundadas más en el mérito y el trabajo que en la filiación y la renta. Si el análisis de Piketty está en lo cierto, esas previsiones son bastante realistas ya que ponen de manifiesto una notable permanencia en el largo plazo de la tasa de ganancia del capital, entre 4 y 6%, mientras que la tasa de crecimiento de la economía mundial, también en el largo plazo, se sitúa entre 1 y 2 por ciento.
Un análisis histórico con expresiones económicasSon expresiones económicas formalizadas las que resumen la lógica de conjunto del libro de Piketty. La tendencia a la concentración, por ejemplo, que se expresa como r > g (la tasa de rendimiento del capital es mayor que la tasa de crecimiento) es una fuerza de divergencia fundamental que actúa en el sentido de una mayor concentración del ingreso y del capital. Que el lector no se asuste, el libro de Piketty no es un libro de matemáticas o lleno de formulaciones que hacen que un libro de economía se confunda con uno de matemáticas. Él mismo lo dice: “Ruego al lector poco apasionado por las matemáticas no cerrar inmediatamente el libro; se trata de ecuaciones elementales, que pueden ser explicadas de manera simple e intuitiva y cuya buena comprensión no necesita ningún bagaje técnico particular” (p. 65).5
Lo que se expresa en la mencionada formulación (r > g) es que la tasa de rendimiento del capital (lo que el capital rinde en promedio durante un año) se sitúa de manera duradera por encima de la tasa de crecimiento de la economía. Esto significa, obviamente, que la tendencia a lo largo del tiempo es hacia una cada vez mayor concentración del capital que puede alcanzar niveles extremadamente elevados, sobre todo si la remuneración de los capitales de mayor tamaño es más importante, una lógica multiplicativa y cumulativa. Esos elevados niveles de concentración son “potencialmente incompatibles con los valores meritócraticos y los principios de justicia social que se encuentran en el fundamento de nuestras sociedades democráticas modernas” (p. 55).
Así como en la dinámica de la distribución de las riquezas hay fuerzas que actúan en el sentido de una mayor concentración otras lo hacen a favor de la convergencia. Entre éstas se encuentra sobre todo el proceso de difusión de conocimientos, el cual requiere de fuertes inversiones en educación y formación que garanticen que un mayor número acceda a las instituciones de enseñanza superior. En el largo plazo esa es la mejor manera no sólo de reducir las desigualdades sino también de incrementar la productividad promedio de la fuerza de trabajo y el crecimiento global de la economía. Dos ejemplos en sentido contrario: el aumento de las desigualdades salariales en Estados Unidos se explica porque han dejado fuera del esfuerzo de educación a una gran parte de la población, no invirtiendo suficientemente en la enseñanza superior. Por su parte, las menores desigualdades salariales en los países escandinavos se deben en gran medida a un sistema educativo relativamente igualitario e inclusivo.
Innovaciones conceptuales y teóricas abiertas a la discusiónHasta ahora hemos hablado del capital sin definirlo; Piketty tiene su propia definición: “el conjunto de activos no humanos que pueden ser poseídos e intercambiados en un mercado” (p. 82). El capital comprende así el capital inmobiliario (inmuebles, casas), el capital financiero y el capital profesional (edificios, equipos, máquinas, patentes, otros derechos de propiedad intelectual) utilizado por las empresas y por las administraciones gubernamentales. El capital agrupa todas las formas de riquezas que pueden ser poseídas por individuos o grupos de individuos, intercambiadas en un mercado de manera permanente. En ese sentido para Piketty capital y patrimonio son sinónimos y puede tratarse de capital o patrimonio público o privado, una distinción importante porque uno de los aspectos interesantes del libro es estudiar su evolución en diferentes periodos y países.
En conjunto, el capital privado y el público forman el capital o patrimonio nacional, constituyendo el privado la casi totalidad de ese conjunto en los países estudiados por Piketty. El capital nacional puede descomponerse también en interior y en extranjero neto, considerando el autor que “Hoy en día la realidad es que la desigualdad del capital es mucho más doméstica que internacional; opone más los ricos y los pobres al interior de cada país que los países entre ellos” (p. 80).
Una vez definido el capital, el autor lo pone en relación con el ingreso, definido éste como el flujo de riquezas producidas y distribuidas en un determinado periodo, generalmente un año. La relación capital/ingreso se expresará así en años de ingreso nacional, midiendo la importancia del capital total en una sociedad que sería de entre 5 y 6 años de ingreso en los países desarrollados.
Sobre esa base conceptual el autor puede formular dos leyes del capitalismo, dos fuerzas de divergencia fundamentales que se encuentran en el centro de la dinámica de la concentración y la desigualdad. La “primera ley fundamental” relaciona tres conceptos para el análisis del sistema capitalista: la relación capital ingreso (β), la parte del capital en el ingreso (α) y la tasa de rendimiento del capital (r). Este último mide lo que rinde un capital durante un año, cualquiera que sea la forma jurídica de esos ingresos (ganancias, rentas de casas, dividendos, intereses, regalías, plusvalías, etc.). Formula entonces esa primera ley de la siguiente manera:
“La segunda ley fundamental del capitalismo”, que tendrá una importancia particular en el análisis del autor en su perspectiva dinámica de largo plazo, se formula de la siguiente manera: la relación capital/ingreso (β) será más elevada en la medida que la tasa de ahorro (s) sea importante y que la tasa de crecimiento de la economía (g) sea débil, un tipo de crecimiento que el autor avizora para las décadas por venir con graves consecuencias. Esa formulación toma también una forma matemática sencilla:
Como se ve, el libro de Piketty aunque hace referencia a novelas como Le Père Goriot no se lee como una novela; pero se puede leer, como lo han hecho ya muchos lectores no especializados en el mundo entero. El autor se ha preocupado especialmente de enviar a notas de pie de página y a anexos los desarrollos técnicos que requieren sus análisis. Pero se trata de economía; no hay que rehuir ese hecho. Esta ciencia social estudia hechos y relaciones sociales cuantitativas, en particular las que se pueden medir en términos monetarios y representar mediante cuadros y gráficos, que abundan en el libro. Encontrar, movilizar y representar datos para fundamentar tendencias, a veces dentro de una perspectiva milenaria, es una de las características de este libro. Un trabajo arduo de grandes méritos que requiere también, en ocasiones, una lectura ardua. Como resultado, el lector no recibe opiniones o prejuicios, que han abundado muchas veces en torno al tema de la desigualdad, sino análisis fundamentados y comprobables. Esto último es de gran importancia y utilidad ya que el autor brinda un libre acceso en línea a sus anexos, a sus fuentes y a un impresionante banco de datos históricos e internacionales.
Regular democráticamente el capitalismo patrimonial globalizadoPiketty se basa sobre todo en datos correspondientes a países desarrollados (Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Alemania, Italia, Canadá, Japón, países nórdicos), en parte por la disponibilidad de fuentes que en algunos casos arrancan desde el siglo xvm. Sólo de manera parcial apoya sus análisis en datos de países emergentes o en desarrollo, como China, India y algunos países latinoamericanos. De diferentes maneras justifica, sin embargo, que sus resultados puedan tener un alcance mundial, como el hecho de plantear que la desigualdad de la distribución de los patrimonios en el mundo, a principios de 2010, sea comparable a la de las sociedades europeas hacia 1900–1910. De la misma manera plantea que en ese mismo nivel global las fuerzas de divergencia superan las de convergencia aumentando la concentración del ingreso en los niveles superiores, con un empobrecimiento de las clases medias y medias superiores que puede traer violentas reacciones políticas. La relación r > g, a la cual se agrega la de una desigualdad en el rendimiento del capital, en función del nivel inicial de riqueza, puede conducir a trayectorias explosivas y a espirales inequitativas fuera de control. Si los patrimonios de las franjas más elevadas de la jerarquía mundial del capital progresan más rápidamente que las de abajo, la desigualdad de los patrimonios se ampliará sin límite, un proceso que puede tomar proporciones inéditas en la actual economía mundial.
Una posible fuerza contrarrestante de ese proceso es un crecimiento económico fuerte. Cuando se da un crecimiento a tasas elevadas y de manera prolongada, la tasa de progresión de los patrimonios más altos no es mucho más importante que el crecimiento promedio de los ingresos y patrimonios, tal como sucedió en las décadas posteriores a la segunda guerra. Sobre este período, por cierto se hicieron muchas ilusiones, convirtiendo décadas excepcionales en tendencias permanentes hacia una mayor igualdad cuando fueron sólo un resultado limitado en el tiempo de factores específicos, entre otros determinadas políticas y reformas en el plano laboral, de la educación, del fmanciamiento, etc.
Por lo anterior Piketty se interesa en las posibilidades que le ofrece su disciplina para reflexionar en medidas para controlar intereses privados que se pueden desbocar. “Lo que me interesa es intentar contribuir, modestamente, a determinar los modos de organización social, las instituciones y las políticas públicas más apropiadas que permitan instaurar real y eficazmente una sociedad justa” (p. 62). Con esa inspiración propone la introducción de un impuesto progresivo anual sobre las grandes fortunas mundiales, tomadas de manera individual: el patrimonio fiscalizable sería determinado por el valor de mercado de los activos financieros y no financieros sin excepción. Esta sería la única manera de lograr un control democrático de un proceso potencialmente explosivo, pero sin poner en peligro el dinamismo empresarial y la apertura económica.
De lo que se trata es de regular el nuevo “capitalismo patrimonial mun-dializado” con un impuesto progresivo anual sobre los capitales, que al mismo tiempo produzca transparencia financiera sobre los patrimonios, condición necesaria para una regulación eficiente del sistema bancario y de los flujos financieros internacionales. Para evitar rechazos ese impuesto podría establecerse de manera gradual, comenzando a escala continental o regional y asegurando una cooperación entre esos niveles. Además, las tasas serían moderadas: de 0.1 o 0.5% anual sobre los patrimonios inferiores a 1 millón de euros, de 1% entre 1 y 5 millones, 2% entre 5 y 10 millones, pudiendo subir hasta 5 o 10% anuales sobre las fortunas de cientos o miles de millones de euros. Con una medida de esa naturaleza se podría frenar la progresión de desigualdades patrimoniales mundiales que crecen a un ritmo no sostenible y que además, por el carácter rentista de buena parte de ellas, no tienen ninguna utilidad para el crecimiento económico.
El momento actual puede ser un momento favorable para la instauración de esa medida fiscal global: “En el corazón de cada perturbación política importante se encuentra una revolución fiscal” (p. 793), asegura Piketty haciendo eco al título de uno de sus libros.6 Si bien le parece utópico que en un plazo breve el conjunto de naciones se ponga de acuerdo sobre el establecimiento de un impuesto aplicable a todas las fortunas del planeta, una medida de este tipo puede servir de referencia para evaluar propuestas alternativas que no son tan satisfactorias como el impuesto sobre el capital. De ninguna manera pretende que su propuesta reemplace los recursos fiscales existentes; ese impuesto sólo puede ser un complemento equivalente a unos 3 o 4 puntos del ingreso nacional. El propósito es claro: “el papel principal del impuesto sobre el capital no es financiar el Estado social, sino regular el capitalismo” (p. 867), “retomar el control del capitalismo, apoyándose en las fuerzas de la propiedad privada y de la competencia”. No se trata de destruir esas fuerzas, sino desarrollar nuevas formas de propiedad y de control democrático del capital; que la democracia retome el control del capitalismo financiero globa-lizado. Las críticas no han tardado, tanto de los poderosos como de aquellos que consideran que la situación por la que pasa la economía mundial exige medidas mucho más radicales.
Reflexiones finalesEn esta lectura no se han abordado temas como el de la dinámica del patrimonio y de los activos extranjeros detentados por los países petroleros. Por ahora queda registrada la posibilidad que los dueños del petróleo puedan acumular créditos tan importantes respecto al resto de países que les sea posible poseer mucho de lo que haya que poseer en el mundo. Cierto es que buena parte de la riqueza actual tiene que ver con el control sobre el petróleo y otros combustibles fósiles, un filón prometedor para la lectura de este libro en México.
Quedan también interrogantes sobre las influencias, filiaciones y paternidades, tanto francesas (François Perroux, Les Annales, l’École de la Régulation, …) como de otras latitudes, en particular Estados Unidos en cuyas instituciones ha enseñado y realizado algunos de sus trabajos (el mit, por ejemplo). Piketty ha sido sin duda uno de los actores de la “americanizacion” de la French economics (sobre todo con l’École d’Économie de Paris o, más bien, The Paris School of Economics), pero mucho del French Touch termina permeando su obra maestra, su hasta ahora libro más significativo: Le Capital au xxiéme Siècle. No faltarán discusiones sobre la relación entre éste y la gran obra que evoca ese título. Comencemos por “leer el capital”… de Piketty.
Este trabajo circuló entre profesores y alumnos de la unam y de otras instituciones en ocasión de la publicación del libro de Th. Piketty y de su visita a México en diciembre 2014.
Thomas Piketty, Le capital au xxième siècle, Seuil, París agosto 2013, 970 p. El presente artículo se basa en esta edición. La traducción de las citas son del autor (avn); los números entre paréntesis remiten a la página en la que se encuentran las citas en esa edición.
Thomas Piketty con su colega Emmanuel Sáez había ya construido un indicador de la parte del ingreso poseída por 1% y elaborado series largas para ese indicador, una aportación muy importante.
De hecho, aunque Piketty se formó en ese campo, toma sus distancias: “La disciplina económica no ha dejado aún su pasión infantil por las matemáticas y las especulaciones puramente teóricas, muchas veces muy ideológicas, en detrimento de la investigación histórica y del acercamiento con otras ciencias sociales” (p. 63).