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Vol. 399.
Páginas 88-123 (julio - agosto 2016)
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“Historia o Ideología, un transcendental sin sujeto” A propósito del libro de L. Bértola y J. A. Ocampo, El Desarrollo Económico de América Latina desde la independencia, México, fce 2013
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Rodolfo Iván González Molina1
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A la memoria de Paulo Scheinvar Akcelrad: Académico, colega y amigo

IIntroducción

Abordamos la lectura de este libro con el entusiasmo de aprender nuevos enfoques o detalles de la historia económica de América Latina, con la necesidad de evaluar tanto la forma de cuantificar y ordenar las estadísticas de la región, como de verificar la información cualitativa del análisis del pasado latinoamericano.

La presentación de esta lectura crítica esta ordenada de la siguiente manera:

En primer lugar, abordamos los conceptos novedosos que proponen Bértola y Ocampo: Globalización, industrialización dirigida por el Estado, modelo mixto, reformas de mercado, la periodización regional y la hipótesis central convergencia truncada y volatilidad, pobreza y distribución del ingreso.

En segundo lugar, en el momento histórico de la formación de la ciudades Estado, valoramos cuatro aspectos: 1. ¿Cómo son presentados los procesos de independencia en América Latina?, ¿Cómo se resolvió el conflicto interclasista y quien hegemonizó la revolución de independencia?; 2. Definimos y calificamos nuestra acumulación originaria, pues no es suficiente con mostrar el proceso, también hay que señalar los autores y ejecutores de esta génesis socio económica del capitalismo en la región; 3. Criticamos la presentación de los datos estadísticos de largo plazo en el siglo xix y su incongruencia por la inexistencia de repúblicas en la época; y 4. Incluimos la delimitación geográfica de las naciones Latinoamericanas, en el contexto de la confrontación de los expansionismos anglo europeos y estadounidense.

En tercer lugar, la concepción del “sistema mundo” en la formación de los Estados nación, que corresponde al siglo xx. Analizaremos el cambio del desarrollo hacia afuera a los procesos de industrialización internos; aquí también son cuatro elementos los que cuestionamos: 1. El nacional populismo, la Industrialización por sustitución de importaciones (isi) y el modelo mixto; 2. El fracaso de la segunda isi y la causa de la década perdida; 3. La pobreza como concepto único en el tiempo largo, distribución del ingreso y convergencias truncadas; y 4. Los conflictos de la década de los ochenta, la violencia y el narcotráfico.

Finalmente, en la conformación de los Estados Continente, centramos la atención en el neoliberalismo como política económica hegemónica en América Latina, las integraciones abiertas y las posliberales, la pobreza y las inmigraciones. Terminamos esta reflexión crítica con una conclusión del trabajo de Bértola y Ocampo.

IIDesarrollo de una lectura crítica

El presente libro recomendado por las mayores instituciones universitarias a nivel internacional tales como la Universidad de Harvard, de Oxford, de Columbia y por el prestigioso Colegio de México, parece intocable e incuestionable. Una obra monumental y apabullante en el manejo estadístico impecable, que naturalmente está respaldado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal), dado que José Antonio Ocampo fue su director y naturalmente contó con el apoyo de todo el equipo de economistas e ingenieros a su disposición para realizar estos cálculos. La colaboración del Historiador económico Luis Bértola, consultor de la cepal, del Banco Interamoericano de Desarrollo (bid) y otras instituciones internacionales, convierten a este libro en una lectura obligada para cualquier profesor del tema en las universidades latinoamericanas.

Los autores, en cinco capítulos y 332 páginas presentan la historia de doscientos años del desarrollo económico latinoamericano. El primer capítulo muestra inmediatamente las novedades en el tratamiento, primero de los cálculos estadísticos, después en la conceptualización utilizada y en la periodización propuesta. En cuanto al primer aspecto es curioso un cálculo del pib per cápita desde 1500 a 2008 en dólares internacionales de 1990, (con la fuente en los trabajos de Maddison).

En el año 1500 era muy poco lo que se había conquistado del territorio americano, entonces, ¿de dónde salen las cifras de esos primeros años del siglo xvi? Un cálculo que naturalmente no sólo nos dice muy poco por la heterogeneidad del mundo con el que se compara América Latina, sino que además llama la atención la ausencia de una metodología que explique el reparto del ingreso en sociedades en donde se está gestando un proceso colonial que convertirá a los nuevos virreinatos en economías agrícolas y minero exportadoras, sin relaciones sociales salariales, por lo menos hasta el último cuarto del siglo xix. Además de que el concepto del pib/per cápita los mismos autores lo cuestionaran más adelante, citando a A. Sen, para sustituirlo por el índice de desarrollo humano (idh) (p. 50).

En cuanto a la conceptualización y la periodización, cuando definen la etapas del desarrollo latinoamericano, señalan un primer período desde la independencia 1810 hasta lo que llaman primera “globalización”1 en 1870. Cuando la mayoría de los autores han señalado la tercera última década del siglo xix como el inicio del “liberalismo”2, el “desarrollo hacia afuera”, o la primera inserción a la economía mundial que, naturalmente, son conceptos más precisos por su generalización en la historiografía latinoamericana que los convierten en un lugar común, de fácil comprensión. En cuanto a la utilización del concepto de “globalización”, para esa época, es inapropiado, pues responde a un patrón de acumulación de finales del siglo xx, con la finalización de la “guerra fría”, o lo que definió Fukuyama como el “fin de la historia”.

Es la época del “imperialismo clásico” para los llamados países desarrollados, que ni siquiera señalan los autores, porque buena parte de su historia económica regional aparece desvinculada de la historia mundial.

Los períodos están propuestos por tasas de crecimiento y no por regularidades en la producción,3 por eso no se dice nada de lo que conocemos como “acumulación originaria” o la génesis del capitalismo. Se argumenta, acerca del proceso sin calificarlo. Porque se muestra la formación del mercado interno de fuerza de trabajo, o la desaparición de las formas de trabajo compulsivo: encomiendas, mitas, repartimientos, esclavitud, peones acasillados, obrajes y jornaleros, para dar lugar en el último cuarto del siglo xix a la relación salarial.

De los grandes hitos (1810-1910) latinoamericanos sólo se toma en cuenta 1810, como el límite inferior en donde se empiezan a formar los estados-Nación y se lleva hasta 1913, pero ¿No es más claro definirla como nuestra acumulación originaria y situarla por los años 1810 a 1910, con dos revoluciones que convulsionaron la historia regional y mundial: la independencia y la revolución mexicana?

En la segunda etapa, vuelven a presentar un nuevo concepto: “industrialización dirigida por el Estado”, sustituyendo lo que en la literatura de la historia económica latinoamericana se conoce como “la industrialización por sustitución de importaciones” (isi). El concepto en realidad, como asegura Bértola, fue introducido por Cárdenas, Ocampo y Thorp en un trabajo del 2003. El argumento central, para justificar el cambio de nombre del concepto, responde a la ampliación significativa de las esferas del Estado en la vida económica y social.

Lo mismo ocurrió en América Latina, que ya desde antes de la crisis de 1929 había iniciado procesos de industrialización, trayendo la modernidad, como se decía en la época. El ferrocarril, los telégrafos y la industria textil, fueron impulsados por los estados, y fue la base fundamental para el desarrollo de la primera isi, la producción de bienes de consumo.

Bértola y Ocampo terminan la tercera etapa con la segunda isi, dado que la primera isi o segunda etapa, abarca desde las primeras décadas del siglo xx hasta 1945-1959 (incluyo el año 1959 para terminar esta etapa con otro hito de la historia regional: la revolución cubana), con lo cual estamos absolutamente de acuerdo.4 La segunda isi cubre entre el final de la guerra y 1980, para los autores. ¿Porque no hacer énfasis en el 11 de septiembre del año de 1973, como un gran ruptura en la historia latinoamericana que fue marcada por el golpe de Estado a Salvador Allende en Chile e inició, con asesoría de los Chicago Boys, la apertura de la primera economía latinoamericana y la entrada del neoliberalismo en la región? ¿O el año de 1982, cuando México se declara en moratoria y es obligado a llevar a cabo los ajustes de primera generación recomendados por el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Banco Mundial?

El último concepto novedoso corresponde a las “reformas de mercado”, en lugar del ya conocido y desprestigiado “neoliberalismo”. Los autores afirman: “que no resulta el más apropiado para calificar las “reformas”, ya que éstas mantuvieron grados de intervención estatal que resultan antagónicos con las ideas del pensamiento económico más ortodoxo. Sin embrago, en Europa contemporánea a esas reformas le llaman “ultraliberales”, aunque el Estado mantiene una gran participación no sólo en las economías en lo individual, sino en toda la Unión Europea. Los ingleses y los estadounidenses, con las reformas que iniciaron Margaret Thatcher y Ronald Reagan, oficializaron el neoliberalismo con la implementación de las políticas económicas recomendadas por la escuela de Chicago, pero, ¿Por qué cambiarle el nombre ahora?, ¿Será que el desprestigio de estas reformas, que han provocado grandes crisis y son la causa del desempleo y la agudización de la pobreza a nivel mundial, con un cambio de nombre podrán ser mejor vistas en América Latina?

La hipótesis central, que caracteriza el desarrollo económico de América Latina para Ocampo y Bértola, se define como: “Convergencias truncadas y volatilidad”. Esta hipótesis tiene que ver con los llamados “milagros económicos” de la segunda isi, en particular en los países grandes Brasil y México, en menor medida en Argentina, Chile, Colombia y Uruguay. No obstante, nos dicen los autores que también se produce una alta volatilidad en dicho crecimiento…” que se debe a los ciclos del comercio internacional, a los ciclos industriales, a los movimientos demográficos y las migraciones internacionales” (p. 32). El problema de la volatilidad se debe, según los autores, a la inserción de América Latina en el mercado internacional, principalmente en recursos naturales, los cuales han estado expuestos a cambios bruscos, tanto de oferta como de demanda, y han mostrado una volatilidad de precios muy alta (p. 33). Primero, esta alta concentración del comercio exterior en pocos bienes ha sido la causa de las crisis de balanza de pagos y de deuda. Luego, en los años de la llamada década perdida, se le suma las crisis bancarias y la inflación. Bértola y Ocampo afirman: “Las crisis se producen por fuertes caídas de las exportaciones en medio de coyunturas internacionales críticas (1873, 1890, 1913, 1929, 1973, 1979, 1997, 2008), que generaron fuertes deterioros de los precios de producción básicos y se traducen, a su vez, en saldos negativos de las balanzas comerciales” (p. 37). Más adelante agregan: “En las últimas décadas del siglo xx, a pesar de los procesos de diversificación de las exportaciones, la mayoría de los países continuó dependiendo de las exportaciones de productos básicos y manufacturas basadas en recursos naturales” (p. 38).

IIILa Historia Económica de las jóvenes repúblicas independientes 1810-1870

Para el análisis de este capítulo, es necesario volver a lo planteado previamente como: “Una tipología de los países latinoamericanos”. Según los autores, es importante tener en cuenta: 1. El tipo de colonia; 2. El tipo de mercado al que se vincula cada sociedad; 3. El tipo de producto prevaleciente, en particular en la actividad exportadora; 4. El criterio estructurador de las diferentes transiciones a la conformación del mercado de fuerza de trabajo; y 5. El tamaño de los países. En cuanto al primer aspecto, la conquista de América y la colonización, respondió al grado de marginación y limitación comercial a la que estaba sometida la península Ibérica, por el alto grado de monopolio de las ciudades Estado de Florencia, Génova, Venecia y Estambul (La economía mundo del siglo xv, definida así por F. Braudel), no porque fueran mercantilistas. En todo caso, la disputa de las escuelas mercantilista y fisiócrata fue entre Inglaterra y Francia. Hay que recordar que, por más de nueve siglos, España era una serie de feudos en conflicto contra la ocupación árabe y judía. Finalmente, la unión conyugal de los reyes de Castilla y Aragón, son los que permiten la expulsión de los invasores y el financiamiento de Cristóbal Colón para su primer viaje a finales del siglo xv. La búsqueda de una nueva ruta para llegar a la India, ya la habían iniciado los portugueses, bordeando las costas africanas y llegando hasta Cabo Verde a mediados del siglo xv. El tipo de colonia se dio por la cantidad de oro y plata encontrada, la cantidad de población nativa disponible para extraerla y la proximidad con la península ibérica. La conquista por medio de la guerra, la esclavitud y el sometimiento militar por parte los conquistadores, diezmó sensiblemente la población indígena del Caribe.

En cuanto a los puntos 2 y 3, antes señalados: los “tipos de mercados y productos”, tienen que ver con el desenvolvimiento del proceso mismo de la conquista, en la medida que el oro de aluvión, el oro de los ríos, se acaba; hay que buscarlo en el continente y termina así la fase de nomadismo de los peninsulares, dando lugar al sedentarismo colonial del siglo xvii, a partir de 1640, con el surgimiento de la Hacienda, de una nueva raza (el mestizo) y hasta con la nacionalización de la religión católica, con la aparición de la virgen de Guadalupe en la Nueva España. Por esta época se presentan las grandes inundaciones de la ciudad de México, lo que obliga a los conquistadores a la profundización de la frontera agrícola, tanto por sus expediciones y fundación de ciudades al norte de la Nueva España, como el impulso de la colonización y el establecimiento de los virreinatos de América del Sur; el Alto Perú (1524),5 la Nueva Granada (1717-1723), y el Río de la Plata (1776-1777). La producción agrícola tiene que ver con la fertilidad de las tierras, la cantidad de agua y el clima. Pero también con las tradiciones gastronómicas de los nativos y la posibilidad de abastecimiento, desde la península, de las demandas de los conquistadores. La península Ibérica cuido mucho la oferta de bienes manufacturados, aperos de labranza, aceites, herramientas y hasta el vino; para no tener competencia de sus colonias. Este tipo de orden colonial fue muy rígido y su desobediencia llevó a la expulsión de los jesuitas en el siglo xviii y otra serie de penalidades menores, pero no menos importantes, para postergar el desarrollo industrial en América Latina.

En cuanto a la formación del mercado interno de fuerza de trabajo y en particular la relación salarial, es importante señalar la destrucción de la comunidad indígena desde la conquista, obviamente donde se encontraron las civilizaciones prehispánicas más grandes, que pasaron primero por trabajo compulsivo; luego, igual que a la población de origen africano, se les ofreció la libertad siempre y cuando se peleará del lado de los independentistas, proceso lento y contradictorio, pues los españoles también los van a usar para sumarlos a las fuerzas realistas.6

Por otro lado, es necesario señalar las grandes batallas entre liberales y conservadores, o entre federales y centralistas, los primeros, interesados en reformas agrarias al estilo jacobino francés y, los segundos que, en una tradición conservadora, unidos al clero y la gran propiedad terrateniente, buscaron legitimar sus privilegios restituyeron buena parte de las relaciones laborales compulsivas. Cuba y Brasil, por ejemplo, mantuvieron la esclavitud hasta finales del siglo xix y principios del xx y, en Mesoamérica, las haciendas perduraron hasta el siglo xx.

La modernización de las relaciones sociales de producción fue un proceso violento en toda América Latina. Lo mismo podemos decir del tamaño de las actuales repúblicas latinoamericanas, que no estuvo ajena a los expansionismos europeos por un lado y estadounidense, por el otro. Lo anterior es el resultado de la correlación de fuerzas entre los imperialismo de la época, que impulsan un nuevo reparto del mundo en aras de controlar la extracción de materias primas estratégicas, el petróleo y el caucho para la Segunda Revolución Industrial con sede en Estados Unidos.7

Regresando al punto inicial, o lo que da paso a nuestra “acumulación originaria”, tenemos que contradecir otra vez a Bértola y Ocampo, cuando dicen que fue la “independencia de las trece colonias de Norteamérica, la que constituyó un antecedente decisivo que habría que determinar fuertemente el contexto de la independencia latinoamericana”(p. 68), pues los autores se olvidan de señalar la Revolución Francesa de 1789, y, aunque la independencia de las trece colonias fue en 1776, el contacto de Haití era fundamentalmente con Francia. Por eso la influencia jacobina de François Dominique Toussaint Louverture y de Jean Jacques Dessalines, los llevó a pelear por la libertad de los esclavos y la reforma agraria, no sólo por la independencia de Francia, que obtienen en 1804.

Las causas externas de la independencia, como las reformas borbónicas, administrativas y pombalinas de la segunda mitad del siglo xviii, como la misma invasión francesa en la península Ibérica (1808), que generaron un vacío de poder en América Latina, constituyeron la “gota de agua” que derramó el vaso lleno de contradicciones internas que se fueron fraguando en las últimas décadas del siglo xviii. “el carácter arbitrario de los regímenes coloniales, la discrecionalidad de las autoridades y el alto nivel de corrupción (…), acompañados de la persistencia de la esclavitud y el sistema de castas” (p. 70). También “(…) el ciclo de guerras europeas, esta mayor capacidad de extracción de recursos desde las colonias se transformó en una voracidad fiscal para el mantenimiento de la actividad militar, quedando subordinada a ello toda la política colonial” (p. 71). Compartimos el hecho de que “la creciente masa de mestizos quedaba sin derecho real a la propiedad de la tierra y la educación, y sin acceso a ningún mecanismo de participación política, a lo que se agregaba la desigualdad jurídica que enfrentaban indígenas y esclavos” (p. 71). Sin embargo, el argumento no explica las contradicciones generadas entre criollos, esclavos e indígenas; pues los altos costos fiscales a los mestizos, fueron cobrados también a los sectores sociales de la base de la pirámide social, con trabajos forzados, tributos e impuestos que empeoraron sus condiciones de supervivencia. Por esta ausencia en el análisis sólo, Bértola y Ocampo, contemplan las revoluciones de independencia desde arriba. No aparecen los levantamientos de Túpac Amaru en el alto Perú, solicitando las tierras indígenas usurpadas, la utilización de los indios por parte de los realistas, para combatir a los rebeldes. Al respecto, Bértola y Ocampo sólo señalan que: “la lucha por la independencia no estuvo siempre acompañada por la revolución social y, cuando lo fue, el éxito de la última fue revertido, muy pronto, como el levantamiento de Hidalgo en México y la revolución artiguista” (p. 92), sin decirnos las causas y menos los protagonistas que infligieron la derrota.

Bértola y Ocampo dejan a un lado las invasiones inglesas a Buenos Aires de 1806-1807, el papel de Santiago Antonio de María de Liniers, en la expulsión de los británicos y la defensa que encabeza Francisco Javier Elio de la Banda Oriental; tanto del expansionismo argentino, del lusitano-portugués, como del inglés. Son estas características las que definirán una independencia dirigida por fuerzas eminentemente conservadoras. Élites ligadas a la gran propiedad territorial, a la extracción de minerales y el comercio, que impedirán tanto, cualquier intento de integración, como la participación de los sectores populares en las decisiones políticas, la educación y la simple movilidad social “(…) quedando, como finalmente afirma Bértola y Ocampo, la enseñanza (…) limitada a la élite blanca, que a su vez tenía pleno control de las instancias de decisión política” (p. 72). “Este conjunto de instituciones que bloqueaban el desarrollo económico se vio además fortalecido por las políticas de pureza de sangre y el sectarismo religioso (…)” (p. 72).

Este capítulo continúa con una evaluación del desempeño económico de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. Para lo cual Bértola y Ocampo van a centrar la atención en lo que conocemos como la acumulación originaria, o la génesis del capitalismo, lo hacen de manera implícita, porque ni siquiera hablan del concepto, pero lo explican con lujo de detalles, con algunos problemas metodológicos. Empiezan analizando la población, después la exportaciones, el pib y la producción para el mercado interno, las turbulencias institucionales continuidad y cambio, reformas liberales, la abolición de la esclavitud y terminan con la geografía, tecnología y comercio. En cuanto al análisis demográfico que va de 1820 a 1870, se hace énfasis en que “el grupo de las regiones de nuevo asentamiento Argentina y Uruguay son los países que muestran un crecimiento demográfico mayor.” (p. 77). Sin embrago, hay que decir que para la segunda década del siglo xix, todavía existía La Gran Colombia, no se había separado Ecuador ni Venezuela, y mucho menos Panamá de lo que hoy se conoce como Colombia. Entonces, ¿por qué aparecen los datos separados? Ahora bien, si no se incluyen en estos tres cuartos de siglo la guerras, la baja esperanza de vida, la mortalidad infantil y materna de la época, los concordatos con el clero y la tradición católica que impide el control de vientres por parte de las mujeres o la interrupción del embarazo (hasta el presente), poco podemos entender del movimiento poblacional en la región. De la misma forma las exportaciones de la región, en estos tres cuartos del siglo xix (de 1800 a 1870), no se entienden sin tener en cuenta previamente las balcanizaciones a las que fueron sometidas las recientes repúblicas y naturalmente las guerras civiles e internacionales entorpecían la continuidad del comercio con el exterior. Los excelentes resultados de las exportaciones se dan fundamentalmente en el último tercio del siglo xix, con el fuerte incremento de las demandas de los países europeos y fundamentalmente Estados Unidos. Bértola y Ocampo, terminan aceptando nuestra demanda del impacto de las conflagraciones bélicas en el crecimiento, al afirmar que la Provincia de Entre Ríos mostró un fuerte impacto por las guerras de independencia y las luchas civiles en su producción. De ser una provincia, en la colonia con un stock ganadero más alto que Buenos Aires, pierde este liderazgo en relación con Buenos Aires. Sólo a partir de la década de los treinta del siglo xix, empieza a recuperar su producción, sin alcanzar los niveles de la colonia. De la misma forma en el caso de Perú, donde la minería de la plata era muy importante en las ventas al exterior, por los conflictos y guerras, “se mantuvieron estancadas hasta entrados los años cuarenta del siglo xix, a pesar de la diversificación del algodón, la lana y el salitre, previo al boom del guano” (p. 85), y la Guerra del Pacífico, antes señalada. Por esto es que la hacienda se volvió mucho más autárquica. Proceso de diástole y sístole, explicado por Enrique Semo,8 para el caso de México, diástole cuando la minería crece y la hacienda le aprovisiona de mano de obra, alimentos, herramientas y ganado caballar, mular y vacuno. Sístole, cuando entra en crisis la minería la hacienda se hace autárquica y eso la hace fuerte y perdurable, no sólo en la colonia, sino a todo lo largo del siglo xix.

De la misma manera Bértola y Ocampo, continúan señalando el estancamiento del crecimiento económico de México en los primeros sesenta años del siglo xix, sin señalar la balcanización, el mismo inconveniente metodológico se va reiterar para el caso de Colombia, que primero nos dice “(…) que presenta un proceso de contracción durante los años de la guerra de independencia y un estancamiento hasta 1850, signado por el colapso de la producción de oro del Pacífico, basado en la esclavitud, pero también por las crisis del principal puerto colonial, Cartagena, y de la región artesanal de Santander” (p. 88). Continúan los autores con la descripción de los ciclos y volatilidades de las nuevas exportaciones como “el tabaco, el algodón, el añil, la quina y otros productos forestales, y gradualmente el café” (p. 88). Después, en la página siguiente (89), cuando los autores analizan la turbulenta consolidación de los estados, citando a Irigoin (2009), se va tratar de enmendar el error metodológico, pues este autor nos dice que: “Es riesgoso pensar la historia de las primeras décadas de la vida independiente como la historia de las repúblicas de hoy. Hasta 1860 no existía la actual República Argentina en el década de los setenta del siglo xix aún no existía moneda nacional. La Gran Colombia se creó en 1821, pero se dividió (como ya señalamos), en 1830 en tres países: Colombia, Ecuador y Venezuela; Panamá se separaría en 1903.9

La acumulación originaria en América Latina, como expresión del antecedente del capitalismo, necesita delimitar las fronteras nacionales y este proceso se da por el resultado de la correlación de fuerzas entre las élites locales y el imperialismo de finales del siglo xix. Estados Unidos se expande, no sólo adquiriendo la Luisiana por un precio irrisorio a los franceses (en plena revolución del siglo xviii), o comprando de manera coercitiva a los españoles la Florida, sino arrebatándole a los mexicanos más de la mitad de su país, luego anexando Puerto Rico y comprando a los Rusos, también en una ganga, Alaska.

Las élites conservadoras latinoamericanas, se encargan de llevar a cabo una acumulación originaria por la vía “Junker”, desde arriba, sin reformas agrarias, ni la participación de los sectores medios (buena parte compuesta de mestizos y criollos) y menos los populares (mulatos, negros, zambos e indios). Por este motivo es que Bértola y Ocampo citan Dye (2006) que afirma que “(…) la violencia y la inestabilidad son rasgos que representan, antes que una transición a un nuevo orden, un rasgo estructural de estas sociedades (…) que las reformas profundas (…) siempre han sido bloqueadas y limitadas por las élites” (P. 90). Las revoluciones sociales, han sido efímeras, las élites se han encargado de revertirlas, nos dicen por fin Bértola y Ocampo (aunque se quedan cortos, al no señalar todos los levantamientos desde abajo que ya señalamos). Esa vía Junker es la que comparten “(…) conservadores y liberales, una visión agrarista elitista, excluyente de la participación de las amplias masas populares en la vida política y, a grandes rasgos, una visión de escaso involucramiento del estado en la vida económica (p. 92). Bértola y Ocampo sostienen que las tierras bajo control de las comunidades indígenas no disminuyeron (sin embargo, más adelante, afirman lo contrario cuando señalan la disolución de los resguardos indígenas (P. 131). Y, citando a T. Halperin (2008-1969, p. 213): “(…) a mediados del siglo xix comienza en todas partes el asalto a las tierras indias (sumando en algunas partes al que se libra contra las eclesiásticas)” (p. 13210). De cualquier forma, la sensible disminución de la población aborigen, a largo del siglo xix, y de las escasas posibilidades de movilidad social con las que contaban, lo que los obligo abandonar sus tierras y emigrar. La otra fuente de mano de obra provino de la finalización de la esclavitud, que también fue un proceso lento y violento, como bien lo señalan los autores, en el caso de Cuba con la Guerra de los diez años 1868 y 1878, y en el caso de Brasil con importantes movilizaciones sociales, particularmente con el levantamiento de Luis Carlos Prestes.

La acumulación originaria no solo necesita el despojo de los productores directos de sus medios de subsistencia, también es fundamental la generalización de un medio de cambio, que obtenido ahora como producto de la venta de su fuerza de trabajo, garantice su subsistencia y reproducción. A la reflexión de Bértola y Ocampo, que no sólo los nuevos Estados nacionales se construyeron en torno a los legados fiscales del régimen colonial, a las cajas de recaudación fiscal, o simplemente se hicieran cargo de los sistemas locales de amonedación (p. 94), hay que agregar que fue necesario quitarle el monopolio financiero al clero (también se les expropia la tierra como lo van afirmar más adelante los autores (p. 131), que estaba en los montepíos, cofradías y hermandades. Por eso es que también, esta separación de la iglesia o laicización de la vida económica en muchos lugares llevo a enfrentamientos armados.

Este capítulo termina con la modernización de los medios de comunicación: geografía, tecnología y comercio, otra función determinante del advenimiento del capitalismo. La necesidad de unir los espacios locales en grandes mercados nacionales, y estos a su vez, conectarlos con la economía internacional que se estaba formando a finales del siglo xix. En estos años se llevan a cabo la configuración de las ciudades Estado, de las que habla I. Wallerstein, en su concepción del “sistema mundo”. Todo esto tiene que ver con la Primera Revolución Industrial (vapor, textiles y ferrocarriles). Otra vez Bértola y Ocampo, se equivocan cuando afirman que la navegación a vapor y los ferrocarriles “(…) dos tecnologías que pueden asociarse a lo que podemos denominar Segunda Revolución Industrial, un proceso que irrumpe durante las primeras décadas del siglo xix y se difunde hacia mediados del siglo.” (pp. 97-98). Sin embargo, más adelante nos dicen: “Recién en la década de los setenta del siglo xix puede decirse que el transporte a vapor había absorbido el grueso del tráfico marítimo” (p. 98). Tampoco son explícitos en analizar la configuración de una verdadera división internacional del trabajo. En 1776, Adam Smith escribe la “Riqueza de la Naciones” y plantea “las ventajas absolutas”. Después, a principios del siglo xix, David Ricardo propone los “costos comparativos”, como norma del comercio internacional. Que Inglaterra produzca telas y Portugal vino, para aumentar así las ofertas mundiales, para que cada país, con su especialización compre mejor lo de los otros, vendiendo con ventajas lo que produce. Obviamente sin tener en cuenta lo que después se llamará “la enfermedad holandesa” o la fragilidad comercial que implica la especialización en un solo bien y peor aún si es agrario, no renovable y sustituible, con el tiempo.11 Tampoco se analizó en la época la postergación de la industrialización o la perpetuación de la gran propiedad latifundista, la concentración del ingreso y la limitación de los reducidos mercados internos.

El último tercio del siglo xix y hasta la primera guerra mundial, es cuando los autores citan a Gelman en cuanto a la “lotería de productos” básicos y la geografía tuvieron su papel más determinante que el aspecto institucional (p. 100). En Europa y Estados Unidos se presenta un proceso de concentración y centralización económica, se forman monopolios industriales y bancarios, el capital financiero acompaña las funciones de las inversiones de ultramar y en consecuencia se asiste a un nuevo reparto del tercer mundo. Este nuevo patrón de acumulación, que coincide con la Segunda Revolución Industrial, la industrialización de Estados Unidos, fue llamado “la fase superior del capitalismo”.12 Por lo tanto, la “lotería de bienes” tiene que ver con la necesidad de controlar y asegurarse las materias primas estratégicas para la nueva industrialización. Son estratégicos estos bienes, que se encuentran en Asia, África y América Latina, porque el control de los mismos, como de los alimentos, no solo va acelerar nuevo reparto de las zonas de influencia, desencadenando dos violentas guerras mundiales, sino que el resultado de las conflagraciones va depender de quien se garantice el abasto de estas materias primas.

IVDesarrollo primario exportador 1870-1929

Son estas materias primas, antes señaladas, las que van a ser depender en primer lugar, la disputa entre estadunidenses y europeos por controlar la extracción y comercialización de estos bienes. También generó conflicto las ied norteamericanas en México, Centroamérica, el Caribe y el norte de América del sur, así como las ied expresadas en la United Fruit Company, la Sugar Company, la Tripical Oil Company,13 la Stándar Oil, y las ied en petróleo en México, Bolivia y Venezuela, el cobre en Chile y el estaño en Bolivia, el caucho en Brasil. En segundo término, el movimiento de población, el cual dicen Bértola y Ocampo: “América Latina absorbió cerca de la quinta parte de los 62 millones de personas que emigraron de Europa y Asia entre 1820 y 1930” (citando a Hatton y Williamson, 1994 y 2005) (p. 105), que tiene que ver con las inestabilidades políticas de Europa, sus guerras, revoluciones y la necesidad de encontrar tierras fértiles, climas templados, agricultura y ganadería rentable. Eso es lo que descubren los barcos “golondrinas” cargados de campesinos italianos, españoles y franceses, que cada año llegaban a la Argentina para las cosechas. Ahora si podemos mencionar el razonamiento de Bértola y Ocampo, en tanto que “la expansión de la frontera agraria productora de bienes de clima templado podía atraer mano de obra europea, a la que se pagaban salarios relativamente altos. Ése no fue el caso de los productos de bienes de clima tropical, que competían con Asia y África, regiones con abundancia de mano de obra que se reproducían con bajos niveles de vida” (p. 113). Dos elementos hay que agregar a este razonamiento: en primer lugar, la característica cerrada de las economías asiáticas (Japón y China) durante el siglo xix y la disputa por el nuevo reparto de África por parte de los europeos (Inglaterra, Francia, Alemania e Italia). En segundo término, hay que tener en cuenta el racismo que reinaba en América Latina, en donde se creía que la modernidad y la industrialización sólo podrían darse blanqueando la población. Son las grandes utilidades de las rentas diferenciales (en la formación de precios de bienes exportables), apropiadas por estas élites criollas que, ligadas a los intereses de los demandantes, concentraron sus utilidades, bloquearon y reprimieron las reformas agrarias, monopolizaron el poder político y en consecuencia no hicieron ninguna redistribución del ingreso, mantuvieron salarios bajos,14 limitando el tamaño de los mercados locales y por supuesto no se utilizaron estos beneficios para formar economías de escala, eslabonamientos industriales hacia atrás y menos hacia adelante. Es decir, no es sólo la volatilidad de las exportaciones, hay dispendio y demasiados gastos suntuarios de las élites exportadoras, que intentaban vivir y gastar como lo estaban haciendo las clases dominantes de ciudades como París, Londres o Nueva York. No invirtieron internamente, no integraron los espacios nacionales en un mercado nacional, se desarrollaron ciudades Estado, Puertos Estado, o verdaderos enclaves. Sólo en esos lugares se asistió a la entrada de la tecnología, modernización de los medios de comunicación, se concentró el comercio, la finanza y hasta la población. Por eso los llamados desarrollistas caracterizaron este tipo de economías como “dualismos estructurales”: un atraso profundo en el campo y un desarrollo importante en estos lugares vinculados a la economía internacional.

Curiosamente, en torno al análisis de los mercados internos de la época, Bértola y Ocampo citan, de manera ecléctica, a la escuela de los Annales de segunda generación, a F. Braudel, quien se caracterizó por un método histórico muy distinto al utilizado por los autores. Veamos la cita: “La economía preindustrial es, en efecto, la coexistencia de rigideces, inercias y torpezas de una economía aún elemental con los movimientos limitados y minoritarios, aunque vivos y poderosos, de un crecimiento moderno (…). Hay por lo tanto, al menos dos universos, dos géneros de vida que son ajenos el uno al otro, y cuyas masas respectivas encuentran su explicación, sin embargo, una gracias a la otra” (p. 124). En el caso de América Latina, no es porque la economía elemental se vaya a incorporar, paulatinamente, con el crecimiento moderno. Por el contrario, eran economías eminentemente agrarias, más de cuatro quintas partes de la población vive en el campo y como los autores reconocen, líneas más adelante, “(…) el crecimiento exportador llevó un aumento permanente (…) hasta 1925-1929. Sin embargo, es muy importante señalar que en promedio más de 80% de la producción de América Latina se destinaba al mercado interno, aún al final del auge exportador” (p. 124). Opino que esta dualidad económica (economías agrarias elementales y ciudades o enclaves con mayor desarrollo tecnológico), parecía más una cuestión estructural de atraso que caracterizaba el subdesarrollo latinoamericano; más allá de un proceso que fuera destruyendo la economía elemental para incorpórala al crecimiento moderno. Según los autores, fue el caso de la permanencia de relaciones sociales como el peonaje por deudas, el “sistema de enganche”, la movilización forzada de mano de obra para trabajar en las haciendas o en las obras públicas, especialmente en Perú, Bolivia y Guatemala (…) la escasez relativa de mano de obra móvil fue notoria, como bien reconocen Bértola y Ocampo (p. 136). Este aspecto desató una polémica, en la década de los setenta y ochenta entre campesinistas y proletaristas.15 La producción campesina puede persistir dentro de la economía general de mercado conservando su lógica particular de producción, sin perder sus tierras, sin transformarse en trabajadores, ni capitalizarse transformándose en una empresa familiar. Schejtman (1981) agrupa los autores según dos «corrientes»: los estructuralistas y los materialistas históricos. En la primera, se encuentran las posturas de los economistas ortodoxos, que analizan la estructura agraria desde el punto de vista del capital y del rol del agro en el conjunto de la economía. Las formulaciones de la cepal se encuadran en este grupo. Por otra parte, y continuando con la clasificación de Schejtman, los materialistas históricos analizan la estructura agraria apoyándose principalmente en el empleo del concepto de relaciones sociales de producción.

En el siglo xxi, y después del fracaso del socialismo ruso, la discusión sobre la forma en que los campesinos participarían en la construcción del socialismo ha perdido vigencia. La discusión actual se plantea entre los que, por un lado, sostiene que no existe un lugar para los campesinos en el campo moderno y, por otro lado, los autores y técnicos que piensan lo contrario, es decir, que el capitalismo de mercado deja espacios sociales para que existan y se desarrollen otras formas de actuar y producir no típicamente capitalistas, dicen los autores, nos referimos al centro de México, las tierras altas de Guatemala y la mayor parte de la región andina. La imagen de estas haciendas ha ido cambiando con el tiempo, desde la idea de un ámbito feudal y autárquico hacia las unidades con mayor inserción en el mercado local e incluso internacional, aunque igualmente combinada con la búsqueda de altos grados de autosuficiencia en el aprovisionamiento de bienes y mano de obra, incluso calificada” (p. 140). Más adelante reiteran, que la “hacienda sufrió cambios de consideración, pero que perduraría como unidad productiva hasta el siglo xx, cuando empezó a ser amenazada (…) por los proyectos de reforma agraria” (p. 141). No sabemos porque los autores no dicen que en el caso de México, fue por la Revolución mexicana, que tuvo un alto contenido agrarista entre sus protagonistas, la que realizó estas amenazas. En cambio, para el caso de Bolivia, si nos confirman que “(…) a finales del siglo xix estuvo surcado por rebeliones indígenas que tuvieron que ver tanto con los procesos de enajenación de tierras como con las marchas y contramarchas del sistema tributario (…) (p. 141). Del escenario de la pequeña y mediana propiedad, que resalta su presencia, citando otra vez a Bauer, en México, Costa Rica, Colombia, Perú, Ecuador y Chile, simplemente nos dicen que fueron sectores que se ubicaron más cerca de las zonas urbanizadas y tuvieron una fácil interacción con la expansión de la economía capitalista (p. 141).

Finalmente, y para concluir este aspecto del mercado de tierras y el desarrollo de las relaciones salariales, haciendo uso de las reflexiones de Bértola y Ocampo, diremos con ellos que “éste fue un período de enormes transformaciones de las estructuras de poder, de las relaciones sociales y de la propiedad de la tierra. Todos estos procesos dejaron una fuerte impronta en la distribución del ingreso y la riqueza y fortalecieron, en la mayoría de los casos, el carácter elitista y excluyente del desarrollo latinoamericano” (p. 150).

El capítulo termina con la revisión de la política económica: estructura tributaria, proteccionismo temprano y banca estatal. En cuanto al aspecto tributario, los autores muestran la importancia y prolongación del tributo, cobrado a los indígenas, hasta mediados del siglo xix. Después, nos señalan los impuestos de aduana, que naturalmente fueron muy importantes en esta fase del desarrollo hacia afuera y se concentraron en especial en los puertos. La tributación arancelaria está conectada con el proteccionismo temprano de países como Brasil, Chile, Colombia y México llevaron a cabo antes del desarrollo hacia adentro a partir de la primera isi. En cuanto a la banca estatal, los autores se reducen a decir que: “la inversión extranjera no se limitó al sector exportador, sino que tuvo un fuerte impacto en un conjunto de actividades que permeaban la estructura de mercado interno, como los tranvías, los ferrocarriles, la electricidad, los seguros, la banca, etc.” (p. 167). Aunque nos adelantamos un poco en lo que corresponde al período de la isi, hay que resaltar dos aspectos del comercio exterior que muestran la legitimación de estos privilegios que ya tenían la ied en estos rubros señalados por Bértola y Ocampo (pero ausentes en su libro), nos referimos a la Ley Hawley-Smoot, de los estadounidenses, que limitó la importación de carne argentina por los problemas de la aftosa. El segundo aspecto, que muestra como el comercio era cada vez más administrado, bilateral en muchos casos y distorsionado por gravámenes altos, señalando así la prepotencia imperialista de las grandes potencias, corresponde a lo que Argentina firmó en el Pacto Roca-Runciman. Argentina se comprometía, en este Pacto (después llamado “de la deshonra” o “el estatuto del coloniaje”), a no aumentar los aranceles. El Banco Central se crearía con gran predominancia de funcionarios y capitales británicos. Gran Bretaña tendría el monopolio absoluto de los medios de transporte en Argentina. Todo esto se heredará al Pacto Eden-Malbrán, luego de que caducara el Pacto Roca-Runciman, que duró doce años, de 1933 a 1945.16

VLa isi

La isi, que ya periodizamos anteriormente, se lleva a cabo en las dos terceras partes del siglo xx. No es simplemente un “cambio súbito y radical en los patrones de desarrollo de América Latina” (p. 181). Es el proceso de acumulación de capital, el inicio de la producción de bienes de consumo, la industrialización de “fácil aprendizaje”, como se le calificó posteriormente. La primera isi que se pudo llevar a cabo gracias a sus antecedentes proteccionistas e industriales de las últimas décadas del siglo xix y las dos primeras del xx. El cambio definitivo del “desarrollo hacia afuera” al “desarrollo hacia adentro” se va materializar fundamentalmente por la catástrofe que provocó en el comercio exterior la Gran Depresión. No en todos los países latinoamericanos, solo en los que tenían antecedentes de dicho proceso, instalaron la producción de manufacturas de bienes que, antes de la crisis, se importaban.

Analizando en términos regionales, pareciera que se hubiera inventado en América Latina una política económica realmente novedosa, porque al aplicar los gobiernos nacionales estas recetas intervencionistas, nos hace pensar que se adelantaron a la publicación de la Teoría general de la ocupación el interés y el dinero de J.M. Keynes (1936). No obstante, las intervenciones estatales ya habían iniciado desde principios de siglo, desde la más radical en Rusia, la de corte nacional socialista en Alemania, hasta la de los estadounidenses para salir de la crisis de 1929. El New Deal fue todo un ejemplo, para América Latina. Ese corporativismo estatal es el que va a copiar el llamado “nacional populismo”. Son aspectos de la historia mundial, que no se encuentran en Bértola y Ocampo. Para la explicación de la primera isi, es necesario reiterar su especificidad nacionalista, y lo puede ser, porque se lleva a cabo en la época de entre guerras, cuando las potencias imperialistas definen tanto, un nuevo reparto mundial, como el cambio del centro hegemónico militar, económico y hasta financiero, de Europa a Estados Unidos.

En cuanto al análisis de las causas de la crisis de 1929 en la economía de Estados Unidos, los autores no dicen nada al respecto, y pasamos a revisar las consecuencias de la Gran Depresión en la región: los autores hacen énfasis en la administración y disminución de las ofertas de bienes primarios, para controlar la caída de los precios, es el caso del café en Brasil o del azúcar en las Antillas. Obviamente, sin decirnos una sola palabra de las exclusividades bilaterales británicas o de los proteccionismos estadounidenses del Tratado Roca-Runciman o la Ley Hawley-Sooth, antes presentados. Los autores son explícitos en la caída del poder de compra de las exportaciones de América Latina y, por lo tanto, la reiterada pérdida de los términos de intercambio de la región. A las tensiones generadas en el comercio exterior por la suspensión de la financiación internacional y la caída de las ied, lo que naturalmente condujo a una imposibilidad de ser puntuales con el pago del servicio de las deudas externas. Sin embargo hay que distinguir entre los países latinoamericanos más insertos al comercio mundial y en consecuencia su mayor vulnerabilidad a estos efectos, es el caso de Chile en particular, o Cuba entre las naciones pequeñas de la región.

En cuanto al activismo macroeconómico, los autores resaltan la devaluación de las monedas latinoamericanas, el establecimiento de tipos de cambio múltiples, el aumento de los aranceles, los controles de cambios, la moratoria en el servicio de la deuda externa, la creación de instituciones estatales (sin ser muy explícitos), los bancos de desarrollo, la sustitución de importaciones de productos manufactureros, agrícolas y las nacionalizaciones de ciertos sectores estratégicos, para lo cual señalan solamente la nacionalización petrolera de México en 1938. Sin embargo, no señalan nada de Brasil, del gobierno que ocupó la presidencia en tres ocasiones, de Getulio Vargas. Vargas creo el Consejo Nacional del Petróleo (en 1951 será Petrobras), la Compañía de Vale do Rio Doce Compañía Siderúrgica Nacional, la Compañía Hidroeléctrica de Sao Francisco y la Fábrica Nacional de Motores.

Se limitan a cerrar el impacto de la crisis de 1929, con una síntesis del recetario keynesiano utilizado en la región. Ver al respecto: p. 187. Sin embargo, la acumulación interna basada en la producción para la exportación, no va ser abandonada; sólo se interrumpe bruscamente en los tres años siguientes al crac del 29. Este impasse del comercio exterior permitirá paradójicamente que en los países grandes se amplíe la base interna de industrialización, los empresarios nacionales, las clases medias y la base obrera nacional.

En la década de los treinta, se acentúa el proceso de desplazamiento de los expansionismos anglo europeos por el estadounidense, acompañados de la política del “gran garrote” y control “neocolonial” de América Central y el Caribe. El expansionismo de Estados Unidos prefiere retirar la presencia física de las fuerzas de ocupación y desarrollar ejércitos nativos convertidos en verdaderos partidos políticos que garanticen el control interno social y económico de sus inversiones (grandes plantaciones, ingenios azucareros y minas).17

En la década de los años treinta, América Latina se vuelve receptor de capitales provenientes de Europa que, principalmente, después del triunfo de los nazis en Alemania y de las secuelas de la Primera Guerra Mundial, habían generado desconfianza en los inversionistas y a su vez habrían encontrado como “puertos de abrigo” a muchos países latinoamericanos, especialmente los grandes. Además, el subcontinente se convirtió en un receptor de población europea, principalmente en América del Sur (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay) y México, que recibe a gran cantidad de republicanos españoles en el segundo lustro de la década.18

Bértola y Ocampo, dan un salto a todos estos aspectos que seguramente les parecen intrascendentales, para concentrar su atención en lo que consideran el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la región, y, empezar con el análisis directamente de la segunda isi. Para este tema los autores hacen un recuento de las exportaciones latinoamericanas y sus modificaciones con el impacto de la Segunda Guerra Mundial, de las instituciones que moldearon la segunda isi, las fases y diversidad de las isi en la región, analizan el desempeño económico y social, la agricultura, las exportaciones y los desequilibrios macroeconómicos. Hacen un balance general y terminan con el desarrollo social. No vamos a entrar en una crítica pormenorizada de cada uno de estos aspectos, solo tomaremos cuatro elementos que nos parecen frágiles en el análisis de Bértola y Ocampo: 1. El nacional populismo, el tratamiento de las exportaciones en la segunda isi; 2. El llamado “modelo mixto”; 3. El fracaso de la segunda isi; y 4. La pobreza, distribución del ingreso y las convergencias truncadas.

1El nacional populismo

El nacional populismo latinoamericano, “fenómeno desaparecido por la sociología académica, que lo consideró y lo considera aún hoy expresión de un pensamiento “inferior”. No obstante, el nacional populismo latinoamericano es el pensamiento más importante que surgió del seno mismo de Latinoamérica; es el pensamiento que generó a Vargas en Brasil, a Betancourt en Venezuela, a Haya de la Torre en Perú, a Ibánez en Chile, a Lázaro Cárdenas en México y a Perón en Argentina”. Al respecto, Bértola y Ocampo, sólo nos dicen que “la acumulación de reservas fue la provisión de fondos en divisas para financiar un auge de inversión en la inmediata post-guerra, así como la compra de empresas extranjeras de infraestructura y servicios públicos. La nacionalización de los ferrocarriles británicos por parte del general Perón en Argentina (…) (p. 189). Más adelante, nos dicen que, “reflejando esta tendencia Brasil, tal vez el caso más destacado de Estado desarrollista (…)” (p. 190). “(…) Sólo Cuba adoptaría, y mucho después, un modelo de planeación central, al cual se unirían los experimentos fallidos de la Unidad Popular en Chile a comienzos de los años setenta y de la revolución sandinista en Nicaragua a partir de 1978, ambos con más matices de economía mixta que el modelo cubano” (p. 190). En el tema del nacional populismo conviene hacer una diferencia, con lo que fue el gobierno de Salvador Allende en Chile y la revolución sandinista, porque estaban inspirados en el marxismo, promovieron una socialización de los medios de producción, generaron una profunda agudización de las contradicciones sociales, aumentaron no sólo nacionalizaciones de recursos básicos, también estatizaron empresas estratégicas y pasaron al área social algunas industrias. Fueron antimperialistas y aceleraron la reforma agraria. Esto no es el “nacional populismo”, que está dirigido por líderes carismáticos que fomentan la conciliación de clases a partir de los “pactos nacionales” entre los empresarios, las centrales obreras y el Estado. No atentan contra la propiedad privada, algunos defienden los intereses nacionales frente a extranjeros, sin levantar banderas socialistas, no todos profesaron reformas agrarias, algunos sólo intervienen las tierras ocupadas por la ied o simplemente en manos de extranjeros, y, en el mejor de los casos los repartos agrarios respondieron a una profundización de la frontera agrícola, sin tocar los grandes latifundios, ni repartir las tierras de mejor calidad o próximas a los mercados.19 Por esta razón es que los autores destacan que “el Banco Mundial apoyó, al menos hasta los años setenta, el intervencionismo estatal, invirtió en muchos proyectos de sustitución de importaciones y hasta la década de los setenta continuó defendiendo la idea que la industrialización era esencial para el desarrollo económico” (citan Bértola y Ocampo a Webb, 2003, p. 195).

2El “modelo mixto”

El llamado, por Bértola y Ocampo, “modelo mixto” que tiene que ver con la escasez de divisas que señalamos más arriba, fundamentalmente por los problemas de balanza de pagos y la característica de la segunda isi, que fue intensiva en bienes intermedios y de capital importados, reconocida por los autores. Por eso afirman “que casi todos los países medianos y grandes introdujeron mecanismos de promoción de exportaciones desde mediados de los años sesenta (…) Como resultado de ello surgió el “modelo mixto” que, (…) combinaba la isi con la promoción de exportaciones y la integración regional. El modelo era también “mixto” en el sentido de que promovía activamente la modernización agrícola con instrumentos similares a los empleados para estimular la industrialización e incluso con un aparato de intervención mucho más elaborado” (p. 191). No obstante que antes ya nos habían dicho “que, hasta mediados de los años sesenta, la reconstrucción del comercio internacional no ofreció grandes oportunidades a los países en desarrollo” (p. 191). Ahora bien, sin distinguir entre lo deseable y lo posible, nos muestran el pensamiento de la cepal en la década de los sesenta, cuando esta institución se volvió “crítica de los excesos de la isi y defensora de un modelo “mixto” que combinara la isi con la diversificación de la base exportadora y la integración regional” (p. 196). “La cepal jugó, así, un papel central en la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (alalc), en 1960 (más tarde Asociación Latinoamericana de Integración, aladi), el Mercado Común Centroamericano (mcca) en el mismo año y el Grupo Andino en 1969” (p. 196). Lo deseable para los latinoamericanos, de estas propuestas, consistía en que esperaban que “la integración impusiera cierta disciplina de mercado a los sectores protegidos, que habían alcanzado altos niveles de concentración industrial (e incluso monopolios) a escala nacional, y que sirviera como plataforma para el desarrollo de nuevas actividades exportadoras, en particular el sector de manufacturas” (p. 201). Pero lo posible fue que (como lo confirman Bértola y Ocampo): “la alalc enfrentó una gran oposición a la liberalización de las importaciones competitivas (es decir, aquellas en que los productos de un país competían con los de otro país miembro. (…) El Grupo Andino encaró presiones similares después de su creación en 1969 (…). El “pesimismo de las exportaciones” fue también una característica de la fase “clásica” (…) con excepción de algunos países (los productores de petróleo) Venezuela y México, la experiencia de las exportaciones fue decepcionante en la inmediata posguerra (…)” (p. 201). Sólo los países centroamericanos y algunos medianos, señalados anteriormente, que continuaban con el “desarrollo hacia afuera”, el signo de la balanza comercial fue positivo. Lo posible fue: que “una de las mayores desventajas de (…) la segunda isi (…) fue su incapacidad para explotar a cabalidad los beneficios del creciente dinamismo del comercio mundial en la posguerra (…) La participación en el comercio mundial se redujo a poco más de 4% a comienzos de los años setenta, unos tres puntos porcentuales menos que en 1925-1929” (p. 221). Comercio que obviamente lo estaban ganando los países en desarrollo que estaban llevando a cabo un modelo de industrialización por sustitución de exportaciones (ise), especialmente los cuatro tigres asiáticos: Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur. También como finalmente Bértola y Ocampo dicen: el fracaso de esta primera integración regional, también estaría explicada por “el proteccionismo de los países industrializados y los crecientes subsidios que otorgaron a la producción y la exportación, que golpearon duramente a Argentina, Cuba y Uruguay” (p. 221). Incluso los autores agregan: “América Latina perdió participación en las exportaciones de alimentos y de otros productos básicos incluso en relación con el mundo en desarrollo. La pérdida de importancia en las exportaciones de combustibles fue aún más acentuada, desplazándose este tipo de exportaciones mundiales de Venezuela y México hacia el Oriente Medio. Se disminuyeron además, (…) las exportaciones de combustibles durante los años setenta, como resultado del ingreso de Venezuela a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (opep)” (P. 224). Son estas las reflexiones que nos permiten sostener la confusión de los autores entre lo deseable y lo posible de la segunda isi. No obstante de que ellos insisten con que “es posible sostener que el cambio de trayectoria del desarrollo latinoamericano que generó la crisis de la deuda bloqueó la transición hacia un modelo de industrialización más balanceado entre el mercado interno y el externo” (p. 232). “(…) hubiera podido evolucionar en forma más afín con los modelos que se mostraban más exitosos en Asia Oriental” (p. 232).

3El fracaso de la segunda isi

En este punto abordamos sólo el número: 2, del planteamiento de Bértola y Ocampo, o la segunda estrategia, que dicen los autores: “consistió en una profundización mayor de la segunda isi” (p. 205).

Países como México, Venezuela y Brasil, ya habían empezado una estrategia de ise. El primer país combinaba maquilas, petróleo y zonas de libre comercio, el segundo se benefició de las exportaciones de petróleo fundamentalmente, y Brasil con exportaciones manufactureras provenientes de una estructura industrial nacional. Es decir que esta segunda estrategia no es más que el techo de la segunda isi, el fracaso correspondió al deterioro de la balanza comercial, al creciente déficit de la cuenta corriente, la inflación creciente en los países grandes de la región (inspirados en la “curva de Phillips”). Toda esta política estructuralista, va ser criticada por lo que se conoció en Estados Unidos como la “estanflación”, esto es: inflación con desempleo y en consecuencia estancamiento económico. Además, si le agregamos a este razonamiento la pérdida de la convertibilidad del dólar en oro, el 15 de agosto de 1971, por parte del gobierno de Richard Nixon, lo que obligó a la protección de las monedas mundiales por este traslado de inflación a nivel mundial. Las respuestas, en cuanto a la protección de los tipos de cambio de las monedas mundiales, fueron inmediatas, es el caso del surgimiento de los eurodólares en Europa, o los petrodólares de los países árabes. El segundo lustro de la década de los setenta se caracterizó por un aumento de la oferta monetaria a nivel mundial, lo que acompañó el mercado monetario de tasas de interés muy bajas y en algunos casos negativas20. Es decir, que donde existía el déficit señalado, lo más normal es que recurriera a estos créditos baratos para resarcir los desequilibrios y recuperar el crecimiento económico. En pocas palabras, no fue la deuda externa la causante de la crisis, la deuda fue una consecuencia del “techo” de la segunda isi. La isi había asimilado el régimen fordista de producción que, con la Tercera Revolución Industrial y la globalización a la que asistimos a finales del siglo xx, se hizo obsoleto. La fragmentación de las cadenas de valor, en la producción, introdujo a nivel mundial una “producción en red”.21 Esto obligó a todo tipo de intervención estatal, nacionalista o socialista, a levantar los viejos proteccionismos unilaterales. Los países latinoamericanos contrataron créditos a instituciones privadas,22 con tasas de intereses flotantes, dados que se confiaba que los recursos naturales estratégicos (el petróleo), no iban a caer sus precios. Las tasas de interés por el servicio de las deudas en el primer lustro de la década de los ochenta llego a dos dígitos, en algunos casos osciló entre 14 y 20% en la siguiente década. Por eso en la época se afirmó que América Latina, de ser receptora de capital externo, se convirtió en exportadora de capital, porque no sólo fue oneroso el servicio de las deudas, también se acompañó de una fuerte “fuga de capitales” nacionales que buscaron protección, por las devaluaciones y la inflación galopante, en la Banca de Estados Unidos y Europa. “Dicha fuga se produjo a lo largo y ancho de la región, pero fue masiva en Argentina, México y Venezuela (…)” (p. 249).

La tercera estrategia de la que hablan Bértola y Ocampo, ya no corresponde a la segunda isi, es la entrada de las políticas neoliberales en la región. Los autores afirman que “estas reformas de mercado de la segunda mitad de la década de los setenta estuvieron impulsadas por dictaduras militares” (p. 206). En particular se refieren (implícitamente) al golpe de estado a Salvador Allende en Chile, en donde se inicia un proceso de privatización de las empresas nacionalizadas (el regreso de la ied en la minería del cobre), las empresas estatales y las que se habían socializado. La escuela de Chicago, con los monetaristas, rechazó el keynesianismo a favor del monetarismo, con una economía de “libre mercado”, lo que se llamó la nueva macroeconomía clásica y después, “la teoría de las expectativas racionales”. Se inicia el abandono del estructuralismo en América Latina, Chile es uno de los primeros, luego, casi una década después, con la moratoria de la deuda externa mexicana en 1982, lo harán todos los países de la región. Por eso ya no hay tercera estrategia de la isi. Este nuevo enfoque de la política económica está detrás de las nuevas políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, instituciones que se caracterizan por el apoyo al llamado Consenso de Washington.

4La pobreza, distribución del ingreso y las convergencias truncadas

En cuanto a la pobreza, los autores, no son explícitos en la metodología que les sirve para medirla, pero tenemos la impresión que es por el lado del ingreso, como la definen las instituciones internacionales, tales como el Banco Mundial o la misma cepal: el método de línea de pobreza que consiste en comparar esta línea con el ingreso o gasto del hogar, expresando ambos elementos de la comparación con una cantidad de dinero por unidad de tiempo. No obstante, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), ha escogido la posición contraria para medir la pobreza, como se puede comprobar en sus informes de Desarrollo Humano (1990-1998). Bértola y Ocampo nos dicen: citando a Prados de la Escosura (2007) que “la pobreza se redujo en seis países (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay y México) de 71% en 1913 a 27% en 1990” (p. 237). “(…) La pobreza disminuyo durante la isi, la estimación de la cepal para 1970, indica que 40% de los hogares latinoamericanos era pobre, esta cifra bajó a 35% en 1980 (p. 236). “(…) Una reducción de la pobreza moderada de 43% en 1970 a 23.7% en 1982, y de la pobreza extrema, de 19.2% en 1970 a 10.2% en su punto más bajo, en 1981” (P. 236). Ahora bien, de la misma forma que el pib, es un agregado de bienes y servicios medido en dinero, con la misma lógica, la pobreza la miden con el ingreso (el Banco Mundial y la cepal), otra vez una cantidad de dinero. ¿Cuál es el papel de indicadores como la disponibilidad de electricidad, agua potable, alcantarillado, analfabetismo, seguridad médica o social? Expresados en unidades de medida muy diferentes al dinero.23

Por otro lado, la pobreza de sociedades eminentemente agrarias, es muy diferente a las industrializadas o urbanizadas. La disponibilidad de gas, electricidad, agua potable, drenaje y una infinidad de electrodomésticos, son indispensables en la actual vida urbana, que no lo eran en las agrarias. El uso del automóvil particular es indispensable en ciudades donde el transporte público es muy malo, e innecesario en ciudades como París o Londres que tienen un sistema de transporte público eficiente. Se debe colocar la pobreza con una línea de corte, que refleje un nivel debajo del cual la gente, en algún sentido está en pobreza o indigencia, un nivel de vida común tanto para cada país, como época histórica en particular, de lo contrario es muy insignificante lo que afirman las estadísticas con respecto a las convergencias truncadas, la distribución del ingreso y la pobreza.

Si los países del cono sur (Argentina, Uruguay y Brasil), fueron receptores de grandes cantidades de población europea, durante el siglo xix y principios del xx, fue porque en América Latina pudieron disminuir los efectos de la pobreza: tales como la angustia y la violencia. Ahora son los latinoamericanos los que huyen de sus tierras natales hacia el norte (Estados Unidos y Europa), porque el arraigo está ligado, hay que reiterarlo, a la estabilidad laboral y social que fue arrebatada, hace más de tres décadas, de la región. Por eso se invirtieron las corrientes migratorias, como lo afirman Bértola y Ocampo: “La proporción de residentes latinoamericanos nacidos fuera de la región experimentó una declinación de largo plazo desde la década de los sesenta” (p. 236). En los siete primeros años del presente siglo, solamente de México, emigraron a Estados Unidos, más de medio millón anualmente. De la población de América del Sur y Centroamérica se calcula, por los organismos internacionales, que lo hacen ilegalmente más de trecientos mil al año.24

VILa reorientación hacia el mercado, la entrada del neoliberalismo en América Latina

Aquí, solo vamos a señalar algunas puntualizaciones, que tienen que ver con lo del conflicto social y su relación con la transición al neoliberalismo. Bértola y Ocampo dicen que, no es muy clara la relación, fuera del Cono Sur y del conflicto centroamericano de la década de los ochenta (…) “las confrontaciones tenían un carácter más rural y provenían de las concentraciones de la tierra y, tal vez, del modelo primario exportador antes que de la peculiar combinación con una débil industrialización dirigida por el Estado (isi).

Bértola y Ocampo señalan que “vendría a financiar todas las formas de violencia (…) en Colombia. (…) Los problemas de violencia asociados al tráfico de estupefacientes se extendería (…) hacia México y Centroamérica en la primera década del siglo xxi” (p. 244). Podemos confirmar el primer comentario, sólo que este rentable negocio que le permite corregir problemas de balanza de pagos, a cuatro economías de la región (Bolivia, Perú, Colombia y México), Centroamérica y otros países de América del Sur, son también lavadores del dinero, del producto de esta rentable economía subterránea; distribuyen, consumen y permiten el tránsito de los enervantes a los grandes mercados de Europa y Estados Unidos.

En cuanto a la crisis de la deuda y la década perdida, sólo agregamos algunas cosas que nos parecen que faltaron en el análisis de los autores, por ejemplo cuando afirman que “América Latina puede verse como víctima de una forma de manejar lo que fue también una crisis bancaria estadounidense” (p. 256). Estamos de acuerdo, ese fue el papel de la intervención de los dos Secretarios de Economía estadounidenses en 1985 Baker y en 1989 Brady, el primero otorgando dinero para pagar los servicios de la deuda externa atrasados, con insuficientes créditos, pero obligando a los latinoamericanos morosos a los ajustes económicos de primera generación, recetados por el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Banco Mundial (bm); las reformas fiscales (los impuestos al valor agregado), disminución de gasto público, la devaluación y el control de la inflación, el segundo corresponde a la antesala del llamado Consenso de Washington; es decir, reformas como la libre movilidad de capitales de corto plazo, la desregulación del comercio exterior y la privatización de las empresas estatales; corresponden a los ajustes de segunda generación. De una manera más lenta unos países (los cautelosos), que otros (los agresivos), pero todos entraron indiscutiblemente en estas políticas económicas neoliberales. ¿Qué les faltó señalar a los autores? Por un lado, el empobrecimiento de las clases medias, la destrucción del movimiento obrero organizado, el recrudecimiento de la pobreza, la indigencia y la concentración del ingreso. Esto es lo que explica por el otro lado, el surgimiento de las translatinas en la región y de los dieciséis multimillonarios mexicanos entre los cien más ricos del mundo. La década perdida tiene que ver con la “gran moderación” o la reducción de la volatilidad del ciclo económico, de la economía de Estados Unidos, la “moderación” de las fluctuaciones a partir de mediados de 1980.25 Pero Bértola y Ocampo insisten en que en algunos países “se produjo una abierta y exitosa oposición política a la privatización de empresas públicas (Costa Rica y Uruguay) y en otras el proceso avanzó manteniendo varias de estas empresas, particularmente en los sectores de servicios públicos domiciliarios y en la producción petrolera y minera, e incluso en el caso mexicano, conservando como norma constitucional del sector petrolero. Los autores sólo ubican entre los países agresivos en materia de privatizaciones a: Argentina, Bolivia y Perú. Sin embargo, para el caso mexicano, cuatro de sus bancos más grandes están en manos de Citicorp-Citigroup (Banamex) de Estados Unidos, bbva (Banco Bilbao Vizcaya Argentaria)-Bancomer, Santander-Serfin de España y el hsbc Holdings Pic., de la Gran Bretaña; la banca nacional no es más de 3%. Pemex contrata gran cantidad de servicios de producción, extracción, refinación y comercialización a concesiones privadas y el gobierno actual de Enrique Peña Nieto (pri), está empeñado en sacar una reforma energética, que le permita la legitimación de la privatización total de los hidrocarburos. De la misma forma Chile tiene gran participación de la ied en combustibles y minerales y el Banco del Estado, nunca lo privatizaron los militares, porque les sirvió para sacar buena parte de sus reservas y hacer millonaria a la familia del dictador Pinochet.

De los tres últimos puntos de este capítulo: la integración creciente a la economía mundial, el comportamiento macroeconómico y los efectos sociales y transformaciones económicas, vamos a centrar la atención en la parte más frágil de las tres, donde nos parece que Bértola y Ocampo hacen una presentación más ideológica que económica, por lo menos desde el punto de vista del desarrollo económico latinoamericano.

La apertura comercial y las integraciones liberales, siguiendo la concepción del sistema mundo de I. Wallerstein, corresponden a las transformaciones neoliberales y la conformación de los Estados continente. Bértola y Ocampo sintetizan las reformas de esta forma: “La eliminación de los sistemas de control de cambios internacionales y la liberalización financiera interna; (…) la liberalización de las tasas de interés, la eliminación de la mayoría de las formas de crédito dirigido; (…) la reducción y simplificación de los encajes a las cuentas bancarias. La privatización de un conjunto amplio de empresas públicas; (…) la apertura a la inversión privada en los sectores públicos domiciliarios; (…) la eliminación de los controles de precios, la simplificación de trámites y de barreras a la entrada” (p. 265). Esta integración bautizada por la cepal como “regionalismo abierto” que, como bien señalan los autores, entraba en contraste con las versiones ortodoxas que reclamaban la apertura comercial unilateral” (p. 267).26 Empezó primero con “la creación del Mercosur en 1991 y la revitalización simultánea de la Comunidad Andina de Naciones y del Mercado Común Centroamericano. Estos dos acuerdos de integración regional habían experimentado un virtual colapso a principios de los años ochenta” (p. 268). “La versión de integración regional “neoortodoxa” corresponde básicamente al Tratado de Libre Comercio de América del Norte: México, Estados Unidos y Canadá (tlcan). Este tratado de libre comercio, que se firmó en 1993, incluye “muchas nuevas áreas en los acuerdos, que aparte de profundizar aquellas que ya eran parte de la omc (servicios y propiedad intelectual), incluyeron nuevas normas de inversión y reglas sobre compras gubernamentales” (p. 268). Sin embargo, no podemos ver como iguales las integraciones impulsadas desde Washington, que las que se promueven en América de Sur. La respuesta de integraciones “posliberales” a las integraciones regionales “abiertas” del neoliberalismo, son el producto de su fracaso, en materia de desarrollo económico, en toda la región. Bértola y Ocampo paradójicamente lo reconocen: “Las industrias manufactureras y sectores agropecuarios afectados por la apertura han experimentado un fuerte proceso de restructuración (deforestación, abandono y verdadero ecocidio), que no en pocos casos han implicado la desaparición de empresas y ramas productivas. Los mercados intrarregionales han aumentado su peso relativo, aunque sujetos a fuertes fluctuaciones cíclicas, las empresas latinoamericanas más exitosas se han regionalizado (…) las translatinas” (p. 270). No obstante que los autores se dan cuenta de la diferencia de los tratados de libre comercio del norte de Latinoamérica, al que le llaman “patrón del norte”. Pues ellos que reconocen las limitaciones en el desarrollo económico local de las maquilas, por el alto contenido de bienes importados y la ausencia de encadenamientos productivos tanto, hacia atrás, como hacia adelante. En el caso del ensamble, dicen: “debe tenerse en cuenta que la actividad productiva que se realiza tiene un contenido tecnológico simple (…) cuando se ensamblan en zonas francas (…) el proceso productivo tiene muchas veces el carácter de un verdadero “enclave” (p. 274). En cuanto a la ied, dicen que “experimentó un aumento notable en los años noventa y alcanzó su máximo nivel, en términos de transferencias netas de recursos, entre mediados de dicha década y los primeros años del siglo xxi”(p. 281) (…)“una parte importante de esta ied se involucró en la adquisición de empresas existentes, tanto estatales, que así se privatizaban, como, crecientemente, privadas, dentro de un proceso mundial de fusiones y adquisiciones. Esto implica que su contribución a la acumulación de activos productivos fue menos notable de lo que indican los flujos financieros correspondientes” (p. 282).

Se olvidan en señalar la alta concentración del comercio con Estados Unidos, por lo menos en lo que se refiere a este “patrón del norte”, y en particular al tlcan, pues: El comercio mexicano se ha profundizado con Estados Unidos llegando a representar 90% del total, mientras que Canadá apenas si llega a 3%. El mismo comportamiento observa la ied, con una participación de alrededor de 70% de Estados Unidos y sólo un 2.5% desde Canadá. De manera que, más que una integración trilateral, lo que se ha logrado son dos bilateralismos (Estados Unidos-Canadá y Estados Unidos-México)”.27 El crecimiento del comercio con Estados Unidos se ha dado en el contexto de total apoyo a las empresas extranjeras, en condiciones de total asimetría con México (…) se otorga a las empresas la capacidad de demandar al Estado cuando algunas de las disposiciones de política fiscal, ambiental o social reducen la utilidad de las mismas. (México ha recibido 15 demandas, de las cuales 2 fallos en contra y las otras se encuentran en proceso (Correa, 2012a,b).28

Más de 77% de las exportaciones mexicanas van hacia el país del norte, y no obstante que el balance comercial con Estados Unidos es positivo, si le restamos al mismo el petróleo, las ventas de las maquiladoras y las remesas de los migrantes, este saldo comercial se hace negativo. En el año 2012, las exportaciones de petróleo y las maquiladoras representaron el 85 por ciento de las exportaciones hacia Estados Unidos.

El drama del campo alcanza magnitudes alarmantes, el precio del maíz cayó más de 66%, debido a que las importaciones provenientes de Estados Unidos aumentaron 400%. Lo mismo ocurrió con las exportaciones del país del norte hacia México de soya, trigo, algodón y arroz. Se importa 95% de la soya, 60 de arroz, 49 de trigo, 25 de maíz 40 de la carne que se consume en el mercado interno. Y, aunque las exportaciones de hortalizas de México a Estados Unidos aumentaron, la balanza agropecuaria no pudo equilibrarse por el peso de los alimentos básicos. México importa hoy 60% del trigo y 70 del arroz que consume. Antes del tlcan, sólo dependía de 8% de las importaciones de maíz, hoy representa más de 32%. La producción de los principales granos, gracias al diferencial de productividad y los subsidios de la producción agropecuaria de Estados Unidos cayeron 12%, las carnes rojas, 33, y los productos maderables, 37. El pib agropecuario se estancó 1.8 por ciento al año y su participación en el pib nacional se ha ido disminuyendo: 3.57 por ciento en 2000; 3.55 en 2006 y 3.39 en 2011. El precio de la canasta básica aumentó 257%, en los veinte años del tlcan.

Se asiste a una devastación medioambiental que está terminando con los recursos naturales por el abuso de los agroquímicos. Se están sobreexplotando los mantos acuíferos. En pocas palabras, de los 196 millones de hectáreas con que cuenta México, 64% están degradadas por la erosión hídrica y eólica. La ocde acaba de señalar que México es el país de esa organización que más pierde bosques, con una devastación de 155 mil hectáreas de vegetación tan sólo entre 2005 y 2010”.

México no ingresó al primer mundo, tampoco disminuyó la emigración de los campesinos hacia Estados Unidos, desaparecieron los precios de garantía y no hay un crecimiento espectacular. Como se le prometió al país, el primero de enero de 1994, cuando entro en vigor el tlcan.

Bértola y Ocampo, se olvidaron del “Plan Puebla Panamá” (ppp), “Plan Mérida” o “Iniciativa Mesoamericana”. Este plan ppp, diseñado por el Gobierno mexicano (2001), pretende la “modernización” económica tanto, de los nueve estados del sur de México29 como de crear un “corredor comercial” con las siete repúblicas centroamericanas30, que permita generar empleos y desarrollar la infraestructura necesaria, para detener las corrientes migratorias hacia el norte, aproximar la producción de hidrocarburos y el producto de las maquilas a los grandes mercados del tlcan (1994)31. En lo que concierne al sur de México, se pretende crear las condiciones económicas para que los campesinos, las comunidades étnicas y la población en su conjunto puedan enrolarse en los trabajos de las nuevas industrias (petróleo, turismo, monocultivos, selección y clasificación de la diversidad biológica y las maquilas).

Se olvidaron también, Bértola y Ocampo, de La Comunidad del Caribe (Caricom). Reestructurado con el Mercado Económico Común, creado en 2006, los estados o territorios del Caricom/csme empiezan un proceso con miras a obtener, en un periodo de tres años, la total libertad de movilidad laboral. Por otra parte, algunos territorios permanecen fuera de estos procesos de integración regional. De esta manera, los departamentos franceses de la Martinica, Guadalupe y Guyana están más unidos a Francia y al Mercado de la Unión Europea que a sus vecinos. Algunos de estos países (Centroamericanos y del Caribe), sólo son señalados (por Bértola y Ocampo), como un “patrón terciario” (p. 276). Patrón que lo caracterizan por las exportaciones tanto, de servicios de transporte, como financieros en Panamá, y turismo en los demás.

En cuanto al “patrón de integración sur” que, para Bértola y Ocampo, sólo es importante señalar: “la combinación de exportaciones extraregionales de productos básicos y manufacturas basadas en recursos naturales con un comercio intrarregional mucho más diversificado, en el cual tienen una presencia importante las manufacturas con mayores contenidos tecnológicos” (p. 276), o simplemente decir que: “las exportaciones de productos básicos sigue representando más de la mitad de las exportaciones de (Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela), en tanto que Chile y Perú lo más destacado (…) es el creciente peso de manufacturas basadas en recursos naturales” (p. 276). En cuanto a las exportaciones extraregionales, dicen que “el efecto más positivo ha sido la oportunidad que ha creado el gigante asiático (China) para las exportaciones intensivas en recursos naturales de Sudamérica, tales como: petróleo, soya, cobre y hierro (…)” (p. 280) (…) con sus derivados de ambos metales.” Bértola y Ocampo no abordan lo que se denomina como los tratados de libre comercio “posliberales” (tlcpl); denominados de esta forma porque responden al fracaso de los tratados del neoliberalismo impulsados desde el norte. Estas reformas de libre comercio neoliberales que obligaron a la liberación de los flujos de comercio y de inversión y su consolidación en tratados de libre comercio, no son capaces de generar “endógenamente” desarrollo, y para la adopción de una agenda de integración preocupada por temas de desarrollo y de equidad (Da Motta Veiga y Rios, 2007:28). No se puede afirmar que el regionalismo posliberal es una vuelta al viejo regionalismo, pues el contexto económico actual continúa marcado por la globalización y el mayor cuidado de los países de América Latina y el Caribe por mantener el equilibrio macroeconómico. Sanahuja (2010:95-96).

Partidarios del regionalismo posliberal, cabe destacar a Venezuela, Brasil, Argentina32 y más recientemente a Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Honduras y muchas Islas del Caribe. Se consideran tlcpl el Mercosur, la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (alba), el Tratado de Comercio de los Pueblos (tcp), La Unión de Repúblicas Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (celac) y la Iniciativa de Integración de Infraestructura Regional Suramericana (iirsa), (Honduras abandonó la alba en 2010, con posterioridad al golpe de Estado que derrocó al Presidente Manuel Zelaya en 2009).33

Entre los países que claramente se deslindan de los postulados del regionalismo posliberal y que se han mostrado muy activos en firmas de tlc's extra-regionales con Estados Unidos, la Unión Europea, Asia y otros países se encuentran Chile, México, Colombia, Perú y en general los países que conforman el Mercado Común Centroamericano (mcca). Aunque, para el mcca, debe tenerse en cuenta el cambio de actitud de Nicaragua que, a pesar de formar parte del tlc entre el mcca y República Dominicana, Tratado de libre Comercio para Centroamérica y República Dominicana (cafta+rd) (por sus siglas en inglés) y Estados Unidos, se ha adherido al alba.

VIIConclusiones

Nunca será lo mismo, ni siquiera lo pretendo, leer este artículo de críticas al libro de Bértola y Ocampo, que estudiar con atención el libro de los autores. Sin embargo, la historia de América Latina no es sólo la descripción cuantitativa, o la presentación efímera de uno que otro protagonista de la historia, pues de esta forma se hace historia económica intrascendental, por la ausencia del sujeto.

Es necesario leer a Bértola y Ocampo para cualquier docente especializado en la materia y que tiene las más nobles intenciones de transmitir esas reflexiones del pasado latinoamericano a las nuevas generaciones. No obstante, no se puede sesgar la bibliografía, ni mucho menos priorizar el cuantus sobre la realidad. Puesto que el aspecto cualitativo de la realidad es mucho más complejo; es ahí donde las clases sociales y sus líderes se apasionan, laboran, sufren y se confrontan, tratando de repartir mejor los bienes de producción, el producto de su trabajo y los cargos políticos de la administración pública.

La región ha avanzado sorprendentemente en su desarrollo capitalista, no así en su desarrollo económico. Por un lado, las ciudades se han modernizado, la nueva tecnología de la Tercera Revolución Industrial, entró en las empresas, las maquiladoras y las transnacionales; el consumo de la población cambió radicalmente, comparado con el de la segunda isi. Las computadoras, los automóviles, los televisores-videos, los CD's, los teléfonos celulares, el micro-onda, el uso del internet y toda clase de juguetes electrónicos, demuestra otro tipo de manufacturas y bienes de consumo durables que se han convertido en verdaderas necesidades de la vida posmoderna. Por otro lado, la alta concentración del ingreso y la internacionalización de los procesos productivos, la fragmentación de las cadenas de valor y el transporte aéreo, acortó las distancias y la “aldea global” destruyó todo tipo de intervencionismo y de proteccionismo unilateral.

Las ciudades nación del siglo xix, fueron la base de los estados-nación del siglo xx. América Latina dejó atrás sus complejas estructuras agropecuarias y, aunque las balanzas comerciales siguen dependiendo de las exportaciones de bienes primarios (la nueva primarización), la sociedad se concentra en las grandes urbes, el trabajo se hizo informal, pues los obreros, que antes estaban en las fábricas en el régimen fordista, fueron lanzados a las calles ahora como vendedores de baratijas chinas, comidas rápidas, flores y drogas. Los emigrantes ya no son los campesinos o los marginales de las ciudades mexicanas o centroamericanas, ahora son las clases medias latinoamericanas, que aunque muchos son calificados en sus oficios o profesionales universitarios, prefieren emigrar y hacer trabajos manuales, o emplearse en la rama de servicios en las grandes ciudades de Estados Unidos o Europa.

Reflexionemos seriamente sobre este aspecto: no sólo la informalidad, la flexibilidad y la precariedad laboral, a la que estamos obligados para ser receptores de las ied y las maquiladoras, son la causa de la pérdida del arraigo de la población latinoamericana. Hoy son básicamente responsables la violencia de la delincuencia organizada y el flagelo del narcotráfico que, corrompió los principios políticos, las estructuras económicas, jurídicas, militares y sociales. Transformaron países enteros, en economías subterráneas de narcotráfico y de todo tipo de giros negros: venta de armas, narcomenudeo, lavado de dinero, trata de blancas, venta de órganos, secuestros, prostitución, abusos sexual de menores y traslado clandestino de emigrantes hacia Estados Unidos. Este tipo de actividades que muchas economías europeas (Italia, Bélgica e Inglaterra), proponen hoy incluir en el cálculo del pib, América Latina lo ejerce sin escrúpulos desde hace muchas décadas atrás.

¿De qué le sirve a un ciudadano “de a pie” de América Latina, el hecho de que suba o baje el precio petróleo a nivel internacional, si la gasolina o el transporte en los precios locales, nunca bajan?, ¿de qué le sirve que China compre e invierta más en América Latina, si la rentabilidad de las corporaciones y los terratenientes que acaparan la producción de estos bienes no se reparte? Lo que sí sabe muy bien, más de la mitad de la población latinoamericana, es que las políticas fiscales, la informalidad y flexibilidad laboral, el alto costo de los servicios, el encarecimiento por la privatización de la atención médica, la educación, y los fondos para el retiro, los empobrecen dramáticamente. Las políticas de “fome zero” (cero hambre) de Luis I. Lula da Silva en y de Dilma Rousseff en Brasil, “oportunidades” en México y el asistencialismo cada vez mayor, demuestran los rezagos alarmantes de más de 50% de la población latinoamericana en pobreza y del recrudecimiento de la indigencia. Los neoliberales menos ortodoxos prefieren “equilibrar la cancha” (en salud, educación y vivienda), antes de perderlo todo por la proliferación de fuertes brotes de violencia y anarquía social. No es extraño hacer política con el gasto público, en cada una de las campañas presidenciales, en América Latina. Tampoco es raro ver más clientes, que militantes, en los partidos políticos institucionales de la región.

Como los estados continente son una realidad de la globalización, podemos afirmar que no están equivocados los integracionistas “posliberales”. El desarrollo económico incluye actualmente la integración como un requisito sine qua non; solos los países latinoamericanos están perdidos e imposibilitados de superar asimetrías y rezagos, económicos, políticos y sociales. En bloque hay que reforzar, las empresas estatales eficientes, e instituciones supranacionales, tales como: Banco del Sur, Parlasur, Telesur, Petrosur y Petrocaribe. Es indispensable la moneda única, las políticas económicas compartidas, la erradicación del analfabetismo, de la mortalidad infantil y materna. Es un requisito también de los tlcpl el respeto de los derechos humanos y la democracia, la soberanía, la autodeterminación y no intervención de las naciones. En síntesis, hay que reforzar la unidad sus-sur primero, y el desarrollo económico, que es muy diferente al sólo crecimiento del pib.

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Profesor Titular “A” de T. C. de la Facultad de Economía de la unam. Este trabajo se efectuó con apoyo de la dgapa-unam, durante mi año sabático en el iheal de la Sorbonne Nouvelle-París III. 2013-2014.

Véase mi artículo: “El desarrollo económico de América Latina y las integraciones regionales del siglo xxi”, en revista Ecos de Economía núm. 35, 2012. Medellín Colombia. Trabajo en donde hago una crítica al uso de la “globalización”, proponiendo no confundir los antecedentes de un mundo global con el desarrollo del capitalismo en la región.

Véase la literatura clásica al respecto, Halperin Donghi. T., Bulmer Thomas, V., Cardoso Eliana y Ann Helwege, Cardoso, C y Pérez Brignoli, Carmagnani, M., Tavares, M. Da C, Furtado, C.

Véase González R. I. (1988), “El problema de la periodización en la historia económica de América Latina”. Investigación Económica, fe-unam. p. 184.

Véase González R.I., La crisis de los años treinta e impacto en América Latina, Ed. Facultad de Economía, unam, 2012.

Durante más de doscientos años formaron parte de este virreinato: el Istmo de Panamá, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, toda la región oeste y sur de Brasil. Venezuela formaba parte de la Nueva España. El Virreinato del Río de la Plata estuvo conformado por Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y parte sur de Brasil, del norte de Chile y sureste del Perú, además, de las hoy disputadas, Islas Malvinas.

Véase John Lynch., Las Revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Ed. Ariel, Barcelona, 2008.

Efectivamente” (…) el uso del hierro, el uso de la energía hidráulica y la construcción de canales fueron las tecnologías de la revolución industrial de finales del siglo xviii”, dicen Bétola y Ocampo. Podemos precisar: entre los años: 1760-1780 (véase E. Hobsbawn, En torno a los orígenes de la revolución industrial. Ed. Siglo xxi, 2009), también para esta Primera Revolución Industrial hay que incluir: la industria textil, la máquina de vapor y los ferrocarriles en Inglaterra. Después, a mediados del siglo xix, se generalizarían en el continente europeo. Sin embargo, no estamos de acuerdo con lo que caracterizan como “un nuevo paradigma” hacia finales del siglo xix (p. 67), pues esto corresponde a la Segunda Revolución Industrial, con sede en Estados Unidos (principalmente), el uso del acero para el transporte, la ingeniería pesada y sobre todo la electricidad, la máquina de carburación, los motores embobinados, la industria automovilística y la aeronáutica.

Semo E., Historia del capitalismo en México I. los orígenes 1521-1763, Ed Era, México, 1973.

El tratado Thomson-Urrutia de abril de 1914, se firma en 1921 y se reconoce por el territorio robado lo siguiente: El derecho de Colombia de transportar tropas, buques y materiales de guerra sin pagar peaje por el Canal de Panamá. Se le pagó a Colombia la suma de 25 millones de dólares, en indemnización por la “separación” de Panamá. El reconocimiento por parte de Colombia y la fijación de límites fronterizos con Panamá de conformidad con lo indicado en la Ley colombiana del 9 de junio de 1855. La exoneración de todo impuesto y derecho a los productos agropecuarios y de la industria colombiana que pasen por el Canal, así como el correo. Panamá no tuvo ninguna participación en la negociación del tratado, ni tampoco le dio el derecho a Estados Unidos para que actuara en su nombre. Al aprobarse dicho tratado, Panamá protestó y no reconoció esos límites en vista de que ninguno de los dos países firmantes podían obligarla a cumplirlo. Los límites fueron determinados por el tratado Victoria Vélez, del 20 de agosto de 1924 y son los mismos límites que fijó la Ley de 1855 (Véase: banrepcultural.org El Tratado Thomson-Urrutia, Morales de Gómez Teresa.)

Este mismo argumento contradictorio lo reiteran en la página 151, cuando hablando del aumento de las desigualdades, no dicen: “(…) especialmente en las regiones donde las comunidades indígenas fueron despojadas de sus tierras y sometidas a una proletarización con fuertes componentes coercitivos”.

Es el caso de la quina, el añil, la cochinilla, el palo de Brasil, los nitratos, la kenaf, la chinchona, el henequén, el abacá, el guano y el salitre.

Véase V. I. Lenin, El Imperialismo fase superior del capitalismo, varias ediciones; R. Hilferding, El capital financiero Ed. el Caballito; Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital Ed. Grijalbo; N. Bujarin, La Economía Mundial y el Imperialismo, Ed. Pasado y Presente # 21, Bs. As.

Compañía responsable de las huelgas y levantamientos de sus trabajadores, por las malas condiciones de trabajo y paupérrimos salarios, durante la década de 1920, en las cuales destaca la represión y la matanza indiscriminada, en la ciudad de Ciénaga, de más de 3 000 personas en 1928. Citado en el libro de García Márquez, G., Cien años de soledad, Ed Suramericana.

Véase la página 147 del libro de Bértola y Ocampo “(…) los mercados de trabajo mantuvieron a los nuevos asalariados con niveles de vida muy bajos, en tanto a fines del siglo xix o inicios del xx los cultivos de exportación se valorizaron fuertemente, fortaleciendo los ingresos de la élite”. En cuanto al papel de la ied y su papel en las desigualdades en América Latina, véase la página 147-148, en la cual no son capaces de señalar con nombre propio a la United Fruit Company, la Sugar Fruit Company, la Tropical Oil, o la Standar Oil.

Por su parte, el análisis marxista conceptualiza la expansión del capitalismo desde una perspectiva estructural, y considera que la dinámica del mercado, la paulatina monetización de las transacciones y la producción en masa que lleva a disminuir el valor de los productos, tendría como consecuencia la desintegración del campesinado, que se transformaría en obreros o en empresarios de origen rural. En la misma línea argumental, Lenin toma el análisis de las relaciones de los distintos grupos económicos dentro del sistema capitalista: la competencia por apropiarse de más y mejores recursos naturales, llevaría a aumentar las ganancias y la capitalización produciendo un antagonismo entre distintos grupos sociales del agro, los que convergirían en una lucha de intereses que terminaría con la disolución de las unidades campesinas (Rahman, 1986, citado por Tapella, 2002).

Véase Passetti, Pedro. “Había una vez una oligarquía”. Elortiba.org

Es el caso de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) en República Dominicana, la ocupación estadounidense en Haití (1915-1934), después la dinastía de los Douvalier, Papa Doc y Baby Douvalier, de Anastasio Somoza García (1936- 1937-1947 y 1950-1956), su familia se mantuvo en el poder hasta 1979. En Cuba, Gerardo Machado (1925-1933), después Fulgencio Batista. En Guatemala, Jorge Ubico Castañeda (1931-1944) y, en El Salvador, Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944).

Véase González Molina, R.I. La crisis de los años treinta e impacto en América Latina, op. cit., p 69.

Véase al respecto Dornbusch, R. Y Edwards Sebastian, Macroeconomía del populismo, Ed. Lecturas del fce., México, 1990 (Versión en inglés: “Macroeconomic PopulismJournal of Development Economics 32 (1990) North- Holland).

Véase al respecto: Maddison, Angus, Dos crisis: América y Asia 1929-1938 y 1973-1983, Editorial fce, México, 1988. El mismo Bértola y Ocampo: “La gran liquidez del mercado de eurodólares y las tasas de interés reales bajas, a veces negativas, de la década de los setenta, y su coincidencia con altos precios de los productos básicos (…)” (P. 249).

Véase Boiser, S. (2005, agosto), “Hay espacio para el desarrollo local en la globalización”, Revista cepal, 86.

Al respecto dicen Bértola y Ocampo: “La característica más destacada de este proceso fue la competencia entre un creciente número de grandes bancos nacionales transformados en internacionales por colocar recursos en el mercado mundial” (pp. 247-248).

Véase Boltvinik Julio, Métodos de medición de la pobreza. Conceptos y tipología. Se puede encontrar en: www.colmex.mx/academicos/ces/julio/imagenes/stories/Sociales_1.pdf

Véase González M., R.I., “Desarrollo económico de América Latina y las integraciones regionales del siglo xxi”, en Revista Ecos de Economía, No 35, Año 16 julio-diciembre 2012, P. 142. En 1950 la comunidad de origen hispano tenía una población en Estados Unidos que no superaba el 1%. Ese porcentaje subió al 10.2% en 1995 y al 14.5% en 2006, 18.6% en 2008 y se estima crecerá al 24.5% en 2050, aunque datos más actualizados estiman que llegará al 30% para esta última fecha. Los datos censales actualizados indican que en 2008 existen 46.7 millones de hispanos documentados viviendo en Estados Unidos y probablemente otros 20 millones indocumentados y que la comunidad llegará a 132.8 millones en 2050. Véase: hispanos y latinoamericanos en Estados Unidos. mequieroir.com. “El número de emigrantes latinoamericanos y caribeños a España aumentó de 0.4 a 2.4 millones entre 2000 y 2009 (de 0.2 a 1.8 millones si excluimos a los que tenían nacionalidad española).” (Bértola y Ocampo, P. 282).

Véase González M., R. I., “Desarrollo económico de América Latina y las integraciones regionales del siglo xxi”, op, cit. P. 131; y Great Moderation en el sitio web de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Sin embargo, hay que advertir que: “La necesidad de fomentar el comercio de los servicios, el deseo de crear un ambiente propicio para los negocios de las empresas transnacionales de Estados Unidos en los temas de protección de inversiones y de propiedad intelectual, las razones geopolíticas y de seguridad se encuentran detrás de este cambio de actitud de Estados Unidos hacia el regionalismo” (Hilaire y Yang, 2003; Briceño Ruiz, 2007, citado por Gutiérrez Alejandro (2012)).

Correa S., María Antonia, “El Papel de México en los procesos de integración Latinoamericana”, en Integración Latinoamericana y Caribeña. Política y Economía, Ed. fce, P. 161.

Correa S., María Antonia, “Del Tratado de Libre Comercio de América del Norte a la Alianza de Seguridad y Prosperidad”, en Hernández C. (cood.), Memorias de Investigación del departamento de Producción Económica, México., D.F., uam-X, en prensa.

Lo que comprende los estados de Puebla, Guerrero, Morelos, Tlaxcala, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán.

Guatemala, El Salvador, Belice, Nicaragua, Honduras, Costa Rica y Panamá (También se contempla Colombia).

México ha firmado tratados de libre comercio, previamente, con los siguientes países centroamericanos: Costa Rica (firmado en 1995), con Nicaragua (firmado en 1998), así como con el “Triángulo del Norte”, compuesto por El Salvador, Honduras y Guatemala (signado a partir de marzo del 2001).

El actual Brasil de Michel Temer y la Argentina de Mauricio Macri, ponen en duda la continuidad de estos grandes esfuerzos de integración regional.

Véase González Molina, R. I., “Desarrollo Económico y las Integraciones regionales del siglo xxi”, op. cit.

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