Los autores agradecen a David Flores Nieves y Rodrigo Rivera de Lucio por el apoyo con la elaboración de gráficas, y también agradecen a los dictaminadores anónimos por el trabajo invertido en revisar el manuscrito.
A partir del inicio de la crisis de la deuda en 1982 la economía mexicana cerró una etapa de crecimiento para dar paso al cambio estructural iniciado a mediados de esa misma década y que tuvo como ejes una redefinición de las relaciones económicas con el exterior, caracterizada por una mayor apertura comercial, financiera y a los flujos de inversión, así como una revisión del papel del Estado en la economía, en la que han prevalecido políticas de privatización y desregulación. A más de treinta años de que comenzó este proceso, México ha pasado por un período de crecimiento lento que no corresponde ni a las expectativas que despertó el cambio estructural ni a las necesidades sociales que se derivan de la transición demográfica en curso, ya que en la actualidad la población en edad de trabajar es la más alta en la historia del país. El escaso crecimiento de la economía ha impedido absorber a la mayor parte de la población que demanda trabajo en el sector formal, dando como resultado que una proporción importante se ocupe en actividades informales o emigre del país. El presente artículo busca analizar las tendencias migratorias en el contexto más amplio del cambio estructural.
With the onset of the 1982 debt crisis, the Mexican economy left behind a period of significant and sustained growth that in the mid-1980s gave way to structural changes. These changes were based on redefining Mexico's foreign economic relations, which were to be characterized by greater trade and financial openness, greater acceptance of foreign investment, and a restructuring of the economic role of the state, leading to the prevalence of policies favoring privatization and deregulation. Over the thirty plus years since this process began, Mexico experienced slow economic growth that fell short of expectations created by the structural changes, and which is at odds with the needs of the country's current demographic changes, given that the working-age population is now greater than at any time in history. Weak economic growth has prevented most people seeking employment in the formal sector from being hired, leading a significant segment of the population to turn to informal activities or to emigrate from the country. This paper seeks to analyze migratory tendencies in the wider context of structural change.
El estallido de la crisis de la deuda externa en 1982 marca el final de una etapa en la historia económica de México y el inicio de una larga transición hacia una nueva estrategia de desarrollo, hasta ahora muy poco satisfactoria. Los cambios que han tenido lugar desde entonces en la economía mexicana han afectado tanto las relaciones económicas del país con el exterior, el papel del Estado en la economía, pero no han logrado alcanzar la meta propuesta: recuperar el crecimiento económico sostenido con estabilidad de precios. Por el contrario, las reformas han generado desequilibrios que se han traducido en nuevas restricciones al crecimiento, y en diversos efectos sobre los movimientos demográficos del país.
Este período de crecimiento lento e inestable coincide con una etapa de la transición demográfica mexicana que se caracteriza por la primera etapa del fenómeno que los especialistas denominan “bono demográfico”, que consiste en una reducción de la población dependiente menor de 15 años como proporción de la población total, con el consiguiente incremento, en términos tanto absolutos como relativos, de la población en edad de trabajar. Es una etapa que puede contribuir al desarrollo de una economía siempre y cuando ésta se encuentre creciendo y en capacidad de absorber a la población que demanda trabajo en actividades del sector formal. De no ser el caso, la informalidad y la emigración pasan a ser las dos principales válvulas de escape, como consideramos que ha ocurrido en el caso de México.
El presente artículo pasa revista a la relación entre el cambio estructural iniciado a mediados de la penúltima década del siglo xx y los cambios en los patrones migratorios de México desde esa fecha hasta los primeros quince años del siglo xxi. En nuestra opinión, es posible dividir estos treinta años en cuatro subperíodos: el inicio del cambio estructural y la primera generación de reformas (1986-1994); la profundización del cambio estructural (1995-2000); el agotamiento del impulso inicial de las reformas (2001-2007) y los efectos de la crisis internacional y la segunda generación de reformas (2008-2015).
El fin del milagro y el viraje en la estrategia de desarrolloEntre 1933 y 1982 la economía mexicana creció a una tasa anual promedio superior a 6% anual. Durante este mismo período se operó una gran transformación: México pasó de ser predominantemente rural a convertirse en un país mayoritariamente urbano. El incipiente desarrollo industrial iniciado en el siglo xix y que había recibido un primer estímulo importante durante el régimen de Porfirio Díaz (1877-1911) recibió un renovado impulso con la Segunda Guerra Mundial, primero de manera espontánea y al término de la misma como parte de una estrategia de fomento a la industrialización acordada por el Estado y los empresarios. No es ningún secreto que esta etapa de desarrollo correspondió también a un período de autoritarismo político, con un régimen de partido único organizado a partir de un entramado corporativo, que logró acuerdos básicos para impulsar un estilo de desarrollo protegido y con una importante participación del Estado en la economía. La expansión del gasto sin reforma fiscal y el aprovechamiento de la plataforma de exportación de crudo que se desarrolló en la segunda mitad de esa década fueron acciones de política que permitieron dinamizar el crecimiento, pero a costa de la estabilidad de precios y de un endeudamiento externo
La industrialización había generado a su vez problemas que era necesario atender. El aparato industrial que había crecido y prosperado a la sombra del proteccionismo estatal presentaba ineficiencias y la política económica había tenido hasta ese momento un sesgo antiexportador, ya que la protección mantenía precios altos en el mercado interno que hacían que no resultara atractivo exportar para la mayor parte de los productores nacionales. Pero probablemente los problemas más importantes que enfrentaba la economía mexicana a principios de los años setenta del siglo pasado era la reaparición de la restricción externa al financiamiento del desarrollo y la desaceleración de la tasa de crecimiento. Vista a la distancia, la expansión del gasto sin reforma fiscal y el aprovechamiento de la plataforma de exportación de crudo que se desarrolló en la segunda mitad de esa década fueron acciones de política que permitieron dinamizar el crecimiento, pero a costa de la estabilidad de precios y de un endeudamiento externo que parecía manejable a la luz de las tendencias que prevalecieron durante esa década en los mercados petrolero y financiero internacionales. Sin embargo, en 1981 comenzaron a declinar los precios del petróleo y a aumentar las tasas de interés en Estados Unidos. La negativa del gobierno mexicano a devaluar, con el consiguiente sobre-endeudamiento externo en las peores condiciones en términos de tasas y plazos, terminó por empeorar la situación y desencadenó el estallido de la crisis de la deuda en 1982, antecedente obligado para entender el cambio estructural.
A pesar de la acumulación de desequilibrios estructurales que vistos en retrospectiva permiten explicar el estallido de la crisis económica de 1982, cuando en febrero de ese año tuvo lugar la primera gran devaluación del peso mexicano desde agosto de 1976 no había plena conciencia ni de la magnitud del problema ni de sus causas. Todavía en agosto de ese mismo año, cuando México incurrió en una moratoria técnica al posponer tres meses el pago del servicio de la deuda, el secretario de Hacienda se refirió a los problemas de la economía mexicana como una situación coyuntural que podría remontarse con facilidad. Sin embargo, cuando asumió la presidencia Miguel de la Madrid Hurtado, el 1° de diciembre de 1982, el nuevo presidente mexicano reconoció que el país se encontraba en una situación difícil y anunció un conjunto de medidas de austeridad que formaban parte del primer programa de estabilización aplicado por su gobierno, el Programa Inmediato de Reordenación Económica (pire), con una vigencia inicial de dos años (Tello, 2007).
El nuevo gobierno tenía enfrente los efectos políticos y económicos de la devaluación, pero sobre todo, la ruptura política e ideológica dentro del bloque gobernante, propiciada por la nacionalización bancaria decidida por el entonces presidente, José López Portillo, el primero de septiembre de 1982. Fue a partir de 1984 cuando comenzó a hablarse del agotamiento del modelo de desarrollo anterior en el gobierno mexicano. Este viraje ideológico en parte era reflejo de las opiniones que ese mismo año organismos internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional impulsaron en sus respectivos informes y documentos de trabajo y en su reunión conjunta de octubre de ese año, pero también era consistente con la manera de entender la economía de los nuevos cuadros dirigentes que llegaron al poder a la sombra de Miguel de la Madrid, que visto a la distancia aparece como un presidente de transición entre el anterior modelo económico y el actual (Cordera y Lomelí, 2008).
La crítica de la estrategia anterior combinó un diagnóstico que desde la década de 1970 había puesto énfasis en los problemas no resueltos por la sustitución de importaciones y que era compartido por economistas de diverso signo ideológico, con una crítica más profunda y fuertemente enraizada en el pensamiento liberal en contra de la intervención del Estado en la economía, que cobró renovados bríos en la década de los años setenta con la aparición de desequilibrios macroeconómicos en la mayor parte de las economías desarrolladas, mismos que fueron utilizados para cuestionar la política económica predominante durante la segunda posguerra, basada en el amplio consenso en torno a la síntesis neoclásica. Fue a partir de 1984 cuando comenzó a hablarse del agotamiento del modelo de desarrollo anterior en el gobierno mexicano. Este viraje ideológico en parte era reflejo de las opiniones que ese mismo año organismos internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional
A la incapacidad de la política económica para mantener el crecimiento se sumaron críticas de fondo a la estrategia de desarrollo. Desde fines de la década de 1970 había evidencia empírica de que el desarrollo industrial había generado nuevos patrones de exclusión y que el prolongado período de crecimiento económico por el que había atravesado el país desde la segunda mitad de la década de 1930 no había mejorado significativamente la distribución del ingreso, que de hecho se había deteriorado en ciertos subperíodos. Visto a la distancia, el cambio estructural propuesto en la década de 1980 ofrecía reorientar sobre bases más sólidas el crecimiento, lograr un aparato productivo más eficiente y superar los rezagos sociales que se habían agravado con la crisis y el correspondiente ajuste económico de los años ochenta del siglo pasado.
El cambio estructuralEl cambio estructural propuesto a principios de la década de 1980 por algunos organismos internacionales, en consonancia con el ascenso tanto de gobiernos conservadores en los países desarrollados como del predominio de posiciones muy críticas a la economía keynesiana en el pensamiento económico de la década, hacía énfasis en la necesidad de devolver a los mercados su centralidad como mecanismos de asignación de los recursos, desvirtuada por el creciente intervencionismo estatal de las décadas anteriores. Diversos documentos de amplia circulación e influencia internacional, como los Informes del Banco Mundial de esa década, ponían énfasis en la necesidad de un cambio estructural que desregulara los mercados y permitiera una asignación más eficiente de recursos y una liberalización de los flujos de mercancías, servicios y capitales por el mundo. Dato no menor, la liberalización de los flujos de mano de obra no formaba parte de esta agenda (Lavine, 2009). Los ejes de dicho cambio estructural debían ser un proceso de privatización y desregulación que redujera la participación directa del Estado en la economía y que ofreciera nuevas oportunidades de inversión y de negocio a la iniciativa privada y un proceso de apertura comercial
En el caso de México, el cambio estructural se impone ante la incapacidad de los programas de estabilización tradicionales para superar la emergencia económica y el convencimiento del grupo gobernante de que era necesario revisar las relaciones del Estado con la iniciativa privada y del país con el mundo para impulsar una nueva estrategia de desarrollo. Dicha estrategia consistiría, en términos generales, en una mayor participación del capital privado y una nueva inserción de la economía mexicana en el mercado mundial, que aprovechara las tendencias de la globalización y la colindancia con la primera economía del mundo. Los ejes de dicho cambio estructural debían ser, por consiguiente, un proceso de privatización y desregulación que redujera la participación directa del Estado en la economía y que ofreciera nuevas oportunidades de inversión y de negocio a la iniciativa privada y un proceso de apertura comercial y de eliminación de barreras a la inversión extranjera.
Este proceso se inicia en 1985, con el ingreso formal de México al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (gatt) y se intensifica con una apertura comercial abrupta en 1988, orientada a apoyar la estrategia anti-inflacionaria, en el último año de gobierno de Miguel de la Madrid, después de la crisis bursátil de 1987 y ante un escenario electoral inusitadamente competido (Lomelí, 2012). También se comenzaron a privatizar algunas empresas importantes en manos del Estado, como Aeroméxico, o bien se liquidaron otras, como la emblemática Fundidora de Monterrey. En este primer período se sentaron las bases del cambio estructural, a partir de un conjunto de medidas que en un primer momento se tomaron para reforzar las políticas de ajuste ante su ineficacia para estabilizar la economía, pero que posteriormente fueron presentadas como parte de una estrategia deliberada de cambio del modelo de desarrollo por el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Se profundizaron las reformas que permitieron la entrada de la inversión extranjera a sectores de la economía anteriormente reservados a mexicanos
Con Carlos Salinas se profundizaron las reformas que permitieron la entrada de la inversión extranjera a sectores de la economía anteriormente reservados a mexicanos. También se operó un cambio importante en la política de apertura comercial, al privilegiar los acuerdos de Libre Comercio por encima de las rondas multilaterales de negociación impulsadas por el gatt, ya en proceso de convertirse en la actual Organización Mundial de Comercio (omc). Aunque se firmaron varios acuerdos, el más importante por sus repercusiones para México fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan). Si bien en la fase final de las negociaciones del mismo se incluyeron dos acuerdos complementarios, uno en materia de Cooperación Ambiental y otro en Materia de Cooperación Laboral, su impacto fue muy limitado y quedó sin regularse adecuadamente uno de los temas más relevantes de las relaciones económicas entre México y los otros dos países de América del Norte, en particular Estados Unidos: la migración con fines laborales. México experimentó un importante incremento en la entrada de capitales extranjeros, pero también una mayor inestabilidad financiera, un notable aumento de su dependencia de la economía norteamericana, deterioro de las condiciones laborales y fuertes recortes a los gastos sociales
El primer día de 1994 entró en vigor el tlcan. A partir de ese momento México experimentó un importante incremento en la entrada de capitales extranjeros, pero también una mayor inestabilidad financiera, un notable aumento de su dependencia de la economía norteamericana, deterioro de las condiciones laborales (incluyendo menores salarios reales) y fuertes recortes a los gastos sociales (en instituciones públicas de educación, salud y seguridad social) (Palma, 2003). La caída en los salarios reales ha erosionado particularmente las condiciones materiales de los trabajadores mexicanos desde el comienzo de la década de los 1980, tal y como se muestra en la gráfica 1. Desde 1982 hasta la fecha, la pérdida del valor adquisitivo de los salarios ha sido cerca de 75% (Gobierno del Distrito Federal, 2014). De acuerdo con Pastor y Wise (1997), los efectos recesivos de las estrategias de estabilización macroeconómica que han sido ejecutadas desde los años 1980 fueron más severos que lo previsto inicialmente. A tres décadas de distancia, la adopción de políticas neoliberales resultó en aumentos sustanciales en la desigualdad. Pastor y Wise (1997) encontraron que entre 1984 y 1994 el decil de ingreso más alto en México incrementó su porción del ingreso nacional de 34 a 41% mientras que todos los demás deciles vieron caer su participación.
Salinas dio un renovado impulso al proceso de privatización, al incluir en el mismo a empresas como Teléfonos de México, las siderúrgicas estatales y los bancos nacionalizados por José López Portillo en 1982. Sin embargo, la acelerada privatización bancaria y la falta de una regulación adecuada colocaron al sistema financiero mexicano en una situación muy vulnerable que se vio afectada por la crisis que estalló en diciembre de 1994, en los primeros días del gobierno de Ernesto Zedillo. Los eventos políticos de 1994 (sublevación zapatista, asesinato del candidato presidencial del PRI, del secretario general del mismo instituto político, entre otros acontecimientos) mermaron la confianza y las reservas del Banco de México. A pesar de esta situación, la política económica no se modificó ante este cambio en las expectativas de los agentes en los últimos meses del gobierno de Salinas. La situación se agravó cuando el gobierno que se iniciaba propuso un paquete económico poco realista para 1995, que aceleró la fuga de capitales y con ella el estallido de una nueva crisis.
La crisis que se inició con la abrupta devaluación de 1994 y que llevó a la economía mexicana durante 1995 a la segunda caída más drástica en el nivel de actividad económica de que se tiene registro, abrió un primer debate sobre la eficacia de las reformas. Para ese momento era evidente que no se habían alcanzado tasas de crecimiento comparables a las del período anterior y que el ciclo económico internacional se había vuelto más inestable y la economía mexicana más vulnerable a las oscilaciones del mismo. No obstante, los defensores de las reformas señalaron que aún no habían dado los resultados esperados y que había que profundizarlas en vez de rectificarlas. Finalmente se impuso la línea de profundizar en las mismas por encima de las críticas que llevaban a revisar y en su caso rectificar las políticas emprendidas por la administración anterior (Clavijo, 2000).
Así, con la crisis de 1994-1995, que se hizo célebre por sus repercusiones en otras economías emergentes, entonces denominadas como “efecto tequila” y como la primera de las grandes crisis de la globalización que cruzaron el planeta al final del siglo xx, fue enfrentada por el gobierno con la línea reformista propuesta por el Consenso de Washington, pero también propició un estrechamiento de las relaciones económicas y políticas con Estados Unidos. El “rescate” de México que realizó el presidente William Clinton dio seguridades a los inversionistas financieros internacionales y le permitió a la economía mexicana aprovechar la devaluación del peso y beneficiarse de la expansión económica estadounidense de finales del siglo xx. Pero a la vez, por los términos y las condiciones expresas y tácitas en que se dio el rescate, reforzó la determinación del presidente Zedillo de apresurar la transición política y asegurar la ulterior alternancia en el poder (Cordera y Lomelí, 2008).
La recuperación económica acelerada después de la crisis de 1995 fortaleció la posición de los defensores del cambio estructural, pero el estancamiento registrado por la economía mexicana desde finales del año 2000 y durante los primeros años del gobierno del presidente Vicente Fox, suscitó nuevas dudas sobre la fortaleza de la economía mexicana y su capacidad real de crecimiento. Esto tuvo lugar en un contexto en el que las presiones demográficas sobre el mercado laboral convirtieron un escenario inicialmente promisorio debido a la reducción del coeficiente de dependencia por la ampliación de la población económica activa como porcentaje de la población total, en una pesadilla ante la incapacidad de la economía mexicana para generar suficientes empleos en el sector formal. A eso hay que añadir que la transición política había dejado al presidente de la República sin mayoría en la Cámara de Diputados desde 1997, por lo que la línea de profundizar en las reformas se enfrentó a la incapacidad de lograr los votos necesarios para poderlas aprobar, lo que sirvió para diluir la responsabilidad sobre el funcionamiento de la economía entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. El crecimiento de la población empleada en el sector informal y de la emigración hacia Estados Unidos eran la otra cara de la moneda del decepcionante desempeño macroeconómico de las primeras dos décadas del cambio estructural
Fue durante el gobierno de Vicente Fox que afloró, de manera abierta, la incapacidad de la economía mexicana para generar suficientes empleos en el sector formal de la economía y absorber al contingente de mano de obra que había producido en esos años el llamado bono demográfico. Ya para estos años, se habían acumulado dos décadas de profunda inestabilidad económica con bajo crecimiento en promedio y merma en las oportunidades de empleo, situación propicia para que un número creciente y considerable de mexicanos viera en la emigración una alternativa de vida. El crecimiento de la población empleada en el sector informal y de la emigración hacia Estados Unidos eran la otra cara de la moneda del decepcionante desempeño macroeconómico de las primeras dos décadas del cambio estructural. Sin embargo, los gobiernos panistas de la alternancia no solamente no abrieron el debate sobre la estrategia de desarrollo, sino que intentaron profundizar en ella mediante reformas encaminadas a la privatización de activos estatales o la reforma y apertura de los sectores de la economía aún reservados al Estado.
Desde 2008 con la propuesta de reforma energética del presidente Felipe Calderón se inició un nuevo período que intentó profundizar las reformas promovidas desde el cambio estructural de la década de 1980. La crisis internacional que se inició en 2008 afectó severamente a la economía mexicana, pero también sirvió para eludir la responsabilidad gubernamental en el pobre desempeño económico. La precaria recuperación que siguió, al estar levemente por encima de la mayor parte de las economías latinoamericanas, sirvió para reforzar la tesis de que la estrategia seguida por los últimos gobiernos mexicanos es la más adecuada para impulsar el desarrollo del país (Lomelí y Cordera, 2010). Mientras que el gobierno insiste en la necesidad de profundizar en las reformas, un análisis ponderado de las reformas revela problemas e insuficiencias en el actual modelo de desarrollo que de no atenderse, seguirán comprometiendo la capacidad de crecimiento y polarizando aún más la distribución del ingreso
Con la obtención por parte del gobierno de Enrique Peña Nieto de las principales reformas perseguidas por los tres gobiernos anteriores, en particular la laboral y la energética, parecería asegurada la continuidad de la actual estrategia de desarrollo. Sin embargo, el pobre desempeño económico del país sigue presente y, asimismo, la emigración. Aunque la adversa coyuntura internacional ha servido al gobierno mexicano para explicar el lento crecimiento que prevalece a pesar de las reformas, salta a la vista la debilidad del mercado interno y la insuficiencia de la inversión privada para poder alcanzar las tasas de acumulación que requeriría la economía mexicana para enfrentar los desafíos que le plantea la transición demográfica, sin mencionar los cambios en los procesos productivos que cada vez son menos intensivos en trabajo (basta pensar en los avances en la robótica). Mientras que el gobierno insiste en la necesidad de profundizar en las reformas, un análisis ponderado de las reformas revela problemas e insuficiencias en el actual modelo de desarrollo que de no atenderse, seguirán comprometiendo la capacidad de crecimiento y polarizando aún más la distribución del ingreso (Cordera, 2015).
Las razones para migrarEl estudio de la migración es importante por diversos motivos. Hoy en día existe un número de migrantes en el mundo significativamente mayor que en ningún otro periodo de la historia y se espera que continúe a la alza. Asimismo, los migrantes ejemplifican uno de los aspectos más dinámicos e importantes del mundo moderno. Los migrantes se distinguen por sus características económicas, políticas y culturales que enriquecen a las distintas sociedades (Bhugra & Becker, 2005; Koser, 2007).
Aunque la migración ha sido una característica permanente en la historia de la humanidad, es desde la segunda mitad del siglo xx que la tasa de migración se ha incrementado a niveles nunca antes vistos, principalmente debido a procesos comúnmente asociados con la globalización y sus efectos en el flujo de capital y de trabajo (Castles, 2000). Cabe hacer la acotación, que a pesar de las percepciones comúnmente enconadas y de agendas políticas alarmistas, la migración internacional actual sólo representa una proporción pequeña de la población mundial total. Hoy, alrededor de 3% de la población del mundo vive fuera de su país de nacimiento –y eso es cerca de 200 millones de personas–, principalmente migrantes voluntarios (Czaika & de Haas, 2013; de Haas, 2006; Pellegrino, 2003; Stalker, 2001; unfpa, 2006).
Silvia Pedraza, especialista en teorías migratorias, señala que los tres temas de mayor relevancia cuando se estudia la migración son: las razones que llevan a la gente a migrar (tanto factores de expulsión como de atracción); la naturaleza del movimiento que incluye las características de las políticas entre países y que a su vez forman el contexto para el desarrollo de sistemas migratorios; y los logros que las personas alcanzan después de migrar en términos de sus procesos de aculturación (es decir, integración, transnacionalismo, entre otros) (Pedraza, 2006). Este artículo se centra en los primeros dos puntos, y en particular en el factor de “expulsión” que, se argumenta, ha sido materializado a través del cambio estructural de la economía mexicana a partir de los años 1980. La cuestión de las políticas entre los dos países que han llevado al establecimiento de un sistema migratorio se explora –aunque sólo parcialmente– cuando se aborda el tema del programa formal de reclutamiento de trabajadores mexicanos denominado “Programa Bracero”.
En la literatura de estudios migratorios existen diversas teorías que buscan explicar el fenómeno complejo y siempre multicausal de la migración. Las principales teorías, ya sea desarrolladas dentro de los estudios migratorios o adaptaciones teóricas de otros campos utilizadas en esta rama de estudios son: la teoría neoclásica de los diferenciales salariales, la nueva economía de la migración, la teoría de la dualidad en el mercado laboral, la teoría de los sistemas mundo, la teoría de la causación circular acumulativa y la teoría de las redes (Massey, et al., 1993; Arango, 2000; Castles, 2010). A continuación hacemos una breve reseña de dichas teorías con el objetivo de señalar cuáles tienen mayor poder explicativo para el fenómeno analizado en este artículo y hacer uso del bagaje teórico para entender mejor el fenómeno.
Las investigaciones migratorias dentro del marco teórico de la economía neoclásica son vastas y existe una amplia variedad de modelos desarrollados dentro de este enfoque que buscan explicar las razones por las cuales la gente migra. La mayor parte de los trabajos que utilizan la teoría económica neoclásica para explicar las razones de por qué la gente migra, se centran en los diferenciales salariales. Dichos diferenciales a su vez están explicados dentro de esta teoría por la existencia de diferenciales en la oferta y demanda laboral en distintas zonas geográficas, lo cual está asociado al proceso de desarrollo económico (Harris & Todaro, 1970; Lewis, 1954; Massey et al., 1993; Ranis & Fei, 1961; Todaro, 1969; Todaro & Maruszko, 1998). Es decir, y siguiendo la lógica de esta teoría, aquella zonas en las que hay abundancia de trabajo, el salario será más bajo mientras que aquellas zonas donde exista escasez de mano de obra, el salario será relativamente más elevado. El análisis neoclásico aborda el tema de la migración tanto desde el punto de vista micro como macro. La versión neoclásica de la migración ha sido muy influyente y sin lugar a dudas en el caso México-Estados Unidos, se observa un diferencial salarial importante entre ambos países. Desde el siglo pasado y hasta nuestros días, el diferencial salarial entre México y Estados Unidos es marcado. Según cifras del primer quinquenio del siglo xxi, el ingreso promedio anual bruto estadounidense por trabajador era casi siete veces mayor que el de México (usd$42,028 y usd$6,143 en dólares constantes de 2005 en ppa2). La visión de la migración de la economía neoclásica es incapaz de explicar la razón de por qué tan poca gente migra si tan solo 3% de la población mundial vive fuera de su país de origen
Sin embargo, hay varios supuestos en este argumento que resultan problemáticos en términos de la complejidad y multifactorialidad en la naturaleza de la migración. En primer lugar, el enfoque neoclásico se enfoca exclusivamente en el diferencial salarial esperado (diferencial salarial multiplicado por la probabilidad de encontrar empleo, incluyendo los costos de transporte de la migración), y al hacer tal reducción, ignora o subestima muchos otros factores que explican la migración. La visión de la migración de la economía neoclásica es incapaz de explicar la razón de por qué tan poca gente migra si tan solo 3% de la población mundial vive fuera de su país de origen (Arango, 2004; Czaika & de Haas, 2013). En el caso mexicano, el diferencial salarial ha existido durante dos siglos y sin embargo, solamente a partir de la década de 1980 en que el deterioro económico de las condiciones materiales de vida en México comenzó a agudizarse es que la migración ha crecido de manera exponencial. A partir de esos años el poder adquisitivo del salario mínimo mexicano se redujo dramáticamente hasta que hoy representa sólo 25% de su poder adquisitivo del alcanzado al principio de esa década. Además, es de particular importancia mencionar que la migración no es solamente motivada por factores económicos, y aún cuando éstos jueguen algún papel como definitivamente es el caso de la migración México-Estados Unidos, no siempre son el único factor detrás de las decisiones de migración (Hannerz, 2000; Koser, 2007).
La “nueva economía de la migración” desarrollada en años recientes por Stark (1991) y Massey y Taylor (2004), amplía el argumento neoclásico al señalar que la decisión para migrar rara vez es tomada por individuos aislados. Según esta teoría es la unidad familiar, en lugar del individuo, la que participa en dicha decisión y que en muchos casos está motivada por la capacidad para maximizar el potencial de ingresos, minimizar el riesgo financiero o para contrarrestar las limitaciones asociadas a imperfecciones de mercado. Por ejemplo, cuando las personas de ingresos bajos en México necesitan crédito para empezar un pequeño negocio, con frecuencia se encuentran con la imposibilidad de encontrar quien les otorgue un crédito. Ese tipo de restricciones al crédito no son por falta de oferta de dinero en el mercado, sino son otras las razones, tales como falta de confianza, inexistencia de un historial crediticio, entre otros. Los migrantes que envían remesas tienden a mitigar el problema de acceso restrictivo al crédito por parte de sus familiares. Los trabajos dentro de esta corriente de la “nueva economía de la migración” reconocen que la migración es un fenómeno social, y que las familias controlan riesgos diversificando las fuentes de recursos del hogar, siendo un claro ejemplo de dicha diversificación el envío al exterior de un miembro de la familia en la forma de migrante laboral.
La literatura de la nueva economía de la migración también incorpora la noción de la “privación relativa” que compara a las familias no-migrantes con las migrantes (Portes, 2007). Se argumenta que no es tanto el diferencial salarial absoluto con respecto a otros países lo que estimula la migración, sino que es la desigual distribución del ingreso en la comunidad de origen que aparece con y motiva la emigración. Esta teoría sugiere que las familias comparan su posición económica relativa respecto a otras familias y son capaces de incrementar su ingreso teniendo miembros de la familia viviendo en el extranjero en países desarrollados donde perciben salarios más altos y envían remesas a sus comunidades de origen.
Esta aproximación teórica parece brindar cierta luz al fenómeno de la migración México-Estados Unidos debido a que, con frecuencia, las familias mexicanas dependen en mayor o menor medida de los ingresos generados por algún familiar que trabaja en Estados Unidos. Asimismo, el postulado de la privación relativa como motivador para la migración es también poderoso para explicar el por qué la vecindad de familias con migrantes y que reciben remesas incentiva a un mayor número de otras familias a mandar a algún miembro al exterior para no quedarse atrás respecto a la posición socioeconómica de los hogares con migrantes que reciben remesas.
Entre sus argumentos, la teoría del mercado dual hace fuerte énfasis en que la decisión de migrar no es tomada por los individuos, sino más bien que “la migración internacional está enraizada y se debe a las demandas de trabajo intrínsecas de las sociedades industriales modernas” (Massey et al., 1993, 440). Esta perspectiva difiere de la teoría neoclásica y de la nueva economía de la migración respecto a la unidad de análisis. La primera se centra en el individuo como el agente que toma la decisión de migrar, y la segunda se centra en el hogar.
La teoría del mercado dual, sin embargo, se centra en el análisis de clases sociales. La teoría neoclásica explica la migración del lado de la oferta, mientras que la teoría del mercado dual ve el origen de la migración en el impulso dado por las condiciones de la demanda de trabajo. Según Piore (1979), uno de los proponentes originales de la dualidad del mercado laboral, la migración no es causada en los países de origen con salarios bajos (“factores de expulsión”), sino que es causado por los países receptores (“factores de atracción”) que luchan constantemente para adquirir mano de obra barata inmigrante. Dicho de otra forma, la migración estaría determinada por la demanda y no por la oferta.
La teoría del mercado laboral dual propone que la dualidad se manifiesta entre un sector intensivo en capital y un sector intensivo en trabajo, donde dichas categorías están divididas por factores de habilidades y entrenamiento de los trabajadores. Por un lado, los trabajadores calificados pertenecientes al primer sector y por otro, los trabajadores sin calificación quienes se categorizan como parte del segundo. El punto más importante de la teoría del mercado laboral dual es que los segmentos del mercado laboral no se integran y mucho menos compiten. Los trabajadores en el sector intensivo en capital obtienen trabajos estables y calificados que requieren de entrenamiento y educación específica para el puesto. Por otro lado, en el sector intensivo en trabajo, los trabajadores son de baja calificación, dispensables, fácilmente despedidos, y con condiciones laborales precarias (Piore, 1979).
Ya que se argumenta que la migración se origina por factores de demanda, es decir, que los sitios de destino atraen migrantes para atender su escasez de oferta laboral, cualquier consideración sobre temas de migración que se origine en programas formales de demanda laboral debieran verificar o refutar las predicciones de esta teoría. Es más, Castles y Miller encuentran que la mayoría de los movimientos migratorios tanto en el presente como en el pasado muestran que el Estado casi invariablemente ha jugado un papel significativo en iniciar y controlar flujos migratorios (1993).
Esto es claramente cierto para el caso de la migración de mexicanos a Estados Unidos como parte del programa bracero de la década de 1940, a través del cual fueron contratados trabajadores del campo “temporales” mexicanos para la economía estadounidense. En términos generales, esta teoría contribuye a la explicación del potente y significativo papel que juegan los programas del Estado para atraer migrantes. Esta teoría parece estar incompleta en su capacidad para explicar el fenómeno de la migración mexicana hacia Estados Unidos, porque se enfoca exclusivamente en los programas de inmigración que tienen por objetivo mitigar la escasez de mano de obra en el segmento del mercado de trabajo de baja calificación y sin embargo, no responde a la evidencia empírica que demuestra que una vez que cesaron los programas de inmigración en Estados Unidos en el año 1964, la migración continuó. En todo caso, la evidencia señala que los programas oficiales de atracción de migrantes sí son un buen punto de partida para el comienzo de flujos migratorios, pero no explican el por qué una vez que los programas terminan, la migración continúa, incluso, y a pesar de todas las trabas que los países de destino puedan poner en forma de policías, muros y requisitos fronterizos. Aún más, observamos que durante las décadas entre el cese del programa bracero y la década de 1980, el número de migrantes era creciente, aunque relativamente reducido, sin embargo, a partir del cambio estructural, la migración crece de manera vertiginosa a pesar de la inexistencia de programas masivos y generalizados de atracción de trabajadores.
La teoría de los sistemas mundiales, inicialmente propuesta por Wallerstein en 1974, ha sido utilizada por diversos sociólogos para explicar los vínculos entre un centro capitalista desarrollado y las sociedades menos desarrolladas, denominadas en esta teoría como “la periferia” (Lozano Ascencio, 2004), utilizando a su vez la terminología clásica del estructuralismo latinoamericano (cepal, 1951). La teoría de sistemas-mundo considera que la relación centro-periferia desarraiga a las poblaciones locales a través de la globalización de los mercados (en lugar de a través del colonialismo, como se hacía en el pasado, en particular en el siglo xvi en el continente americano y en el siglo xix en los continentes africano y asiático). La visión de la teoría de los sistemas mundiales considera que el movimiento internacional de trabajo generalmente sigue el movimiento comercial y de capitales, pero en la dirección contraria. Es decir, el capital fluye a los países en desarrollo mientras que los flujos laborales van dirigidos hacia el mundo desarrollado. Un aspecto importante de esta relación centro-periferia es la jerarquía ideológica que el centro impone sobre la periferia a través de valores e ideas. Países periféricos necesitan acceso a mercados y tecnología a los que sólo pueden acceder a través de la globalización. Uno de los retos de la era globalizadora actual y de la doctrina neoliberal es que los flujos de capital han sido privilegiados y promovidos, mientras que los flujos de trabajo han sido relegados y en muchas ocasiones obstaculizados (Rodrik, 2002).
La teoría de sistemas-mundo es un marco útil para categorizar la migración, sin embargo, está asociada a bastantes limitaciones para comprobarla. En primer lugar, las categorías de centro y de periferia son sumamente dicotómicas e ignoran las relaciones mucho más complejas que se observan entre distintos grados de desarrollo de los países.
Massey (1987) introdujo una visión más dinámica del proceso de migración al tomar en consideración las redes, un factor no económico sino social para entender mejor la migración. Bauer y Zimmerman (1995) resaltan la importancia de las redes y plantean que debido a falta de información en el mercado de trabajo de la región de destino, la primera persona en migrar se enfrenta a costos y riesgos altos. Sin embargo, después de la migración del primer individuo, los costos monetarios y psicológicos de la migración se reducen significativamente para aquellos parientes y amigos de aquel pionero ubicados en el lugar de origen y que eventualmente deciden migrar. Además, las redes existentes disminuyen los riesgos asociados con la migración a una región desconocida porque las personas pueden recibir ayuda de migrantes anteriores en la búsqueda de empleo en el país destino. Esta reducción de costos y riesgos lleva a una mayor movilidad de retorno o circularidad y a su vez a mayor migración. El enfoque de redes de migrantes está intrínsecamente relacionado con la teoría de la causación circular acumulativa, la cual explica que la migración adicional progresivamente contribuye a que el movimiento de más personas se facilite.
El concepto de causación acumulativa fue acuñado por Gunnar Myrdal (1957) para explicar la naturaleza acumulativa de los cambios sociales. El papel que juegan las redes de migrantes está arraigado en el proceso acumulativo, es decir, que conforme mayor número de personas migran, habrá más información disponible, habrá mayor apoyo entre ellos y por lo tanto, se facilita que familiares, amigos y conocidos migren (Myrdal, 1957). Massey et al. (1993) y otros han hecho avances significativos con la teoría de la causación acumulativa en el marco de la migración, y han identificado diversos factores que contribuyen a la auto-perpetuación de la migración, por ejemplo, la distribución del ingreso y de la tierra, la organización de la producción agraria, las motivaciones, los gustos y preferencias. Estas redes de mexicanos en Estados Unidos acogen a los nuevos migrantes. Las redes están compuestas por familiares, amigos y conocidos que ya tienen una estructura en el destino y pueden brindar apoyo cuando recién llega un nuevo migrante. El apoyo puede venir en la forma de ayuda en la búsqueda de empleo, apoyo emocional, apoyo para establecerse y encontrar vivienda; es decir, para facilitar cuestiones fundamentales. Los migrantes desarrollan una conciencia de movilidad social basada en experiencias migratorias, llevándolos a suponer que es posible aumentar su nivel de ingreso y consumo a través de la migración
Los migrantes están expuestos a diferentes estilos de vida que modifican sus gustos y motivaciones de acuerdo con la economía industrial avanzada a la que han estado expuestos. Con frecuencia los migrantes están expuestos y en ocasiones viven un nivel de consumo que sería considerado como suntuoso en su país de origen. Como consecuencia, los migrantes desarrollan una conciencia de movilidad social basada en experiencias migratorias, llevándolos a suponer que es posible aumentar su nivel de ingreso y consumo a través de la migración. En algunas ocasiones la migración se vuelve tan fuertemente arraigada en el discurso y en el comportamiento que los migrantes son vistos como individuos muy trabajadores y con iniciativa, mientras que los no-migrantes llegan a ser considerados perezosos, conformistas y sin motivación (Massey et al., 1993). Sin embargo, la cultura de la migración pudiera estar afectada por un doble discurso, ya que los migrantes también llegan a considerarse como traidores, anti-patriotas y malinchistas (Wagley, 1958). Este enfoque también se complementa con el concepto de capital social, ya que hace énfasis en la utilidad de las redes y las organizaciones como mecanismos de integración de grupos de personas (Bijak, 2006). Las teorías de la causación acumulativa y de la construcción de redes de migrantes e instituciones es bastante útil para explicar la migración de aquellos individuos menos privilegiados donde su dotación de capital social es mucho mayor que su dotación de otro tipo de capitales, principalmente económicos e intelectuales.
Berry et al. (2002) organizan las posibles razones detrás de la decisión de migrar en dos grandes categorías: “expulsión” (push) y de “atracción” (pull). Éste se ha convertido en un marco comúnmente utilizado para entender la migración al clasificar como factores de expulsión a todos aquellos que llevan a las personas a dejar sus países mientras que los factores de atracción son todos aquellos que atraen a los individuos a un destino particular. Sin embargo, este marco push-pull tiene críticas, como por ejemplo que representa menos un marco teórico y más una herramienta heurística que ayuda a clasificar los determinantes de la migración (Massey et al., 1998). A pesar de que el enfoque tiene limitaciones, sirve como un marco útil para categorizar los distintos factores involucrados en la migración en general, y en particular, la que va de México a Estados Unidos.
Migración y crecimiento económico: el caso mexicano (1985-2015)Las secciones anteriores de este artículo exponen de manera sucinta la situación económica que ha prevalecido en México desde 1980 y que ha sido el contexto en el que se ha generado un impulso para muchos mexicanos para emigrar del país, a diversos destinos, pero principalmente a Estados Unidos, así como algunas de las principales teorías que tratan de explicar las razones por las que migran las personas de un país a otro. En esta sección se aborda la relevancia del fenómeno migratorio junto con algunas explicaciones de por qué los mexicanos han estado emigrando en número crecientes desde el cambio estructural. De seguir la estrategia actual de desarrollo en México, y las condiciones generales en Estados Unidos y en el contexto internacional, es altamente probable que estos flujos continúen. Con la llegada de la primera y segunda guerras mundiales, la necesidad de mano de obra en Estados Unidos fue alta debido a que muchos trabajadores norteamericanos fueron reclutados para la guerra
En el caso particular de México, mucho se ha estudiado la migración de mexicanos hacia Estados Unidos, particularmente porque los mexicanos han representado la principal fuente de fuerza de trabajo a lo largo de todo el siglo xx. Este flujo migratorio tiene sus orígenes en la estabilización de la frontera entre ambos países, a fines del siglo xix y principios del siglo xx, después de la intervención norteamericana en México y de las guerras con los indios nómadas a ambos lados de la línea fronteriza. En la primer década del siglo xx, un número no despreciable de trabajadores ocupados en la construcción de las líneas férreas estadounidenses y en el suroeste eran de procedencia mexicana (Verduzco, 2000). Después, con la llegada de la primera y segunda guerras mundiales, la necesidad de mano de obra en Estados Unidos fue alta debido a que muchos trabajadores norteamericanos fueron reclutados para la guerra. La instauración de programas formales de atracción de trabajadores, como el Programa Bracero (1942-1964), fueron fuertes mecanismos que facilitaron el flujo de mexicanos hacia aquel país a mediados del siglo xx. Una vez que este tipo de programas se redujeron o desaparecieron, la migración no cesó pero sí se volvió más difícil por las barreras migratorias impuestas. Con estas migraciones “pioneras”, se sentaron las bases para futuras migraciones. Tanto la contracción de las oportunidades de empleo formal como el aumento de la desigualdad del ingreso han dado lugar a trastornos sociales y soluciones adaptativas por las diferentes clases sociales, entre ellas, la migración
Las condiciones socioeconómicas que prevalecieron en México a partir de la crisis, el ajuste y el cambio estructural de la década de 1980 han alterado la estructura de la sociedad mexicana, que incluyen importantes flujos de migración con características distintas a las de etapas previas. En comparación con periodos históricos anteriores, las últimas tres décadas presentan un marcado incremento en la desigualdad en México, debido principalmente a una mayor concentración del ingreso entre los estratos privilegiados de la población (Pastor & Wise, 1997) y un incremento de la economía informal, tanto legal como ilegal (Aguilar & Campuzano, 2009; Maloney, 2004). Tanto la contracción de las oportunidades de empleo formal como el aumento de la desigualdad del ingreso han dado lugar a trastornos sociales y soluciones adaptativas por las diferentes clases sociales, entre ellas, la migración. Los impactos particulares sobre la economía mexicana oscilaron entre tasas de crecimiento económico volátiles y mediocres, inestabilidad financiera recurrente, agravación de la desigualdad económica y un aumento significativo en la marginación social
Las reformas de corte neoliberal no fueron exclusivas del mundo en desarrollo, sino que también se presentaron en otras partes del mundo durante este período. Como ya se ha mencionado previamente, las políticas asociadas a estas reformas neoliberales que comenzaron a implementarse desde la década de 1980 ejercieron presiones para hacer programas de reforma de privatización extensiva, desregulación radical, completa apertura para bienes y mercados de capital, y una política macroeconómica restrictiva (Chang, 2003). Dichas políticas, que alcanzaron a la mayor parte de las economías en el mundo, fueron bastante más rigurosamente implementadas en el mundo en desarrollo (Chang, 2003) y llevaron al desmantelamiento de las ya anquilosadas estructuras institucionales del estado de bienestar con el objetivo de lograr reducciones importantes en el tamaño e influencia del sector público (Álvarez in Clarkson & Cohen, 2004). Estas sugerencias tenían como premisa el argumento que el gobierno es de menor eficiencia que el mercado.
Otras políticas significativas fueron aquellas relacionadas con los derechos de propiedad y con la reorientación del gasto público, para reformar el sistema tributario y atraer inversión extranjera directa y de lograr una disciplina monetaria y fiscal. Mayor privatización y reformas fiscales regresivas explican en parte la concentración del ingreso, de la mano de la disminución del poder de negociación del trabajo frente al capital, gracias a la gran movilidad del segundo factor frente a las limitaciones del primero, donde dicha movilidad se expresa en un fenómeno de relocalización de las actividades intensivas en mano de obra en los países subdesarrollados.
Las consecuencias negativas de las políticas neoliberales fueron significativas, sobre todo en términos de crecimiento económico y equidad social en la mayor parte del mundo, pero se dejaron sentir con mayor intensidad en aquellos países que se apegaron más a esta estrategia, como fue el caso de México (Boletín unam, 2012; Rodrik, 2002). Los impactos particulares sobre la economía mexicana oscilaron entre tasas de crecimiento económico volátiles y mediocres (gráfica 2), inestabilidad financiera recurrente, desintegración de las cadenas de producción doméstica, saqueo y pillaje de recursos naturales, agravación de la desigualdad económica y un aumento significativo en la marginación social (Álvarez in Clarkson & Cohen, 2004). Algunos de estos efectos tuvieron como consecuencia que diferentes grupos de la sociedad mexicanas encontraran en la migración internacional una estrategia de adaptación.
Aunque la emigración de mexicanos hacia aquel país es un fenómeno muy antiguo, el incremento acelerado que se ha experimentado en las últimas tres décadas no tiene punto de comparación con los antecedentes históricos del flujo migratorio entre ambos países. Como puede apreciarse en la gráfica 3, hubo un incremento sostenido en la emigración mexicana hacia los Estados Unidos entre 1850 y 1930, período que va de la delimitación de la frontera actual, después del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, que legalizó la pérdida de California y Nuevo México y de la venta de la Mesilla en 1853, hasta el final del conflicto religioso en México. Salta a la vista que la migración se intensificó de manera evidente en los años de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera (1910-1930). Posteriormente, se presenta un descenso en el número de mexicanos en Estados Unidos entre 1930 y 1950, período que coincide con el inicio de la industrialización sustitutiva de importaciones en México, que incluye los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Programa Bracero implicó la emigración temporal legal de 220 mil trabajadores rurales entre 1942 y 1947.
Población mexicana en los Estados Unidos, 1850-2008 (miles)
Fuente: reproducción de la gráfica presentada en Pew Research Center (2009) “Mexican Immigrants in the United States, 2008”.
La segunda mitad del siglo xx se inició con un repunte de la emigración. En las siguientes dos décadas (entre 1950 y 1970) se presentó un nuevo incremento en el número de mexicanos en el vecino país, producto en parte del importante crecimiento demográfico que comienza a registrarse en esos años y que se acelera en la década de 1970, como reflejo de la inestabilidad económica de esa década. Sin embargo, es evidente que la emigración mexicana a Estados Unidos se dispara a partir del inicio de la crisis de los años ochenta del siglo pasado y se mantiene durante todo el período del llamado cambio estructural, hasta el presente. Hasta ese momento el flujo migratorio, aunque constante, no había registrado un crecimiento espectacular a pesar de la asimetría en los grados de desarrollo entre ambos países, algo que evidentemente desafía las teorías comúnmente aceptadas sobre migración y la sobre simplificada explicación de los diferenciales salariales (Arango, 2004). La emigración neta anual, que durante la década de 1960 no rebasaba los 30 mil migrantes por año, se elevó gradualmente hasta alcanzar una pérdida neta anual de más de 400 mil personas en el primer lustro del siglo (Tuirán y Ávila, 2012). A pesar del “blindaje” de la frontera, hay evidencia de que este flujo se intensificó aún más en la segunda mitad de la primera década del siglo, como resultado del deterioro de la seguridad pública, que se sumó a la falta de oportunidades laborales como otro poderoso incentivo para emigrar.
El constante incremento de la emigración de México –de alrededor de 5 millones en 1990 a 12 millones en 2010 (United Nations Department of Economic and Social Affairs (un desa, 2012)–, puede ser considerado como uno de los resultados más dramáticos de las políticas de ajuste y del nuevo modelo económico, de la falta de oportunidades de empleo y del deterioro en las condiciones de vida en México; y, en contraparte, la existencia de mejores oportunidades de vida –incluyendo empleos– en Estados Unidos. Para Ros (2013) una de las causas principales para la existencia de un flujo migratorio entre México y Estados Unidos consiste en la subocupación de trabajadores tanto calificados como no calificados y considera que dicho flujo conlleva consecuencias negativas para el desarrollo económico de México.
Por supuesto, un factor adicional y que no es posible subestimar tiene que ver con los efectos de las redes sociales y la construcción de una infraestructura social que se va desarrollando con el incremento de migrantes adicionales, de tal modo que la ayuda de los migrantes pioneros es decisiva para la migración de los migrantes subsecuentes (Massey, 1987). De tal manera que cuando las condiciones socioeconómicas se recrudecen en el origen, la existencia de cadenas migratorias establecidas facilita el movimiento de personas y conduce a un efecto del tipo de causación circular acumulativa acuñado por Myrdal. El constante incremento de la emigración de México puede ser considerado como uno de los resultados más dramáticos de las políticas de ajuste y del nuevo modelo económico, de la falta de oportunidades de empleo y del deterioro en las condiciones de vida
En un contexto económico y social desfavorable como el que ha prevalecido en México desde 1980, las personas han buscado diferentes canales para mejorar sus condiciones de vida generales. Algunas de las estrategias adaptativas o incluso de supervivencia son la microempresa por emprendedores, el autoempleo, el crimen y la migración. Para muchos que tienen las posibilidades de emigrar al extranjero, la opción de ir a países de mayor grado de desarrollo representa una alternativa a las condiciones más severas y las menores oportunidades en su país de origen (Colic-Peisker, 2008; Lozano-Ascencio & Gandini, 2012). Claramente la alternativa de emigrar no está abierta a todos los diferentes grupos de personas en México, particularmente por las restricciones impuestas por los países destino –en este caso principalmente Estados Unidos– y por los costos asociados con el transporte y el establecimiento en el nuevo destino. El incremento en la emigración de mexicanos a Estados Unidos se ha dado en el contexto de un creciente endurecimiento de la política migratoria en ese país
Hay que destacar que el incremento en la emigración de mexicanos a Estados Unidos se ha dado en el contexto de un creciente endurecimiento de la política migratoria en ese país. Desde la administración del presidente Ronald Reagan (1981-1989) los gobiernos norteamericanos han endurecido su posición, incrementado la vigilancia en la frontera y aumentado las sanciones hacia los empleadores de mano de obra en condición migratoria irregular. Por su parte, los sucesivos gobiernos mexicanos han insistido en la necesidad de lograr acuerdos migratorios en ambos países que permitan legalizar la situación de los mexicanos que trabajan en Estados Unidos y regular los flujos migratorios hacia ese país (Novelo, 2000). Sin embargo, los intentos por alcanzar una reforma migratoria que permitan alcanzar estos objetivos han fracasado hasta ahora por la oposición de amplios sectores en la unión americana.
ConclusiónLo que este artículo ha hecho es analizar las condiciones socioeconómicas asociadas al cambio estructural que han prevalecido en México desde la década de 1980 y relacionarlas con la tendencia migratoria. Hay evidencia contundente que durante el siglo xx y antes del cambio estructural comenzado en 1982, la migración mexicana hacia Estados Unidos era, en términos cuantitativos, relativamente menor. Sin embargo, durante las últimas dos décadas del siglo xx y la primer década del siglo xxi, la migración se incrementó vertiginosamente. A pesar de que el proceso de migrar es complejo e involucra un sinnúmero de factores a considerar, es claro que la falta de crecimiento económico y de empleos en México y el consiguiente deterioro de las condiciones materiales de vida han sido un factor influyente en la decisión de muchos mexicanos de migrar. Otro factor fuertemente influyente y que no es objeto de estudio en este artículo es la existencia de oportunidades de empleo en Estados Unidos, ya que, de no existir, probablemente los flujos de migrantes hacia ese país serían menores.
Es de esperarse que la migración continúe en el futuro por al menos tres razones de peso. En primer lugar, por las políticas vigentes de continuar con la actual estrategia de desarrollo en México, que profundiza las reformas promovidas desde el cambio estructural de la década de 1980, y que al no atacar los problemas de fondo de la acumulación de capital, no permitirá remontar las bajas tasas de actividad económica y de insuficiente creación de empleos formales. En segundo lugar, porque aún quedan poco más de dos décadas del llamado “bono” demográfico, con el consiguiente incremento en la oferta de trabajo que de no ser absorbida en el país (Ordorica, 2015), seguirá generando fuertes incentivos a la migración. Y finalmente, por la infraestructura social construida por los migrantes anteriores, que abre camino y facilita el flujo migratorio para futuros migrantes, a pesar de las políticas restrictivas a la inmigración que ha promovido el gobierno de Estados Unidos en las últimas décadas.
Los autores agradecen a David Flores Nieves y Rodrigo Rivera de Lucio por el apoyo con la elaboración de gráficas, y también agradecen a los dictaminadores anónimos por el trabajo invertido en revisar el manuscrito.