Este artículo es la introducción al libro “Repensar el desarrollo económico, el crecimiento y las instituciones” (próxima publicación en inglés por Oxford University Press, 2013). Presenta de manera resumida las principales tesis y temas abordados en el libro: los avances recientes en la economía del crecimiento y del desarrollo, con particular atención al ascenso de la nueva institucionalista, las controversias sobre los determinantes fundamentales de los niveles de desarrollo, el papel de la demanda agregada en el proceso de crecimiento y los avances en la teoría del crecimiento endógeno. Por encima de todo, argumenta a favor de reconsiderar e incorporar en la corriente principal de la disciplina los aportes de la teoría clásica del desarrollo, constituida por las contribuciones pioneras a la economía del desarrollo en los años cincuenta, y cuyos rasgos principales se derivan de considerar economías heterogéneas, sujetas a externalidades tecnológicas y pecuniarias asociadas con rendimientos crecientes a escala y la existencia de amplios sectores con excedentes de trabajo, en las que el crecimiento es el paso de equilibrios de bajo nivel a equilibrios de alto nivel, producto de la reasignación de recursos, el cambio estructural, y la endogeneidad del cambio tecnológico y el avance de la productividad.
This article is an introduction to the book “Rethinking economic development, growth, and institutions” (forthcoming in Oxford University Press, 2013). It presents a summary of the main theses and themes addressed by the book: the recent developments in the economics of growth and development, with particular attention to the ascent of the new institutional economics, the controversies on the fundamental determinants of development levels, the role of aggregate demand in the growth process and the progress of endogenous growth theory. Above all, it argues for reconsidering and incorporating in the mainstream of the discipline the insights of classical development theory, by which I mean the contributions of the pioneers of development economics in the 1950s, whose main characteristics come from considering heterogeneous economies, subject to technological and pecuniary externalities associated with increasing returns to scale and the existence of wide sectors with labor surpluses, in which growth is viewed as the transition from low level to high level equilibria, resulting from resource reallocation, structural change and the endogeneity of technological change and productivity advances.
En la introducción de Development Theory and the Economics of Growth (La teoría del desarrollo y la economía del crecimiento) publicado en 2000, describí a ese libro como una colección de ensayos que “invaden” el campo de dos disciplinas: economía del desarrollo y teoría del crecimiento. Percibí su necesidad en virtud de la ausencia de interacciones entre estos dos campos de la economía, que tendrían que haber sido uno y el mismo. Pero no era así: la teoría del crecimiento y la economía del desarrollo seguían siendo primas distantes y en ocasiones incluso hostiles entre sí.
Mucho ha sucedido en ambos campos desde 1999 cuando Development Theory and the Economics of Growth se fue a la imprenta. Con el trabajo de Hall y Jones (1999) sobre el papel de la “infraestructura social” en el desarrollo económico se dio un gran impulso a la literatura institucionalista que intenta explicar las diferencias de ingreso per cápita entre países a partir de diferencias institucionales. Al mismo tiempo, hubo un notable interés renovado por el papel que desempeñan las ventajas y desventajas geográficas en el desarrollo económico. Jeffrey Sachs y sus asociados, en particular, destacaron la importancia que tiene la geografía para explicar el desarrollo y el subdesarrollo modernos (véase Gallup, Sachs y Mellinger, 1999; Sachs, 2000 y 2001). Poco después, siguió un contra ataque del institucionalismo encabezado por Acemoglu, Johnson y Robinson (2001 y 2002), Easterly y Levine (2003), y Rodrik, Subramanian y Trebbi (2004). De manera más general, la nueva economía institucional realizó un avance enorme. En 2012, Acemoglu y Robinson publicaron Why Nations Fail? (¿Por qué fracasan las naciones?), un libro que combina teoría del crecimiento, historia económica y ciencia política, y que está llamado a influir profundamente en el campo del desarrollo comparado. Al mismo tiempo, los trabajos empíricos institucionalistas sobre crecimiento están bajo un ataque proveniente de distintas perspectivas (véase en particular Chang, 2011).
A la par de los avances en la nueva economía institucionalista y la controversia entre geografía vs instituciones, también se ha dado atención a otros “determinantes profundos” de los niveles de ingreso y tasas de crecimiento. El consenso previo que había en los trabajos referentes al crecimiento endógeno, en cuanto a los efectos adversos de la desigualdad en el crecimiento económico, se vio afectado por aportaciones como las de Forbes (2000), Barro (2000) y, Banerjee y Duflo (2003). En contraste, las de Engerman y Skoloff (2002), que aportan una comparación histórica sobre el tema, y de Easterly (2007) tendieron a reafirmar las conclusiones previas. El rol sagrado de la apertura al comercio exterior también quedó cuestionado. Rodríguez y Rodrik (2001) hicieron un escrutinio de la investigación sobre el papel que desempeñan las políticas comerciales en el crecimiento y sacudieron el campo al demostrar que la sabiduría convencional con respecto a los efectos de la apertura comercial carecía de bases empíricas sólidas. Lederman y Maloney (2007, 2008) presentaron nueva evidencia sobre los efectos en el desarrollo de la abundancia de recursos naturales, que cuestiona resultados previos en trabajos de Gelb (1988), Auty (1990, 2001) y Sachs y Warner (1995, 2001) que habían visto en la “maldición de los recursos naturales” un factor mayor en las diferencias del desempeño del crecimiento entre países.
En general, todas estas aportaciones generaron interacciones más fuertes entre la teoría del crecimiento y la economía del desarrollo en la medida que los dos campos avanzaron de manera paralela en la búsqueda de los determinantes fundamentales del desarrollo comparado. Otros avances que contribuyeron al acercamiento de los dos campos incluyen los trabajos teóricos sobre equilibrios múltiples y los modelos de trampas de pobreza (véase Azariadis y Stachurski, 2005, para una revisión) y el concomitante debate de política económica en torno al tipo de trampas de pobreza que prevalecen en los países menos desarrollados. En particular, la crítica de Easterly (2006) a Sachs (2005) y a su llamado a un incremento sustancial de la ayuda internacional para los países pobres, que se revisa en el capítulo 3, es una reminiscencia de las controversias que se dieron en los inicios de la economía del desarrollo sobre el papel del bajo ahorro y los rendimientos crecientes del capital en oposición al de la debilidad institucional para explicar la persistencia de la pobreza y el estancamiento en los países de bajos ingresos.
Trabajos sobre la teoría del crecimiento endógeno, con aportaciones como las de Aghion y Howitt (1998 y escritos subsecuentes), contribuyeron a aclarar las fuentes últimas del avance tecnológico y reivindicaron el enfoque schumpeteriano y su noción de “destrucción creativa” como se discute en el capítulo 5. Varios trabajos contribuyeron también a esclarecer el papel que desempeña la demanda efectiva en el crecimiento económico, véase en particular: Bhaduri (2006), Dutt (2006), Dutt y Ros (2007), Rada (2007), y Ocampo, Rada y Taylor (2009, capítulo 8). Aunque desafortunadamente las aportaciones en este campo han tenido hasta ahora sólo un impacto limitado en la teoría del crecimiento dominante, en el capítulo 11 también se verán avances empíricos recientes en los cuales se reconoce crecientemente el papel que desempeña la demanda en el crecimiento a largo plazo. Estos dos avances, en la teoría schumpeteriana del crecimiento y en la teoría keynesiana del crecimiento, comparten mucho, particularmente en su intento por explicar el avance tecnológico como un proceso endógeno, aunque ponen un acento distinto en la influencia que tiene el lado de la oferta y el lado de la demanda en el crecimiento de la productividad (como veremos en el capítulo 11). Otros trabajos, con mayor orientación empírica, durante al último decenio incluyen libros importantes escritos por Amsden (2001), Chang (2002), Reinert (2007) y Ocampo, Rada y Taylor (2009) que se basan en la historia económica y un enfoque teórico que se enmarca en la tradición de la economía clásica del desarrollo. La teoría clásica del desarrollo, sigue siendo desatendida por la teoría dominante
Como resultado de estos trabajos, en comparación con hace doce años hoy es posible ir más allá de una recopilación de ensayos que “invaden” campos y dar cuenta de manera mucho más unificada de las dos disciplinas. Sin embargo, a pesar de esta bienvenida tendencia, una tesis central de mi libro en 2000 sigue en pie: la teoría clásica del desarrollo —en los términos en que ahí hago referencia a las aportaciones pioneras a la economía del desarrollo— sigue siendo desatendida por la teoría dominante. Esto es un acertijo. Aquel enfoque tiene mucho que decir con respecto a por qué los países pobres son pobres y qué tienen que hacer para escapar del subdesarrollo. Ciertamente es un acertijo por qué, al tratar de abordar los mismos temas, la teoría moderna del crecimiento y, de igual forma, la nueva economía institucionalista han ignorado en gran medida la teoría clásica del desarrollo y aportaciones más recientes en esta tradición.2
La mayor parte de esta introducción trata del porqué de esta situación. El resto del libro es un esfuerzo por mostrar por qué las aportaciones de los pioneros de la economía del desarrollo no sólo son muy valiosas sino que pueden hacerse perfectamente inteligibles a los investigadores en el área de economía del crecimiento. Después de explicar qué quiero decir cuando hablo de teoría moderna del crecimiento y economía clásica del desarrollo, proporciono una visión general de los temas más destacados del libro.
Desde mediados de la década de 1980, después de dos decenios en los que prácticamente no hubo actividad en el campo, la economía del crecimiento se tornó nuevamente en objeto de interés de la investigación teórica y empírica. Este nuevo empeño tomó inicialmente dos direcciones. Algunos adaptaron y ampliaron el modelo neoclásico del crecimiento en los términos en los cuales lo formalizaran Robert Solow y Trevor Swan a mediados de la década de 1950, al mismo tiempo que mantenían los supuestos básicos de rendimientos constantes a escala y progreso técnico exógeno. Otros se distanciaron en forma más radical del enfoque neoclásico al introducir rendimientos crecientes a escala e intentar modelar el cambio tecnológico. Este último es el enfoque de la teoría del crecimiento endógeno. En ambos casos, y esta es quizá la característica más novedosa del nuevo despertar del campo, estos esfuerzos buscan explicar el proceso del crecimiento económico lo mismo en los países desarrollados que en los países en desarrollo en el contexto de un marco analítico unificado. Preguntas importantes como ¿por qué algunas naciones son más pobres que otras? y ¿por qué las economías de unos países crecen a una velocidad mayor que otras?, pasaron al centro de la agenda de investigación de la teoría dominante del crecimiento. Una visión general de los temas más destacados del libro
Este renovado interés en la economía del crecimiento, o por lo menos la mayor parte de ella hasta el reciente ascenso de la nueva economía institucionalista, avanzó a partir de una premisa más bien sorprendente: que antes de mediados de la década de 1980 las únicas respuestas a dichas preguntas se encontraban en el modelo neoclásico de crecimiento. La premisa es sorprendente por lo menos por dos razones. Primero, porque hace unos cincuenta años emergió lo que en ese momento era un nuevo campo en la teoría económica que buscaba responder preguntas similares, para abordar temas como la persistencia del subdesarrollo y buscar remedios para superar la pobreza. La naturaleza de los temas abordados por los pioneros de la economía del desarrollo —Rosenstein-Rodan, Nurkse, Prebisch, Hirschman y Leibenstein, entre otros—forzaron que el nuevo campo descansara sobre un paradigma edificado a partir de nociones de competencia imperfecta, rendimientos crecientes y excedentes de fuerza de trabajo, que hoy día se utilizan ampliamente pero que en su momento estaban deficientemente integrados, o eran de plano extraños, al cuerpo establecido de la teoría económica.
Segundo, y de alguna manera algo irónico debido a la posición central que ocupa en la economía del crecimiento en hoy en día, el modelo de Solow no estuvo concebido inicialmente para responder a aquellas preguntas sino para proporcionar soluciones a ciertas dificultades percibidas en la teoría del crecimiento de aquel entonces (la inestabilidad del filo de la navaja en el modelo de Harrod y el ajuste de la tasa garantizada a la tasa natural de crecimiento en el modelo Harrod-Domar). Buscar que el modelo neoclásico de crecimiento explique las diferencias de niveles de ingreso y tasas de crecimiento entre países requiere una serie de supuestos adicionales que, probablemente, el propio Solow no tuvo en mente: en resumen, que las economías de distintos países únicamente difieren entre sí en su relación capital-trabajo, tasa de ahorro y tasa de crecimiento de población.
Esta insuficiencia de la economía neoclásica tradicional es quizá una de las razones por las cuales la economía del desarrollo tomó un enfoque distintivo un decenio antes del ascenso de la teoría neoclásica del crecimiento a una posición dominante. Sea que uno pueda hacer o no generalizaciones empíricas fructíferas sobre la experiencia económica de los países en desarrollo, es claro que los hechos estilizados en los cuales se concentró la teoría tradicional del crecimiento —con su acento en la estabilidad de la relación capital-producto, la tasa de ahorro y la distribución funcional del ingreso— tienen poca pertinencia para la experiencia de los países en desarrollo. Lewis (1954), por ejemplo, buscó explicar la tendencia al aumento, más que la estabilidad, de las tasas de ahorro e inversión en el curso del desarrollo económico. Dado sus propósitos, la teoría del crecimiento tendió a adoptar un nivel muy alto de agregación, frecuentemente una economía con un sector produciendo un bien. La impactante y persistente presencia del dualismo (tecnológico y organizativo) en los países subdesarrollados, llevó a la economía del desarrollo a operar en un nivel más bajo de agregación, con por lo menos dos sectores usando diferentes tecnologías. La teoría del crecimiento se concentró en el análisis de trayectorias de crecimiento equilibrado
Además, la teoría del crecimiento muy pronto se concentró en el análisis de trayectorias de crecimiento equilibrado donde las principales variables económicas crecen a la misma tasa. Dado que este análisis no encaja bien en las experiencias de los países en desarrollo, la teoría del desarrollo se tuvo que enfocar más bien en los estados de desequilibrio y el proceso de transición de un estado estable a otro. Como Rosenstein-Rodan (1984: 207-208) afirmara: “… un análisis del proceso de crecimiento en desequilibrio es lo que resulta esencial para entender los problemas del desarrollo económico. El artículo del Economic Journal de 1943 intentó estudiar la trayectoria dinámica hacia el equilibrio, no meramente las condiciones que deben cumplirse en el punto de equilibrio” (Rosenstein-Rodan, 1984: 207-208, traducción propia).
Esto no significa que la teoría del desarrollo no estuviera interesada en los estados estables. Sin embargo, vino a interesarse en un tipo particular de estado estable bastante ajeno a la teoría convencional de crecimiento: trampas de bajo nivel que son, como su nombre lo sugiere, equilibrios localmente estables (pequeñas desviaciones con respecto al mismo generan fuerzas que llevan de regreso al estado de equilibrio) pero globalmente inestables, de manera que grandes sacudidas pueden ocasionar un desvío acumulativo del equilibrio original. Leibenstein, por ejemplo afirmó: “El aspecto crucial de nuestra teoría tiene que ver con una explicación de por qué el estado de equilibrio de subsistencia posee estabilidad en lo pequeño pero no en lo grande” (Leibenstein, 1957: 187, traducción propia).
Esto nos conduce a un aspecto muy importante. Para los pioneros de la teoría del desarrollo, el subdesarrollo aparece como una situación caracterizada por una falta de capital —que resultaba consistente con el hecho de que la fuerza de trabajo recibiera salarios más bajos en comparación con los países desarrollados— aunque también, y este es la paradoja, por una tasa baja de rendimiento del capital. Para Nurkse, por ejemplo, la escasez de capital se encontraba “… en el centro mismo del problema del desarrollo en los países atrasados económicamente. Las así denominadas áreas ‘subdesarrolladas’, en comparación con las avanzadas, no están suficientemente equipadas con capital en relación con su población y recursos naturales.” (Nurkse, 1953: 1, traducción propia). Esta ausencia de capital era resultado de la baja capacidad de ahorro, dado el nivel bajo de ingreso real, aunque también de la “debilidad de los incentivos a la inversión” que tiene su origen en una tasa baja de rendimiento del capital (Nurkse, 1953, cap. 1). La paradoja de que tanto el capital como el trabajo obtenían rendimientos bajos, y la conclusión sorprendente de que la falta de capital debía ser atribuida a una baja tasa de beneficio, comprensiblemente llevó a la búsqueda de un marco analítico novedoso, como probablemente estará de acuerdo cualquiera que esté familiarizado con las modernas controversias en torno a la teoría neoclásica del crecimiento.
Este enfoque generó un modelo o mejor dicho un conjunto de modelos de crecimiento económico que se apartan de dos maneras del enfoque neoclásico de la teoría del crecimiento.3 La primera diferencia hace referencia a los rendimientos crecientes a escala y las concomitantes externalidades tecnológicas y pecuniarias. En su artículo de 1943 referente a los problemas de la industrialización en el Este y Sur-este de Europa, y en contribuciones posteriores, Rosenstein-Rodan fue probablemente el economista que se apartó más radicalmente de la teoría tradicional en este aspecto. Nurkse, elaborando sobre la base de Adam Smith y Allyn Young, también destacó los efectos asociados con los rendimientos crecientes.
La segunda diferencia se refiere a una oferta de trabajo elástica que surge a partir de la presencia de un excedente de fuerza de trabajo. La visión del subdesarrollo como una situación caracterizada por una dotación pequeña de capital en relación con la disponibilidad de fuerza de trabajo, llevó a la conclusión de que muy probablemente la elasticidad de la oferta de trabajo en estas condiciones sería más alta que en economías desarrolladas con mucha mayor dotación de capital por trabajador. Con una relación capital-trabajo baja, el producto marginal del trabajo a pleno empleo en el sector intensivo en capital sería tan bajo que una fracción de la fuerza de trabajo permanecería empleada en un sector no capitalista o de subsistencia, utilizando tecnologías con una insignificante intensidad de capital. Lewis fue el economista que desarrolló y puso el acento en el supuesto del excedente de fuerza de trabajo.
Estos dos ingredientes —rendimientos crecientes y excedente de fuerza de trabajo-estuvieron presentes desde un “inicio” en Rosenstein-Rodan (1943), como Rodan afirma correctamente en su contribución de 1984 (Rosenstein-Rodan, 1984).4 Una dosis moderada de rendimientos crecientes y una oferta de trabajo elástica pueden en conjunto generar equilibrios múltiples, de manera que dependiendo de las condiciones iniciales la economía puede caer en una trampa de desarrollo. Este no fue el único modelo de trampa de desarrollo en los trabajos pioneros pero es, como se sostiene en este libro, la más interesante y pertinente para el estado presente de la teoría del crecimiento.
1Cinco temasLa teoría moderna del crecimiento y la economía clásica del desarrolloEl libro desarrolla cinco temas principales. El primero es la relación entre la teoría moderna del crecimiento y la economía clásica del desarrollo. Al igual que en la teoría macroeconómica la ortodoxia neoclásica y sus críticos keynesianos difieren entre sí en relación con la existencia o robustez de una tendencia espontánea a un equilibrio de pleno empleo en una economía de libre mercado, en la teoría moderna del crecimiento, la ortodoxia neoclásica y sus críticos no neoclásicos puede decirse que difieren entre sí con respecto a una tendencia a la convergencia en los ingresos per cápita entre países en una economía mundial de libre mercado y globalizada. Los críticos no neoclásicos provienen de la teoría reciente del crecimiento endógeno, la otra corriente principal de la economía moderna del crecimiento que se ha distanciado en varias direcciones de la vieja teoría neoclásica. Los teóricos clásicos del desarrollo, mucho antes de que fueran plenamente exploradas las propiedades de convergencia del modelo Solow-Swan, también se encontraban en el campo no neoclásico. Mientras la teoría neoclásica del crecimiento ponía el acento en la tendencia condicional a la convergencia a un estado estable único en la medida en que las tasas de rendimiento del capital tenderían a ser más altas en países de bajo ingreso con escasez de capital, la teoría clásica del desarrollo tomó como punto de partida la “paradoja del subdesarrollo”, el hecho de que los rendimientos de todos los factores de la producción tendieran a ser bajos en los países de ingreso bajo, un hecho que puede entrampar a los países pobres en un equilibrio de bajo nivel e impedir la convergencia hacia el equilibrio de alto nivel.
Y, no obstante la pertinencia del análisis y las implicaciones de la teoría clásica del desarrollo, la ola reciente de investigación teórica y empírica sobre crecimiento económico en general ha ignorado, como ya lo hemos señalado, estas aportaciones pioneras que hiciera la teoría del desarrollo. Argumentaré que esta omisión es una de las razones por las cuales las animadas controversias sobre convergencia, progreso técnico y rendimientos crecientes, que se dan entre seguidores del modelo Solow y los teóricos del crecimiento endógeno, parecen en ocasiones encontrarse en un callejón sin salida, o en una situación del todo o nada: entre los supuestos de rendimiento constantes a escala y el de rendimientos a escala dramáticamente crecientes, implicados por el supuesto de rendimientos constantes (o crecientes) del capital.
Da la impresión de que este debate pasó por alto una implicación muy simple de la teoría clásica del desarrollo: que una dosis moderada de rendimientos crecientes a escala, combinada con la presencia de un excedente de fuerza de trabajo puede significar una diferencia radical con respecto al modelo neoclásico, una diferencia que modifica su dinámica transicional de una manera que le permite superar las limitaciones empíricas del modelo de Solow5 al mismo tiempo que queda liberado de algunas de las objeciones teóricas y empíricas que han sido esgrimidas en contra de la nueva ola de modelos de crecimiento endógeno. Como resultado, sostendremos, las principales aportaciones de la economía clásica del desarrollo proporcionan un enfoque del problema del desarrollo económico que es más general y empíricamente más prometedor que los adoptados en la vieja o en la nueva teoría del crecimiento. El corolario de este argumento es que puede ser esencial para la investigación en curso abrevar con mayor ahínco en el rico pasado de la teoría del desarrollo si es que ha de acometer satisfactoriamente la formidable tarea que se ha encomendado a sí misma.
El alcance de la teoría clásica del desarrollo en economías abiertas y el argumento del gran impulsoUn segundo tema hace referencia al alcance de los escritos pioneros de la teoría del desarrollo. Argumentaremos que este marco analítico nos puede ayudar a pensar en una variedad mucho más amplia de problemas del desarrollo que aquellos a los cuales fue aplicada originalmente. Las trampas de desarrollo pueden surgir en un conjunto amplio de circunstancias que involucran rendimientos crecientes, elasticidades de demanda y elasticidades de oferta de factores. Estas circunstancias no están limitadas a niveles bajos de desarrollo económico. Debido a que la baja tasa de acumulación en la trampa se debe a una tasa de rendimiento del capital baja, el enfoque tiene mayor generalidad que otros modelos de trampa de pobreza que descansan, por ejemplo, en círculos viciosos entre ingreso y ahorro o crecimiento poblacional. El marco puede ser aplicado fructíferamente a cualquier situación en la cual una combinación de elasticidades de demanda y oferta de factores, junto con una dosis de rendimientos crecientes en nuevas industrias, interactúan para retener el “incentivo a invertir”.
Además, esas circunstancias no se limitan a un sistema cerrado. Aun cuando a veces se le formula o ¡lustra con una economía cerrada, el argumento resiste la aplicación al caso de una economía abierta. Es interesante que al considerar una economía abierta al comercio exterior y a los movimientos de capital se introducen importantes diferencias y se modifican las implicaciones de política pero ello no hace que los problemas de coordinación subyacentes adquieran menor importancia. Las fallas de coordinación pueden surgir, en particular, en la transición de viejos a nuevos patrones de producción y especialización en el comercio. Se puede sostener que esta situación es una característica de un conjunto de “economías sándwich” semi-industrializadas en las que las viejas ventajas comparativas en industrias intensivas en trabajo están siendo erosionadas, mientras que las nuevas en actividades intensivas en tecnología y capital a penas están surgiendo. Así, en contraste con la contra-revolución en la economía del desarrollo6 que niega la utilidad del enfoque para la economías abierta y pequeña de un “típico” país en desarrollo, argumentaré que puede aplicarse fructíferamente a los problemas del desarrollo de economías abiertas (capítulos 9 y 14).7
De hecho, argumentaré que es en la aplicación del enfoque de la teoría clásica del desarrollo a la interpretación del desarrollo de la posguerra que éste muestra sus fortalezas e ideas más útiles. Desde esta perspectiva, podemos ver las asombrosas historias de éxito de la industrialización del este asiático (y, en menor medida, de unos pocos países de América Latina durante un tiempo, previo a los años ochenta) como una sucesión de intervenciones de política que aceleraron la transición entre distintos patrones de producción y especialización comercial. Es difícil ver cómo un modelo de desarrollo impulsado por el mercado, que inspira a la fecha muchas de las recomendaciones de política a los países en desarrollo, pudiera haber “atravesado” tan exitosamente dichas transiciones. Esto no se debe a que el éxito basado en el mercado haya estado totalmente ausente (esto es muy debatible). Simplemente es difícil de ver debido a que una teoría sólida sugiere exactamente lo opuesto: que no es muy probable que las fuerzas del mercado respondan con efectividad (o, por lo menos, con eficiencia) a los problemas de coordinación de la transición. Los capítulos 9 y 14 proporcionan las bases teóricas y el soporte empírico de esta afirmación. La ampliación del análisis al tema de la economía abierta también aborda el papel que desempeñan algunos factores dejados de lado en el análisis del crecimiento comparado entre países, como el patrón de especialización comercial, tal y como determinado por las políticas industriales y la dotación de recursos naturales. La teoría clásica del desarrollo que puede aplicarse fructíferamente a los problemas del desarrollo de economías abiertas
Un tercer tema es la relación de la teoría clásica del desarrollo con la economía keynesiana. La teoría del crecimiento “nació siendo macro” en el sentido de que en los primeros años de la teoría del crecimiento en los trabajos de Harrod (1939) y otros keynesianos, la demanda agregada desempeñaba un papel importante en el proceso de crecimiento. La economía del desarrollo también nació “siendo macro”, como Taylor y Arida (1988) lo formularon en su revisión de las teorías del desarrollo; sin embargo, no nació keynesiana ni estructuralista. Desde la perspectiva de Lewis: “… desde el punto de vista de los países con excedente de fuerza de trabajo, el keynesianismo es tan sólo una nota a pie de página del neo-clasicismo; si bien una nota extensa, importante y fascinante” (Lewis, 1954: 140, traducción propia). Nurkse fue más directo: Estamos aquí en el mundo clásico de la ley de Say. En las áreas subdesarrolladas no hay en general “brecha deflacionaria” producto de ahorro excesivo. La producción crea su propia demanda y el tamaño del mercado depende del volumen de la producción. En el análisis final, es posible agrandar el mercado sólo mediante un incremento generalizado de la productividad. Capacidad de compra significa capacidad de producción (Nurkse, 1953: 8-9, traducción propia).
No tenemos que tomar tan literalmente estas advertencias contra la “tentación keynesia-na” en la economía del desarrollo para reconocer que, sin importar qué tan válida sea la visión de Keynes y las posteriores aportaciones que sobre esa base se hicieron a la macroeconomía del desarrollo, los problemas del desarrollo en los que se enfocan Rosenstein-Rodan, Nurkse y Lewis permanecerían incluso si quedaran superados exitosamente los problemas keynesianos. Los rendimientos crecientes a escala son esenciales para el problema del desarrollo e irrelevantes para el argumento keynesiano. No obstante ciertas similitudes —como la presencia de una oferta de trabajo elástica, que, sin embargo, no tiene que surgir como en Keynes de un bajo nivel del uso de recursos— no debemos confundir estos problemas del desarrollo con los problemas de demanda efectiva en los que se concentra Keynes. No se pierde mucho, por ejemplo, suponiendo la ley de Saw al observar las diferencias de ingreso entre países: como se discute brevemente en el capítulo 1, las diferencias en el uso de recursos explica apenas una pequeña fracción de las enormes brechas en el ingreso per cápita en el mundo. Por qué América Latina creció tan poco en el decenio de 1980 en comparación con su desempeño de largo plazo
En el caso de las diferencias en el crecimiento, el enfoque del que se parta depende de las preguntas particulares que uno esté intentando responder. La economía del crecimiento keynesiana parece insuficiente para entender por qué Europa y Japón crecieron con un ritmo más acelerado que Estados Unidos en el periodo de la postguerra o por qué los países de industrialización reciente del este de Asia crecieron más rápido que los países de América Latina en los decenios de 1960 y 1970. A su vez, los modelos de pleno empleo pueden ser una buena primera aproximación para explicar el crecimiento en el contexto de las condiciones de la posguerra hasta inicios del decenio de 1970, cuando los gobiernos pudieron seguir políticas de alto empleo que eliminaron con efectividad problemas recurrentes de demanda efectiva, excepto por periodos más bien breves. No obstante, las economías se apartan de la trayectoria de pleno empleo, en ocasiones por periodos prolongados, y los problemas keynesianos y las restricciones estructurales a la demanda efectiva no siempre son superados exitosamente aun y cuando en palabras de Trevor Swan “las autoridades hayan leído la Teoría General” (Swan, 1963: 205 en Sen, 1971). En este caso resulta esencial abandonar la ley de Say. Este es el caso, argumentaremos, para entender por qué América Latina creció tan poco en el decenio de 1980 en comparación con su desempeño de largo plazo, tanto como es esencial para entender el pobre desempeño de Gran Bretaña y Estados Unidos en el periodo de entre guerras, la economía japonesa en el decenio de 1990 y la actual desaceleración del crecimiento después de la Gran Recesión en Estados Unidos y Europa Occidental.
Hay, entonces, varias situaciones (lo mismo en países en desarrollo como en países desarrollados) en las cuales el crecimiento de mediano e incluso de largo plazo no puede ser explicado adecuadamente si uno permanece estrictamente en el marco de los modelos de pleno empleo. Esto fue bien reconocido por las aportaciones estructuralistas a la economía del desarrollo. El pasar por alto las fallas de la demanda efectiva y las restricciones estructurales, si bien en el espíritu de la teoría clásica del desarrollo, puede ser en consecuencia una limitación importante bajo ciertas circunstancias. Los capítulos 10 al 13 examinan las interacciones entre demanda efectiva, cambio tecnológico y acumulación de factores. Estos capítulos incluyen un análisis de la teoría keynesiana del crecimiento, el modelo de economía dual de Kaleckli y las aportaciones de los modelos de dos brechas, y el tema de las restricciones fiscales y de divisas al crecimiento presentes en los modelos estructuralistas de crecimiento.
El ascenso y desafío de la nueva economía institucionalistaUn cuarto tema tiene que ver con el reciente ascenso de la nueva economía institucionalista y su relación con la teoría clásica del desarrollo. La relación entre instituciones y desarrollo fue un tema central para Adam Smith en la Riqueza de las Naciones. Recientemente, este tema ha reaparecido en las contribuciones de la economía neoinstitucionalista por parte de Douglas North y sus colegas, e incluso, más recientemente, ha venido a ocupar un lugar preponderante en la economía del crecimiento dado que, desde la perspectiva de los neoinstitucionalistas, las diferencias entre los países en los niveles de desarrollo económico se explican fundamentalmente por diferencias institucionales. Esta tesis se expresa en el libro reciente de Daron Acemoglu y James Robinson (2012) con particular fuerza, claridad y erudición.
¿Están en lo cierto Adam Smith, Douglas North y más recientemente Daron Acemoglu y James Robinson cuando creen que las instituciones son los determinantes fundamentales de la riqueza y pobreza de las naciones?; ¿son las instituciones políticas y económicas que adoptan los países todo lo que importa para el desarrollo, como lo sostiene la versión fuerte de la tesis institucionalista?; ¿el imperio de la ley y la operación de la mano invisible en una economía de laissez faire realmente proporcionan las llaves del reino que permitirá a los países pobres acceder al primer mundo?; más precisamente, ¿son “la apertura de una sociedad, su disposición a permitir la destrucción creativa y el imperio de la ley” —para utilizar las palabras de Kenneth Arrow en su elogio de Why Nations fail?— los factores decisivos para el crecimiento económico? ¿O, es el caso, como nos recordaría Keynes, que las políticas y las ideas y las ideologías que dan forma a dichas políticas tienen igual o mayor importancia? Y, ¿si las instituciones son más importantes, son aquellas en las cuales se centra el neoinstitucionalismo las verdaderamente importantes? o ¿es el caso como sostiene Pranab Bardhan, que el “nuevo institucionalismo se concentró las instituciones equivocadas”? Estas interrogantes, que estuvieron completamente ausentes en el libro de 2000, se abordan en la parte tercera del libro, particularmente en el capítulo 17 sobre instituciones y desarrollo, el capítulo 18 referente a geografía y colonialismo y en el capítulo 19 relativo a éxitos y fracasos en el desarrollo económico.
Cambio estructural, acumulación de factores y crecimiento económicoUn tema final corre a lo largo de todo el libro y hace referencia a los vínculos entre reasignación de recursos, acumulación de factores y cambio tecnológico. La división tradicional entre el análisis “estático” de la asignación de recursos y el análisis “dinámico” del crecimiento así como el análisis del crecimiento como resultado de dos fuerzas separadas, acumulación de factores y progreso técnico, devienen demasiado artificiales en presencia de rendimientos crecientes. Una reasignación de recursos (hacia o desde actividades con rendimientos crecientes) puede, en esas condiciones, tener efectos duraderos en el crecimiento y el crecimiento mismo tendría que ser visto como un proceso de cambio estructural más que como una mera acumulación de factores combinada con cambio técnico.
Es sobre esta base que Kaldor, en algunos de sus escritos tardíos, desarrolló su crítica radical de la economía dominante. Después de subrayar la relevancia de los rendimientos crecientes, Kaldor examinó las consecuencias para la teoría económica. Hizo notar que el concepto de equilibrio interpretado como una asignación óptima de recursos dados queda seriamente minado: Todo el asunto está, como señaló Young, en si el “equilibrio de costos y ventajas” es una noción que tiene sentido en presencia de rendimientos crecientes. Cuando cada cambio en el uso de los recursos —cada reorganización de actividades productivas— crea la oportunidad para otro cambio futuro que de otra manera no se habría dado, la noción de una asignación “óptima” de recursos —en la que cada recurso particular hace una contribución tan grande o mayor al producto en su uso actual como en cualquier uso alternativo— deviene una noción sin sentido y contradictoria: el patrón del uso de recursos en cualquier momento dado no es más que un eslabón en la cadena de una secuencia sin fin y la distinción misma, vital para la economía del equilibrio, entre creación de recursos y asignación de recursos pierde su validez (Kaldor, 1975: 355, traducción propia).
En el mismo pasaje, Kaldor concluye: No puede haber cosa tal como un estado de equilibrio con asignación óptima de recursos donde no es posible una reorganización posterior ventajosa, dado que cada una de dichas reorganizaciones crearía la oportunidad para una siguiente reorganización (Ibidem).
Además, como Kaldor y otros acostumbraban señalar, la distinción entre movimientos a lo largo de una función de producción y progreso técnico (desplazamientos de la función de producción) se vuelve borrosa bajo rendimientos crecientes a escala. Con el crecimiento del producto, métodos de producción más intensivos en capital (o “indirectos”) se vuelven rentables y son adoptados. Esto sucede así, sea que estas técnicas fueran ya conocidas pero no utilizadas debido a que no eran rentables a una escala más baja de producto, o sea que fueran verdaderamente nuevas y se volvieron parte del acervo de conocimiento en la medida en que, con la expansión del mercado, aparecen los incentivos para su invención. En las economías en desarrollo, a diferencia de aquellas de los países desarrollados, estos cambios técnicos resultan en su mayoría de la adopción de tecnologías provenientes de otros lados. Desde esta perspectiva, constituyen un movimiento a lo largo de una función de producción. No obstante, su adopción, a diferencia de un movimiento típico a lo largo de una función de producción no es la consecuencia de un cambio en los precios de los factores que lleva a la sustitución de trabajo por capital, sino más bien el resultado de que estas técnicas más intensivas en capital se vuelven rentables en la medida en que la escala del producto se incrementa. Los vínculos entre reasignación de recursos, acumulación de factores y cambio tecnológico son evidentes en el proceso del crecimiento económico
Los vínculos entre reasignación de recursos, acumulación de factores y cambio tecnológico son evidentes en el proceso del crecimiento económico a lo largo de los últimos dos siglos. Este proceso ha estado marcado por la industrialización, entendida como la expansión del rango de bienes producidos bajo rendimientos crecientes, y por el fuerte aumento simultáneo de la relación capital-trabajo. Estos dos aspectos, que el capítulo 1 destaca en el contexto de la experiencia de los últimos cuatro decenios, están íntimamente vinculados. Parafraseando a Allyn Young (1928), la división de un grupo de procesos complejos en una sucesión de procesos más simples, que se hace económico gracias a la presencia de rendimientos crecientes, se presta al uso de métodos de producción “indirectos” que implican el uso de más capital en relación con el trabajo.
Este enfoque del crecimiento como reasignación de recursos y cambio estructural estuvo presente en la economía clásica del desarrollo.8 Dicho enfoque fue desapareciendo, por lo menos en los trabajos de orientación más teórica, con el triunfo de la contrarevolución en la economía del desarrollo que comenzó a dominar el campo a mediados del decenio de 1960. El resurgimiento de la perspectiva neoclásica trajo consigo de regreso los supuestos de rendimientos constantes a escala y competencia perfecta, y restauró la tradicional distinción entre asignación de recursos y acumulación de factores. El movimiento coincidió con, y quizá contribuyó a, una pérdida de interés en el análisis del crecimiento a lo largo del decenio de 1970. La teoría del crecimiento endógeno revivió el interés en el crecimiento e incluso trajo de regreso al análisis los rendimientos crecientes a escala. Sin embargo, en su mayor parte, ha permanecido en el marco de modelos de un sector o cuasi-un sector por lo que, en consecuencia, pierde de vista los vínculos entre crecimiento y cambio estructural.
Interactuando con el desarrollo de estos temas implica que hay un análisis empírico de varias preguntas que surgen de las experiencias de desarrollo de la postguerra así como de las explicaciones teóricas: ¿hasta qué punto las tasas de ahorro y los factores demográficos explican las vastas diferencias de ingreso en el mundo?; ¿cuánto de dichas diferencias deben más bien ser atribuidas a las brechas en capital humano o a las diferencias en tecnología?, o ¿quizá dichas diferencias son el resultado de círculos viciosos y virtuosos de desarrollo y subdesarrollo con dependencia de ruta en lo que de otra manera serían economías estructuralmente similares? La evidencia empírica sobre estos y otros temas se presenta de manera que justifica la necesidad de relajar supuestos restrictivos y motivar la extensión o alejamiento de modelos teóricos más simples. Casi cada capítulo hace referencia a hallazgos empíricos relevantes en la literatura del tema. La mayor parte de los capítulos presentan hallazgos originales o hacen nuevo uso de resultados de investigaciones previas —por ejemplo sobre la ley Verdoorn o regresiones de crecimiento entre países— para arrojar luz en los debates actuales.
En general, de estos análisis empíricos surge la defensa del enfoque de la economía clásica del desarrollo. Esta defensa se basa, en gran medida, en su consistencia con el patrón comparativo de las tasas de crecimiento entre países en niveles de ingreso bajo, medio y alto (capítulos 7 y 8) y su capacidad para asignar un lugar a factores frecuentemente descuidados, como la política industrial y los recursos naturales, en la explicación de los vínculos entre crecimiento y comercio internacional (capítulos 14 y 15). Al mismo tiempo, permanecer en el marco de los límites y motivaciones originales de este enfoque implicaría adoptar una perspectiva demasiado estrecha del proceso de desarrollo. Esta perspectiva del “subdesarrollo” y sus implicaciones para el proceso de crecimiento económico tiene que extenderse para que cubra una gama más amplia de trampas de desarrollo que pueden surgir como resultado de las interacciones entre acumulación del capital y adquisición de calificaciones o entre crecimiento y desigualdad económica. De estos análisis empíricos surge la defensa del enfoque de la economía clásica del desarrollo
¿Es esta reivindicación teórica y empírica de la teoría del desarrollo también una rehabilitación en términos de política económica? La respuesta no es clara. La economía clásica del desarrollo se enfocó en los problemas de coordinación que subsistirían en lo que de otra forma sería una economía de mercado que opera bien. Uno puede criticar las prescripciones asociadas de política por haber descuidado otras fuentes de funcionamiento deficiente y por una actitud demasiado optimista hacia las intervenciones gubernamentales de política. Estas críticas no hacen, sin embargo, que los problemas originales desaparezcan. El objetivo de las reformas económicas en los países en desarrollo en los últimos treinta años ha sido aliviar el funcionamiento deficiente de la economía de mercado que surge de las distorsiones de política. Más que reducirla, este proceso de reformas ha incrementado la pertinencia de la economía clásica del desarrollo: precisamente porque se eliminan estas otras fuentes (originadas en políticas) de mal funcionamiento, ahora la atención debe ponerse de nuevo en el tipo de fallas de mercado que interesaban a la teoría del desarrollo.
En cualquier caso, el alcance de este libro se limita en gran medida a las implicaciones positivas, más que normativas, del enfoque que adoptó la teoría clásica del desarrollo. En este sentido, se encuentra más cercano a los escritos tardíos de Kaldor sobre el desarrollo económico, con su interés en por qué las tasas de crecimiento difieren entre países (Kaldor, 1966, 1967), más que a las preocupaciones normativas que inspiraron a los pioneros de la economía del desarrollo.
2Una breve panorámicaDespués de revisar los principales hechos estilizados del desarrollo económico en el capítulo 1, el libro contiene cuatro partes. Las primera revisa diferentes enfoques de la teoría del crecimiento en las tradiciones neoclásica y del crecimiento endógeno. Dichos enfoques se centran en el lado de la oferta de la economía, en el sentido de que el nivel de producto y su tasa de crecimiento están restringidos por la acumulación de factores y el progreso tecnológico exógeno (modelos neoclásicos), los efectos de productividad de la acumulación de capital en presencia de rendimientos crecientes a escala (algunos modelos de crecimiento endógeno), o bien los factores del lado de la oferta que afectan la innovación y el progreso tecnológico (nueva teoría del crecimiento). Estos enfoques adoptan una variedad de supuestos sobre factores clave del crecimiento como el comportamiento hacia el ahorro, tecnología y la naturaleza de la innovación tecnológica o el papel que desempeña el capital humano en el proceso de crecimiento, a partir de los cuales surgen distintas predicciones sobre convergencia y divergencia en los ingresos per cápita entre países. La naturaleza de las grandes preguntas abordadas por los pioneros de la economía del desarrollo obligaron a utilizar conceptos como competencia imperfecta, rendimientos crecientes y excedentes de fuerza de trabajo
La segunda parte del libro está dedicada a la teoría clásica del desarrollo. Como ya se señaló previamente, la naturaleza de las grandes preguntas abordadas por los pioneros de la economía del desarrollo, forzaron a estos autores a utilizar un paradigma erigido sobre nociones de competencia imperfecta, rendimientos crecientes y excedentes de fuerza de trabajo. La presencia de rendimientos crecientes a escala, una característica que estas primeras aportaciones tienen en común con los modelos recientes de crecimiento endógeno, y una alta elasticidad de la oferta de trabajo, derivada de la existencia de excedentes de fuerza de trabajo en niveles bajos de la relación capital-trabajo de la economía, son las bases de modelos de crecimiento con propiedades de convergencia sustancialmente diferentes de aquellas de los modelos neoclásicos de crecimiento y algunos modelos de crecimiento endógeno.
La atención al lado de la oferta, que la teoría clásica del desarrollo tiene en común con los modelos neoclásicos y de crecimiento endógenos, puede ser una buena manera de acercarse al proceso de crecimiento para la mayor parte de los países durante el periodo de postguerra y hasta mediados o finales de la década de 1970, un periodo en el cual los gobiernos pudieron seguir políticas de empleo alto que eliminaron de manera efectiva problemas recurrentes de demanda efectiva, excepto por periodos breves. Su aplicabilidad está, no obstante, lejos de ser universal. Esta es la razón por la cual la tercera parte del libro revisa la teoría del crecimiento en la tradición keynesiana, donde la demanda efectiva puede restringir el nivel o la tasa de crecimiento del producto por periodos prolongados. Este es el caso, como ya hemos mencionado, de ciertos episodios como el periodo de entre guerras en Estados Unidos y varios países europeos o de diversas situaciones que van de la década perdida de América Latina, en los años de 1980, al estancamiento de Japón en los de 1990, o el bache actual en el cual se encuentra Europa, cuando las políticas macroeconómicas no pueden (o los dirigentes no están dispuestos a) eliminar dichas restricciones de demanda.
La cuarta parte del libro se concentra en los así denominados determinantes profundos de los niveles de ingreso y tasas de crecimiento siguiendo una distinción que se remonta a Abramovitz (1952) y Lewis (1955), y ahora ampliamente adoptada en la economía moderna del crecimiento, entre los determinantes “inmediatos” o “próximos” y los determinantes “profundos” o “fundamentales” de los niveles de ingreso o de las tasas de crecimiento. Dado el uso extendido de esta distinción, debemos recordar la advertencia que hiciera Lewis en The Theory of Economic Growth (La teoría del crecimiento económico) de que los determinantes “próximos”, como la acumulación de factores y el crecimiento de la productividad, pueden afectar a los determinantes “fundamentales”, como las instituciones, de manera que lo que realmente tenemos es una multiplicidad de causas interactuando entre sí y que son separadas únicamente para propósitos analíticos (véase Lewis, 1955: 20).
El diagrama que mostramos líneas abajo, una adaptación de Rodrik et al. (2004), ayuda a mostrar el punto de vista de Lewis. Presenta los principales efectos directos e indirectos de los determinantes “próximos” y “profundos” de los niveles de ingreso así como los efectos de retroalimentación que a su vez tiene el ingreso en dichos determinantes. Los determinantes próximos, acumulación de capital físico y humano así como progreso técnico, son las variables en las cuales se centra la teoría moderna del crecimiento. La teoría del crecimiento, y especialmente la teoría clásica del desarrollo, también considera los efectos que los niveles de ingreso tienen a su vez en las tasas de acumulación de factores, como, por ejemplo, la dependencia de la capacidad de ahorro con respecto al nivel de ingreso o la de la eficiencia técnica con respecto al ingreso en presencia de rendimientos crecientes a escala. Los determinantes profundos o fundamentales, que se observan en la parte inferior del diagrama, incluyen instituciones (políticas y económicas), apertura al comercio exterior y capital extranjero, y geografía. La desigualdad y la dotación natural de recursos también pueden ser entendidas, como nosotros lo hacemos en este libro, como determinantes fundamentales, aunque están estrechamente relacionadas con las instituciones en el primer caso y con la geografía en el segundo.
Las flechas muestran los principales efectos e interacciones. En primer lugar hay interacciones entre el ingreso y sus “determinantes próximos”: la acumulación de factores y el progreso técnico afectan directamente al ingreso, aunque el ingreso afecta a su vez a las inversiones en capital físico y capital humano y, en presencia de rendimientos crecientes a escala, al propio progreso técnico como, por ejemplo, cuando la expansión de los mercados hace que sea redituable la introducción de nuevos y más “indirectos” métodos de producción. Una gran diversidad de modelos de crecimiento examina estos determinantes próximos y sus interacciones en la primera, segunda y tercera partes del libro.
También hay interacciones entre el nivel de ingreso y los “determinantes fundamentales”, con frecuencia mediadas (aunque esto no se muestra en el diagrama) por los efectos en los determinantes próximos. Este es el tema de la cuarta parte del libro, que examina las controversias en torno a los determinantes profundos del crecimiento económico y de los niveles de desarrollo, esto es, si la apertura, la geografía, las instituciones u otros factores fundamentales tienen primacía con respecto a otros factores. Los efectos directos que la geografía tiene en el ingreso per cápita que enfatizan los deterministas geográficos y que operan a través de, por ejemplo, el nivel de productividad agrícola o el ambiente sanitario, los captura la flecha (1). La flecha (2) hace referencia a los efectos que la geografía tiene en las instituciones (e indirectamente en el ingreso) a través del ambiente sanitario que enfrentaron los colonizadores y el tipo de colonización que llevaron a cabo los europeos. La flecha (3) hace referencia a los efectos que la geografía tiene en la apertura y sus efectos indirectos en el ingreso mediante el impacto que la geografía tiene en la distancia con respecto a los mercados o en la integración internacional y hasta qué punto se ha dado dicha integración. El capítulo 18 revisa todos estos efectos directos e indirectos de la geografía, que incluyen el debate sobre geografía vs instituciones que aborda la importancia relativa de los efectos directos en oposición a los efectos indirectos de la geografía que operan a través de las instituciones. La flecha (4) hace referencia a la perspectiva institucionalista, que se discute en el capítulo 17, sobre la importancia que tiene para el nivel de ingreso, el imperio de la ley y las instituciones económicas y políticas “incluyentes”, mientras que la flecha (5) nos recuerda que las instituciones son endógenas dada la presencia de los efectos que el ingreso tiene sobre las instituciones (como lo afirma, por ejemplo, la teoría de la modernización). El tema del capítulo 14, los efectos de la integración internacional sobre el ingreso per cápita, resultado de los beneficios estáticos y dinámicos del comercio y las transferencias de tecnología, están considerados en la flecha (6), mientras que la flecha (7) hace referencia a los efectos del nivel de ingreso en la apertura a través, por ejemplo, de la adopción de políticas restrictivas del comercio a niveles bajos de ingreso como recurso para elevar los ingresos públicos.
Finalmente, subrayo nuevamente que la separación entre determinantes próximos y profundos de los niveles de ingreso es hasta cierto punto artificial dada la importancia de los efectos de retroalimentación del ingreso sobre sus determinantes y el hecho de que las diversas causas se encuentran interrelacionadas. Ni siquiera la geografía es totalmente exógena, en el sentido de que la fortaleza de los efectos directos de la geografía en, digamos, la baja productividad de la agricultura tropical se encuentra mediada por el hecho de que los países tropicales son en general pobres y que la mayor parte de la investigación agrícola en el mundo se ha concentrado en lugares de agricultura templada, donde los países ricos se encuentran ubicados.
Introducción a un libro de próxima publicación Rethinking Economic Development, Growth and Institutions Oxford University Press, 2013.
Un ejemplo es el influyente libro de Barro y Sala-i-Martin (1 995) que sintetiza las aportaciones a la vieja y nueva teoría del crecimiento. La única referencia a los inicios de la teoría del desarrollo es al artículo clásico de Lewis (1954) del que, curiosamente, se dice es un modelo del gran impulso. Sin duda hay excepciones y las aportaciones de ese primer periodo han sido objeto de un renovado interés con la nueva ola de la economía del crecimiento. Ya me he referido a los trabajos que abordan trampas de pobreza y equilibrios múltiples (véase, en particular, Murphy, Shleifer y Vishny, 1989; Krugman, 1992, 1995; Rodrik, 1994; Ciccone y Matsuyama, 1996; Rodríguez-Clare, 1996; Skott y Ros, 1997; Ros, 2000, y Azariadis y Stachurski, 2005).
“Avant la lettre”, uno debe agregar, ya que la mayor parte de estos trabajos anteceden al modelo neoclásico de crecimiento, por lo menos como lo formalizó Solow a mediados de la década de 1 950.
Creo que es justo afirmar que sólo Rosenstein-Rodan percibió completamente las implicaciones para el equilibrio general de estos dos supuestos tomados en conjunto.
El capítulo 2 aborda las limitaciones empíricas del modelo Solow. Mankiw (1995) las resume muy bien al señalar que las predicciones del modelo de Solow: 1) subestiman las diferencias en el ingreso per cápita entre países; 2) sobrestiman la tasa de convergencia hacia trayectoria de equilibrio; 3) sobrestiman las diferencias en la tasa de rendimiento del capital entre los países ricos en capital y los países pobres en capital.
Utilizo el término “contra-revolución” en la teoría del desarrollo o, en otros casos, “resurgimiento neoclásico” para indicar el abandono parcial en la década de 1960 del paradigma del excedente de fuerza de trabajo-rendimientos crecientes en la economía del desarrollo. Sin embargo, estos dos términos de alguna forma son engañosos, en tanto que no había una economía del desarrollo neoclásica antes de 1940.
La visión de que el alcance de la economía clásica del desarrollo se limita a las economías cerradas tiene distintas fuentes. Una de ellas, quizá la más popular, es una confusión entre una trampa de ahorro (bajo ingreso lleva a poco ahorro y poca inversión) y una trampa de rentabilidad (una baja tasa de beneficio que limita las oportunidades de inversión). Mientras que la primera trampa de pobreza puede ser superada fácilmente mediante movilidad internacional de capital, la segunda no lo es y, de hecho, puede verse exacerbada por la movilidad del capital. Para una discusión del tema véase capítulos 3 y 7.
También está presente y sin duda plenamente explícito, en un estado más bien puro, en los escritos tardíos de Kaldor sobre el desarrollo económico. Para Kaldor el crecimiento es “el resultado de un proceso complejo de interacciones entre aumentos de la demanda que han sido inducidos por aumentos en la oferta, y aumentos en la oferta ocasionados por aumentos en la demanda… La velocidad de la reacción en cadena será mayor entre más los consumidores opten por comprar más bienes con mayor respuesta de oferta y entre mayor respuesta en el lado de la demanda ocasionada por el aumento en la producción” (Kaldor, 1 967: 27-28, traducción propia).