El libro de María Eugenia Romero Los orígenes del neoliberalismo en México. La Escuela Austriaca es un documentado recorrido crítico por el pensamiento económico que se “avecindó” en nuestro medio hasta dominar la política y la opinión pública a partir de fines del siglo xx. Se trata de un estudio genético de la corriente neoliberal a partir de sus principales impulsores en México: Luis Montes de Oca, Faustino Ballvé, Gustavo R. Velasco y Aníbal de Iturbide.
Desde los años ochenta del siglo xx el globalismo se propuso como la ideología al modo de la fórmula neoliberal, pretendida receta única para el mundo. Hoy es indispensable recuperar la conseja temprana sobre el papel relevante, a veces central que las ideas tienen sobre la marcha del mundo. Para nuestros fines basta traer a cuento la temprana advertencia del economista británico John M. Keynes (1936) en su Teoría general sobre la ocupación, el interés y el dinero (1936). Las ideas de economistas y filósofos políticos, cuando tienen razón o cuando se equivocan, son más poderosas de lo que generalmente se cree (…) Hombres prácticos, que creen que están bastante exentos de cualquier influencia intelectual, son, por lo general, esclavos de algún economista muerto (…) son las ideas y no los intereses creados las que, tarde o temprano, son peligrosas.
No está por demás recordar que en el caso de las ciencias que se han dado en llamar “duras” los paradigmas deben cumplir ciertos requisitos; entre otros, ser capaces de satisfacer normativas de replicabilidad, validación empírica y de mejorar la explicación del fenómeno o los fenómenos que se estudian. Pero, en el caso de la economía los paradigmas se “reducen” a ser edificios políticos con sus inevitables accesorios ideológicos que normalmente dan cuenta de acuerdos e intereses de las cúspides del poder. Los cambios paradigmáticos en la economía, de acuerdo con David Ibarra, no siempre resultan de planteamientos que perfeccionen la formulación anterior o que den una mejor explicación del comportamiento de ciertos fenómenos humanos. Invariablemente ofrecen verdades, anhelos sociales e individuales, entremezclados y sintetizados en planteamientos ideológicos atractivos (Ibarra, D., 2009).
En nuestro país, siguiendo los criterios y orientaciones de Ludwig Von Mises y Friedrich Von Hayek, cabezas de la Escuela austriaca durante el siglo xx se buscó crear un proyecto alternativo al nacionalismo económico del general Lázaro Cárdenas, cuya llegada a la Presidencia polarizó posiciones y tenso ánimos. Su decisión de impulsar una política económica dirigida a lograr el desarrollo económico con distribución del ingreso no podía menos que provocar escozor entre los barones del dinero, de entonces y de hoy, quienes no han cejado en su pugna por la hegemonía y el predominio en las ideas y el poder político; como muestra un botón: ahí está el otorgamiento de la medalla Belisario Domínguez al señor Bailléres (2015). En buena medida este conservadurismo financiero militante se coronó y entronizó en el itam y sucursales (como Banxico o la shcp).
Nueve capítulos (introducción y epílogo) dan cuerpo a la reflexión de María Eugenia Romero quien sabe de qué se habla cuando se habla de neoliberalismo. Para ello investigó: “La primera guerra, la escuela austriaca y la renovación del liberalismo”; “¿Contra quiénes debatieron? La política económica cardenista: controversias sobre el Estado interventor y los orígenes de la inflación”; “Una alternativa al cardenismo: Von Mises, Von Hayek y los empresarios”; “La política económica de posguerra, la asociación mexicana de cultura y el instituto tecnológico de México”; “El linaje: Luis Montes de Oca”; “Los ramales: Gustavo R. Velasco, Faustino Ballvé y Aníbal de Iturbide”; “El sostén: los Bailléres y otros empresarios”; “Cambio de gobierno, recesión económica, reunión de Mont Pélerin”; “El pensamiento único y la construcción de sus instituciones en México”. Una auténtica batería de investigación y una precisa referencia a nuestra historia de las ideas políticas en el siglo xx.
La sistemática separación de lo social y lo económico ha sido un proyecto de larga data que adquirió especial intensidad bajo la bandera del globalismo que llevó al mundo a la crisis. Hoy, en la secuela de la primera crisis global que amenaza devenir estancamiento secular, conviene tener presente que las relaciones entre economía y política, entre Estado y mercado, entre lo público y lo privado, han constituido agudos dilemas y ha reclamado intensos debates y confrontaciones a todo lo largo de nuestra historia moderna. No hay manera de separarlos y al intentarlo se corre el riesgo de producir una “utopía destructiva” como la llamara Polanyi.
En Los orígenes escribe Romero Sotelo: “Durante el periodo de entreguerras surgió un grupo de economistas, filósofos e intelectuales que buscaron transformar el liberalismo en la acción política y el pensamiento económico. La reforma del Estado y sus instituciones fue un punto cardinal de sus empeños (…) Sus trabajos se dirigieron a combatir el socialismo y su sistema de planificación económica, así como toda intervención del Estado en cualquier sistema económico (…) (p. 18).
La búsqueda de equilibrios y acomodos político-sociales en torno a estas grandes entidades institucionales y dimensiones de la vida social ha sido tarea principal de dirigentes políticos y pensadores de las ciencias sociales e históricas quienes, como Adam Smith, el fundador de la economía política, se han negado a aceptar, no se diga postular, que la economía pueda entenderse, regularse o transformarse por fuera o por encima de las relaciones políticas y de poder, o del conflicto social que siempre acompaña y modula dichas relaciones. Crisis tras crisis la sociedad moderna se ve obligada a reaprender estas duras lecciones.
Es en el Estado donde se condensan las relaciones sociales mayores que sustentan la cohesión de las comunidades, la definición de las jerarquías y formas de mando en el Estado. Igual sucede con la división del trabajo y los mecanismos, convenciones e instituciones que rigen la distribución de los frutos del crecimiento económico, junto con los usos del excedente social que subyace a los procesos de acumulación capitalista y transformación estructural que son propios de este modo de producción.
No hay economía sin sociedad; tampoco hay economía política sin entender el poder, la estructura y el carácter sociales, así como los siempre difíciles, muchas veces opacos, entramados de las relaciones entre los Estados y las naciones. En este sentido, la estudiosa brasileña Celia Lessa en un sugerente estudio sobre el Estado de bienestar, que está por publicar el Fondo de Cultura Económica apunta: El Estado de bienestar es una invención política: no es un vástago ni de la democracia ni de la socialdemocracia, aunque ciertamente es la mejor obra de esta última. La defensa de su actualidad se vincula con la defensa de lo mejor de la socialdemocracia: la sistemática resistencia a la disolución de los lazos sociales por los nexos mercantiles… (Lessa, C., en prensa).
El mercado, bien lo sabían los economistas clásicos, permite asignar de manera eficiente los recursos escasos, genera incentivos para que los individuos maximicen sus utilidades; pero no está en sus “genes operativos” propiciar la equidad, establecer pautas de cuidado y protección al medio ambiente ni tampoco regularse por sí mismo de una manera eficiente. Si nunca fue verdad el hecho de que el mercado sea la libertad hoy es menos verdad que nunca. Los apóstoles del discurso neoclásico padecen una enfermedad frecuente en los creyentes de todas las clases, sean religiosos o laicos, es la ceguera del creyente, cuando alguien cree a pies juntillas en alguna cosa ya no puede ver lo contrario a sus creencias (Sampedro, J., 2002:11).
O en palabras de Karl Polanyi: La idea de un mercado que se regula a sí mismo es una idea puramente utópica. Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad (Polanyi, K., 1992).
Por su parte, nuestra autora nos dice: (…) para la Escuela Austriaca (…) en el mercado libre no existen disparidades (…) los precios de los bienes de consumo orientan la actividad productiva a la vez que determinan los precios de los bienes de los factores de producción (…) la distribución de los ingresos se considera consecuencia del precio de mercado de cada factor (p. 24).
Los primeros escritos de Von Mises tienen como “referente enemigo” a la planificación económica del Estado soviético. A la par de la nueva política económica puesta en funcionamiento por Lenin en 1921 que puede definirse como la primera experiencia de economía mixta en la que el Estado desarrollaba una función programadora general (…) surgió como defensor del liberalismo y de la economía de mercado y como oponente al socialismo (…) Una postura importante fue su oposición a la economía planificada (…) como alternativa (Von Mises) impulsaba el mercado y el mecanismo de los precios (…) niega la posibilidad del cálculo económico racional en el socialismo: sin mercado no hay formación de precios y sin formación de precios no hay cálculo económico (…) (pp. 31, 32 y 39).
Y sigue María Eugenia Romero hilvanando el relato de la reconstrucción del pensamiento liberal: (…) después de la gran Guerra se denunciaron las imperfecciones del liberalismo económico (…) Además había en marcha nuevas elaboraciones teóricas cuyo objetivo era construir una teoría económica alternativa al pensamiento neoclásico (…) la revolución keynesiana fue un duro golpe para el desarrollo de la Escuela Austriaca (…) Ante estos grandes cambios la corriente tradicional liberal impulsó el encuentro entre sus defensores (siendo) Walter Lippmann (quien) inspiró a buscar nuevos senderos para renovar el liberalismo (…) (pp. 33,34, 35y 36).
El tema central del coloquio (Lippmann) fue la búsqueda de un liberalismo renovado ‘la vigencia indiscutible del mecanismo de los precios’ (…) El Estado debía formar un marco normativo (…) con el fin de reconstruir de reconstruir el mercado para que de nuevo se desplegara el mecanismo de los precios (…) los participantes juzgaron que el nuevo Estado tenía que ser distinto del Estado liberal (smithiano) (…) la reforma del Estado se estableció como prioritaria para avanzar y reanudar el desarrollo del capitalismo competitivo (…) un Estado fuerte al servicio del individuo libre (…) La teoría de las élites cierra el círculo de esa reforma del Estado, dirigida a modificar o crear instituciones que permitieran el desarrollo de la competencia (…) (pp. 38, 39 y 40).
Si el periodo de entreguerras fue el campo propicio para que se ventilaran y debatieran ideas relacionadas con los mecanismos económicos, en el caso México La revolución de 1910 había proporcionado las pautas ideológicas e institucionales que constituyeron el fundamento legal y social para el desarrollo del pensamiento heterodoxo moderno en el que se basó la política económica puesta en práctica por el presidente Lázaro Cárdenas (…) Von Mises planteó un proyecto alternativo al modelo de desarrollo económico cardenista (…) que contenía las líneas generales de las aspiraciones de la corriente liberal. (p. 264).
Es importante subrayar, indica nuestra autora, que su propuesta para superar el atraso económico iba a contracorriente de la circunstancia histórica del país y de la economía internacional, sobre todo de mediados del siglo xx. Von Mises centró su crítica contra el Estado mexicano impulsor de las políticas desarrollistas (…). De manera particular apuntó su artillería contra las políticas nacionalistas del presidente Cárdenas (…). Las medidas orientadas al bienestar social de los trabajadores fueron las que más atacó (…) (p. 264).
El libro de María Eugenia Romero Sotelo da cuenta de cómo desde aquellos lejanos años cuarenta, lo que parecía no ser más que una postura de oposición a la conducción de la economía en México empieza a “escalar” posiciones y ya no sólo se limita a criticar sino a diseñar políticas y a formar a sus cruzados ideológicos para lo cuál crea la Asociación Mexicana de Cultura (1946) que años después patrocinará al Instituto Tecnológico de México.
Varias son las lecciones que podemos extraer de la lectura de este sugerente libro: entre otras, que no hay política económica que pueda, coherente y racionalmente, sustentarse, menos aún ostentarse, como receta universalmente valida para todos los lugares y todos los tiempos. También que el acento exclusivo en los teoremas sobre la eficiencia de los mercados y la estabilidad fiscal y financiera, de precios y cambiaria en desprecio de una productiva combinación de objetivos de equidad, universalización de derechos y expansión de la ciudadanía no es funcional. Ni siquiera al propio capitalismo.
El liberalismo, recordando a Norberto Bobbio, no es sinónimo del liberismo manchesteriano que pretendía reducir toda la vida social, económica y política a los criterios y mandatos de la competencia y del mercado. “La antítesis entre liberalismo y democracia, bajo forma de contraposición entre libertad de los modernos y libertad de los antiguos, fue enunciada y sutilmente argumentada por Benjamín Constant (…)”.
Y agrega el jurista y politólogo italiano: (…) El liberalismo es una doctrina del Estado limitado tanto con respecto a sus poderes como a sus funciones. La noción común que sirve para representar al primero es el estado de derecho; la noción común para representar el segundo es el estado mínimo. Aunque el liberalismo conciba al Estado tanto como estado de derecho cuanto como estado mínimo, se puede dar un estado de derecho que no sea mínimo (por ejemplo, el estado social contemporáneo) y también se puede concebir un estado minino que no sea un estado de derecho (como el Leviatán hobbesiano respecto a la esfera económica que al mismo tiempo es absoluto en el más amplio sentido de la palabra y liberal en economía (Bobbio, N., 1993).
El curso de la historia (lejos de haber llegado a su fin) ha confirmado que los paradigmas económicos seguidos al pie de la letra pueden resultar altamente costosos para las comunidades nacionales. Dosis crecientes de innovación, prudencia y reflexión pueden resultar, en el caótico y hostil mundo de hoy, una buena conseja. Como también lo es el hecho de que, incluso para estos cruzados del mercado libre, el Estado es importante: “Al Estado le incumbe la responsabilidad de determinar el régimen jurídico que sirva de marco al libre desarrollo económico” (p. 39) relata nuestra autora que fue uno de los acuerdos alcanzados por los participantes del Coloquio Lippmann.
“No hay razón para suponer que la frontera entre el Estado y el mercado que ellos prefieren (la del ¿Estado mínimo¿) sea la frontera correcta. En la práctica no hay ninguna definición clara sobre esta frontera”, ha asegurado el economista coreano Ha-Joon Chang (2003) quien revalora la legitimidad y la actualidad del Estado como el diseñador, el defensor y el reformador de muchas instituciones formales e informales en el contexto del cambio estructural.
En particular, podemos rescatar dos papeles del Estado que la revolución neoliberal pretendió sepultar: primero, el Estado como “empresario” que provee la visión de futuro y construye las instituciones necesarias; segundo, su papel como administrador de los conflictos que necesariamente surgen en todo proceso de cambio estructural pero, también el papel del Estado como creador o renovador de mecanismos institucionales y financieros para una protección social de alcance universalista, indispensable para navegar por las aguas turbulentas de la globalización.
Se trata de ser capaces de encontrar un nuevo pacto civilizatorio como aquel que permitió a las más diversas y disímbolas inspiraciones formar un sendero de progreso económico con redistribución social: es la tarea. La mundialización de la política económica en consonancia con los requerimientos de una globalización reconstruida, no podrá seguir eludiendo el gran divorcio entre la economía y la demografía que se despliega en la escisión, convertida en parámetro de la visión neoliberal, entre la política económica y la social. Entre la acumulación y la distribución como lo muestra con creces este espléndido trabajo de María Eugenia Romero Sotelo, poco pueden aportar cuerpos de ideas atados a dogmas disfrazados de racionalidad instrumental, como lo fue y lo es el neoliberalismo.