Pocos libros de economía en las últimas décadas han provocado más revuelo que Capital in the Twenty-First Century, del joven economista francés Thomas Piketty. A partir de su publicación en inglés en marzo de este año, se ha convertido de inmediato en tópico de interés y debate en distintos círculos. Al decir de un diario francés, se trata de un verdadero “bulldozer” tanto político como teórico, que desafía a las ortodoxias tanto de iz-quierda como de derecha al plantear que la desigualdad creciente es el resultado natural del capitalismo de mercado.
No sólo aborda un tema que estuvo soterrado por varias décadas entre los teóricos de la economía contemporánea –el de la distribución del ingreso– sino que lo hace con un enfoque fresco y llano, que regresa a lo esencial y continúa la tradición de algunos economistas y pensadores del siglo xix, como David Ricardo, Thomas Malthus y Karl Marx, aunque con la ventaja de disponer de nuevas bases estadísticas.
En efecto, el trabajo vuelve a colocar el tema de la distribución del ingreso en un lugar central dentro del análisis económico, pero lo hace desde una nueva perspectiva respaldada en una serie histórica que cubre tres siglos y abarca a más de veinte países. No obstante, quizá la principal contribución de Piketty sea su análisis del capitalismo. En una continuación de la escuela de los economistas clásicos, elabora una explicación teórica de la creciente desigualdad observada a lo largo de los tres últimos siglos en distintos países desarrollados como un producto natural de la economía de mercado.
Se trata, como señalan sus editores en la Universidad de Harvard, de un libro “de extraordinaria ambición, originalidad y rigor… cuyos hallazgos transformarán el debate y definirán la agenda de la siguiente generación de pensamiento en torno a la riqueza y a la desigualdad”. No en balde, renombrados economistas, como el Nobel Paul Krugman, han expresado que se trata de la “opus magnus” de Piketty, y pronostican que “será el libro más importante de economía del año”1
Algunas de las aportaciones y principales tesis que sustentan esta obra son:
Aborda el análisis de la desigualdad a través de nuevas fuentes y métodosA diferencia de los estudios contemporáneos sobre el tema, no recurre a encuestas de hogares –que subestiman los ingresos más altos–, sino a una serie histórica construida después de hurgar en un conjunto de registros de distinta naturaleza en una veintena de países y de recurrir a las cuentas nacionales, que por algunas décadas parecieron haber caído en el olvido. Así, una de sus aportaciones es la rica información estadística que respalda su análisis y que pone a disposición de todo público interesado a través de su página web. Se trata, por mucho, de la más extensa base de datos histórica disponible hoy en día sobre la distribución del ingreso y la riqueza en más de veinte países.
No recurre en su análisis a los usuales indicadores sintéticos de desigualdadEn su análisis histórico de la desigualdad Piketty utiliza gráficas muy simples, que dan al estudio de la distribución una connotación más asequible para el público en general, que coeficientes como el de Gini o el de Theil, que pretenden reducir el fenómeno a un número aséptico, estéril y lejano.
Su uso de gráficas y de deciles y centiles para designar a quienes están en 1% de la cúspide, en el estrato de 10% más rico, 40% de ingresos medios y 50% más pobre, así como sus ilustraciones sencillas, han despertado sorpresivamente la atención del público en general, que quizá balde, en 2013, la denominada “Gráfica del Año” del Washington Post2, que ha circulado profusamente en la prensa, fue la elaborada por Piketty y Sáez para mostrar la evolución que ha tenido la proporción del ingreso que fue a parar a 10% de la población de más alto nivel de ingreso en Estados Unidos de 1917 a 2012.
Enmarca el análisis de la distribución en el contexto de una teoría del funcionamiento del capitalismoSostiene que en el muy largo plazo, la fuerza más poderosa que impulsa hacia una creciente desigualdad es la tendencia de la tasa de rendimiento del capital “r” a exceder a la tasa de crecimiento del producto “g”. Esta dinámica, inherente a su juicio al capitalismo, propulsa fuerzas con el potencial de generar desigualdades extremas que mueven al descontento social y amenazan a las sociedades democráticas.
Cuestiona en este sentido el argumento de economistas conservadores como no estaba consciente de los extremos a los que ha llegado este fenómeno. No en Milton Friedman, para quienes el libre mercado, cuando es liberado de “los efectos distorsionantes de la intervención gubernamental”, tienden a distribuir el progreso económico entre toda la población. Piketty contra argumenta que no se trata de una “imperfección”, sino que la desigualdad creciente es un producto natural del mercado cuando éste se comporta como está construido para hacerlo.
Por otra parte y contrariamente a lo que Marx y otros pensaban, del análisis de las cifras históricas, Piketty concluye que no parece existir ninguna razón natural para que las tasas de ganancia disminuyan en el largo plazo. En su opinión, los motivos por los que a su juicio no se ha cumplido el descenso pronosticado por Marx se encuentran en que el crecimiento no sólo se logra por la acumulación de capital, sino mediante el crecimiento estructural basado en la elevación de la productividad. La única forma de evitar que descienda la tasa de ganancia, asegura, es el incremento sostenido de la productividad: de hecho, la existencia de altos niveles de acumulación puede mantenerse sin sacrificar la tasa de ganancia. Uno de los ejemplos que cita es el del puñado de millonarios de Forbes, cuyas tasas de ganancia durante los últimos años (1987 a 2012) se han incrementado a una tasa promedio que triplica a la del ingreso y a la riqueza promedio.
Difiere de las explicaciones que diversos economistas daban al abatimiento de la desigualdad observado en una buena parte del siglo xxEl autor sostiene que, a la luz de un análisis de más largo plazo, el período de seis décadas de disminución de la desigualdad en las naciones occidentales –entre la Primera Guerra Mundial y principios de los años setenta– fue un período de excepción de la tendencia histórica. Las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y nuevas políticas adoptadas en la postguerra tuvieron un efecto importante en la disminución de la concentración, pero fueron estas seis décadas un período temporal de anomalía o excepción. Tal vez eso propició que proliferaran las teorías que al considerar la distribución como un fenómeno irrelevante, relegaron al olvido el tema dentro del análisis económico.
En este sentido, el libro cuestiona varios de los supuestos de moda en la segunda mitad del siglo veinte; desde diversos ángulos del análisis económico se daba por sentado que la economía de mercado, a través de sus distintos mecanismos y mediante el crecimiento, “levantaría todos los barcos al mismo tiempo”, lo que hacía pasajero e irrelevante el fenómeno de la desigualdad extrema.
La famosa “Curva de Kuznetz” que sostenía que la desigualdad de ingresos tenía la forma de una U invertida, en la que si bien al principio del proceso de crecimiento tendía a aumentar, rebasado cierto nivel, entre más crecimiento, habría menos desigualdad. Esta teoría, al igual que otras son debatidas con fina ironía por Piketty, porque a su juicio, parte de su éxito es atribuible a que mandaban un mensaje de optimismo, o de “cuento de hadas”, al ver a la desigualdad extrema como un fenómeno pasajero. Asimismo, cuestiona el mensaje detrás de otras teorías que caracterizaban a la proporción entre trabajo y capital como una relación fija, que hacía irrelevante la negociación salarial, o a algunos planteamientos sobre capital humano que ofuscaban la diferencia entre ingreso “ganado” e ingreso “no ganado”.
Lo que se desprende de las series históricas es que, a partir de fines de los años setenta y en la medida que se han abandonado regulaciones del mercado, han vuelto a tomar fuerza las tendencias históricas a la desigualdad. Su análisis lleva a la conclusión de que estamos en el camino de regreso hacia el “capitalismo patrimonial” que, si bien su composición es distinta a la del pasado, nuevamente la riqueza heredada está tomando cada vez más ímpetu. Junto a este fenómeno, ha surgido uno nuevo: el de los niveles astronómicos que han alcanzado las remuneraciones de altos ejecutivos, principalmente en Estados Unidos, para los cuales el autor no encuentra satisfactoria la explicación fincada en su supuesta productividad marginal, con la que a menudo se les pretende justificar.
Su propuesta sobre la necesidad de establecer impuestos progresivos de carácter global al capital, sin duda, será el punto más cuestionado. La mayoría de las reseñas sobre el libro omiten pronunciarse sobre este tema, o expresan dudas o incluso escepticismo respecto a este instrumento de política. El propio Piketty reconoce que es una idea utópica y duda que los países estén dispuestos a aceptarla en el futuro inmediato. Sin embargo, considera que sería útil debatirla y no rechazarla de entrada. Es éste el propósito que implícitamente se desprende del esbozo que hace de este instrumento.
Su propuesta consiste en establecer un impuesto anual global progresivo a la riqueza mundial, de manera paulatina, primero a nivel regional y después en una cobertura más amplia. Esta medida requeriría, a su juicio, ir acompañada de un esfuerzo de carácter mundial hacia la mayor transparencia financiera y el mayor intercambio de información de esta naturaleza entre los países, ya que no podría ser adoptada unilateralmente en el mundo global de hoy.
Argumenta que los impuestos progresivos no constituyen una idea nueva, sino que fueron uno de las mayores innovaciones fiscales de mediados del siglo xx que tuvieron un impacto en muchos países en la reducción de la desigualdad. Llama la atención a un hecho hoy resulta sorprendente, que fue la invención en Estados Unidos de Norteamérica de los impuestos “confiscatorios” a las fortunas “excesivas”. que estuvieron vigentes en 1919–1922 y en 1937–1939 con tasas de 70%. Hoy en día, sin embargo, la tasa de impuesto marginal a los ingresos más altos ha descendido de 1980 a la fecha y en muchos países tiende a volverse regresiva (señala que en Francia 0.1% de los más ricos pagaba en 2010 una tasa de 35%, en comparación con las tasas de 40–45% para 50% de la población de ingresos más bajos).
El libro hace, por último, un llamado para que los economistas vuelvan a considerar a la economía como una ciencia social, mediante la revaloración de la historia y de la política económica y retomen el camino del que se desvió esta disciplina, al orientarse exclusivamente al uso inmoderado de modelos matemáticos sobre cuestiones a menudo baladíes, de interés exclusivo de los miembros del gremio, desentendiéndose del fondo de los problemas de la sociedad. Es interesante que esta observación venga precisamente de un economista, cuya formación inicial fue en el ámbito de las matemáticas.
El libro está escrito con un lenguaje accesible a economistas, pero también a todo el público interesado “que no sale corriendo tan pronto como ve un número”, como expresa con un sentido del humor e ironía que se trasluce en algunos pasajes, en los que recurre a referencias tomadas de los clásicos de la literatura francesa, inglesa y de Estados Unidos para ilustrar algunos de sus argumentos.
Definitivamente es éste un libro que marca un hito por su contribución al pensamiento económico de las últimas décadas, de lectura obligada no sólo para todo economista, sino para el público interesado en entender muchos de los fenómenos sociales y económicos de nuestro tiempo.