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Vol. 20. Núm. S.
VIII Convención Nacionaly I Internacional de Laacademia Mexicana de Profesores de Ciencias Naturales
Páginas 260-262 (junio 2009)
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VIII Convención Nacionaly I Internacional de Laacademia Mexicana de Profesores de Ciencias Naturales
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“El orangután le dijo a la orangutana”
A dialogue among primates: creationism in Mexican education?
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Antonio Lazcano Araujo
* Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México
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Abstract

As in other countries in which Catholicism is an important part of the cultural background, Mexican society as a whole is not only predominantly secular, but also takes for granted the existence of strong laical institutions. These include our public school system, where evolutionary biology has been part of curricula without leading to rejection from the Church. In contrast to fundamentalist groups, Catholics tend not to read the Old Testament as the literal truth, but as a depiction of the ways in which divine creation, when it is accepted, may have taken place. The high number of fundamentalist missionaries and the influence of American creationists must be acknowledged as a potential threat to Mexican public education, together with the reduced budgets for primary and secondary schools, poor libraries and laboratories and, equally significant, the reduced attention to teachers' working conditions and social appreciation.

Keywords:
creationism
teaching of evolutionary biology
Mexican education
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En 1837, mientras Charles Darwin navegaba de regreso a Inglaterra después de haber pasado varios años a bordo del Beagle, una pequeña orangután de apenas tres años llamada Jenny fue vestida con faldones y presentada, con toda pompa y circunstancia, a la duquesa de Cambridge. A diferencia de la duquesa, Jenny no había sido adiestrada para hacer reverencias o servir el té, pero saludó a los invitados, comió galletas y golosinas, y su presencia gustó tanto a quienes acudieron a la velada, que al verla sentada en un diván un clérigo exclamó: “si habla, la bautizo”.

Desafortunadamente, Jenny la Orangutana no fue conducida a la pila bautismal, sino al zoológico de Londres, a donde la vendieron a un precio elevado. Muchos acudieron a visitarla, incluyendo el propio Darwin, quien la observó con fascinación. Cuando nació su primogénito, Charles Darwin lo describió como “un prodigio de belleza e intelecto”, pero su espíritu paternal no le impidió comparar a su hijo con Jenny. Tenía razón, porque no hay duda de los lazos familiares que nos unen con los orangutanes, los gorilas y, sobre todo, con los chimpancés. Ésta es una afirmación que algunos encuentran perturbadora, pero que ha sido confirmada una y otra vez, y que demuestra que la evolución es un hecho irrefutable.

La similitud externa se refleja también en la información genética. La comparación de las secuencias del adn de los chimpancés con el de los humanos ha demostrado que las diferencias que nos separan son menores que un 2% en los genes que codifican para proteínas. Parece una diferencia minúscula, pero es extraordinariamente importante. Ni los chimpancés son humanos que se quedaron a medio camino, ni llevamos oculto un gorila debajo de la piel. No descendemos de chimpancés, orangutanes o gorilas, sino que ellos y nosotros somos primates que compartimos ancestros comunes —lo que resulta extraordinariamente perturbador cuando recordamos el trato que estas especies, que están en peligro de extinción, reciben en circos, tiendas de mascotas y zoológicos públicos y privados.

Es fácil sucumbir a la tentación de creer que podemos explicar el arte, el pensamiento abstracto y la conducta individual y colectiva de los humanos a partir de los rasgos biológicos de otros animales. El origen de la mente humana no se puede entender sino en términos evolutivos, pero hay una enorme carga cultural e ideológica en la aplicación de conceptos como “guerra”, “sociedad”, “jerarquía” cuando se describe el comportamiento de otros primates. La mezcla de compasión, curiosidad y carcajada que nos despierta la contemplación de un simio apenas logra disimular la confusión que nos provoca el vernos reflejados en el espejo de otras especies de primates. La imagen que vemos nos permite reconocer parte de nuestra propia naturaleza —pero hay rasgos que son exclusivos de los humanos, y reconocerlo no significa caer en los laberintos metafísicos de quienes niegan la evolución, sino aceptar, como lo hizo Darwin una y otra vez, que el reconocer que hay preguntas aún pendientes no significa que nunca las vayamos a resolver.

La resistencia de la Gran Bretaña hacia las idea evolucionistas de Darwin fue menos intensa de lo que se suele creer. La situación era muy diferente en los EEUU. “Me ha dejado sorprendido ver el rechazo que la idea del cambio de las especies despierta en algunos sectores de la sociedad y en la prensa estadounidenses”, escribió Thomas Huxley, “y me pregunto si alguna vez las llegarán a aceptar del todo”. Sus palabras fueron proféticas. En 1925 el profesor John Scopes fue conducido ante los tribunales de Tennessee por enseñar y discutir la teoría de la evolución. La situación en Tennessee no era excepcional: en muchos estados del sur de los EEUU existían leyes equivalentes, que muchas legislaturas locales fueron anulando discretamente después del ridículo que atrajeron sobre sí quienes se lanzaron en contra de Scopes.

El escándalo de la derrota de los creacionistas en Tennessee también provocó que muchos personajes y organizaciones fundamentalistas se retiraran de la vida pública estadounidense. Entre 1930 y 1980 los sectores más conservadores de las iglesias protestantes mantuvieron un perfil discreto —pero no se extinguieron. Por el contrario, se reagruparon creando nuevas congregaciones y multitud de iglesias evangélicas, y montados sobre algunas de las instituciones protestantes decimonónicas que los habían precedido, modernizaron su organización y su lenguaje, fortaleciendo sus finanzas, creando escuelas y universidades privadas como la Bob Jones University, fundaron revistas, diarios, cadenas de radio y televisión y organizaron redes de financiación y reclutamiento con las que aumentaron sus seguidores en forma impresionante. Armados con estos recursos, surgieron de nuevo a la luz pública al amparo del proceso de derechización de la sociedad estadounidense que llevó a Ronald Reagan a la presidencia de los EUU, desplazando a muchas de las iglesias y organizaciones protestantes liberales que hasta entonces habían dominado la vida religiosa de los EEUU.

Aunque el creacionismo se presenta como una cuestión religiosa o un debate científico, en realidad es un anacronismo grotesco que responde a intereses políticos de los sectores más reaccionarios de la sociedad estadounidense. Al igual que ocurre entre los católicos, existen iglesias protestantes como la anglicana que poseen una rica tradición intelectual. Sin embargo, el éxito del sector conservador de los evangélicos está basado más en la mercadotecnia y en su alianza con el capitalismo de empresa que en la reflexión teológica. Gracias a las llamadas megaiglesias, los conciertos de rock'n'roll cristiano, y estrategias publicitarias, el pentecostalismo, que comenzó en una modesta escuela rural en Kansas en 1902, se ha convertido en la religión que crece con mayor rapidez en el mundo y se calcula que tiene ahora más de 500 millones de seguidores. Existen más de 140,000 misioneros estadounidenses en todo el mundo y su éxito en Latinoamérica resulta apabullante —entre otras razones, porque no llegan armados de las tradiciones intelectuales y de tolerancia que caracterizan a muchas iglesias protestantes, sino de una intolerancia religiosa que les hace seguir a pie juntillas el Antiguo Testamento negando la evolución. A pesar del muy católico Cristo del Corcovado, ya hay más de 26 millones de evangélicos brasileños, y la oposición a la enseñanza de la teoría de la evolución comienza a ser visible en algunas escuelas y comunidades. Situaciones similares se empiezan a dar en México, Centroamérica y en otros países en el Cono Sur, en donde el flujo migratorio a los EEUU ha aumentado las ligas entre las comunidades locales y los evangélicos estadounidenses. Víctimas de la marginación en una sociedad en donde no existen, los emigrantes mexicanos responden en los EEUU a la labor proselitista de iglesias armadas de populismo ideológico y el conservadurismo intelectual que subyace estas conversiones. Nadie puede disputar su derecho a cambiar de religión, pero preocupa el efecto que el fundamentalismo bíblico pueda tener en la enseñanza de las ciencias y en la salud pública.

Mientras tanto, en los EEUU la situación alcanza absurdos. Hace dos años el American Museum of Natural History en Nueva York organizó una exposición espléndida sobre la evolución pero, como me comentaron los organizadores, no pudieron obtener patrocinadores privados: las grandes compañías no se atrevieron a enfrentar un boicot de parte de los creacionistas. El temor al ridículo no ha frenado al fundamentalismo estadounidense. Hace poco más de un año se inauguró en los EEUU un museo creacionista, en donde se afirma que los humanos compartimos el planeta con los dinosaurios antes de que estos últimos desaparecieran, durante el Diluvio Universal, al no tener cabida en el Arca de Noé. Dioramas y reproducciones plagadas de errores grotescos hacen coexistir, como si se tratara de un programa de Los Picapiedra, a familias de humanos con tiranosauros. Toda la poesía del Génesis bíblico transformada en una vulgar parodia aderezada con catsup y Coca cola light.

Más de 60% de los estadounidenses se declara seguidor de la interpretación literal del Génesis: Dios creó al mundo en seis días, y no hay posibilidad de interpretaciones alternas. Su mera presencia numérica los ha convertido en una fuerza política que pocos se atreven a desafiar. Muy pocos políticos estadounidenses se han osado a enfrentarlos abiertamente, y son pocos los que se declaran abiertamente agnósticos o ateos. Es cierto que en Ohio, Kansas y otros estados se ha logrado frenar judicialmente la enseñanza del creacionismo o de sus variantes, como el llamado diseño inteligente, pero la presencia ideológica y los recursos materiales que tienen a su alcance los han dotado de una enorme fuerza económica para subvencionar colegios privados, becas, congresos, talleres, cátedras e institutos pseudocientíficos. Sus estrategias han cambiado, y el 60% de los evangélicos desean reemplazar con el creacionismo la enseñanza de la evolución.

Al igual que ocurrió con los anglicanos, los presbiterianos y los metodistas, los cimientos del catolicismo no se cimbraron con la publicación del Origen de las Especies. Salvo excepciones puntuales, los exégetas del catolicismo no confunden la realidad con la representación de la realidad, y las Sagradas Escrituras tienen el mismo peso que la autoridad eclesiástica y las tradiciones e interpretaciones de la Iglesia Católica. Aunque el Vaticano está lejos de exigir una interpretación literal del Antiguo Testamento, es igualmente cierto que la Iglesia Católica, a pesar de la rigidez de su estructura jerárquica, está lejos de ser una estructura monolítica. Ello quedó demostrado, por ejemplo, con los intercambios corteses pero firmes entre personajes muy conspicuos, como el cardenal Christoph Schönborn, que se aprovechó de las páginas del New York Times para enunciar los puntos de vista más o menos confusos del Papa Benedicto XVI sobre la evolución, y George Coyne, un astrofísico jesuita que dirigió hasta hace poco el Observatorio Vaticano, y cuya lucidez mostró en forma espléndida que el Espíritu Santo no ilumina con la misma claridad a todos los que pretenden opinar sobre la evolución biológica y la investigación científica.

La rica tradición intelectual de órdenes religiosas como los jesuitas y dominicos contribuyeron al desarrollo del pensamiento artístico, científico y filosófico de muchos países de América Latina, y muchos clérigos mexicanos fueron introductores y difusores de las ideas de la Ilustración y, en su momento, promotores de la Independencia. A pesar de su presencia histórica y de su pasado hegemónico, la iglesia no posee el mismo peso específico en las naciones de cultura mayoritariamente católica. Sin embargo, no deja de sorprender la mezcla de arrogancia, banalidad e ignorancia con la que el Cardenal Sandoval se manifestó, a finales del 2008, en contra del darwinismo. Por ello, a la conciencia del riesgo educativo y científico que representan en distintas partes del mundo la militancia del populismo evangelista, debemos agregar el reclamo del episcopado mexicano por “libertad religiosa”, que la jerarquía eclesiástica interpreta como la posibilidad de impartir educación religiosa en las escuelas públicas, poseer medios masivos de comunicación y libertad para los ministros del culto para acceder a puestos de elección popular. Y, no está por demás recordarlo, cuando el ahora Presidente Felipe Calderón Hinojosa era diputado se manifestó abiertamente por la modificación al artículo 3° de la Constitución, que establece con toda claridad el carácter laico de la educación pública.

Si nos fijamos en el mármol que cubre las escaleras de muchas estaciones del Metro podemos observar los fósiles de moluscos que murieron hace unos 65 millones de años, y cuyas similitudes y diferencias con los ostiones actuales son prueba de su evolución. Los gatos son medio idiotas, pero la conducta de pericos, perros, caballos y simios muestra que la inteligencia tiene una historia evolutiva. Basta ver la resistencia de mosquitos al ddt y otros insecticidas para ver los efectos de la evolución y las consecuencias de la selección natural. Darwin era un hipocondríaco consumado y escribió poco sobre los microbios, pero los efectos de la evolución se confirman cotidianamente en la resistencia de muchas bacterias a los antibióticos, el surgimiento de la gripa aviar en Asia, y en el éxito —y los fracasos— de las terapias con antirretrovirales que se aplican a las personas infectas con el virus del sida. Bacterias, virus y otros patógenos no son ni buenos ni malos. Vivimos en un mundo donde todo cambia, y la extraordinaria diversidad de la vida en el planeta sólo se puede explicar como resultado de un proceso evolutivo.

No me sorprende que en México la mayoría de la población acepte, así sea de manera a veces confusa, la posibilidad de la evolución. El reconocimiento del parentesco que tenemos con simios y primates a menudo es reducido a bromas, pero no causa escándalo alguno. ¿Cómo logran los creyentes, sean católicos, judíos, protestantes o musulmanes conciliar la imagen de un Dios creador con la de la selección natural, que no tiene metas sino resultados? No lo sé, ni me interesa. La libertad religiosa les garantiza, en última instancia, el derecho no sólo a creer sino también a la expresión, pública o privada, de sus dudas, confusiones y tensiones internas —pero nadie tiene derecho a imponer a la sociedad entera sus certidumbres religiosas.

Es cierto que hay una insistencia (fallida) de un sector de la Iglesia Católica que demanda día a día mayor presencia en el ámbito educativo y político (y al que habría que recordarle la frase medieval que afirma que “Rerum irrecuperabilis felix oblivio”, es decir, que la felicidad se encuentra en olvidar aquello que no puede recuperar). Sin embargo, enfrentar a los creacionistas no implica ni debe implicar limitación alguna a la libertad de creencia. La única sociedad en donde todos, creyentes o no, tenemos cabida, es aquella en donde el laicismo sea reconocido como un componente esencial del pacto social que configura a la nación. La teoría de la evolución es parte de esa visión laica, y tiene que formar parte de una educación pública y gratuita. Es cierto que, a diferencia de lo que ocurre en otros países, en México la enseñanza de la evolución biológica no encuentra ninguna oposición ni formal ni subterránea. Sin embargo, hay una serie de factores a los que debemos prestar atención, y que incluyen el que:

  • (a)

    existen pocos centros de enseñanza de nivel superior en donde se enseñe biología;

  • (b)

    los planes de estudios en los distintos bachilleratos y a nivel universitario son desiguales y no todos reflejan el avance de la biología evolutiva;

  • (c)

    hay poca o ninguna coordinación entre los centros de educación superior;

  • (d)

    la enseñanza de la evolución está centralizada (incluso en la UNAM misma);

  • (e)

    no existe coordinación entre la enseñanza de la biología (evolutiva) y las demás ciencias de la vida como la medicina, veterinaria, agronomía y aun la antropología física;

  • (f)

    salvo excepciones puntuales, carecemos de texto propio, y el potencial que tienen los recursos en línea (en los cuales niños y jóvenes se mueven con soltura) permanece desaprovechado, y

  • (g)

    los creacionistas estadounidenses representan un riesgo latente (y probablemente creciente).

Probablemente los riesgos mayores que enfrenta la enseñanza de la evolución en nuestro país (y, en general, el sistema educativo todo), es el de la tendencia a la privatización de educación elemental y superior, que corre paralelo al debilitamiento del aparato educativo nacional, al cual tanto el Estado como la sociedad entera parece hacer caso omiso. El desdén con el que todos contemplamos la forma en que la educación se despeña por niveles de mayor pobreza y descuido institucional es, probablemente, la forma más eficiente de empujar a la sociedad mexicana hacia un suicidio intelectual.

El número creciente de evangélicos fundamentalistas en Latinoamérica, las pretensiones de un episcopado y la actitud de una derecha ensoberbecida nos debe hacer reflexionar sobre la búsqueda de caminos que garanticen la libertad de creencias y de culto, pero que mantengan el laicismo como una condición indispensable para la democracia y para garantizar una educación científica que debe promover, a todos los niveles escolares, el desarrollo de la teoría de la evolución como un componente esencial de la cultura contemporánea. En el reparto de almas, beneficios y responsabilidades, se trata, simplemente, de dar a Dios lo que es Dios, a César lo que es del César y a Darwin lo que es de Darwin.

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