Coincidíamos con frecuencia en los pasillos y escaleras de la Facultad. Cuando veía su figura imponente, que irradiaba paz y disposición por los demás, siempre me acercaba a él para saludarlo. Su inseparable pipa que lo acompañaba me recordaba a mi querido Maestro Don Alberto Urbina, qepd, quien también la aspiraba profundamente como Bob, como sus propios pensamientos, quizá.
En la Facultad por los pasillos, como es natural, es frecuente distinguir a varios de los maestros que entran o salen de las aulas. Pero al ver al Bob, uno se sentía atraído por él, por acercarse y saludarlo. Tenía carisma o "buena vibra" e inspiraba confianza para dialogar. Era la presencia y disposición de un hombre bueno, dispuesto a escuchar y aconsejar.
Su labor como maestro de la Facultad cubría el aspecto más importante y formativo del alumno, e inclusive de muchos otros maestros que escuchábamos sus consejos.
Bob transmitía a través del ejemplo las necesidades de desarrollar actitudes y valores positivos a sus alumnos, más allá de los conocimientos y habilidades indispensables en la formación profesional.
Impartía el curso optativo de Relaciones humanas (¿acaso las relaciones humanas son optativas en la vida?) con la didáctica de sus vivencias propias y anécdotas, lo que confería mayor receptividad a los alumnos que tomaban dichos cursos.
Personalmente recibí de él varios consejos y palabras de aliento cuando, en ocasiones, me percibía “molesto”, quizá por el bajo rendimiento de algunos alumnos. Me transmitió la importancia de mantener la paciencia y tolerancia con ellos.
Era como un “Consejero Espiritual” de los alumnos y maestros quienes lo percibíamos así.
Estaba consciente de que lo importante era preparar profesionales que contaran con una inteligencia emocional capaz de interactuar positivamente con los demás. Su misión formativa era de una gran dimensión.
Cuando los maestros nos encontramos con exalumnos y nos manifiestan que los conocimientos que les transmitimos les fueron de utilidad, nos sentimos satisfechos.
En el caso de Bob, lo que esperaba escuchar de sus alumnos era saber que eran felices, seguramente por sus enseñanzas, consejos y ejemplo como maestro de la vida.
Su partida deja un hueco que será muy difícil cubrir dentro de nuestro Claustro académico.
Te recordaré siempre.
Tu amigo,
Alejandro Anaya Durand
Septiembre 2012