El origen de las aguas minerales naturales se encuentra en los baños termales de las antiguas Grecia y Roma, donde se asocian con un rito social, pero también con una mejora de la salud y del bienestar o con el placer. En el siglo xvi se va perdiendo ese carácter fundamentalmente lúdico, y comienza su reconocimiento oficial gracias al impulso que dan los reyes y la aristocracia de la época a las aguas minerales. Sin embargo, no es hasta finales del siglo xviii cuando se establece la obligatoriedad de los análisis y se comienza a discutir científicamente los efectos beneficiosos o perjudiciales del consumo de las diversas aguas minerales1.
Las aguas minerales naturales se definen como "aquellas bacteriológicamente sanas que tengan su origen en un estrato o yacimiento subterráneo y que broten de un manantial en uno o varios puntos de alumbramiento, naturales o perforados"2. Estas aguas se distinguen del agua potable ordinaria por su naturaleza, caracterizada por su contenido en minerales, oligoelementos y otros componentes y, en ocasiones, por determinados efectos y por su pureza original. Estas características se mantienen intactas debido a su origen subterráneo que las ha protegido de todo riesgo de contaminación.
La composición mineral específica es la que determina las propiedades del agua. En general, puede decirse que todas las aguas minerales facilitan la digestión, porque favorecen la solubilidad de los componentes de los alimentos, y son beneficiosas en los trastornos de constipación o estreñimiento. Además, como es conocido, las aguas con alto contenido de minerales, especialmente calcio y magnesio, contribuyen a una ingesta adecuada de estos micronutrientes3-7. Pero, dependiendo del tipo de agua, se pueden encontrar diferentes acciones específicas1.
Desde mediados del siglo pasado, diversos estudios epidemiológicos han mostrado las asociaciones entre el tipo de agua que se bebe y la muerte por enfermedades cardiovasculares (ECV)8-13. Sin embargo, los ensayos de intervención con agua en humanos son muy escasos. Schoppen et al14,15 han demostrado que un agua mineral carbónica rica en sodio (manantial Vichy Catalán) reduce el riesgo cardiovascular en mujeres posmenopáusicas, mediante una reducción de los niveles de colesterol total, LDL-colesterol, cociente LDL-colesterol/HDL-colesterol, de los parámetros de inflamación o disfunción endotelial sICAM-1 y sVCAM-1 (moléculas solubles de adhesión intercelular 1 y de adhesión vascular 1, respectivamente), y una disminución de las concentraciones posprandiales de los triglicéridos en suero y en quilomicrones. Todas las grasas que se absorben entran en la circulación sanguínea fundamentalmente en forma de quilomicrones, y se sabe que una lipidemia posprandial elevada y prolongada se relaciona con arterosclerosis y ECV16,17. Aunque el agua utilizada en este estudio proporcionó aproximadamente 1g/día de sodio a la dieta, no se observó ningún efecto sobre la presión arterial. Esto podría explicarse porque las participantes en el estudio no tuvieran "sensibilidad a la sal", pero también por la protección de los iones de bicarbonato18.
Otros autores han descrito que varias aguas minerales (la mayoría aguas bicarbonatadas con gas) pueden desempeñar un papel importante en la regulación de los niveles de lipoproteínas en humanos19,20.
También cabe añadir otros mecanismos. Capurso et al21 observaron un aumento del nivel de ácidos biliares en heces y una disminución del volumen de la vesícula biliar en personas hipercolesterolémicas que consumían agua mineral rica en sal. Este efecto también se ha atribuido a la acción combinada de alcalinidad, calcio, magnesio y sulfato, que incrementaría la conversión de colesterol en ácidos biliares y su posterior secreción9. Otros autores han demostrado que un suplemento de flúor a la dieta (12 mg/kg) reducía el colesterol, los triglicéridos y los fosfolípidos séricos en ratas22,23 y posteriormente observaron en hombres una menor prevalencia de ECV y de infarto de miocardio cuando bebían agua rica en fluoruro y magnesio24.
Las aguas bicarbonatadas estimulan el peristaltismo y favorecen la secreción de bilis25. Debido al bicarbonato que contienen, se ha visto en estudios en ratas, que estas aguas neutralizan en parte la acidez del estómago y pasan rápidamente al duodeno donde tienden a alcalinizar, lo que puede influir en la absorción del colesterol26,27. Hay autores que afirman que el consumo de un agua mineral rica en sales mejora el vaciamiento gástrico en personas dispépticas28 y que las que son ricas en magnesio favorecen la motilidad del intestino29.
Tradicionalmente, las aguas duras, ricas en sales cálcicas y magnésicas, se han considerado un factor protector frente a las ECV. Parece que las aguas de este tipo disminuyen el riesgo de isquemia coronaria11 y se ha observado una correlación entre el contenido de calcio de las aguas y los factores de riesgo de ECV más importantes12. También se ha observado que la ingesta de estas aguas ricas en calcio y/o magnesio puede ser beneficiosa para personas que presentan hipertensión arterial30,31. En un estudio de metaanálisis se afirma que un suplemento de aguas ricas en calcio a la dieta reduce la presión sistólica de forma modesta en personas hipertensas, pero no tiene efectos significativos en las normotensas. La presión diastólica no se modificaba ni en personas hipertensas ni en normotensas32. Sin embargo, no está claro si el papel protector se debe exclusivamente a un mineral o a un conjunto de ellos. En este sentido, los contenidos de calcio, magnesio, alcalinidad y sulfato pueden intervenir de forma combinada33.
Respecto al magnesio del agua de bebida, los estudios epidemiológicos muestran resultados contradictorios sobre la relación de este mineral con las ECV y las enfermedades cerebrovasculares. Marque et al34 observaron un efecto protector del magnesio del agua cuando se encontraba en cantidades de entre 4 y 11 mg/l, pero no todos los estudios que han intentado demostrar dicha asociación lo han logrado12,35. Otros autores afirman que la fortificación de agua con cloruro de magnesio puede inhibir la aterogénesis en ratones que presentan deficiencia del receptor de lipoproteínas de baja densidad (LDL)36,37.
Por otro lado, se ha observado que la mortalidad debida a enfermedades coronarias isquémicas en ciudades con una fluoración del agua a niveles óptimos (1,0 mg/l) era inferior si se comparaba con zonas en las que el agua de bebida contenía menores concentraciones del elemento38. Luoma et al24 encontraron que la prevalencia de ECV y el riesgo de infarto de miocardio eran inferiores en hombres que consumían aguas con contenidos elevados de fluoruro y mag nesio.
Otro mineral que está presente en determinadas aguas es el silicio. El consumo de este elemento se ha relacionado también con cierto papel cardioprotector. La relación entre el consumo de silicio y las ECV se estudió en 2 grupos de población finlandesa39 y se comprobó que cuando se incrementaba al doble el silicio en el agua de bebida se reducía a la mitad la incidencia de ECV y, al contrario, cuando se disminuía el silicio del agua aumentaba la incidencia de estas enfermedades, y siempre sin que existieran otros factores de riesgo para el desarrollo de este tipo de patologías cardiovasculares, como consumo de lípidos, alcohol, tabaco, etc. Incluso la idea conocida desde antiguo de que el consumo de aguas duras disminuye la aparición de sintomatologías ateroscleróticas pudiera estar relacionada con el silicio.
Por todo lo comentado, se puede afirmar que ciertas aguas minerales, en función de su composición, pueden ejercer un papel importante en la reducción del riesgo cardiovascular, y ha de considerarse su utilidad como un alimento más de una dieta cardiosaludable. Sería muy importante poder disponer de un mayor número de estudios clínicos para reforzar científicamente determinadas afirmaciones en relación con las propiedades de ciertas aguas minerales.