El pasado 16 de diciembre falleció en Barcelona nuestro amigo Gabriel Rufí a la edad de 57 años. Nació en el "eixample" barcelonés, donde vivió sus años de juventud y cursó sus estudios universitarios en la Facultad de Medicina. Ya entonces, en los años de prácticas en el Hospital Clínico de la calle Casanovas, resultaba evidente su profunda vocación por la medicina y que estaba destinado a ser un clínico del máximo nivel. Su formación como Especialista en Medicina Interna se desarrolló en el Hospital de Bellvitge, coincidiendo su llegada con la apertura de la institución. Era, de hecho, uno de los médicos más antiguos del hospital. Incorporado como médico de plantilla en el año 1977, fue uno de los fundadores de la inicialmente Unidad y posteriormente Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital de Bellvitge, transformándose en un infectólogo ilustre. En esos inicios de la década de 1980, médicos como él constituyeron la base de lo que ha llegado a ser nuestra moderna SEIMC actual.
Era amante de las sesiones clínicas y reuniones científicas, pero no se prodigaba en los grandes congresos. Su escasa afición al transporte aéreo contribuyó sin duda a ello durante bastantes años. Por este motivo, quizás algunos compañeros de otras comunidades autónomas no tuvieron la oportunidad de conocerlo personalmente. No obstante, en sus apariciones esporádicas nos deleitaba con su perspicacia, rigurosidad e ironía. Dentro de la infectología se dedicó especialmente a las infecciones de los pacientes trasplantados, tema de su tesis doctoral y a la tuberculosis, tema en el que llegó a ser un gran experto. Su vida se truncó cuando se hallaba en un período de gran madurez profesional, siendo jefe clínico del servicio, responsable de la unidad de tuberculosis, coordinador hospitalario de la red RESITRA y profesor asociado de la Facultad de Medicina.
Como ya se vislumbraba desde los primeros años, entre sus virtudes destacó la de ser un excelente clínico, dotado de una admirable facilidad para integrar conocimientos y sentido común en la tarea de diagnosticar y tratar a sus pacientes. Era un auténtico estudioso de la medicina y siempre capaz de sacarse algún artículo de la "chistera" ante los casos clínicos más complicados. Le gustaba también la docencia, en especial la que se realiza a pie de cama y durante sus años de profesor hizo gala de una reconfortante heterodoxia. A lo largo de su trayectoria contribuyó a la formación de un gran número de estudiantes y médicos jóvenes, a la vez que se convirtió en un referente para sus compañeros de profesión. Siempre dispuesto a atender cualquier consulta, sus opiniones y consejos eran altamente valorados. En lo personal fue ante todo un gran seductor, querido por todos. Hombre de pocas palabras, entrañable, sus silencios encontraban el cariño y la complicidad de las personas más diversas. El día de su despedida, se produjo en el Hospital de Bellvitge una profunda manifestación vital difícil de olvidar. Como dice la canción, su marcha "deja un espacio vacío imposible de llenar", pero su recuerdo permanecerá para siempre entre nosotros. Descanse en paz.