El estudio de las etiologías de las enfermedades de la Antigüedad es habitualmente un ejercicio intelectual especulativo. Cuando se atribuye una etiología específica a una enfermedad antigua, existe el riesgo de cometer el error metodológico historiográfico del presentismo. La autoridad del investigador, más que el peso de la verdad científica, suele ser la razón por la que el diagnóstico retrospectivo se mantiene en el tiempo.
La gran epidemia que comenzó en 164/165d. C. pudo ser viruela hemorrágica. Claudio Galeno describió los síntomas en su magna Opera omnia, razón por la que se la conoce como peste de Galeno o antonina. La epidemia fue descrita por primera vez en Seleucia (Mesopotamia), pero se desconoce el origen geográfico real. Proponemos que pudo comenzar en el reino de la antigua dinastía Han (actual República Popular de China). La epidemia arrasó todo el Imperio romano. Causó una gran morbididad y una alta mortalidad y se considera una de las principales razones de la caída y destrucción del Imperio romano.
Existe un general consenso respecto a que Marco Aurelio Antonino, filósofo y emperador, padeció esta infección, y que murió a consecuencia de ella el 17 de marzo de 180d. C. en Vindobona, cerca de la actual Viena. Consideramos que no es posible asegurar estos diagnósticos. Por otra parte, la epidemia de los años 189-190d. C., que denominamos de Cómodo, fue probablemente una infección diferente, pues afectó a hombres y animales. En este sentido, tiene más en común con las denominadas peste de Atenas y peste de Justiniano que con la peste de Galeno.
The study of the aetiologies of diseases in Ancient Times is usually a speculative intellectual exercise. When some authors attribute a specific aetiology to an old disease, there is a great risk of committing a methodological error, known as presentism by the modern historiography. The authority of the investigator, more than the weight of the scientific truth, is usually the reason why the diagnosis has remained over the years.
The great epidemic of the years 164-165AD and afterwards, could have been smallpox (haemorrhagic form). Claude Galen, the famous doctor, described the symptoms in several books of his great Opera Omnia. For this reason, it is currently known among the scholars as Galen's plague. The epidemic was described for the first time in Seleucia (Mesopotamia). Until now, the actual geographic origin is unknown. We propose here that the beginning might be the kingdom of the old Han dynasty (now the Chinese Popular Republic). The epidemic swept the Roman Empire, from the east to the west, and from the southern to the northern borders. An immediate consequence of the infection was a high morbidity and mortality. In this sense, Galen's epidemic was one of the many factors that caused the fall and destruction of the Roman Empire.
On the other hand, there is a general agreement among historians, biographers and researchers that the philosopher emperor Marcus Aurelius Antoninus (121-180AD was affected by the infection in the epidemic wave of 164-165AD. The death of Marcus Aurelius occurred on March 17 in the year 180AD, in Vindobonne, or perhaps Sirminium (near to Vienna). Many authors propose that the cause of the emperor's death was the same epidemic. We consider that it is not possible to demonstrate any of those speculative diagnoses. Finally, the epidemic of 189-190AD, that we have named of Commodus, was probably a different disease to the Galen's plague. There were several kinds of animals affected (anthropozoonoses). In this sense, this infection resembles more the previous Athens plague (430BC) or the epidemic of Justinian (552AD) than that of Galen's.
La peste antonina, llamada así por ocurrir en el tiempo del emperador de la familia antonina Marco Aurelio Antonino, es conocida históricamente como peste de Galeno en virtud de que el de Pérgamo fue un testigo excepcional de la misma. Claudio Galeno (130-200d. C.) (fig. 1) fue el médico de Marco Aurelio y de su hijo, y sucesor, Cómodo. La existencia de esta grave epidemia (la clásica e inespecífica voz «peste» es una terminología incorrecta) es un hecho descrito por los historiadores y los escritores clásicos y aceptado por la historiografía moderna. A partir de los años 164-165d. C., el extenso Imperio romano fue arrasado por una epidemia. Causó una alta mortalidad, una ingente morbididad y ha sido considerada por algunos autores como el principal factor desencadenante del declive y la caída posterior del Imperio de Roma. Hoy se resta trascendencia numérica. Se ve como un factor más —sin duda importante— entre los que contribuyeron al desastre del Imperio. La epidemia sigue siendo aún motivo de debate interminable entre los historiadores de la ciencia y también entre expertos de otras disciplinas, como la demografía y la economía1–3 interesados en otros aspectos, pues la disminución de la población condujo a una menor recaudación y, como consecuencia inevitable, a la subida de las tasas, lo que incrementó la huida a otras zonas geográficas1,2,4,5.
En pleno siglo xxi, en una época de pandemia gripal, con la amenaza del bioterrorismo por enfermedades infectocontagiosas (ántrax, viruela) y cuando en el mundo desarrollado se vive una sorprendente epidemia de sarampión, es oportuno revisar la Historia, de la que siempre se puede aprender.
De pestes y plagas mortalesLos textos clásicos y medievales utilizan con frecuencia diversas voces griegas y latinas. Su nexo de unión es la existencia de una gran mortalidad (mortalitas) asociada. No cabe asumir significados que orienten a una etiología concreta. En su excelente análisis del lenguaje de la plaga entre los años 1348 y 1500 (peste auténtica, o infección por Yersinia pestis), Ann G. Carmichael introduce al lector en el tema diciendo que palabras como mortalitas, o la vernacular morìa, o clades (destrucción), junto a pestilent¿a, epidemia y ocasionalmente peste suelen tener un escaso significado6. De modo similar se pronuncia Duncan-Jones7. Los historiadores que intentan describir una epidemia pueden relacionar los síntomas, pero normalmente no le atribuyen un nombre médico específico a la enfermedad; a lo más que se llega es a denominar la catástrofe epidemiológica como enfermedad, plaga, pestilencia o enfermedad polucionante7. Igual sucede con los escritores médicos. Duncan-Jones se refiere a las denominaciones griegas (nosa, loìmos, nosas loìmike) y latinas (pestis, pestilent¿a, lues) como equivalentes a plaga: cualquier enfermedad epidémica que amenaza la vida de la colectividad7. Las palabras, cualesquiera que sean, transmiten un sentimiento de mortalidad a gran escala sin asignar ninguna característica distinta a muerte por enfermedad7. Por tanto, y a modo de introducción a este enrevesado asunto, ya podemos asumir que, referido a la peste/plaga/epidemia, cualquiera que sea la voz utilizada en los textos clásicos y medievales, su significado esencial es afectación de mucha gente y alta mortalidad, sin que se pueda descifrar de antemano la causa última.
El diagnóstico retrospectivo y el error del presentismoUno de los puntos oscuros de la epidemia antonina, como sucede con otras de la Antigüedad (tabla 1), es averiguar la etiología definitiva. Una labor casi imposible. El análisis retrospectivo no permite asegurar al cien por cien la causa verdadera. Se corre el riesgo de caer en el error metodológico del presentismo, es decir, de aplicar los criterios científicos actuales al estudio de las enfermedades del pasado, un defecto criticado por la historiografía moderna8–10. La sintomatología y la semiología de numerosos cuadros clínicos muy similares en su forma de presentación, la carencia de relatos técnicos firmados por expertos coetáneos y la ignorancia de la etiología de las infecciones (era prebacteriológica) son factores que contribuyen a este gran desamparo. No debe extrañar que se adjudique un nombre hipotético a una epidemia remota y que perdure en el tiempo. Este hecho común depende más de la autoridad de quien lo propone que del fundamento basado en datos científicos incontestables.
Principales epidemias de la Antigüedad
Nombre | Escenario | Fecha de inicio | Origen | Causas | Fuentes |
Epidemia de Atenas (de Pericles) | Atenas | 430a. C. | Etiopía | Virus de Ébolaa, viruela/tifus | Tucídides |
Epidemia de Tebas (de Sófocles o del rey Edipo) | Tebas | 431-404a. C. | Atenas | Brucela abortus | Sófocles, Kousolulis et al.b |
Epidemia antonina (de Galeno) | Imperio Romano | 164/165d. C. | Seleucia, ¿China?c | Viruela | Galeno, Dión Casio |
Epidemia de Cómodod | Imperio Romano | 189/190d. C. | ¿Roma? | Desconocida | Galeno, Dión Casio |
Epidemia de Justinianoe | Imperio Romano (Constantinopla) | 541/42d. C. | Etiopía | Yersinia pestis (peste bubónica) | Procopio, Juan de Éfeso, Evagrio, Escolásticof |
Se han propuesto numerosas etiologías en los últimos cien años. La más reciente es la de los arenavirus (Olson P. The Tucydides Syndrome: Ebola Déjà vu? (or Ebola Reemergent). Emerg Infect Dis. 1996;2:1-23). Littmann, en su excelente revisión, y acogiéndose a criterios clínicos, epidemiológicos y a un modelo matemático para el estudio de las epidemias, se apunta a la viruela o al tifus exantemático.
Kousoulis AA, Economopoulos KP, Poulakou-Rebelakou E, Androutsos G, Tsiodras S. The Plague of Thebes, a Historical Epidemic in Sophocles’ Oedipus Rex. Em Infect Dis. 2012;18:153-7.
En realidad no ha pasado a la historia con tal denominación. La denominamos así, aunque muchos autores consideran que se trata de la misma epidemia que comenzó el año 164-165d. C. (peste antonina), porque —en nuestra opinión— debió de ser una epidemia diferente. En este contexto terminológico podría llamarse epidemia de Cómodo por ocurrir en 189-190d. C., es decir, durante el reinado (9.° año) de este emperador (181-192d. C.). Tal denominación permitiría diferenciarla de la previa de Galeno o antonina (por viruela).
Evagrio Escolástico hace una detallada y tremenda descripción de la epidemia que arrasó el Imperio bajo el mando de Justiniano. Según refiere, duró 52 años (542-594d. C.) (Evagrius Scholasticus, Ecclesiastical History (AD431-594), translated by E. Walford (1846). Book 4. Chapter XXIX. Pestilence [consultado 3 Ene 2012]. Disponible en: http://www.tertullian.org/fathers/evagrius_4_book4.htm#12
La epidemia antonina no es una excepción a esta regla universal. No hay duda de su importancia. Cabe preguntar si se ha magnificado por el momento político cuando ocurrió y por las interpretaciones (a veces interesadas) de los historiadores. El problema no fue nuevo. Plinio habla de, al menos, once epidemias en los tiempos de la República, y hay constancia de episodios (plagas o pestes) en 174, 142, 87, 58, 46 y 43a. C.7. Durante el principado, es decir, el tiempo del Alto Imperio desde Augusto (27 a. C.) hasta Diocleciano (228d. C.), hubo episodios epidémicos en 23-22a. C., 65d. C., 79-80d. C. y 90d. C. incluso en el tiempo de Antonino Pío11–14. Según Suetonio, hubo otra epidemia no menos importante (con unos 30.000 muertos registrados en Libitina) durante el otoño del año 65d. C., gobernando Nerón Claudio15. De cualquier modo, la epidemia antonina ocupa un lugar de honor en la historia de las epidemias y empalideció a las anteriores16. McLynn, uno de los biógrafos actuales de Marco Aurelio, señala que la epidemia fue un grave problema sanitario, social, económico y político, tras excluir al entonces muy prevalente paludismo como causa de la misma17.
La viruela, probable etiología. Galeno, fuente de información clínicaSon numerosas y variadas las etiologías propuestas. La opinión más generalizada, y hasta hoy aceptada por la generalidad de los autores6,7,17–24 considera a la viruela (infección por el virus ADN variola, perteneciente al género Orthopoxvirus y familia Poxviridae), en su forma más grave (viruela hemorrágica), como causa de la epidemia. La descripción sintomatológica de Claudio Galeno es la única fuente original citada para la interpretación de la enfermedad. Pero su testimonio (frases sueltas) es tentadoramente impreciso y resistente a un diagnóstico concreto moderno16. Existe una gran dificultad de identificar, en la actualidad, la etiología de esta epidemia16, si bien la citada etiología variólica se apoya en que los siglos segundo y tercero después de Cristo fue el período más probable para el establecimiento del sarampión y de la viruela entre los pueblos mediterráneos16.
Sorprende que Galeno no hiciera una obra específica sobre la epidemia de 164-165d. C. Ni describió la surgida durante el reinado de Cómodo (años 189-190). Galeno utiliza la voz pestilentia en al menos 2 ocasiones y la voz pestis en 2425. Trata el tema de forma parcial, sin muchos detalles, y deja notas salpicadas en varias de sus obras. La dispersión dificulta notablemente el análisis al investigador. Solo parecen preocuparle ciertos aspectos de la infección. Se vuelca más en el aspecto literario de la misma que en el meramente clínico y epidemiológico, siguiendo a Tucídides y su magistral relato sobre la epidemia de Atenas26. Los aspectos clínicos reportados por Galeno21,27 son la presencia de exantema o lesión cutánea (¿ξ¿νημα/exantemata) que cubría todo el cuerpo («totum corpus ulceribus saetebat»), la fiebre pestilente, la diarrea de heces negras que llamó colicuescencia (coliquescentia), los vómitos y el malestar gástrico, el aliento fétido, el catarro y la tos, así como las úlceras mucosas y la gangrena periférica. La sintomatología se resolvía por crisis entre 9 y 12 días tras el inicio del cuadro clínico. Este abigarrado cortejo sintomático puede hacer pensar en otras varias posibilidades.
En otro orden de cosas, cuenta Astruch28 y lo acepta Duncan-Jones7 que, cuando llegó la epidemia, Galeno estaba en Roma, de donde huyó hacia Pérgamo; luego se fue a Esmirna, pero fue llamado por los emperadores (Marco Aurelio y Lucio Vero) y se reunió con ellos en Aquilea (el invierno de 168d. C.). Esta supuesta cobardía, que podría emborronar el prestigio de Galeno, ha sido refutada por Walsh29. Asegura que, si Lucio Vero (coemperador con Marco Aurelio, y su hermano adoptivo por decisión de Antonino Pío) regresó a Roma en marzo del año 166d. C. y la epidemia apareció en la ciudad imperial en la primavera del mismo año, o del 167d. C., Galeno se fue de la ciudad antes de la llegada de la infección. No huía de la epidemia sino que se adentraba en ella. Viajó contra corriente, hacia el este. Por otra parte, el hecho de acudir al frente de batalla contra los germanos, 2 años después, tras ser llamado por Marco Aurelio, invalida la supuesta cobardía del médico. Sea como sea, el deslavazado testimonio de Galeno es la fuente original a donde hay que acudir para hacer una aproximación diagnóstica retrospectiva, asumiendo el riesgo ya citado del presentismo.
Opiniones sobre el origen geográfico de la epidemiaLos historiadores antiguos solían ubicar el origen de las pestes en las zonas calientes de las estribaciones del Imperio, es decir, Etiopía, Libia o Egipto7 (tabla 2). No se sabe a ciencia cierta dónde comenzó la infección. Dión Casio30 asegura que había «peste» en Armenia en el año 164d. C., al norte de Mesopotamia, donde estaban asentadas las tropas del coemperador Lucio Vero. En la biografía de Lucio Vero de la Historia Augusta31 se cuenta un relato legendario ocurrido en Seleucia, la antigua Tell Umar, a unos 30km al sureste de Babilonia (la actual Bagdad). Seleucia era un centro poblacional muy importante (entre 400.000 y 600.000 habitantes), el nudo gordiano de las rutas mercantiles que provenían de Asia, India, Persia y África que comandaba la ruta de la seda. Desde allí se alcanzaba el Gofo Pérsico navegando el curso del río Éufrates. Algo similar relata Amiano Marcelino sin especificar una ciudad concreta32. Luciano de Samosata centró el origen en Etiopía33 y Eutropio en Siria34. En general, los autores clásicos concuerdan en situar el origen en la frontera oriental del Imperio. Por tanto, se puede aceptar como un hecho histórico cierto que la peste antonina estaba presente en Seleucia (Mesopotamia) en el año 164d. C. Desde allí arrasó todo el Imperio de Roma a partir del año 165d. C. Pero ¿fue Seleucia el origen real de la catástrofe, o se inició en otro lugar más lejano?
Diferentes propuestas sobre el origen geográfico de la epidemia antonina (164/5-170d. C.)
Autor | Lugar propuesto | Referencia |
Luciano de Samosata | Etiopía | 33 |
Eutropio | Siria | 34 |
Dión Casio | Armenia | 30 |
Julio Capitolino | Babilonia (Seleucia) | 31 |
Amiano Marcelino | Asia | 32 |
Duncan-Jones | Asia Central | 7 |
Muñoz Sanz | China | Presente trabajo |
A la luz del conocimiento actual sobre numerosas epidemias de diversa etiología se puede especular razonadamente sobre el origen geográfico real. En la época de Marco Aurelio reinaba en la lejana China la dinastía Han del Este (25-220d. C.), continuadora de la dinastía Han del Oeste (206a. C.-24d. C.) y predecesora del periodo de los Tres Reinos (220-280d. C.). Según el libro Weilue35, los chinos llamaban a Roma el reino de Da Quin, situado al oeste del Imperio Anxi (Partia) y al oeste del Gran Mar. Desde la ciudad parta de Angu (la actual Gerrha, en la orilla occidental del Golfo Pérsico), y cuando soplaban vientos favorables, se podía llegar en barco a Haixi (El Oeste del Mar: Egipto), en tiempo variable dependiendo de los vientos. Por tierra se podía llegar también a Wuchisan (Alejandría, en el norte de Egipto). Tras cruzar el río Nilo y bordear la costa (puerto de Cirene), en 6días se podía atravesar el segundo gran mar (Mediterráneo) y llegar al corazón del citado reino de Da Quin (Roma).
Roma siempre quiso comerciar con China. Lo dificultaba la barrera impenetrable del Imperio de Partia, por lo que había que utilizar la ruta terrestre al sur de los partos y al norte de Egipto. La ruta debió de ser muy utilizada. Existían puestos postales cada 12,5km. Los chinos tuvieron noticia de la vía marítima (hacia Egipto, a través del actual Vietnam) mucho tiempo antes de conocer la terrestre. Parece probado que la comunicación por mar existía entre Egipto, Mesopotamia y el río Indo desde unos 2,000años antes del periodo romano. El viaje entre Egipto y China duraba unos 3años. Se hacía en 3grandes etapas. Por tanto, la vieja ruta marítima y la más moderna ruta terrestre (con sus variantes norte y sur) permitían el intercambio comercial de bienes entre el sudeste de Asia y África y el Medio Oriente, el límite oriental del Imperio romano. Es decir, podían transitar las personas, los animales de carga y de transporte y pequeños animales reservorios e insectos vectores potenciales de parásitos, hongos, bacterias y virus.
La región asiática tiene documentadas decenas de brotes de epidemias16, unas de etiología conocida y la mayoría por conocer. En China, en los años previos a la antonina, hubo al menos 14brotes desde los primeros años de la era cristiana (16-179 d.C). Siete de las 11 epidemias del siglo iid. C. ocurrieron entre 160 y 190d. C.7. La localización exacta y la etiología no se conocen36. La epidemia antonina dio la cara por primera vez en los años 164-165d. C. en Seleucia; es decir, existe una relación cronológica entre la epidemia que comenzó en Asia (China) y la surgida en la frontera este del Imperio romano. Esto no prueba que ambas sean la misma7, pero permite buscar una relación causal. Cualquiera de las epidemias asiáticas —gripe, peste bubónica y, por supuesto, la viruela también, y acaso en primer lugar— pudo extenderse con facilidad fuera de los límites del reino Han: las epidemias nunca han respetado las fronteras políticas o geográficas. Por la ruta marítima llegaría a Egipto para desplazarse imparable hacia el norte (por tierra a Siria, Mesopotamia; por mar, al Mediterráneo); o bien tal vez llegó a esta zona geográfica intermedia después de atravesar el reino de Partia a través de las variantes de la vieja ruta terrestre del norte. La ruta parta estaba vedada a los romanos, aunque ya había sido utilizada por los mercaderes muchos años antes. El hallazgo de monedas de los siglos i-ivd. C. en multitud de sitios en India37 prueba hasta dónde llegaron los mercaderes. Por otra parte, la viruela pudo aparecer en China, por primera vez en la historia, proveniente del suroeste asiático, en torno a los años 25-49 d. C.38. O tal vez por el norte, con la invasión de los Hunos, en torno al año 250 a. C.39. Finalmente, se ha podido documentar la presencia en China (año 166d. C.) de un enviado de Marco Aurelio16, lo cual demuestra que existía contacto entre ambas civilizaciones en plena epidemia. También está documentada una epidemia similar en aquellas remotas tierras en la misma época7, amén de las ya citadas antes, en los siglos iiia. C. (250a. C.) y id. C. (25-49d. C.).
Extensión geográfica de la epidemiaEl ejército del coemperador Lucio Vero extendió la infección a Siria40. Con el regreso de las tropas a la península itálica llegó la epidemia a la capital del Imperio (tabla 3). Galeno, recordando a Tucídides y la peste de Atenas, certifica que afectó a la capital. También en la vida de Marco Aurelio, de la Historia Augusta, se asegura la llegada del desastre a Roma41. Autores como Amiano Marcelino32 y Eutropio34, en la misma línea, dejan constancia escrita de que arrasó campos y ciudades, pues llegó a todos los sitios. Un trabajo reciente42 permite suponer que llegó hasta Britania por el oeste. En Gloucester (la colonia romana Glevum), situada junto al río Severn, al sureste de Londres, se halló una fosa común de la época de Marco Aurelio. Los enterrados pudieron morir de peste42. En cuanto a los límites norte y sur, la presencia de afectados en la provincia de Noricum (actual Austria), Eslovenia (parte de Noricum), Rumanía y Moldavia (ambas en la provincia romana de Dacia) permite marcar el límite norte. Por el sur, Egipto fue un foco muy importante. Hay razonable sospecha de que afectó el actual Marruecos y los demás países norteafricanos asentados en la cuenca mediterránea. El hallazgo de 10 piedras, grabadas con una dedicatoria a los dioses y las diosas apoya esto43. Se trata de una oración escrita en latín en 9 de las piedras y en griego en la restante, proveniente del oráculo de Claros, en la costa mediterránea de la actual Turquía. Las piedras inscritas fueron halladas en sitios tan distantes y dispares como Verbovicium (actual Housestead, en Inglaterra, sita hacia la mitad de la muralla de Adriano), Corinium (en la costa de Dalmacia), Cuicul (a 20millas al noreste de Sitifis, en la frontera con la Mauritania Caesarensis, la actual Argelia), Nora (costa sur de Cerdeña), Banasa (Mauritania Tingitana: actuales Marruecos, Ceuta y Melilla), Volubilis (también en la Mauritania Tingitana), Brigantium (cerca de La Coruña, España), Marruvium (Italia) y Melli (actual Kocaaliler, en Pisidia, región al sur-sureste del Asia Menor). Los oráculos ocuparon todo el territorio imperial. Se atribuyen los oráculos a una decisión del emperador Marco Aurelio solicitando la ayuda de los dioses. Hay una objeción a esta hipótesis: la existencia de los oráculos no significa la presencia real de la epidemia. Pudo tratarse, simplemente, del miedo cerval a la misma.
Cronología y lugares más destacados de aparición de la epidemia antonina
Año | Lugar | Comentarios |
164-165d. C. | Seleucia (Mesopotamia) | Primera aparición documentada por los historiadores clásicos |
166d. C. | Roma (Italia) | Viaje de Claudio Galeno a Pérgamo supuestamente huyendo de la epidemia |
167d. C. | Provincia romana de Dacia (Rumanía y Moldavia) | Huida de la población por miedo de la epidemia |
168d. C. | Aquilea (Italia) | Cuartel de invierno. Estaban los coemperadores Marco Aurelio y Lucio Vero, con Galeno |
168-169d. C. | Thmouis y ciudades del Delta del Nilo (Egipto) | Despoblación acusada debida a la huida de la población o muerte por la epidemia |
174d. C. | Puteoli (Italia) | Muerte de numerosos miembros de una asociación de comerciantes |
179d. C.a | Socnopaiou Nesos (Egipto) | Mortalidad brusca. Disminuyó un tercio la recaudación de impuestos en solo dos meses |
182d. C.a | Provincia romana de Noricum (Austria y parte de Eslovenia) | Una familia completa falleció por la enfermedad |
La existencia de la afectados durante los años 179d. C. (un año antes de la muerte de Marco Aurelio) en la frontera sur (Egipto) y 182d. C. (2 años tras su muerte) en la norte (Austria), indica que probablemente aún pudo estar activa la epidemia detectada en Seleucia (Mesopotamia), frontera del este, en 164-165d. C. Este dato va contra la idea de que la epidemia acabara en 170d. C. y va a favor de la tesis de Galeno de que duró 15 años.
La epidemia pudo durar 23 años21, muy por encima de los 15 postulados por Galeno o de los 3-5 años reconocidos por la mayoría de los autores. Hay gran disparidad en el análisis de las consecuencias demográficas, económicas, sociales y políticas de la misma, desde quienes consideran que fue el inicio del declive y caída del Imperio romano44 o la catalogan de crisis apocalíptica17, hasta quienes la perciben como una más20,21,45. Eutropio, que puede ser una de las fuentes donde bebieron los «apocalíticos», relata la importancia alcanzada por el contagio34. La mortalidad pudo ser del 1-2% o hasta del 50%20,21,46,47. El desacuerdo numérico prueba la confusión reinante. No todos los autores tienen en cuenta la concurrencia de otros factores muy importantes: la demografía; el tiempo de duración; el lugar y los colectivos afectados; si fue una sola o fueron varias infecciones coetáneas o secuenciales; la existencia anterior, concordante o posterior de otras calamidades como la hambruna, los terremotos, las inundaciones o la propia guerra; si se habla de campo, de aldeas, de pueblos o de ciudades; y si se trata de población civil o del ejército, entre otras47.
Una infección epidémica suele afectar al 60-80% de la población y matar al 25% de los afectados, por lo que la mortalidad habría sido del 7-10%, entre 7 y 10 millones de muertos21 o de 10 a 18 millones17. Si se limita la mortalidad solo al ejército y a las ciudades, donde había aglomeración de miles de personas, la tasa subiría al 13-15%. Sea como sea, nadie pone en duda que la peste antonina fue una epidemia grave48, pues hizo un importante daño sanitario, económico, político, social y psicológico al Imperio romano del siglo iid. C. Tampoco se duda de que la infección fuera un factor importante, pero no el único, del declive posterior. La crisis de Roma no se produjo solo por las epidemias, sino por otras muchas razones24. La razón epidemiológica, con el enorme cambio demográfico de los siguientes años postepidemia, fue una causa notable de la desintegración del Imperio para los estudiosos más modernos que analizan los aspectos económicos2,49,50. Hay otros aspectos7 de las consecuencias de las epidemias en general más allá de la mortalidad: una crisis del reclutamiento en el ejército; la rapidez del daño (como media, una semana aunque a veces mataba en solo 3días); el perjuicio grave a las clases sociales más débiles (esclavos); la acumulación de cadáveres en las calles y en las casas que no permitía el normal enterramiento y obligó a legislar al respecto; el aspecto religioso (castigo divino); el origen geográfico en el sur/este del Imperio; y la culpabilización de determinados colectivos humanos (chivos expiatorios) por carecer de una explicación médica [científica] razonable en la época.
Marco Aurelio y la epidemia de 164/165-170d. C.Marco [Anio Vero] Aurelio Antonino (121-180d. C.), el filósofo estoico y emperador romano (fig. 2), autor de las Meditaciones, sucedió a Antonino Pío, su padre adoptivo, en el gobierno de Roma. Gobernó entre los años 161 y 180d. C. Es frecuente leer que Marco Aurelio padeció la infección causal de la ola epidémica de los años 164-165d. C., de la cual se recuperó. También se dice que falleció por esta enfermedad en 180d. C. Ni Dión Casio ni los escritores de la Historia Augusta hacen referencia a que el emperador fuera atacado por la epidemia. Tampoco lo dice Galeno. Ni él mismo hace referencia en sus Meditaciones. En el supuesto de haber sufrido la infección, y de ser esta ciertamente viruela, las secuelas cutáneas (sobre todo las marcas faciales) permanentes no habrían dejado duda para la posteridad. Ninguna fuente permite afirmar o sospechar que el emperador hubiera sufrido viruela (en un trabajo de investigación no publicado aún, Patobiografía de Marco Aurelio Antonino Augusto (121-180d. C.), filósofo y emperador de Roma, dejamos constancia de este aserto). Diferentes monedas de la época representan las figuras de Salus, de Esculapio y de Apolo como evidencia de la importancia de la epidemia51. Si, como se acepta, se trató de la forma clínica grave de viruela hemorrágica, difícilmente habría sobrevivido el emperador a tan grave infección. No hay, por tanto, argumentos sólidos en apoyo de la opinión citada. Quienes la defienden o propalan no aportan datos que permitan ser contrastados. Que el emperador sufriera algún cuadro febril puntual no significa que dicha fiebre fuera debida a la enfermedad epidémica. Tampoco hay razones para pensar que una persona con tan delicada salud, si se hace caso a la opinión general de buena parte de los investigadores, estuviera en condiciones físicas de soportar una afección tan grave, de la categoría de la viruela. Galeno cita al emperador Marco Aurelio en varias ocasiones, por ejemplo cuando habla de la theriaca y al relatar la llegada de la peste a Roma y a Aquilea. No dice nada respecto a que el emperador sufriera la enfermedad ni que muriera años más tarde por la misma. La opinión del más cualificado testigo, por su conocimiento médico, por sus alusiones a la enfermedad y por su cercanía al emperador, no permite pensar que Marco Aurelio fuera víctima de la epidemia. Cuesta aceptar el silencio si hubiera ocurrido. Galeno dejó constancia del tratamiento prescrito (gargarismos) para una amigdalitis sufrida por Cómodo52. Si una simple amigdalitis quedó inmortalizada por su mano, qué habría dicho en caso de ver al emperador apestado. Por su parte, Marco Aurelio tenía conciencia del problema que se estaba sufriendo en el Imperio pero usa la voz peste en las Meditaciones metafóricamente53.
La Historia Augusta tampoco dice nada al respecto de la plaga más grande de la Antigüedad, según consideración del biógrafo Birley54; sin embargo, contribuye a la confusión al ponerla en boca del emperador cuando este vive sus últimas horas y dice a los testigos de tan extraordinario momento, inmortalizado al óleo por Eugène Delacroix (fig. 3), que no se preocupen de él, sino de la peste y de la muerte, «que es la suerte común de todos nosotros»41. Pensar en la peste no significa padecerla en las propias carnes. Esta cita, como la de la muerte, cabe entenderla a modo de una preocupación seria de una persona que, además, todavía era el dueño del mundo y cuya obra (las Meditaciones) es un monumento literario sobre la preparación para la muerte55 (fig. 3). El mundo del que se iba de forma irremediable, y al que dejaba gravemente herido por la epidemia y por la guerra. Ni Amiano Marcelino (330/335-400?d. C.)32, ni Eutropio34, ni Luciano de Samosata56 aportan nada al respecto.
La segunda peste (189-190d. C.) o epidemia de Cómodo: ¿una antropozoonosis?La fuente más apropiada para valorar la epidemia de los años 189-190d. C. es Dión Casio57. Su archicitada cifra de 2.000 muertos diarios en la ciudad de Roma en el año 189d. C.57 es la coletilla a la que recurren prácticamente todos los que han escrito con posterioridad sobre el asunto. También refiere un episodio muy extraño, apenas valorado por la historiografía coetánea ni posterior, un hecho que amplifica el misterio: hubo un envenenamiento criminal masivo de la población civil, al parecer ya infectada, usando agujas emponzoñadas. Una suerte de liquidación en masa. Más llamativo resulta saber que, al parecer, un hecho brutal similar también sucedió en tiempos de Domiciano (51-96d. C.)58. Conviene decir que Dión Casio tuvo una cierta afición literaria a las muertes conspirativas y provocadas: atribuyó la de Marco Aurelio a un envenenamiento ejecutado por sus doctores (no Galeno), inducidos estos por el heredero Cómodo. A pesar de la autoridad de Dión Casio, este hecho, de enorme relevancia histórica, no ha sido aceptado por nadie salvo por los guionistas de Hollywood en la película Gladiator.
Sobre la extraña y agresiva epidemia de 189-190d. C., Herodiano no da cifras de muertos pero transmite la idea de su importancia y dimensión59. Además, añade un dato de gran interés epidemiológico: murieron animales, es decir, fue una antropozoonosis, hecho que acerca esta epidemia a otras más que a la antonina, en la que no se ha recogido el dato porque, verosímilmente, no sucedió. Curiosamente, no se dice que la epidemia de Cómodo afectara a la ganadería de cabaña o de establos ni a las aves. El dato de la afectación animal es muy interesante. Permite afirmar que la epidemia del año 189d. C. tiene mucho parecido con la descrita en 550d. C. por Procopio en su Historia de las guerras60. El escritor cristiano Juan de Éfeso, describiendo la misma epidemia en su fragmentaria, apocalíptica y retórica Historia eclesiástica (fragmento 11G)61, dejó dicho que, además de a las personas, también afectó a algunos animales, como sucedió en las epidemias de 463 y 428a. C. descritas por Tito Livio62 y en la de 451a. C. comentada por Dionisio de Halicarnaso63, o la de Tebas, que mereció la atención literaria de Sófocles en su celebrada obra Edipo Rey (Oedipus Rex)64. Herodiano, por su parte, refiere que Cómodo huyó de Roma hacia Laurento aconsejado por sus médicos, y cuenta de las medidas de prevención impuestas por los médicos, quienes intuyeron una posible vía de contagio aérea59. Al final dice que la epidemia continuó a pesar de las medidas y señala, otra vez, la muerte (de hombres y de animales). Para completar el desastre hubo una hambruna, la cual contribuyó a la enorme mortandad de hombres y animales.
La epidemia de 189-190d. C., en pleno gobierno de Cómodo (el noveno año en el poder), fue debida (muy probablemente) a una causa diferente a la antonina, sin restar importancia al papel demoledor y coadyuvante de la hambruna. El interesante hecho de la muerte masiva de diversas especies de animales excluye a la viruela. Fue más parecida a la peste bubónica. De ser cierta la aseveración aquí propuesta, la epidemia antonina no habría durado 23años16 ni 15, como sostuvo Galeno (desde 164-165 hasta el 180d. C.), sino menos (4-5-7 años), es decir, el lustro que va del 164-165 al 170d. C. o algo más (tabla 3). Tampoco es posible asegurar las fechas exactas.
A modo de epílogoEl estudio de las enfermedades del pasado es, en la mayor parte de las ocasiones, un mero ejercicio especulativo. Atribuir una determinada etiología a una epidemia de la Antigüedad corre el riesgo de caer en un error metodológico, el presentismo. Un diagnóstico retrospectivo se suele mantener en el tiempo debido a la autoridad del investigador que lo propone más que a la verdad científica. La grave epidemia de los años 164-165d. C. pudo ser viruela en su forma hemorrágica. La sintomatología fue descrita por Claudio Galeno (de ahí el inapropiado nombre de peste de Galeno), de forma salpicada, en su magna obra literaria, los Claudi Galenii Opera Omnia (sobre todo en el libro Methodus Medendi). La epidemia arrasó todo el Imperio romano, causó una morbididad muy elevada y una considerable mortalidad. Fue unos de los factores que contribuyeron al declive del Imperio. Descrita por primera vez en Seleucia (Mesopotamia), el origen geográfico real se desconoce. Pudo tener su inicio en el reino de la dinastía Han (actual China). Está muy difundida entre los expertos la opinión de que el emperador y filósofo estoico Marco Aurelio Antonino, autor de las Meditaciones, sufrió la infección en la oleada de 164/165-170d. C. También se sostiene que murió por la enfermedad el 17 de marzo del 180d. C. en Vindobona (cerca de la actual Viena) o en Sirmio. No es posible confirmar estas propuestas diagnósticas. Por otra parte, la epidemia de 189-190d. C. (epidemia de Cómodo) fue una enfermedad diferente que la de Galeno. La afectación animal y humana (antropozoonosis) induce a pensar en una etiología más cercana a la posterior epidemia de Justiniano (peste bubónica), o a la muy remota de Atenas, que a la causante de la epidemia antonina (probable viruela).
Conflicto de interesesEl autor declara que no existe ningún conflicto de intereses.