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Vol. 42. Núm. 42.
Páginas 171-174 (enero 2013)
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Reseña del libro
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Benavides C. Antonio
Centro INAH Campeche
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Esta importante publicación fue editada por Ernesto Vargas Pacheco, quien a lo largo de varios años ha ido abriendo ventanas que hoy permiten asomarnos a ese mundo desconocido que las fuentes históricas llaman Itzamkanac (“La segunda casa de la iguana” o bien “La segunda llegada de Itzam”, siguiendo a Otto Schumann). El nombre nuevo de ese antiguo lugar, El Tigre, se debe a que a principios del siglo xx la zona aún tenía jaguares, coloquialmente llamados como si fueran sus primos del Viejo Mundo. El ejido de El Tigre es una comunidad pequeña con un promedio de 200 habitantes.

La estructura de la obra indudablemente tiene que ver con los mayas prehispánicos, no sólo por el tema, sino, creo, también por su arreglo en nueve capítulos. En el primero de ellos el autor nos habla de la ubicación y límites de la provincia de Acalan-Tixchel y de sus pobladores a través del tiempo. Es una región por la que pasaron diversos pueblos, por ejemplo los cakchiqueles, los quichés y los xiúes.

Ernesto Vargas nos hace navegar y caminar por varios parajes del río Candelaria y de su región. Con cierto detalle nos informa de las características del curso flu-vial y de los poblados asociados al devenir histórico de la zona. Cabe aquí comentar la relevancia de la región por haber sido aquella en la que Hernán Cortés dio muerte a Cuauhtémoc, personaje muy recordado en la cuenca del río Candelaria y en cuya memoria existe buen número de referencias. Tras la perspectiva histórica, brinda también un panorama de los trabajos arqueológicos efectuados en el sitio.

En ese mundo de agua en donde los caminos son precisamente ríos y arroyos, el autor también identifica tres provincias chontales: Potonchán, Xicalango y Acalan. De manera general, Potonchán corresponde a la región en la que desemboca el Usumacinta, la zona de Villahermosa y su planicie costera. Xicalango comprende la parte media y poniente de la Laguna de Términos, a donde desembocan los ríos Chumpán y Palizada. Por su parte, Acalan (o “Lugar de canoas”) cubre el sector oriental de la Laguna de Términos, con los ríos Candelaria y Mamantel.

El segundo apartado del libro trata del reconocimiento de superficie en la provincia de Acalan-Tixchel. Con gran tino se describe al río Candelaria como la columna vertebral de la provincia, dado que precisamente ese elemento brinda unidad y vida a la región. Ello ha ocurrido en tiempos antiguos y sucede actualmente con el municipio llamado en su nombre.

Gracias al agua, vivieron y prosperaron los antiguos moradores de varios sectores próximos a las riberas. Los mejor organizados aprovecharon el río y construyeron campos elevados, es decir, una forma de agricultura intensiva. También hay indicios de canales antiguos; algunos incluso reutilizados en el siglo xix para la extracción de palo de tinte y de maderas duras. En este capítulo leemos acerca de los varios sectores que componen la provincia que nos ocupa. Comenzamos con la costa y el papel preponderante jugado por Tixchel, cuyo nombre evoca a la diosa lunar Ixchel.

Luego viajamos tierra adentro a lugares como El Anonal y Chicbul. El primero pobremente conocido y ubicado dentro de un rancho ganadero. Chicbul con nueva población y aún por investigarse.

Las partes media y baja del río Candelaria son también zonas dignas de atención, en donde aguardan para ser mejor conocidos los vestigios de Machetazo y Pozas de Ventura. Varios otros asentamientos localizados en esa parte del Candelaria son Salto Grande, Paso Real, Chechén, Conquista Campesina y La Vuelta del Pital. Por lo que toca al alto Candelaria, Itzamkanac fue su capital o corazón político-económico. En esa parte del río otros sitios registrados son Cerro de los Muertos, La Tolva, Las Campanas, Los Pocitos, Salto Ahogado, El Pulguero y Pejelagarto.

Por su parte, el río Caribe se une al San Pedro y forma el Candelaria. Sobre el margen del Caribe hay 12 zonas arqueológicas conocidas, el asentamiento más grande es Santa Clara. En las orillas de otro río, San Pedro, se han registrado 18 sitios arqueológicos. San Román es el más grande, y otros son La Esmeralda, Laguna Fangosa, Paso Madera, Corozal, El Limón, Mundo Nuevo, El Cayucón y Ramonal.

El tercer capítulo está dedicado al sitio prehispánico de Itzamkanac, para el que se ha planteado una extensión promedio de 5km² y los trabajos de prospección han registrado poco más de 1 700 estructuras. Además de la arquitectura monumental, El Tigre contó con estelas y esculturas oficiales de gran tamaño. Lamentablemente estos elementos fueron robados o han sido fuertemente dañados.

El cuarto apartado del libro es un buen resumen de las varias operaciones de excavación y consolidación de la Estructura 1. Este nombre es engañoso, pues por Estructura 1 debemos pensar en un conjunto arquitectónico de grandes dimensiones en donde se han intervenido tres escalinatas, un basamento piramidal y su templo, cinco plataformas, cinco altares y un palacio habitacional. Las excavaciones se efectuaron en distintas temporadas entre 1995 y 1998, exhumando la olvidada arquitectura, los fragmentos de cerámica, los artefactos de piedra y algunos entierros.

En el sector noreste de la Estructura 1 los excavadores encontraron una construcción de varios niveles y aposentos a la que denominaron Palacio Habitacional, es decir, una serie de espacios que sirvieron como viviendas para algún grupo de élite. Es interesante que ahí se registraran algunos elementos arquitectónicos Río Bec. Ello demuestra que debemos reconsiderar la existencia de una forma de construir a más de 100km al poniente de lo que se ha señalado como el núcleo de la región Río Bec.

Gracias a esa labor de varios años y al mantenimiento posterior hoy tenemos ideas más claras de cómo fue el asentamiento de Itzamkanac y de los elementos hallados por los especialistas. De hecho, hoy El Tigre es un sitio abierto al público, con una visita anual promedio de 4 500 personas. Otro conjunto arquitectónico intervenido bajo la dirección de Ernesto Vargas es la Estructura 4 (también con edificios que muestran elementos riobequeños). Ello ocurrió entre 2004 y 2005.

Pasamos ahora al quinto capítulo de la obra, escrito por Ernesto Vargas y Blanca Zoila González. Aquí se nos informa sobre los antiguos habitantes de Itzamkanac. Los materiales óseos recuperados son mostrados en fotografías y dibujos con sus respectivos contextos arqueológicos. Se trata de 12 entierros humanos, la mayoría concentrados en el sector noreste de la Estructura 1. No todas las osamentas se hallaron completas. Hubo cuatro masculinos, siete femeninos, dos infantiles y uno no fue identificado. Se registraron entierros individuales, colectivos, extendidos, flexionados; también cráneos aislados con huesos largos. Por lo tanto, no hay un patrón definido.

El sexto apartado lo debemos a Mónica Vargas Ramos, quien se refiere a la conservación y restauración de los mascarones modelados de estuco, otro elemento que distingue y caracteriza a la zona arqueológica de El Tigre. La aplicación de hidróxido de bario para procurar la conservación de los estucos de El Tigre es una nueva mane-ra de atacar el viejo problema de ese delicado material prehispánico. Los resultados deberán evaluarse a futuro, pero aparentemente hay buenas noticias. Para impedir la incidencia solar directa y el efecto de las lluvias los mascarones también fueron cubiertos con techos especialmente construidos.

El séptimo capítulo fue elaborado por Angélica Delgado Salgado y trata del análisis de los materiales cerámicos recuperados en las varias temporadas de campo efectuadas en El Tigre. Utilizó el sistema tipo-variedad, que permite identificar los fragmentos, compararlos con los de otros sitios, hablar el mismo “lenguaje” con otros estudiosos de la cerámica y establecer marcos cronológicos. La especialista trabajó con más de 53 000 tepalcates y buen número de piezas enteras o casi completas. Algunas de estas vasijas fueron de grandes dimensiones, como es el caso de las encontradas en la Plataforma 1E. La publicación nos muestra ejemplos de muchos de los tipos cerámicos identificados. También se documentaron las figurillas, algunas de las cuales se usaron como silbatos. Encontró materiales que pueden ordenarse cronológicamente desde varios siglos antes de nuestra era hasta el siglo xvi.

En resumen, El Tigre tuvo tres grandes momentos de ocupación: el primero durante el Preclásico Tardío; el segundo en el Clásico Terminal, cuando tuvieron lugar grandes remodelaciones y aumentos notables en los volúmenes de los edificios; el tercero durante el Posclásico Tardío, revitalizado por la llegada de los magtunes al sitio. No obstante, en 1557 los indígenas fueron trasladados a Tixchel.

Las ofrendas de piedra trabajada de Itzamkanac fueron de sílex, obsidiana, caliza y basalto. Su análisis conforma el capítulo ocho, elaborado por el editor del volumen y Angélica Delgado. Resalta el número de cuchillos de sílex o pedernal, que por lo visto fueron objetos preferidos para depositarse como ofrendas en diversos contextos. Aquí apreciamos algunos de los elementos líticos presentados en el libro. Llama la atención el gran hallazgo de la ofrenda localizada en la esquina noroeste de la tercera escalinata de la Estructura 1. Asociados a una caja de cerámica había 18 objetos de pedernal, la mayoría piezas excéntricas y cubiertas de un pigmento rojo o hidróxido de hierro.

Como autores del último capítulo tenemos a Raúl Valadez, Bernardo Rodríguez y Mónica Gómez. Ellos analizaron los restos animales recuperados en el sitio y su relación con los antiguos habitantes. Venados de dos especies, perros y pavos ocelados constituyen el 60% de la fauna colectada. Otros animales registrados en el inventario fueron conejos, coatí, agutí, pecarí, patos, halcones, tortugas terrestres, tortugas marinas, algunos peces y moluscos.

El libro Itzamkanac, El Tigre, Campeche. Exploración, consolidación y análisis de los materiales de la Estructura 1 tiene, además, una amplia bibliografía que respalda las contribuciones que integran a la obra. No sólo es una publicación que ilumina la historia antigua de una ciudad desaparecida, sino también una nueva aportación al mundo maya y a Mesoamérica.

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