Mary Miller cuenta en el prefacio del libro reseñado que cuando, en 1978, se acercó a Tatiana Proskouriakoff para comentarle que pensaba realizar una investigación sobre Bonampak, la distinguida mayista le señaló que al respecto ya todo “estaba hecho”, que mejor eligiera otro tema. Y es probable que todavía hoy algunos piensen que sobre esta ciudad maya y sus extraordinarias pinturas ya se ha dicho todo. Nada más alejado de la realidad. Este maravilloso libro, precisamente lo que nos muestra es que nunca se dirá suficiente, ni habrá los suficientes estudios que abarquen la compleja y dinámica historia que se esconde detrás de la ciudad de los muros pintados. Por lo tanto, siempre hay que celebrar la publicación de investigaciones como la que ahora reseño, en tanto que son formas de dar luz, de alumbrar puntos oscuros, y ofrecer distintas y novedosas posibilidades de enfoques a antiguas interpretaciones, al mismo tiempo que descubren nuevas cosas que nos hablan de una civilización en ocasiones tan remota, y a veces tan actual.
Así, para introducirnos al estudio, las autoras literalmente pasean al lector por la mente de los artistas mayas para tratar de contestar preguntas como ¿qué conceptos y principios regían el diseño y el programa estético de estos artífices?, ¿cómo planeaban y ejecutaban sus obras?
Después, una vez explorado este universo de creadores, Miller y Brittenham nos llevan de la mano a lo largo de la historia misma de los murales, de su secuencia narrativa y de la relación entre las imágenes y los textos (que se han vuelto inteligibles a partir de los trabajos epigráficos), que nos permiten asomarnos, entre plumas de quetzal e instrumentos musicales, como visitantes extraños, ajenos y curiosos, a la vida de una de las cortes reales mayas del periodo Clásico.
El tiempo, el movimiento y las escenificaciones son el eje central de las representaciones plásticas, plasmadas en los muros, por lo que ninguna explicación de la narrativa contenida en las imágenes es sencilla. De ahí que señalaré, de todo el trabajo de análisis que presentan las autoras del libro, sólo algunos rasgos, detalles y momentos inmortalizados en el tiempo por la diestra mano de los artistas mayas.
Así, al entrar al famoso “Cuarto de la batalla” en el que se entrelazan en fiera lucha más de 100 individuos, podemos prácticamente oír los ecos de la dramática confrontación y conmovernos con la escena de la victoria, que ocupa un lugar central, y en la que apreciamos a Yajaw Chan Muwaan junto con 28 personajes más, haciendo evidente su poder en la cima de las escalinatas sobre las que sufren y yacen nueve cautivos. ¿Quiénes son estos prisioneros?, ¿qué les sucede?, ¿por qué sólo en este recinto es clara la figura del afamado soberano?, son algunas interrogantes que siempre ofrecerán respuestas interesantes.
Cuando nos trasladamos al primer cuarto, el sentido de la ejecución o el performance del momento (como lo llaman las autoras), que es común a los tres recintos, aquí adquiere un tratamiento distinto: el baile, la música y el ataviarse y prepararse para el ritual cobran un significado mayúsculo. Y es entre complicados atuendos, tocados, máscaras y bajo la sombra de los parasoles, que recorremos el recinto al compás de los instrumentos que la procesión de músicos expertos hace sonar. En la parte superior, diez señores, que forman por lo menos dos grupos, sostienen una amena conversación ante la mirada de un pequeño sostenido en brazos. Aquí (en palabras de las autoras) el tiempo se desdobla, es decir, simultáneamente pasa y está por venir, y se enfatiza el sentido del presente, a diferencia del cuarto dos, donde el tiempo llega a su fin con la muerte.
En las interpretaciones de Miller y Brittenham, somos testigos de danzas escénicas y de la muerte en la tercera habitación, donde la arquitectura, una magnífica pirámide de ocho niveles, es el personaje central en la representación. Al pie de ésta se desarrollan escenas donde participan individuos que portan complejos y ricos atavíos. Son ellos precisamente quienes interpretan danzas de la muerte cuyos ecos aún reverberan entre los muros, y que se acompañan con sacrificios de ofrendas de sangre, como los de las mujeres inmortalizadas en una de las paredes laterales.
Las autoras cierran el libro con un capítulo dedicado al arte y a la política. Tal como ellas señalan, los murales de Bonampak han sido usados muchas veces como un documento que habla de las circunstancias políticas del momento, pero lo que por lo regular escapa a la atención de los investigadores es la manera en que la forma y la representación mismas pueden reforzar, o incluso generar, una retórica política, aspecto en el que hace énfasis este estudio. Hay otras preguntas que también se formulan: ¿Qué pasó con el arte en el colapso maya?, ¿qué sucedió con los artistas, y con las elites gobernantes cuando se desintegraron los señoríos del Usumacinta?, ¿qué pasa después?
Habrán notado que prácticamente no he hecho aquí el recuento del contenido del libro, más bien he formulado las interrogantes que subyacen en este trabajo. Bástenos eso por ahora, para entusiasmarlos a la lectura y prepararlos para el gozo estético que significa hojear esta obra; bástenos dejar planteadas estas cuestiones que se intentan abordar a lo largo del volumen, en un texto de ágil lectura y enorme profundidad, que denota años de investigación, análisis y reflexión. Cabe señalar que el trabajo de síntesis, erudito y exhaustivo, en ningún momento estorba o empaña la belleza de las extraordinarias imágenes, tanto las que están insertas en el texto como las del increíble y útil catálogo, las cuales, muchas veces, hablan por sí solas. El análisis está presentado de tal forma que introduce al neófito en un mundo de colores y formas cargadas de contenidos y significados, y permite al experto, de la misma manera que sucede cuando se vuelven a ver antiguas fotografías, apreciar y descubrir nuevos matices y atisbos, en este caso, de la compleja cosmovisión maya plasmada en los tan conocidos muros donde las pinturas reviven, cada vez que se les mira, con su color y movimiento.
Quisiera, para terminar, citar aquí las atinadas palabras que dedicó Andrea Stone al libro: (dice, palabras más, palabras menos)
Puedo decir sin reservas que este libro está destinado a convertirse en una referencia clásica para futuros investigadores que aborden el papel privilegiado de las imágenes en la políticamente cargada atmósfera de los reinos mayas del Clásico Tardío. Justo, tal y como las autoras alaban los murales de Bonampak como “trabajos de síntesis” de su era, este libro, en sí mismo, es un tipo de culminación magistral de más de treinta años de compromiso con estas pinturas, por parte de Mary Miller. Esto nos llega a través de la lectura íntima y cercana de los murales, descritos en una prosa elocuente y por momentos apasionada, obviamente resultado de una profunda y familiar inquietud intelectual. El libro ofrece discusiones teóricas acerca del arte maya, concernientes, por ejemplo, a la construcción de una retórica narrativa y política, así como decisiones del quehacer artístico que son por demás originales y que establecerán puntos de referencia en el campo de conocimiento. La publicación de cientos de ilustraciones servirá como una fuente de nuevos datos para trabajos futuros sobre arte maya.
No puedo estar más de acuerdo con este texto de Andrea Stone, que intenta sintetizar el contenido y las virtudes del libro en cuestión, en el que las investigadoras permiten que escuchemos las voces de los mismos mayas a quienes dejan hablar con sus propios textos, que poco a poco recuperan su sonoridad, y con sus propias imágenes, reflejo de una visión del mundo particular, que conservan sus cánones estéticos y sus convenciones plásticas particulares. Podría seguir así, tratando de describir el libro objeto de reflexión, pero lo cierto es que ninguna de las cosas que se digan le harán justicia a la cuidada edición, a la calidad y riqueza de las imágenes, a la atención puesta en los detalles… en pocas palabras, a su belleza.