Álvaro Matute fue editor de Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México entre 1976 y 1998, época en que se publicaron 14 números de la revista. Su insospechada y súbita partida el 12 de septiembre pasado nos dejó faltos de la prudencia, del sosiego y de la cotidiana presencia del maestro en el Instituto de Investigaciones Históricas, en toda la universidad y en esta revista en que colaboró con casi 40 textos entre artículos, reseñas y comentarios. Sirvan las siguientes líneas para recordarlo.
No tuve la dicha de ser discípulo de Álvaro Matute. En la precisa y jerárquica jerga universitaria, el discípulo ocupa un exacto escalafón entrañable. Compartiré estas modestas líneas desde los ángulos del alumno, del colega y del lector y me valdré con abusiva frecuencia de lo que han dicho aquellos que sí fueron sus discípulos y a quienes tengo la fortuna de conocer muy de cerca. Hace casi 20 años Matute fue mi profesor de Filosofía de la Historia en la licenciatura en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras que fue, junto con Históricas, su casa. En un grupo numeroso, pero penosamente apático, Matute sacaba a tirabuzón participaciones sobre Hegel o sobre Walsh en el monacal horario de las 8 de la mañana.
Aunque por afortunadísimas coincidencias familiares yo lo conocía con anterioridad, fue en el salón 201 de la facultad en donde comencé a entender, gracias a las metódicas y pacientes lecciones de Matute (a sus gestos, a sus anécdotas y a sus chascarrillos), que podía articularse una manera de concebir la totalidad del devenir histórico y que eso, además de ser un objeto de estudio en sí mismo, era necesariamente formativo. Con la mirada transparente y por lo común fija en las islas de Ciudad Universitaria que veíamos iluminarse los martes y los jueves, Matute nos enseñaba a pensar históricamente. Se dice fácil. Con la constancia y el rigor de quien conoce con claridad las altas metas que persigue, nos transmitió —como escribió Rodrigo Díaz— «el amor por el conocimiento, por el trabajo, por la historia y por la vida, que para él eran una sola cosa»1.
Matute fue un historiador erudito. La elegancia que distinguió su porte también modeló su escritura. Cultivó con curiosidad infantil, con imaginación literaria y con cultura desbordada el delicado placer de recrearse en las minucias y los significados. De ningún modo me considero autorizado para sopesar la prolífica obra de Matute y quizá este no sea el espacio y el momento adecuados para ello. A los sustanciosos estudios con que contamos sobre el universo «matutiano», se habrán de sumar coloquios, artículos, tesis y publicaciones diversas que analicen con la debida calma y el rigor necesario los derroteros que trazó la pluma del maestro. Baste por ahora con señalar que Matute fue un insaciable explorador de ideas, de fenómenos, de creencias, de lenguajes, de conciencias y de «ideologemas». Sus intereses fueron amplísimos y diversos (que no dispersos), y podrían englobarse en cuatro ámbitos: la Revolución mexicana; la historiografía moderna y contemporánea de México; la teoría de la historia; y la política, la educación y la cultura en y de México. Matute historió los hechos y los dichos sobre el poder y siempre halló la manera de vincular o anclar esas inquisiciones en reflexiones conceptuales o teóricas de gran calado2.
En una entrevista que le hizo Alexander Betancourt, Matute admitió que, andado el tiempo, la Revolución —concebida como un gran contexto histórico paralelo al desarrollo de una historia y un pensamiento historiográfico altamente significativos— le sirvió para analizar figuras, movimientos, tendencias3. Adentrado en el proceso revolucionario, Matute pudo palpar la diversidad regional y la naturaleza de los espacios históricos en que ese proceso cobró formas distintas y complementarias. La Revolución (que Matute traía en la sangre), le permitió otear las generalidades de un amplio proceso histórico a través de la «universalidad de lo local».
«Matute era un señor [escribió don Adolfo Castañón]. Un noble. Un hombre bueno. Inteligente. Discreto. Elegante. Nariz recta, bigote bien cortado, pelo negro, mirada penetrante. En mi imaginación se me presentaba como un almirante o capitán de barco. Irradiaba serenidad. Parecía un personaje salido de una novela de Joseph Conrad. Capitán de navíos que hubiese atravesado los siete mares de la historia. Un marinero intelectual familiarizado con el mar mediterráneo de la Antigüedad clásica y con el océano del pensamiento histórico moderno»4.
Matute fue ducho historiógrafo. Supo incitar en sus alumnos y supo plasmar en su obra la necesarísima y cada vez más escasa agudeza del análisis historiográfico. «¿Qué leemos cuando leemos un libro de historia?»: recuerda Pedro Salmerón la pregunta rectora de los cursos de historiografía del Dr. Matute; quién es el autor, cuál fue su posición y sus intereses en un contexto preciso, cuál su método y sus mecanismos para fundamentar sus afirmaciones y, tras esas cuestiones básicas, la comprensión del historiador y del pasado5. Coincido plenamente con Rebeca Villalobos en la apreciación de que las célebres antologías que preparó Matute La teoría de la historia en México (1940-1973), El historicismo en México y Pensamiento historiográfico mexicano del siglo XX: la desintegración del positivismo (1911-1935)), constituyen, con sus respectivos estudios introductorios, referencias obligadas y fecundas invitaciones al ejercicio crítico y reflexivo del análisis historiográfico.
Y con el historiógrafo, el historicista. Como Vico y Boturini, Matute intentó explicarse y explicarnos el mundo histórico. Nunca perdió el sutil hilo que une historia, pensamiento y vida y por tanto —en palabras de Rodrigo Díaz— fue consecuente con la «necesidad de reconocer el pasado como componente del presente y no como algo ajeno y externo a la vida»6. Prohijó la historia como una suerte de género literario dotado de rigor científico que nos permite acercarnos al mundo, liberándonos, como dice Díaz, del peso del pasado pero «no a través del olvido sino de una memoria al servicio de la vida». Y sigo con Díaz: «Para Álvaro Matute, el pasado se relaciona con el presente en la forma de una revaloración crítica y consciente del acontecer que fue. No sirve, pues, para prever ni para condenar, y tampoco como verdad absoluta y desinteresada, sino para modular nuestras posibles respuestas ante el presente»7.
Y al historiador, al historiógrafo, al historicista, podríamos agregar el historiólogo, como Matute llamó a O’Gorman a partir del término acuñado por Ortega y Gasset para nombrar a quien cultiva la escritura de esa historia en que convergen la reflexión sobre la disciplina y el análisis de los objetos de investigación8.
Diplomático en Roma, miembro del Seminario de Cultura Mexicana, cronista, bibliófilo y bibliógrafo, documentalista de alcances filosóficos, lector incansable, reseñista disciplinado y metódico, editor y, en fin, dignísimo epígono de don Ernesto de la Torre fue, como él, enciclopédico y universalista insaciable; zorro y erizo; perseguidor de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello. Clásico. Caballero del espíritu. Universitario y académico. Y es que no todos los universitarios son académicos ni, menos aún, todos los académicos son universitarios. Matute fue a carta cabal uno y otro, y lo fue en todos los sentidos de ambos términos incluidos los más precisos: perteneció a la Universidad y a las Academias (de la Historia y de la Lengua, si bien esta última ya no alcanzó a beneficiarse de su palabra).
En efecto, desde los sesenta en que se convirtió en alumno de la Prepa 5, ingresó en la Universidad para no salir jamás. Y si en la prepa fue modelado por los creativos ingenios de Margo Glantz o de Héctor Azar, en Filosofía y Letras pasó por las envidiables enseñanzas de Juan Ortega y Medina, Eduardo Blanquel, Josefina Zoraida Vázquez, Jorge Alberto Manrique, Francisco de la Maza, Ida Rodríguez, Justino Fernández, Pedro Rojas, Ernesto de la Torre y Carlos Bosch. Pero en realidad y como todos sabemos tuvo un maestro: Edmundo O’Gorman, de quien procuró (en palabras del propio Matute) «la sensibilidad de saber que la historia es una concepción discursiva y a su vez un basamento teórico-filosófico»9.
Bien dice Leonardo Lomelí que en pocos universitarios como en Álvaro Matute se logra tan delicado equilibrio entre la docencia, la investigación, la difusión de la cultura y la participación institucional. Alto funcionario, divulgador generoso, eterno profesor, Premio Universidad Nacional y Premio Nacional de Ciencias y Artes, investigador emérito, Matute concentra una trayectoria modélica en que se cifra todo aquello que, orondos, sintetizamos con la palabra Universidad, así, con mayúscula.
Sintetiza con tino Rebeca Villalobos: «El estudio de la filosofía de la historia, el ejercicio del análisis historiográfico o la constante reinterpretación de la política, la cultura y las instituciones mexicanas, no se clausuran ante su irremediable pérdida, antes bien, sus enseñanzas nos compelen a plantear nuevas preguntas acerca de estos temas; nos obligan a problematizar la manera en que accedemos al pasado y nos inspiran a imaginar formas vivas y sugerentes para transmitir el conocimiento que producimos. El ejemplo que nos deja, como investigador y maestro, nos ayuda a reivindicar la importancia social de las humanidades en general y de la historia en particular. Sus intereses intelectuales, sus preocupaciones y sus filiaciones filosóficas (sobre todo el historicismo que siempre profesó), lejos de morir con él, trascienden y se renuevan a través del ejercicio cotidiano y creativo del quehacer historiográfico»10. A este puntual recuento de tareas yo agregaría dos consignas del maestro, una profesional y otra existencial. La primera: no escribir únicamente para los colegas y recuperar al público lector creándole la necesidad del conocimiento histórico bien logrado. La segunda: profesar la historia como compromiso vital y como creación responsable y fundada de respuestas presentes, actuantes y, en una palabra, vivas.
No podría estar más de acuerdo con Leonardo Lomelí cuando asegura que Matute «tuvo el don de tocar con su sabiduría y su generosidad la vida de muchas personas que gracias a él, somos mejores historiadores y universitarios»11.
Discreto hasta en la muerte, Matute nos deja profundamente tristes y un tanto huérfanos. Al día siguiente de su partida, Nexos convocó a muchos de sus alumnos y colegas a escribir breves recuerdos del maestro. En todas las evocaciones se percibe genuina gratitud. Algunos términos se repitieron con pasmosa insistencia en todos los testimonios: generosidad, compromiso, elegancia, mesura, honestidad, tolerancia, sensibilidad, coherencia, responsabilidad. En sintonía, concluyo estas líneas con lo que ahí publicó Rodrigo Díaz: «Me considero discípulo de Álvaro Matute. No poseo, sin embargo, ni su bondad, ni su generosidad, ni su sabiduría e inteligencia. Pero gracias a él sé cómo lucen, porque las he visto, las más altas virtudes de nuestro oficio»12.
Descanse en paz, maestro.
Bibliografía generalMatute, A. (1974). Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de Vico. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas.
Matute, A. (1980). La carrera del caudillo. México: El Colegio de México.
Matute, A. (1995). Historia de la Revolución mexicana 1917-1924. Las dificultades del nuevo Estado. México: El Colegio de México.
Matute, A. (1999a). El Ateneo de México. México: Fondo de Cultura Económica.
Matute, A. (2005). Aproximaciones a la historiografía de la Revolución mexicana. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas.
Matute, A. (2014). Cuestiones de historiografía mexicana. México: UNAM, Facultad de Filosofía y Letras.
Algunas de sus obras más representativas son: Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de Vico (México, IIH-UNAM, 1974); La carrera del caudillo (México, El Colegio de México, 1980); Historia de la Revolución mexicana, 1917-1924. Las dificultades del nuevo Estado (México, El Colegio de México, 1995); El Ateneo de México (México, Fondo de Cultura Económica, 1999); Aproximaciones a la historiografía de la Revolución mexicana (México, IIH-UNAM, 2005) y Cuestiones de historiografía mexicana (México, FFyL-UNAM, 2014); además de numerosos artículos y capítulos.
…Esto no quiere decir que la historia nos indique el camino a seguir. Su misión es mucho más modesta: si algo nos enseña la historia, desde la perspectiva de Matute, es que los seres humanos siempre han tenido la posibilidad de encontrar, aún dentro de las circunstancias más difíciles, un camino que permita la vida (buena o mala, según sus elecciones) y que nosotros, en el presente, también poseemos esa posibilidad. Si hacemos lo correcto, es decir, si tomamos nuestras decisiones dentro de los parámetros de la tolerancia y la honestidad, tal vez logremos que nuestra vida valga la pena de ser vivida.”