covid
Buscar en
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México
Toda la web
Inicio Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México El padre Jiménez, Enrico Sampietro y La Causa de la Fe
Información de la revista
Vol. 51.
Páginas 93-111 (enero - junio 2016)
Compartir
Compartir
Descargar PDF
Más opciones de artículo
Visitas
2887
Vol. 51.
Páginas 93-111 (enero - junio 2016)
Artículo original
Open Access
El padre Jiménez, Enrico Sampietro y La Causa de la Fe
The priest Jiménez, Enrico Sampietro, and La Causa de la Fe
Visitas
2887
Mario Ramírez Rancaño
Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
Este artículo ha recibido

Under a Creative Commons license
Información del artículo
Resumen
Texto completo
Bibliografía
Descargar PDF
Estadísticas
Resumen

Después de los arreglos del conflicto cristero en junio de 1929, muchos católicos no los aceptaron y se mantuvieron en pie de lucha. Entre ellos destacó el sacerdote José Aurelio Jiménez Palacios, quien fue acusado de haber bendecido la pistola utilizada por José de León Toral para asesinar a Álvaro Obregón. En 1932, el sacerdote fue capturado y enviado a purgar su condena en el penal de Lecumberri. Sus correligionarios crearon una sociedad secreta llamada La Causa de la Fe con la intención del liberarlo. Llegado el momento, el sacerdote no quiso fugarse y los dirigentes de La Causa de la Fe liberaron a Enrico Sampietro, un falsificador de papel moneda de fama internacional. Así, mientras que una parte de los católicos aceptaron las directrices fijadas por el episcopado, otros invadieron los terrenos delictivos y criminales.

Palabras clave:
Sacerdotes
Sociedades secretas clericales
Movimiento cristero
Fuga del penal de Lecumberri
Segunda Guerra Mundial
Abstract

After the end of the Cristero conflict on June 1929, many Catholics did not accept them and continued fighting. Among them notably the priest Jose Aurelio Jimenez Palacios, who was accused of having blessed the pistol used by Jose de Leon Toral to assassinate Alvaro Obregon. In 1932, the priest was captured and sent to Lecumberri jail. His partisans created a secret society called La Causa de la Fe to try to liberate him. When the time came, he refused to escape, and the leaders of the society freed Enrico Sampietro, an internationaly known paper money forger. Thus, while a part of the Catholics accepted the rules of the prelacy, others became delinquents and criminals.

Keywords:
Priests
Clerical secret societies
Cristero movement
Escape from Lecumberri prison
World War Two
Texto completo

En los años cuarenta, al calor de la Segunda Guerra Mundial, estalló un escándalo derivado de la circulación de papel moneda falso. Las autoridades buscaron al culpable y en diciembre de 1947 fueron interrogadas varias personas sospechosas de haber estado vinculadas al famoso falsificador Enrico Sampietro, evadido del penal de Lecumberri en julio de 1938. Salvo su participación en la evasión, las personas aprehendidas muy poco dijeron. Pero hubo un hecho al cual las autoridades no le quisieron dar la importancia que merecía. Sucede que los cómplices en la evasión de Sampietro mencionaron una organización secreta a la cual perteneció el sacerdote José Aurelio Jiménez Palacios. El dato resultaba estruendoso, ya que el clérigo estuvo vinculado al asesinato del general Álvaro Obregón, presidente de la República electo. Entre otras cosas, dijeron que la organización fue creada por varios cristeros con la intención de sacarlo del penal de Lecumberri, saturado de asesinos, violadores, falsificadores, asaltantes y toda clase de maleantes. Para sus amigos cristeros, el padre Jiménez era un representante de Cristo en la tierra, y su encierro en el citado penal era una aberración, un agravio. La noticia resultaba brutal y desconcertante. Pero eso no fue todo. En Lecumberri, la sociedad secreta se puso en contacto con Enrico Sampietro, un personaje singular1. Además de falsificar papel moneda en varios países y de fugarse de la isla del Diablo en la Guayana Francesa, estuvo al servicio de Benito Mussolini en Italia. Después de deambular por varios países del Viejo Continente y del Nuevo Mundo, pisó suelo mexicano y se dedicó a falsificar cheques de viajero y dólares. Atrapado por la policía, fue internado en Lecumberri, lugar en el cual conoció al padre Jiménez, a Luis Barquera, Rafael T. Orendáin, Jorge Téllez, José Serrano Orozco, sin descartar a Carlos Castro Balda, Manuel Trejo Morales y a otros cristeros más, e hicieron grandes migas. Pero qué fue lo que unió a un sacerdote católico y a un aventurero con dotes de falsificador. Posiblemente, su odio al gobierno de Lázaro Cárdenas que, a su juicio, continuaba atacando la religión católica, impulsaba la educación socialista, expropiaba la industria petrolera y las grandes haciendas, entre otras cosas. Para ambos, todo ello era la mejor prueba de la inminente implantación del comunismo en México. El padre Jiménez, Luis Barquera y Sampietro intercambiaron puntos de vista y la coincidencia fue total. No hubo mayores divergencias. Como al falsificador le incomodaba su encierro, anhelaba estar fuera del penal, y sin tapujos lo pregonó a los cuatro vientos, y la oportunidad no tardó en llegar. Fue sacado por los propios correligionarios del sacerdote, por la sociedad secreta conocida como La Causa de la Fe, dirigida por Ricardo T. Orendáin, un cristero de vieja alcurnia, embriagado por el dinero fácil y abundante.

Una sociedad secreta

En México, como en cualquier otra parte del mundo, las sociedades secretas siempre han existido. Se habla de que durante el movimiento de independencia, los guadalupes operaron con extrema eficacia, e inclusive, algunos les atribuyen la calidad de cerebros del citado movimiento2. Una vez consumada la independencia, los grupos masónicos hicieron su aparición y funcionaron como verdaderos partidos políticos. Se disputaron el poder y el destino del país. Años más tarde, al finalizar la revolución de 1910, en México apareció una sociedad secreta de tinte religioso llamada La Unión del Espíritu Santo, también conocida como la U, la cual tuvo fuerza durante el movimiento cristero. A ella se han referido Rius Facius, Abascal, Meyer, Solís, González, Blanco Ribera, entre otros3. Su objetivo: contrarrestar la aplicación de varios artículos de la Constitución política de 1917 que les resultaban adversos, hasta culminar con la instauración del reinado de Cristo. En 1929 se llevaron a cabo los arreglos de la cuestión religiosa entre el gobierno y los arzobispos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz Barreto. La Unión del Espíritu Santo desapareció, pero surgieron otras sociedades secretas.

Aquí interesa desentrañar el papel jugado por La Causa de la Fe, La Liga Defensora de la Fe, o Defensa Religiosa, como también fue llamada, de la cual no se sabe mucho. La razón quizás se deba a que su duración fue fugaz, pasajera, con una cobertura limitada, lo cual no le resta importancia. Ya que la tuvo, la tuvo. Un rastreo en las fuentes escritas sobre su origen resulta un tanto infructuoso. Ni las fuentes mencionadas que hablan sobre La Unión del Espíritu Santo, ni Campbell en su libro La derecha radical en México, 1929-19494, Dooley en Los cristeros, Calles, y el catolicismo mexicano5, ni Padilla en Sinarquismo: Contrarrevolución, la mencionan6. Tampoco Abascal en el llamado Sinarquismo y colonia María Auxiliadora, ni Blanco Ribera en Mi contribución a la epopeya cristera7. Lo mismo sucede con Butler en sus trabajos llamados «Mexican Nicodemus: The Apostleship of Refugio Padilla, Cristero, on the Islas Marías», y «Revolution and the ritual year: Religious conflict and innovation in Cristero Mexico, 1926-1929»8. En el primero aborda el apostolado del cristero Refugio Padilla, deportado a las Islas Marías, lugar en el cual convivió con numerosos católicos, y cuyo delito fue luchar entre 1926 y1929 a favor de lo que llamaban libertad religiosa. En el segundo, se centra en los rituales religiosos durante el movimiento cristero. Con ligeras variantes, Heilman aborda los pormenores del juicio al que fue sometida la madre Conchita, acusada de haber sido la autora intelectual del asesinato del general Álvaro Obregón. Con el fin de evitar el uso político de la religión católica, se afirma que los jueces utilizaron el argumento del género para condenarla9. La obra considerada como la biblia de la masonería, escrita por Zalce y Rodríguez, llamada Apuntes para la historia de la masonería en México10, tampoco la menciona. Abascal y Dooley hablan de La Base, una organización formada por católicos que militaron en el movimiento cristero. Se dice que, a la postre, sirvió de plataforma para la creación de la Unión Nacional Sinarquista, lo cual ocurrió el 23 de mayo de 1937, y que alcanzó su máximo esplendor durante la Segunda Guerra Mundial. Quien menciona La Causa de la Fe es Gil en su libro publicado en 1962 llamado El sinarquismo. Su origen, su esencia, su misión11, en el cual le atribuye un tinte fascista. En un artículo llamado «Managing Mexico's Cold War», escrito por Iber, el doctor Quiroz Cuarón aparece convertido en espía o agente de la Unión Soviética. El autor sostiene que, junto con el también agente Vicente Lombardo Toledano, en 1948 aprehendieron al padre Jiménez, con la finalidad de desacreditar al clero católico mexicano. El argumento utilizado para justificar la aprehensión fue su supuesto vínculo con Enrico Sampietro12. El texto de Iber, de tinte amarillista, y sin fundamento alguno, no merece ningún crédito. Sus afirmaciones son falsas.

El padre Jiménez, o la mano que mece la cuna

Víctima de su fanatismo, en los años veinte, José Aurelio Jiménez Palacios se jugó el todo por el todo en favor de la Iglesia católica. Al calcular que ni Obregón ni Calles modificarían la Constitución política de 1917, mostró su apoyo absoluto a la rebelión cristera. En 1923, al enterarse de la expulsión de Ernesto Philippi, el delegado apostólico, por asistir a la colocación de la primera piedra del monumento dedicado a Cristo Rey en el cerro del Cubilete, el padre Jiménez promovió en su natal Oaxaca una manifestación de rechazo, lo cual le costó ser encarcelado. Liberado, se trasladó a la ciudad de México y, al estallar la lucha armada, se afilió a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (en lo sucesivo LNDLR). Deambuló por el Centro Unión, frecuentado por jóvenes formados en las filas de la ACJM, y se hizo amigo de Humberto Pro, José de León Toral, Luis Segura Vilchis, entre otros. Estuvo al tanto de los reiterados intentos de asesinato de Álvaro Obregón montados por la LNDLR y La Unión del Espíritu Santo. Por las calles corría el rumor de que el padre Jiménez era uno de los jefes de la primera organización, y que era conocido con el nombre de «Don Manuel». Cuando se lo hacían notar, contestaba: «la Liga Religiosa es de seglares, yo soy sacerdote»13. En su libro llamado Méjico cristero, Rius Facius reproduce una fotografía cuyo título es Reunión de los principales directores de la Liga en la ciudad de México, en la cual aparece el padre Jiménez14. Aparece vestido con traje de seglar, no de sacerdote. Por su parte, Dooley afirma que el sacerdote José Aurelio Jiménez Palacios era confidente de la Liga15. Al igual que algunos clérigos y dirigentes de la LNDLR, no solo empujó a los feligreses que lo rodeaban a empuñar las armas, sino que hizo suyas las tesis tiranicidas que justificaban el asesinato de sus enemigos. Curiosamente, ni él ni los prelados tomaron las armas para convertirse en ejecutores del tirano para alcanzar el martirio. Asumieron la cómoda posición de directores intelectuales y buscaron entre sus feligreses a la mano ejecutora.

Al observar la docilidad y fanatismo de José de León Toral, titular de la Séptima Jefatura de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, con sede en la colonia Santa María la Ribera, el padre Jiménez se convirtió en su confesor espiritual, lo cual le permitió llenarle la cabeza de ejemplos extraídos de la biblia y de diversos teólogos, en los cuales campeaban los asesinatos. Sin poner reparos, León Toral aceptó jugar el papel de brazo ejecutor para asesinar a Álvaro Obregón. Por cierto, en las vísperas de consumar el crimen, hubo una junta de jefes locales de la Liga en la casa de una feligresa, y enardecidos, los asistentes discutieron qué postura asumir ante la llegada de Obregón a la capital de la república para festejar su triunfo en las urnas. A continuación, previa confesión de los asistentes, el padre Jiménez celebró una misa, y al momento de elevar la hostia, León Toral elevó una pistola a la misma altura. Al concluir la misa, León Toral le pidió al padre Jiménez que le bendijera el arma. Después de un jaloneo sobre la falta del breviario adecuado, el sacerdote bendijo tanto a León Toral como el arma16. Consumado el asesinato el 17 de julio de 1928, León Toral fue atrapado, enjuiciado y, más tarde, fusilado. Cumplida su misión, el padre Jiménez buscó borrar toda huella que lo involucrara en el crimen. Ordenó a una de sus feligresas que fuera a su domicilio, y recogiera unos papeles posiblemente incriminatorios. Casi de inmediato desapareció17. Durante cuatro años estuvo oculto hasta que en 1932 fue atrapado. Después de un juicio tormentoso, el 31 de diciembre de 1934 fue condenado a veinte años de prisión.

A la caza de cristeros inquietos

Ya fuera por su intervención directa o indirecta en el asesinato de Álvaro Obregón, ya fuera por insistir en la lucha armada, el gobierno siguió atrapando a numerosos católicos y encerrándolos en el penal de Lecumberri, y a otros los envió a las Islas Marías. No los fusiló, porque el escándalo hubiera sido mayúsculo. Buscaba aplacar sus ánimos, y con el tiempo, dejarlos en libertad. De cualquier forma, numerosas personas ingresaron a Lecumberri en calidad de reclusos. Se sumaron a Concepción Acevedo de la Llata, José Aurelio Jiménez Palacios, el famoso padre Jiménez, Carlos Castro Balda, Manuel Trejo Morales, Luis Barquera, José Serrano Orozco y otros más, cuya lista resulta imposible de reproducir. Tanto unos como otros, jamás fueron abandonados por sus familias y correligionarios. Bajo este entendido, en determinados días de la semana, Lecumberri se convertía en una romería, en un centro de efervescencia, y también de agitación política. Día y noche, los católicos no se cansaban de comentar sus desgracias, despotricar contra el gobierno y tramar la forma de continuar la lucha. Nada de arriar banderas ni olvidarse de sus ideales. Lo que más les hería su orgullo fue que Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz Barreto pactaran con Emilio Portes Gil el fin del conflicto religioso a cambio de nada. Sin que la Constitución política de 1917 fuera modificada. Pero eso no fue todo. Además, los citados jerarcas religiosos habían aceptado la sugerencia de Portes Gil consistente en que José de Jesús Manríquez y Zárate y José María González Valencia continuaran viviendo en el extranjero, y que Francisco Orozco y Jiménez saliera del país18. Su indignación aumentó con la llegada al poder de Abelardo L. Rodríguez y Lázaro Cárdenas, quienes implantaron la educación socialista. Naturalmente que la administración del penal siempre estuvo enterada de la efervescencia vivida en su interior, pero nada pudo hacer para impedirlo. No había forma de hacerlo.

Los amigos incondicionales del padre Jiménez

Al enterarse de la aprehensión del padre Jiménez, y su reclusión en Lecumberri, varios clérigos vestidos con traje seglar lo visitaron en su celda. Temían que fuera fusilado como Miguel Agustín Pro, cuando, en realidad, no aspiraba al martirio, no quería ser santo19. Otros de sus seguidores no lo visitaron, pero no quiere decir que lo olvidaron. Se movieron extramuros. Allá por el año de 1935, un grupo de católicos celebraba reuniones político-religiosas en distintos domicilios de la ciudad de México. En forma paralela, solían visitar al padre Jiménez en Lecumberri20. Entre ellos figuraba Rafael T. Orendáin, que en ocasiones se hacía llamar José, vinculado a los negocios del tequila en Jalisco. Años atrás, esta entidad fue una de las cunas del movimiento cristero, y los hermanos Orendáin sus más fervientes baluartes. En segundo lugar, acudía Luis Barquera Gutiérrez, nada menos que el delegado regional de la LNDLR. Su campo de operaciones: el Distrito Federal. Por cierto, en determinado momento estuvo recluido en Lecumberri y utilizaba el seudónimo de F. Romero21. Asimismo, figuró José Serrano Orozco, caballero del Santo Sepulcro, del cual se dijo, tenía picaporte en el Vaticano. Lo mismo hizo el licenciado Jesús González Gallo, amigo del director de Lecumberri, Carlos Franco Sodi, Jorge Téllez Vargas, un viejo cristero, Daniel Hernández Hernández y otras personas de menor renombre. Como a ninguno de ellos les agradaba que el padre Jiménez estuviera encerrado en Lecumberri, tramaron la forma de sacarlo. Mientras tanto, buscando que la vida no le resultara pesada, el padre Jiménez dirigía una fábrica de cerveza en la cual trabajan un número importante de personas. Sus clientes: los alrededor de cuatro mil reos. Por ende, tenía comunicación con mucha gente. Además, en su celda tenía un pequeño altar, y a diario celebraba una misa para sus compañeros de prisión22.

Lecumberri

Para los inicios de 1937, la situación en Lecumberri se había tornado realmente crítica. Campeaba la anarquía, el desorden y la indisciplina. Su director, Carlos Franco Sodi, descendía de una dinastía de abogados oaxaqueños. Su ancestro, Demetrio Sodi, sirvió durante veintitrés años a Porfirio Díaz, en dos ocasiones, como presidente de la Suprema Corte de Justicia. Católico convencido, en 1928 defendió a José de León Toral durante el juicio al que fue sometido por el asesinato de Álvaro Obregón. A Carlos Franco Sodi le tocó hacer frente a una situación complicada. Lecumberri albergaba cerca de tres mil setecientos varones y cuatrocientas mujeres23. Para vigilar los poco más de cuatro mil reclusos, se contaba con ochenta o noventa celadores, en cada turno, escasamente preparados. Además de falta de estabilidad laboral, los celadores no estaban preparados en cuestiones disciplinarias, de rehabilitación, ni en defensa personal. Lecumberri, como cualquier otra cárcel del mundo, era una pequeña ciudad, en cierto modo autárquica, con un sistema de gobierno peculiar. En la cúpula estaba la administración oficial, designada por el gobierno, y un gobierno paralelo formado por los reclusos24. Esto no debe extrañar. En cualquier comunidad, sobre todo entre los presos, surgen líderes con fuerte ascendiente sobre sus compañeros. Los más importantes en cada crujía son los llamados mayores. Llega a ser tanta su importancia, que las autoridades se ven obligadas a tomarlos en cuenta. Entre sus funciones figuraban la vigilancia de los internos, pasarles lista diariamente, distribuirlos en las celdas, autorizar el ingreso de visitantes, designar a las personas que debían realizar el aseo25. Por supuesto que el mayor no estaba solo. Tenía sus colaboradores, a los cuales seleccionaba entre otros reclusos. Las extorsiones, las golpizas, los asesinatos, el tráfico de drogas, la exención de determinadas obligaciones era algo cotidiano. Con dinero, todo se podía comprar o adquirir. En dónde se incubaban los citados reclusos, considerados hasta cierto punto como la escoria de la sociedad: en los barrios pobres de la ciudad de México26. Lo notable fue que en tales años se mezclaron con los católicos.

Los fundadores de la sociedad secreta

La Causa de la Fe se montó sobre una parte de la casi extinta Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. No se tiene a la mano documento alguno en que se asiente la fecha de fundación, ni los nombres de quienes intervinieron. Regidos por el principio de la secrecía, no dejaron rastro alguno. Es probable que, al igual que en toda sociedad secreta, sus promotores urdieran una estructura jerárquica y piramidal, reforzada por la obediencia y la lealtad absoluta. Si alguien era atrapado por las autoridades, debía negar todo, incluida la existencia de la organización. Resulta imposible de verificar si, al fundarse, se consumó el clásico juramento, propio de estas sociedades, con la intervención del padre Jiménez, o cualquier otro sacerdote. No hay razón para que no haya sido así. Al frente de La Causa de la Fe estuvo Rafael T. Orendáin como presidente y Jorge Téllez como vicepresidente. Es probable que Luis Barquera, delegado regional de la Liga en el Distrito Federal, haya ocupado algún puesto importante en la organización27. El papel ocupado por el padre Jiménez queda un tanto difuso, pero de que lo tuvo, lo tuvo. Inmediatamente La Causa de la Fe montó el tinglado o red para sacar a este último de Lecumberri, convertido en una suerte de héroe del cristianismo. Esa fue su función y no otra. En sus Memorias, Enrico Sampietro lo reafirma. Dijo que varios celadores integrantes de La Liga de la Defensa, como también la llamaban, excristeros para más señas, montaron la fuga del padre Jiménez28. Es obvio que el citado sacerdote estuvo de acuerdo con el plan. En ningún momento mostró desacuerdo alguno. Jamás se propusieron liberar a la madre Conchita, a Carlos Castro Balda, a Trejo Morales ni a otros cristeros. La primera opción contemplaba sacar al padre Jiménez en forma subrepticia, disfrazado, sin que nadie se percatara, lo cual resultaba complicado por las tres o cuatro aduanas que había que atravesar desde su celda hasta la calle. La segunda era sacarlo en forma violenta utilizando un comando armado, lo cual hubiera resultado sangriento. Tercera, haciendo un túnel desde su celda hasta la calle o una casa ubicada extramuros. Cuarta, comprando a ciertas autoridades y celadores. Las tres primeras opciones fueron descartadas, y se optó por la cuarta. Esta última tenía sus inconvenientes. La principal: era necesario cooptar al mayor de la crujía, a los vigilantes que tenía bajo su tutela y, posiblemente, a algunos funcionarios29. Resulta difícil de afirmar si contactaron al director del penal, Carlos Franco Sodi, pero, llegada la hora, su renuncia intempestiva al puesto resultó sospechosa30. Por otro lado, provoca dudas si el plan se mantuvo en secreto, o trascendió, y todos hicieron mutis.

El brazo de la sociedad secreta en Lecumberri

Allá por el año de 1937, La Causa de la Fe comisionó a Jacinto Gómez Salcedo y a otro miembro de la misma agrupación, del cual se ignora el nombre, para que ingresaran a prestar sus servicios como celadores en la penitenciaría. Jesús González Gallo, miembro de La Causa de la Fe, fue la persona que intervino para recomendarlos ante el director de la penitenciaría, Carlos Franco Sodi. En principio, la misión de Jacinto Gómez Salcedo fue auxiliar a diferentes miembros de La Causa de la Fe, en particular, al sacerdote José Aurelio Jiménez Palacios31. Pero hubo otra, por cierto muy delicada: preparar la fuga del padre Jiménez. El plan no tuvo obstáculos. Los responsables de cada una de las puertas del penal por las cuales transitaría el padre Jiménez aceptaron. Pero después de varias discusiones, y cuando ya todo estaba listo y preparado, el citado sacerdote salió con algo inesperado. No aceptó evadirse del penal. Insistió en su inocencia y, por lo tanto, en la obligación del gobierno en liberarlo32. Ahí quedó todo. Algunos de los implicados, particularmente celadores, habían soñado con alguna recompensa que por arte de magia se esfumaba. Pero eso no era lo grave. Resentidos, podían hablar más de la cuenta, y narrar la historia de La Causa de la Fe y los entretelones de su creación. Difundirla habría sido un escándalo. Curiosamente, en un mundo cerrado como Lecumberri, resulta increíble que Carlos Franco Sodi no se enterara de la existencia de una sociedad secreta, una de cuyas cabezas era el padre Jiménez. Pero lo que resulta peor fue que no supiera que se fraguaba su evasión. Ciertamente que su sistema de control estaba en crisis y, en algunos casos, los mayores habían sido rebasados por otros reclusos, que no vacilaban en enfrentárseles. Pero para bien o para mal, aún funcionaba su red de espionaje en la cual jugaban un papel clave los mayores de las distintas crujías, además de las quejas de los reos que en forma continua eran extorsionados, y el auxilio de uno que otro delator.

Enrico Sampietro en México y la falsificación de cheques de viajero

En realidad, Enrico Sampietro no se llamaba así, y tampoco era italiano. Utilizaba varios nombres, entre ellos los siguientes: Adrian Dreasky, André Alfred de Villa, Henry Alfred Rey, Adrian Harles Delmont y el de Alfredo Héctor Donadieu, de su extinto hermano, quien perdió la vida durante la Primera Guerra Mundial33. Sampietro, como al final de cuentas se conoció en México, fue un personaje excepcional, un aventurero en toda la extensión de la palabra. Nació en Marsella (Francia), al despuntar el siglo xx. Procedente de La Habana, el 8 de agosto de 1934 llegó a México en compañía de Alfonso Emiliano Pérez, del venezolano Jacobo Pocaterra y del alemán Hans Lugenberg, en calidad de turistas. Del puerto de Veracruz se trasladaron a la ciudad de México, donde fueron recibidos por Rafael Purón Capablanca, uno de sus socios de correrías, quien se les había adelantado. Se instalaron en la calle de Linares número 39, colonia Roma, y más tarde en la calle Cruz Azul de la colonia Industrial. Sin perder tiempo, adquirieron el material necesario para falsificar dólares. Sampietro elaboró los grabados o placas de billetes de veinte dólares y cheques de viajero de cien dólares. Una vez impresos, los dólares fueron puestos en circulación durante los últimos meses de 1934 tanto en México como en Cuba, provocando suma alarma entre las autoridades. En La Habana, la American Express denunció que dos personas llamadas Fernando Nevares Quezada y Daniel Vázquez López canjearon cheques de viajero por la suma de cuatro mil dólares, de cien dólares cada uno. Al intentar atraparlos, escaparon en un aeroplano con rumbo desconocido. En México, Alfonso Frías, primer comandante de Policía del Distrito Federal, emprendió una cruzada para localizar a otros miembros del grupo de falsificadores. Jacobo Pocaterra y Hans Lugenberg fueron detenidos al intentar poner en circulación cuatro mil dólares en billetes de veinte. Asimismo, capturaron a Rafael Purón Capablanca, Antolín Ruiz Arce y a Alfonso Emiliano Pérez. Utilizando un viejo truco policiaco, dejaron en libertad a este último para luego seguirle los pasos, y ver si se reunía con Sampietro. Sin percatarse de que era objeto de una estrecha vigilancia, el recién liberado se reunió con Sampietro y, sin medir el peligro, se dedicaron a comprar aparatos fotográficos, sus accesorios y otras mercancías. Para entonces habían transcurrido casi tres años de estar involucrados en el negocio. El 22 de junio de 1937, la policía detuvo tanto a Alfonso Emiliano Pérez como a Enrico Sampietro, y encontraron en el domicilio de este último ochenta billetes de veinte dólares falsos. Sampietro calculaba que la utilidad alcanzada en tales actividades ilícitas se elevaba a diez mil dólares34. Recluido en Lecumberri, Sampietro vivió el furor del cardenismo, la agitación obrera y campesina, el reparto agrario y las nacionalizaciones, lo cual percibió como una amenaza comunista que tantas náuseas le causaba. Todo esto trascendió y llegó a oídos de los dirigentes de La Causa de la Fe. De paso, se enteraron de su condición de católico. De ahí que no dudaran en acercarse a él y conversar sobre el fascismo, el franquismo y el cardenismo. Las afinidades fueron totales.

El cambio de planes

La decisión intempestiva del padre Jiménez de permanecer recluido en Lecumberri le cayó como balde de agua fría a la dirigencia de La Causa de la Fe. Qué hacer con la red montada con tanto esmero en el interior del penal. Lo más natural era desmantelarla, lo cual significaba grave peligro, pero los cerebros de la organización encontraron rápidamente la forma de darle utilidad. Como en todo penal, muchos reclusos anhelaban fugarse, y sin tapujos lo propagaban a los cuatro vientos. Ante la negativa del padre Jiménez, los dirigentes de la Liga Defensora de la Fe pusieron oídos a tales rumores, y llegaron a la siguiente conclusión: si la maquinaria no se utilizaba para sacar del penal al padre Jiménez, sí a otra persona. Naturalmente que no se arriesgaron a sacar a cualquiera. Tenía que ser una que les redituara ciertos beneficios, un pago sustancial para utilizarlo en aras de la causa. De entre ellos, uno les llamó la atención. Se trataba de Enrico Sampietro, el falsificador de papel moneda35. Preso desde el 22 de junio de 1937 por la falsificación de cheques y dólares, era buscado por las autoridades de Francia, los Estados Unidos, Cuba, Venezuela y Colombia. El propio Buró Federal de Investigaciones de los Estados Unidos ofrecía cincuenta mil dólares por su captura36. Por supuesto que anhelaba escaparse. Era tanta su desesperación, que ofrecía la cantidad de ocho mil pesos para quien lo ayudara a fugarse37. El rumor llegó a oídos de Luis Aristeo, jefe de vigilantes de Lecumberri, pero no le dio importancia. No se la dio porque rumores como este eran el pan de cada día.

Los acercamientos con Sampietro

Las habilidades de Sampietro para falsificar papel moneda en varios países trascendió en la prensa mexicana y, por ende, todos se enteraron. Su estancia de varios meses en Lecumberri fue más que suficiente para que se supiera toda clase de información sobre su persona. Acostumbrado a la aventura y a la buena vida, le resultaba un tormento estar encerrado. Fue por ello por lo que hizo públicas sus intenciones de abandonar el penal. Los ocho mil pesos ofrecidos estaban destinados a los celadores, para que le abrieran las puertas del penal. Sin meditarlo mucho, los dirigentes de La Causa de la Fe consideraron necesario reclutarlo y convertirlo en uno de los suyos. Desde nuestro punto de vista, hubo tres razones: la primera, era católico; la segunda, tenía simpatía por el fascismo, y de paso, el franquismo y, por ende, odiaba a los comunistas. Tercero, su ideología calzaba con la de La Causa de la Fe. Con tales antecedentes, Luis Barquera se acercó a Sampietro y lo sondeó. Hablaron de la situación política y social del país y, como era previsible, de la cuestión religiosa. En sus Memorias, Sampietro aporta los pormenores del acercamiento, llamaba Raúl M. a su interlocutor:

Al año de que estaba internado en ese penal, en la celda vecina fueron recluidos tres presos por [difundir] propaganda sediciosa contra el gobierno. El que parecía el jefe de ellos, un tal Raúl M., no perdía la oportunidad de conversar conmigo. El hombre no dejaba de hacerme preguntas; parecía querer sondearme, conocer mi mentalidad y sobre todo mis ideas religiosas. El tal Raúl, hombre de más de cuarenta y dos años, era de baja estatura y constitución raquítica. Su semblante y su conversación denotaban que era un exaltado con algo de fanático38.

A continuación, el alto mando de La Causa de la Fe le indicó a Jacinto Gómez Salcedo, punta de lanza en el penal, que se olvidara del viejo plan de liberar al padre Jiménez y se abocara a montar la fuga de Enrico Sampietro, para lo cual era necesario cooptar al mayor de la crujía, llamado Francisco Godoy Ibáñez, recluido por un asesinato. Al enterarse del dinero que le ofrecían, y su propia fuga, el mayor aceptó. Una vez conquistada la pieza clave, vino el siguiente paso. El turno le tocó precisamente a Godoy Ibáñez. En sus Memorias, Sampietro afirma que un día, el mayor Francisco Godoy Ibáñez, entró a su celda, y le dijo: ¿Quieres fugarte? Viendo que hablaba en serio, Sampietro le contestó que recuperar su libertad era el más caro de sus anhelos. Godoy Ibáñez le dijo que existía una posibilidad, con la condición de que una vez liberado, trabajara para los cristeros, falsificando papel moneda. Se fijó la cantidad de cincuenta mil pesos por la fuga, pagaderos una vez que se consumara. Sampietro debía falsificar papel moneda para La Causa de la Fe hasta provocar la debacle de la economía mexicana. Según la lógica de la organización, todo lo que perjudicara la economía, beneficiaría a los católicos. Sin pensarlo mucho, Sampietro aceptó. Acto continuo, Jacinto Gómez y Godoy Ibáñez contactaron al jefe de celadores, Luis Solís Oropesa, y a sus subordinados, Pilar Martínez Fuentes, Lisandro Gómez Noriega, Jesús Salado Dueñas. Todos aceptaron intervenir en el plan. En parte por su condición de católicos, y por los diez mil pesos que les ofrecieron, además de los gastos del abogado defensor, en caso de que se descubriera su participación39.

La fuga

El martes 19 de julio de 1938, el jefe de grupo de celadores, Luis Solís Oropesa, hizo el cambio de celadores. Ubicó a las personas cooptadas por La Causa de la Fe en las puertas por las cuales transitarían Sampietro y compañía. Como no hay fecha que no se cumpla, en la madrugada del miércoles 20, se puso en marcha la fuga. Jesús Salado Dueñas abrió la puerta de la celda de Sampietro y Godoy Ibáñez, y los condujo hasta la puerta al mando de Lisandro Gómez Noriega, quien se la franqueó. A continuación, los fugitivos se encaminaron hacia la última puerta resguardada por Jacinto Gómez, quien hizo lo mismo. El celador Emigdio Herrera Hernández, situado en la torreta del polígono, vio cuando Sampietro y Godoy Ibáñez se dirigían al cubo o patio central. Habló por teléfono con el jefe de celadores, Solís Oropesa, quien le dijo que no se preocupara, que se trataba de unos trabajadores que se estaban retirando. A final de cuentas, solo restaba la puerta de la calle, a cargo de un soldado. Su labor era vigilar quién entraba al penal, pero no quién salía40. Por ende, aquí no hubo problema. El plan contemplaba que el general Luis Sánchez Galán, junto con el celador Pilar Martínez, esperaría a los fugitivos en las afueras de la penitenciaria, con un automóvil en marcha, para llevarlos a su casa ubicada en Chimalistac, al sur de la ciudad. Solo que se quedaron dormidos, y no se dieron cuenta de la salida de Sampietro y Godoy Ibáñez41. Ya en plena calle, estos abordaron un taxi, y se dirigieron al domicilio de Jacinto Gómez, uno de los principales operadores de la fuga. Sobra decir que, casi de inmediato, tres de los cinco celadores fueron arrestados por su complicidad en la evasión. Nos referimos a Jacinto Gómez, Lisandro Gómez Noriega y Jesús Salado Dueñas.

La entrevista de Sampietro con los dirigentes de La Causa de la Fe

En sus Memorias, Sampietro narra que una noche aparecieron en la casa en que estaban refugiados dos personas bien vestidas. Uno era el vicepresidente de la Liga, Jorge Téllez, al cual llamó Carlos F., y el otro, uno más de los jefes. Salieron a la calle, y unas cuadras adelante, los esperaba Rafael T. Orendáin, presidente de la Liga, en un automóvil. Sampietro lo definió como un profesionista, de unos cuarenta y cinco años, de buena presentación y trato afable. En otra ocasión, lo definió como un hombre instruido, blanco, de buena talla, educado en Europa, robusto, calvo, nativo de Guerrero, lo cual es falso42. Después de una breve plática, los fugitivos fueron trasladados a un convento ubicado en Coyoacán. Aquí, Rafael T. Orendáin discutió con Sampietro los planes para falsificar el papel moneda. El fugitivo reiteró que estaba dispuesto a fabricar billetes de distintas denominaciones, para una causa que también era suya. Los prófugos pasaron dos meses sin salir a la calle, y Godoy Ibáñez cayó en el hastío. Una monja joven, de facciones finas, les arreglaba la casa y les preparaba los alimentos. A Godoy le llamó la atención la belleza de la mujer, y un día intentó darle una nalgada, lo cual molestó a Sampietro. Tuvieron un serio altercado y, al final de cuentas, Godoy Ibáñez abandonó el convento43. Como medida preventiva, Rafael T. Orendáin sacó a Sampietro del convento y lo llevó a distintos domicilios, entre ellos, uno ubicado en Iztapalapa, y luego, a Tlalpan, un ex asilo de monjas. Pero aquí hubo una novedad. En la casa contigua vivía su viejo conocido en la penitenciaría. Se trataba de Raúl, que no es otro que Luis Barquera. Según Sampietro, la razón de tan singular coincidencia fue que la organización buscaba protegerlo de un desaguisado. Barquera lo podía vigilar desde su propia casa y, en caso de peligro, dar la voz de alarma44.

La falsificación de cheques de viajero

El acuerdo entre Sampietro, Rafael T. Orendáin, Luis Barquera, Jorge Téllez, José Serrano, el padre Jiménez y otros fue el siguiente: por cada cincuenta mil pesos falsificados, Sampietro recibiría dieciocho mil de moneda legal45. Poco más de la tercera parte, lo cual no era poca cosa. De bote pronto, Rafael T. Orendáin le preguntó a Sampietro si podía falsificar cheques de viajero. Al obtener una respuesta positiva, Orendáin adquirió todo lo necesario y se puso manos a la obra. Sampietro no tuvo problema en falsificar los mencionados cheques, los cuales fueron puestos rápidamente en circulación para beneficiar La Causa de la Fe, y perjudicar al «Estado que le había causado daños al clero»46. Rafael T. Orendáin se encargó de la circulación de los cheques, aliado a una persona de nombre James Stewart. Para realizar la transacción se reunían en un restaurante, Samborns, con Harold Mac Teague Brown, quien los adquiría en grandes cantidades. Por cierto, Orendáin siempre llegaba manejando un automóvil de color gris azul, de modelo antiguo, de una excelente marca. Los cheques circularon tanto en México como en Cuba y, posiblemente, en los Estados Unidos. Fueron detectados, hubo denuncias, y la policía se abocó a capturar a los culpables47.

Transcurrido un año, la policía atrapó a Harold Mac Teague, quien se vio obligado a delatar a su proveedor, a Rafael T. Orendáin. En mayo de 1939, el dirigente de La Causa de la Fe fue capturado y, al igual que Harold Mac Teague, fue recluido en la penitenciaría. Aquí se encontraron con el padre Jiménez y hablaron largo y tendido. Hablaron de la nacionalización del petróleo y de la inminente sucesión presidencial. Pasaron lista de los candidatos, entre los cuales les llamó la atención Juan Andrew Almazán. Pero a diferencia del padre Jiménez, Orendáin no estaba dispuesto a permanecer recluido por largo tiempo en Lecumberri, e hizo algo indebido. Ofreció dinero a los empleados de la Oficina de Acuerdos para que desaparecieran su expediente, lo cual así hicieron. Su juicio quedó trunco y recuperó su libertad, en tanto que su socio permaneció encerrado en el penal48. Al quedar libre, Orendáin se reencontró con Sampietro, Luis Barquera, Jorge Téllez, Serrano Orozco y otros más. Pero como el presidente de la sociedad secreta quedó bajo la mira de la policía, acordaron olvidarse de falsificar cheques de viajero y dólares y, después de un breve interregno, falsificar papel moneda mexicano. Fue en 1940 cuando pusieron en marcha el nuevo plan.

Sampietro: ¿miembro de La Causa de la Fe?

Lo que provoca extrañeza fue que, ya en libertad, Sampietro no intentó abandonar el país. Resultaba de lo más fácil contactar a sus amigos en Italia, Francia, España, Venezuela, Colombia y Cuba, para reiniciar sus andanzas. Años antes, nada lo detuvo para saltar de un país a otro, y no solo falsificar papel moneda, sino contrabandear mercancías y estupefacientes, solo o acompañado. Con el juego de la baraja, en el cual era un experto, había dejado en la ruina a uno que otro incauto. Qué fue lo que lo detuvo, si al evadirse de Lecumberri apenas tenía 38 años de edad. El estar enamorado de Amada Casas, como en una ocasión adujo, no resulta del todo convincente. A su esposa venezolana, con la cual se casó, y a su hijo, los dejó encargados en Francia con sus padres. Al parecer, jamás los volvió a ver. Amantes las tuvo por doquier. Jamás le faltaron y menos con las manos llenas de dinero para gastar. Existe otra hipótesis, la cual tiene lógica. Sampietro no salió del país porque se convirtió en miembro de La Causa de la Fe. Por ende, hizo el clásico juramento ante un sacerdote. Lo hizo porque La Causa de la Fe encarnaba sus aspiraciones fascistas y su odio acendrado al comunismo. Pero no fue un miembro más. Puso a su servicio su habilidad de falsificador de papel moneda. Como engranaje privilegiado, durante casi una década, estuvo muy cerca del padre Jiménez, de Rafael T. Orendáin, Jorge Téllez, Luis Barquera, José Serrano, entre otros.

El fiel guardián de Sampietro

Según Daniel Hernández, un día se presentó en su domicilio Luis Barquera acompañado de Jorge Téllez Vargas, y le pidieron que escondiera a un correligionario llamado Juan, alias de Sampietro, perseguido por las autoridades. Le confiaron que se trataba de un amigo del padre Jiménez. Estando de por medio semejante recomendación, Daniel Hernández aceptó. Pasados ocho días, Luis Barquera y Jorge Téllez regresaron con el tal Juan, acompañado de su mujer, de nombre Guadalupe, llamada en realidad Amada Casas. Al parecer, Sampietro dejaba la casa contigua a la de Luis Barquera. A raíz de ello, Daniel Hernández fue testigo de que, frecuentemente, Luis Barquera, Jorge Téllez y Rafael T. Orendáin visitaban a Sampietro, portando indistintamente un veliz, un portafolio, un pequeño paquete. Para solventar los gastos derivados de la renta mensual de la casa, Sampietro le llegó a dar entre veinte y veinticinco pesos. Por cierto, el falsificador jamás salía a la calle de día, sino por las noches49. Pasados unos tres meses, Luis Barquera y Jorge Téllez le dieron las gracias a Daniel Hernández, y se llevaron a Sampietro y a su esposa a otro domicilio. Pero Daniel Hernández no quedó desvinculado del falsificador. Acudió a sus nuevos domicilios para recoger el papel moneda que falsificaba, y llevárselo a los altos dirigentes de La Causa de la Fe50.

La excarcelación del padre Jiménez

A finales de 1940, Manuel Ávila Camacho subió al poder. Entre otras cosas, hizo público que era creyente, se entiende de la religión católica. Para septiembre de 1941, Jesús González Gallo, identificado como miembro de La Causa de la Fe, fungía como su secretario particular51. Desde el mes de febrero de 1941, corrió el rumor de que el padre Jiménez sería liberado52, al igual que Concepción Acevedo de la Llata, y otros, implicados en el asesinato de Álvaro Obregón. Finalmente, el 6 de diciembre el padre Jiménez abandonó Lecumberri. Sus amigos, familiares y más de mil personas lo esperaban en la puerta del penal, quienes al verlo gritaron «Viva Cristo Rey, Viva la Virgen de Guadalupe». Como la muchedumbre le impidió abordar un automóvil, caminó varias cuadras para lograrlo, y luego se enfiló hacia la Basílica de Guadalupe53. Después de una breve estancia en su natal Oaxaca, en donde armó gran furor, el padre Jiménez retornó a la capital de la república. Aquí, siempre estuvo en contacto con los integrantes de La Causa de la Fe. Por tales fechas, oficiaba en dos parroquias: una, ubicada en la colonia Santa María la Ribera, y la otra, en la colonia Condesa, conocida como La Coronación. Distanciado de la cúpula del episcopado, jamás aceptó sus directrices. Cuando alguna vez le preguntaron si sus superiores le ordenaron acudir antes las autoridades para aclarar su participación en el crimen de Obregón, dijo que no estaba obligado a obedecer a nadie. Y que si se lo hubieran ordenado, no habría obedecido54. No existen indicios de trato alguno con Luis María Martínez, el promotor de La Unión del Espíritu Santo y sucesor de Ruiz y Flores en el cargo de delegado apostólico. A raíz de los cuatro o cinco intentos de asesinato de Obregón, se conocían de sobra. Ungido como arzobispo primado, Luis María Martínez tomó sabia distancia de sus viejos aliados. A su viejo conocido, Carlos Blanco Ribera, le dijo que no lo conocía55. Lo mismo pudo haber hecho con el padre Jiménez.

Las falsificaciones

El plan de los dirigentes de la Liga Defensora contemplaba imprimir papel moneda de excelente calidad y en gran escala, razón por la cual se hizo necesario utilizar maquinaria moderna. Adquirieron una prensa de precisión offset en una tienda llamada Venta de Maquinaria Gráfica, ubicada en la ciudad de México56. La persona que hizo la compra se apellidaba Gil. La maquinaria fue instalada en un taller de fotograbados en la ciudad de Puebla, cuyo dueño también era miembro de La Causa de la Fe. Sampietro hizo las llamadas matrices de impresión. Si bien se dieron cuenta de que el papel utilizado por el Banco de México para fabricar los billetes tenía un hilo de seda para hacerlo infalsificable, hicieron caso omiso. Una vez impresos los billetes, un abogado poblano los recogía personalmente57. Según la revista Tiempo, Sampietro utilizaba un procedimiento llamado fotomecánico consistente en fotografiar un billete auténtico tantas veces como colores tuviera, empleando diversos filtros. Para falsificar los billetes, utilizaba diecisiete placas58. Por tales años, se dijo que eran tan perfectos, que solo un experto podía descubrir qué billetes eran falsos y cuáles verdaderos.

Oficialmente, se sabe que hubo tres falsificaciones, las cuales ocurrieron en 1941, 1944 y 1946, de las denominaciones de veinte, cincuenta y cien pesos. Una cuarta no logró entrar en circulación. En la falsificación realizada en 1941, a tres años de su escape, Sampietro falsificó 4,200 billetes de cincuenta pesos cada uno, lo cual equivale a una suma de 210,000 pesos. En 1944, Sampietro hizo otra falsificación de billetes, ahora de cien pesos, cuyo número fue de 1,600. En total, unos 160,000 pesos. A finales de 1946, tuvo lugar la tercera falsificación, básicamente de billetes de veinte pesos. A mediados de 1947, hizo otra emisión de billetes de cien pesos, en una cantidad aproximada de doscientos, que fueron recogidos por las autoridades. Solo faltaba recortarlos. La intención era ponerlos en circulación durante las fiestas navideñas59. Los datos reportados aluden a lo confesado por Sampietro, sin saberse del todo su certeza. La revista Tiempo afirmó que en 1942 Sampietro falsificó billetes de cinco dólares que circularon únicamente en El Paso (Texas)60. Se ignora dónde fueron fabricados. También se ignora si lo hizo por órdenes de La Causa de la Fe, o fue para su beneficio personal. Apenas empezaron a circular los billetes mexicanos, hubo gran alarma entre los funcionarios del Banco de México, quienes crearon una oficina llamada Investigaciones Especiales, a cargo del criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón61. Pero ni la policía ni Quiroz Cuarón pudieron localizar a Sampietro. Todas sus estrategias resultaron fallidas. Pero, además de las falsificaciones, la revista Tiempo afirmó que Sampietro tuvo otras ocupaciones. En varias ocasiones, por instrucciones del padre Jiménez, Daniel Hernández le llevó unos bultos de papel que Sampietro utilizaba para levantar planos de determinadas regiones del país que le interesaban a la Iglesia católica62. Resulta complicado determinar si la afirmación es cierta o falsa.

La banda de circuladores

El grupo que intervino en la evasión de Sampietro no se desintegró. Para la revista Tiempo, una de sus funciones fue blanquear el papel moneda falsificado. Pero dijo algo más. Que el jefe de los llamados circuladores fue el padre Jiménez, una labor realizada mediante el comercio63. En una ocasión, por temor a caer en la cárcel, Horacio Olivares Téllez protestó por el asunto de las falsificaciones, y el padre Jiménez le replicó que estaban justificadas en razón de que eran «contra el estado hereje y sectario»64. Su protesta tenía razón. Meses más tarde, el Banco de México entabló una demanda en su contra y en contra de Jacinto Gómez Salcedo por circular los billetes falsificados65. Se ignora si hubo otra forma de ponerlos en circulación. En otros tiempos, Sampietro y sus cómplices tuvieron agentes a quienes les suministraban determinadas cantidades de dólares a un precio castigado. Después, estos se encargaban de blanquearlo con todos los riesgos que implicaba. Otra variante fue comprar mercancías con dinero falso y de inmediato revenderlas a precio inferior66. Naturalmente que recibían dinero auténtico.

Desacuerdos entre Sampietro y La Causa de la Fe

Con el paso de los años, las relaciones entre Sampietro y los dirigentes de La Causa de la Fe se degradaron y entraron en crisis. La causa: los desacuerdos sobre la distribución de los beneficios. Como se ha señalado, oficialmente no hubo más que tres falsificaciones, pero a lo largo de una década, Sampietro tuvo que sobrevivir. Por consiguiente, tuvo que recibir dinero en forma regular. Según su propio testimonio, en algunas ocasiones recibió cinco, diez, quince, y hasta dieciocho mil pesos. Pero hubo un pago que generó problemas. El presidente de La Liga Defensora de la Fe, Rafael T. Orendáin, no le entregó los cincuenta mil pesos que le correspondían como comisión por una falsificación67. Según otra fuente, Rafael T. Orendáin alegó que los cincuenta mil pesos fueron distribuidos entre los celadores que contribuyeron a la evasión en Lecumberri. Como Sampietro no le creyó, protestó, y Orendáin fue destituido de la presidencia de la Liga68. Sea lo que sea, con el paso del tiempo, las cosas se pusieron tan tirantes entre Sampietro y la dirigencia de La Causa de la Fe, que en 1946 rompieron tratos. La fecha coincide con la tercera y última falsificación importante. Ya no hubo más comunicación entre ambos. Sampietro se cambió de domicilio sin comunicárselo a nadie69. Se trasladó a Iztapalapa con la intención de falsificar papel moneda para hacerse de recursos y abandonar el país. En realidad, Orendáin pidió licencia para abandonar la presidencia de La Causa de la Fe e incrustarse en el cuerpo diplomático. La fecha: el primero de febrero de 1947. Por recomendación del propio presidente de la República, Miguel Alemán, Rafael F. Orendáin fue designado cónsul de México en San Diego (California). Para entonces tenía 51 años de edad70.

El destino de los recursos

Pero una cosa queda en el aire: ¿cuál fue el destino de los beneficios de las falsificaciones? En qué los utilizaron los dirigentes de La Causa de la Fe. Las hipótesis son varias. La primera reza que los utilizaron para fortalecer a la Unión Nacional Sinarquista. En qué forma: para apoyar las grandes manifestaciones, el pago de propaganda de sus candidatos para las elecciones estatales y municipales, la compra de algún armamento y apoyar la colonia María Auxiliadora creada por los sinarquistas en Baja California. El problema es que no se tienen datos de vínculo alguno entre La Causa de la Fe y la Unión Nacional Sinarquista. Una segunda hipótesis indica que los compartieron con Juan Andrew Almazán, el candidato del Partido Revolucionario de Unificación Nacional, el PRUN. Se dice que Almazán tenía marcadas simpatías con el franquismo y aun con el fascismo, lo cual los hermanaba tanto con el padre Jiménez como con Sampietro. La tercera hipótesis indica que Rafael T. Orendáin se quedó con gran parte de los beneficios. En su expediente, disponible en la Secretaría de Relaciones Exteriores, más que arrojar luz sobre su misión consular, abunda la alusiva al tráfico de cheques de viajero, dólares y pesos mexicanos, todos falsos, y desfalcos71. La cuarta y última, que el padre Jiménez se los embolsó o bien los derrochó. Como nadie les pidió cuentas, hicieron lo que les pareció más prudente.

En 1962, Gil publicó un libro sobre el sinarquismo, y difundió una serie de datos ciertos, y otros no tan ciertos. Afirma que desde el interior de Lecumberri, el padre Jiménez organizó la fuga de Sampietro y, que una vez evadido de Lecumberri, Sampietro falsificó papel moneda para la casi extinta Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Lo sorprendente vino a continuación. Dijo que el producto de las falsificaciones fue destinado a la compra de armas para el ejército sinarquista. Con medio millón de pesos, si es que es cierta la cantidad, algo o mucho se compró. Dónde se guardó el armamento. Según Mario Gil: en los sótanos de los templos. Pero Mario Gil fue mucho más allá. Que a la par de sus funciones diplomáticas, Rafael T. Orendáin, ex presidente de La Causa de la Fe, fungía como agente de compras de armas para los sinarquistas en los Estados Unidos72. Si bien la afirmación no deja de ser temeraria, pudo ser cierta.

Quiroz Cuarón tras los pasos de Sampietro

Aunque Alfonso Quiroz Cuarón afirma que, debido a su monto, las falsificaciones de Sampietro no fueron para tanto, en realidad sí lo fueron, ya que causaron pavor entre las altas esferas gubernamentales. Inclusive, a causa de ello, el Banco de México creó la oficina encargada de detectar al culpable. Justo en el último trimestre de 1947, cuando Sampietro planeaba poner en circulación una partida de billetes de cien pesos, Alfonso Quiroz Cuarón intensificó su búsqueda. La estrategia utilizada fue vigilar la correspondencia entre Amada Casas y su familia, radicada en Parral Chihuahua. La resultante fue que nunca se cruzaron una carta entre ellos. Ante el fracaso, el Banco de México ofreció una recompensa de diez mil pesos para despertar la codicia de algún excómplice. Sin esperar el resultado, Quiroz Cuarón decidió enfocar sus miras sobre Francisco Godoy Ibáñez, el famoso exmayor, y socio en el escape de Sampietro. Su subordinado, el agente José Maldonado, lo localizó en Los Altos (Jalisco), donde fungía como jefe de policía. Al enterarse de la recompensa de los diez mil pesos, Godoy Ibáñez se entusiasmó y habló. Repitió la historia del escape, y el peregrinar seguido después de abandonar Lecumberri, hasta el incidente tenido con Sampietro a raíz de la nalgada a la monja. Reiteró que el jesuita José Aurelio Jiménez, aparte de ser la cabeza de La Liga Defensora de la Fe, fue quien planeó la evasión de Sampietro. Volvió a referirse a los celadores controlados por La Causa de la Fe, que suponía seguían teniendo tratos con ella73.

Quiroz Cuarón tenía en su poder el domicilio del padre Jiménez, y los nombres de las parroquias donde oficiaba. Como se ha advertido, eran dos. Una en Santa María la Ribera, y La Coronación, en la colonia Condesa. Sin perder tiempo, el criminólogo y sus agentes se abocaron a buscarlo. Como cualquier feligrés, entraron a los citados templos para presenciar los servicios religiosos. Grabaron numerosos sermones pronunciados desde el púlpito que, para su sorpresa, seguían siendo igual de virulentos que en la época de la suspensión de cultos. Al escucharlos, Quiroz Cuarón concluyó que el verdadero autor intelectual del asesinato de Obregón fue el padre Jiménez. Para el criminalista, José de León Toral fue tan solo un instrumento de este mal sacerdote.

Una mañana, Quiroz Cuarón y varios agentes llegaron a la parroquia de La Coronación con el objeto de aprehender al sacerdote y, después de interrogarlo, entregarlo a las autoridades. En la sacristía, el padre Jiménez accedió a acompañarlos, pero les advirtió que primero cumpliría con sus deberes religiosos. Al concluir la misa, Quiroz Cuarón trasladó al padre Jiménez a sus oficinas del Banco de México para interrogarlo. Observó a un hombre de edad madura, mirada brillante, inteligente, de color moreno, con lentes. El criminólogo se dio cuenta de que tenía frente a sí a un hombre experimentado, acostumbrado a sortear los interrogatorios policiacos. Quiroz Cuarón le espetó los datos aportados por Godoy relativos a su papel en la fuga de Sampietro, y la circulación de billetes falsificados en beneficio de La Causa de la Fe. Para doblegarlo, le dijo que las falsificaciones no excedían de los 300,000 pesos, que ningún daño habían causado a la economía, y lo peor, que las víctimas eran personas de la periferia capitalina, de escasos recursos74.

El sacerdote dijo no saber dónde vivía Sampietro, razón por la cual pidió tres días para localizarlo. La única condición que puso fue que no lo vigilaran. Al día siguiente, Quiroz Cuarón llevó al padre Jiménez ante el jefe de la policía para que repitiera su ofrecimiento. El jefe de la policía aceptó el plan. Como deseaba evitar la intromisión de la prensa, propuso que el padre Jiménez estuviera en contacto con Quiroz Cuarón en su domicilio. Mas pasaron no tres, sino diez días, sin que el sacerdote cumpliera su palabra. En realidad, no tenía el domicilio de Sampietro, ya que había roto con la dirigencia de La Causa de la Fe.

Reaprehensión de los implicados en la fuga de Sampietro

Para salir del embrollo y resolver en definitiva el problema, la policía volvió a aprehender a los cómplices de la fuga de Sampietro. Siete personas resultaron aprehendidas, entre ellas dos mujeres. Se trata de Daniel Hernández Hernández, Jacinto Gómez, su esposa María de Jesús López Portillo, Horacio Olivares Téllez, Jesús Salgado Dueñas, Pilar Martínez Fuentes, María Santos de Barrón de Hernández y el citado padre Jiménez. En los primeros días de diciembre de 1947, las autoridades los interrogaron. Fue así que se enteraron de la existencia de La Liga Defensora de la Fe, de los nombres de sus principales dirigentes y del papel jugado por el padre Jiménez. Todos narraron los pormenores de la fuga de Sampietro. El problema fue que ninguno dijo conocer su domicilio. De todas las declaraciones, la más importante fue la de Daniel Hernández, quien expresó que, el 20 de diciembre, Jorge Téllez, el vicepresidente de La Causa de la Fe, se presentó en su negocio, diciéndole que le urgía hablarle en secreto. Acto continuo se dirigieron a otro lugar, donde estaba un automóvil estacionado, y Jorge Téllez le presentó al padre Jiménez, al cual naturalmente conocía. Fue entonces que el sacerdote le dijo: «Qué noticias tiene del individuo que le recomendaron», a lo que Daniel Hernández contestó que ninguna. Que, desde hacía un año, nada sabía. El padre Jiménez agregó: «se necesita saber de él para evitar mayores perjuicios». Según otra versión, el sacerdote le dijo; «Mira hijo, tomando en cuenta que la situación político-religiosa ha cambiado totalmente en la ciudad de México, es necesario que ahora colaboremos para lograr la localización del aquel compañero que tuviste bajo tu cuidado»75.

El 31 de diciembre de 1947, el padre Jiménez fue aprehendido y llevado a declarar. Dijo llamarse José Aurelio Jiménez Palacios, tener 58 años de edad, ser originario de la ciudad de Oaxaca, sacerdote, con domicilio en la calle de Serapio Rendón número 70, departamento 14. Al preguntársele sobre sus antecedentes penales, declaró que en una ocasión fue procesado por el asesinato de Obregón, sin llegar a ser sentenciado ya que ganó un amparo. Interrogado sobre los hechos que se investigaban, dijo estar enterado de las declaraciones de los detenidos, pero que casi no los conocía. De los siete detenidos, solo conocía a cinco. A algunos los conoció en forma superficial por haber sido celadores de la penitenciaría y a otros, porque visitaban en el penal a sus familiares y amigos. Negó pertenecer a la agrupación La Causa de la Fe ya que ni sabía de su existencia, sino hasta que fue detenido. Negó tener injerencia en los hechos que se investigaban, y negó igualmente que fueran ciertas las declaraciones de los detenidos en las cuales lo involucraban. Asimismo, juró que nada tuvo que ver en la fuga de Enrico Sampietro y Francisco Godoy Ibáñez. Curtido en las lides judiciales, dijo ignorar las razones por las cuales lo involucraban en la falsificación y distribución del papel moneda, ya que no tenía comunicación directa o indirecta con los culpables. Aceptó conocer a Luis Barquera, como a cualquier feligrés, en el ejercicio de su ministerio, a José Serrano, quien le dio alojamiento en su domicilio después del asesinato de Obregón, cuando era buscado por las autoridades, y a Jorge Téllez, porque era su compadre. Finalmente dijo que era falso que se hubiera comprometido con la Jefatura de Policía para entregarle a Enrico Sampietro. Eso sí, aceptó que se dirigió a todos y cada uno de los detenidos, para conminarlos a que si sabían algo sobre los hechos que se investigaban lo dijeran y cooperaran con las autoridades76.

Pero en las altas esferas gubernamentales hubo alguien interesado en apagar el escándalo de la aprehensión del padre Jiménez y su eventual reclusión. El primero de enero de 1948, los presuntos culpables fueron puestos bajo la jurisdicción de la Procuraduría General de la República, y su titular, Francisco González de la Vega, en un tiempo récord de doce horas, en un día, por cierto, inhábil, decretó su libertad77. El padre Jiménez se salió con la suya. Estuvo detenido setenta y dos horas. Se escapó de volver a ser encerrado en Lecumberri.

Localización de Sampietro

Pasados más de tres meses del interrogatorio a que fue sometido el padre Jiménez, y otros partícipes en la fuga de Sampietro, ocurrió algo inesperado. Uno de los miembros de La Causa de la Fe solicitó una entrevista con el procurador general de la República, y le dijo que Sampietro vivía en la calle de Ayuntamiento 19, colonia Iztapalapa, una propiedad de la persona que personificaba a Cristo durante la Semana Santa. Así, todo quedó resuelto. El 9 de abril de 1948, con los datos en la mano, varios agentes se dirigieron al domicilio señalado, y encontraron a Sampietro acostado en su cama. Al verse atrapado, musitó: «¡Ni modo! ¡Ni modo! ¡Me tocó ahora la de perder!». Al observar ropa de militar, los agentes le preguntaron cuál era la razón. Sampietro dijo que para evitar sospechas sobre su verdadera identidad, salía a la calle portando un uniforme de mayor del Ejército Nacional. Al ser revisados los uniformes, los agentes se percataron de que las tallas eran distintas. Al pedirle una explicación, Sampietro dijo que uno, el de su talla lo utilizaba él y el otro, Orendáin, para sus actividades ilícitas78. Sobre la razón de que estuviera en su casa, se debía a que en una ocasión Orendáin lo olvidó. El jefe máximo de La Causa de la Fe solía ponérselo para hacerse pasar por miembro del Ejército y poder entrar a la Fábrica Nacional de Armas, lugar en el cual compraba algunas armas79.

La Causa de la Fe, realidad o fantasía

En sus declaraciones ante las autoridades, Enrico Sampietro reiteró que las personas que lo ayudaron a evadirse de Lecumberri pertenecían a una liga o asociación. Expresó que, una vez que se fugó, se entrevistó con su presidente para acordar la mecánica de las falsificaciones. Señaló que ellos lo abastecían de toda suerte de materiales para realizarlas, a cambio del dinero necesario para subsistir. Con el paso de los días, Sampietro abrió más la boca. Dijo que la citada Liga, tenía «los mismos fines que aquella que auspició el llamado movimiento cristero»80. El 11 de abril negó conocer a los dirigentes de la organización, debido a que utilizaba terceras personas para recoger los billetes que falsificaba, la principal, Daniel Hernández. Pero dijo algo importante: que si bien no sabía los nombres de los dirigentes, físicamente los podría reconocer81. Para el 13 de abril, Sampietro fue más claro. Señaló a Luis Barquera, a Rafael T. Orendáin y a Téllez Vargas. Al ser acorralado, negó conocer sus domicilios y los de la misma Liga. Por supuesto, narró la historia de las falsificaciones, los años y los montos. Agregó que la Liga Defensora de la Fe le enviaba en forma regular toda suerte de información sobre la organización en papel membretado. Habló de los desacuerdos derivados de las retribuciones que al parecer no siempre fueron equitativos. Así las cosas, dijo que, en un momento dado, se opuso a seguir falsificando papel moneda, lo cual derivó en una serie de amenazas sobre su persona. Lo amenazaron con denunciarlo y entregarlo a las autoridades. Las cosas llegaron al extremo de que en 1946 rompió con la Liga y, para subsistir, vendió sus muebles y otros objetos. Fue entonces que falsificó el papel moneda necesario para salir del país82.

Rafael T. Orendáin en aprietos

Como el nombre de Rafael T. Orendáin, cónsul de México en San Diego (California), salió a colación, se armó todo un escándalo. Sampietro lo señaló como el principal dirigente de La Liga de Defensa Religiosa, y que en 1938 lo ayudó a fugarse de Lecumberri, a cambio de cincuenta mil pesos83. Al enterarse del señalamiento, el 14 de abril de 1948 Orendáin envió un telegrama a la Secretaría de Relaciones Exteriores, el cual reza: «Cargos infundados en mi contra por prensa esa capital relacionados con falsificación de billetes son completamente falsos punto nunca he tenido ningún trato con autor falsificación a quien no conozco punto salgo para esa en ferrocarril por estado salud fin ponerme a disposición esa Secretaría y autoridades correspondientes para aclarar cargos insidiosos hácenme. Respetuosamente Cónsul Orendáin»84. Efectivamente, Orendáin viajó a la capital de la república para ponerse a la disposición de las autoridades. El 8 de mayo, se presentó con un amparo en mano. Como era de esperarse, declaró que jamás perteneció a La Liga Defensora de la Libertad Religiosa, ni a La Liga Defensora de la Fe. Es más, dijo que tampoco era la persona a la cual se refería Sampietro. Que no se llamaba José, su alias utilizado como máximo dirigente de la organización, que tampoco era de color moreno, sino blanco, y no tenía marcas en el rostro. Presionado por el juez Antonio Fernández Vera, dijo llamarse en realidad Rafael Tomás Orendáin del Castillo Negrete. Presumió que su familia era una de las más ricas en Jalisco y que poseían varias fábricas de licores. Buscando impresionar al juez, dijo que su mundo era el diplomático, y no el de las falsificaciones de papel moneda85.

Pero, no obstante que Sampietro lo señaló como cómplice en la falsificación de papel moneda, Orendáin resultó exonerado y fue absuelto. Para el 28 de junio del mismo año, reasumió sus funciones en el consulado de San Diego. Su amistad con Miguel Alemán resultó decisiva. El 11 de junio le fue conferida una comisión en el sur de los Estados Unidos, pero el escándalo continuó. Su expediente en la Secretaría de Relaciones Exteriores está plagado de noticias sobre su vinculación con La Causa de la Fe, con Sampietro, con la falsificación de cheques, de dólares y papel moneda mexicano. Inclusive, se hizo público que, debido a la circulación de cheques de viajero, Orendáin estaba fichado por la policía cubana bajo la clave 64139. El señalamiento fue hecho por Jorge Medina, gerente de la compañía Welles Fargo86.

A finales de julio de 1948, Sampietro fue nuevamente interrogado por elementos de la llamada Sección de Investigaciones, y manifestó que, al ser atrapado, trató de ocultar el nombre de Rafael Tomás Orendáin. Lo hizo porque fungía como cónsul en San Diego, y por su cercanía con Miguel Alemán. Pero hubo otras razones de peso. Un funcionario de la Dirección Federal de Seguridad lo amenazó con tomar represalias si hablaba más de la cuenta, entre ellas, impedir las visitas de su esposa Amada Casas, la cual era llamada en forma despectiva, su amante87. La suerte de Rafael Tomás Orendáin siguió siendo adversa. Dos funcionarios policiacos de origen norteamericano visitaron a Sampietro en la penitenciaría. Uno de ellos fue el comandante de la policía de Texas, Francis Cruz Dilucia. Su misión, preguntarle cuáles eran sus nexos con Rafael T. Orendáin, ya que obraban en su poder datos relativos a que utilizaba la valija diplomática para introducir dólares falsos en los Estados Unidos. Ante tantos escándalos, el 15 de julio de 1948, Rafael Tomás Orendáin envió su renuncia a la Secretaría de Relaciones Exteriores88.

Colofón

Con la ruptura entre Sampietro y La Causa de la Fe, ya no hubo fondos para mantenerla con vida. De ahí que su fuerza se eclipsara. Sampietro fue nuevamente encarcelado. En total, pasó casi tres quinquenios encerrado en Lecumberri. Cumplió su condena, y en 1961 fue expulsado de México. Salió justamente con 61 años a cuestas. Se dirigió a su país natal, Francia. Estuvo en México alrededor de 27 años, cuando que en otros países permaneció unos cuantos meses o años. Hubo casos en que su paso fue fugaz. Su militancia en La Causa de la Fe, ya fuera consentida u obligada, pesó demasiado. Cuando le fue preguntada la razón por la cual permaneció tanto tiempo en México, adujo el amor a su esposa mexicana. Jamás se supo cuál fue su verdadero nombre. El de Alfredo Héctor Donadieu fue el de su extinto hermano. No lo dijo ni en sus Memorias. Murió en su natal Marsella cuando estaba a punto de cumplir los ochenta años. Pero aquí cabe otra vez la pregunta: ¿quién se quedó con los beneficios derivados de la falsificación del papel moneda? Los dirigentes de La Causa de la Fe, el padre Jiménez, la Iglesia católica, la Unión Nacional Sinarquista. Sobre ello, no hay respuesta. Medio millón de pesos falsificados no bastaban para hundir la economía mexicana, pero se trataba de una cantidad nada despreciable. Se falsificó papel moneda de veinte, cincuenta y cien pesos. Hasta donde se sabe, el padre Jiménez jamás aspiró al martirio, ni a convertirse en santo, a no ser que lo haya ocultado. Se dice que murió, víctima de una enfermedad cardiaca y de un fuerte reumatismo ocasionado por su reclusión en Lecumberri89. De José Serrano Orozco, Luis Barquera, Jorge Téllez Vargas y de otros dirigentes de La Causa de la Fe, nada se volvió a saber. La Liga se esfumó en forma lenta pero irreversible. Para Alfonso Quiroz Cuarón, los llamados Defensores de la Fe, no fueron más que un grupo de maleantes que, escudados en el misticismo, trataron de perjudicar el Estado mexicano90.

FuentesArchivos

AHDF-JP-IPS - Archivo Histórico del Distrito Federal. Jefatura de Policía, Investigación/Policía Secreta.

AHGESRE - Archivo Histórico Genaro Estrada. Secretaría de Relaciones Exteriores.

FSCJN - Fondo Suprema Corte de Justicia de la Nación.

CEHM-FIMC - Centro de Estudios de Historia de México. Fondo Impresos del Movimiento Cristero, Carso.

FMPyV - Fondo Miguel Palomar y Vizcarra. Instituto de Estudios sobre la Universidad.

Hemerografía

El Universal

Excelsior

La Prensa

Tiempo

Referencias
[Abascal, 1980]
S. Abascal.
Sinarquismo y Colonia María Auxiliadora (1935-1944).
Tradición, (1980),
[Blanco Ribera, 2002]
C. Blanco Ribera.
Mi contribución a la epopeya cristera.
Asociación Pro Cultura Occidental, (2002),
[Butler, 2006]
M. Butler.
Revolution and the Ritual Year: Religious conflict and innovation in Cristero Mexico, 1926-1929.
Journal of Latin American Studies, 38 (2006), pp. 465-490
[Butler, 2009]
M. Butler.
Mexican Nicodemus: The aposleship of Refugio Padilla, Cristero, on the Islas Marías.
Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 25 (2009), pp. 271-306
[Campbell, 1976]
H. Campbell.
La derecha radical en México, 1929-1949.
SepSetentas, (1976),
[Dooley, 1976]
F. Dooley.
Los cristeros, calles y el catolicismo mexicano.
SepSetentas, (1976),
[García Ramírez, 1979]
S. García Ramírez.
El final de Lecumberri (reflexiones sobre la prisión).
Porrúa, (1979),
[Garmabella, 2007]
J. Garmabella.
El criminólogo. Los casos más impactantes del Dr. Quiroz Cuarón.
Random House Mondadori, (2007),
[Gil, 1962]
M. Gil.
El sinarquismo. Su origen, su esencia, su misión.
Editorial Olin, (1962),
[González, 2001]
F. González.
Matar y morir por Cristo Rey.
Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México-Plaza y Valdés Editores, (2001),
[Guedea, 1992]
V. Guedea.
En busca de un gobierno alterno: Los Guadalupes de México.
Universidad Nacional Autónoma de México, (1992),
[Heilman, 2002]
J. Heilman.
The Demon inside: Madre Conchita: Gender, and the assassination of Obregón.
Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 18 (2002), pp. 23-60
[Iber, 2013]
P. Iber.
Managing Mexico's cold war: Vicente Lombardo Toledano and the uses of political intelligence.
Journal of Iberian and Latin American Research, 19 (2013), pp. 11-19
[Meyer, 2010]
J. Meyer.
La cristiada. 3-Los cristeros.
Siglo XXI, (2010),
[Padilla, 1948]
J. Padilla.
Sinarquismo: Contrarrevolución..
Polis, (1948),
[Piccato, 2001]
P. Piccato.
City of suspects. Crime in Mexico city, 1900-1931.
Duke University Press, (2001),
[Proceso, in press]
Proceso de José de León Toral (1928). vol. I. México: Juzgado de Primera Instancia de Tacubaya. Ramo Penal.
[Reguer, 1997]
C. Reguer.
Dios y mi derecho. vol. IV.
Jus, (1997),
[Rius Facius, 1958]
A. Rius Facius.
De don Porfirio a Plutarco. Historia de la A. C. J. M.
Jus, (1958),
[Rius Facius, 1960]
A. Rius Facius.
Méjico cristero.
Editorial Patria, (1960),
[Ruiz y Flores, 1942]
L. Ruiz y Flores.
Recuerdo de recuerdos.
Buena Prensa, (1942),
[Sampietro, 1991]
E. Sampietro.
Memorias de un falsificador.
Libros de Proceso, (1991),
[Solís, 2008]
Y. Solís.
Asociación espiritual o masonería católica: la UISTOR.
Revista de Historia Internacional, 33 (2008), pp. 121-137
[Solís, 2012]
Solís, Y. (2012). Ojo por ojo, la U y la oposición católica a la revolución mexicana. En Casas García, C. (compilador), Iglesia y los centenarios de la independencia y la revolución (pp. 321-333). México: CEM-IMDOSOC.
[Zalce y Rodríguez, 1950]
L. Zalce y Rodríguez.
Apuntes para la historia de la masonería en México. (De mis lecturas y mis recuerdos). vol. II.
Herbasa, (1950),

Mario Ramírez Rancaño es doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París, Francia), investigador titular en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, y profesor en la División de Estudios de Posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras. Su libro más reciente versa sobre el asesinato de Álvaro Obregón. Actualmente trabaja sobre las sociedades secretas clericales.

La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Archivo Histórico del Distrito Federal. Jefatura de Policía, Investigación/Policía Secreta (en lo sucesivo AHDF-JP-IPS). Declaración de Horacio Olivares Téllez, 11 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

Fondo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (en lo sucesivo FSCJN). Ampliación a las declaraciones rendidas por José Aurelio Jiménez Palacios (padre Jiménez), el 14 de octubre de 1932, ante el C. juez mixto de Primera Instancia del Partido Judicial de Coyoacán, D.F., Sección: 1/a.; expediente 7565/36; 1932; fo. p. 7.

Centro de Estudios de Historia de México. Fondo Impresos del Movimiento Cristero (en lo sucesivo CEHM-FIMC), carpeta 14, legajos 1413 y 1414; Fondo Miguel Palomar y Vizcarra (en lo sucesivo FMPyV), caja 81, expediente 619 y fo. 632. Proceso de José de León Toral y socios, tomo I, p. 14b. Archivo General de la Nación.

FSCJN. Amparo Turnado al señor ministro José Rebolledo, fols. 66, 72, 73 y 76; y FSCJN. Sentencia, 10 de marzo de 1955, expediente 1437/953, p. 5.

Ruiz y Flores (1942, p. 96); Barquín y Ruiz (1967, p. 93) y Dooley (1976, p. 186).

CEHM-FIMC, carpeta 15, legajo 1545.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Horacio Olivares Téllez, 11 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

CEHM-FIMC, carpeta 48, legajo 5218.

FSCJN. Sentencia, expediente 1437/953, p. 5.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Jacinto Gómez, Horacio Olivares Téllez, María de Jesús López Portillo, Pilar Martínez Fuentes, diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

Excelsior, 22 de julio de 1938.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Jacinto Gómez Salcedo, 10 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

AHDF-JP-IPS. San Pietri del Monte, Enrico (a) A. Drieski, caja 363, expediente 4387/37.

AHDF-JP-IPS. San Pietri del Monte, Enrico (a) A. Drieski, caja 363, expediente 4387/37

Excelsior, abril 10 de 1948. En El Universal del 12 de abril de 1948, se dice que la policía de los Estados Unidos ofrecía 20 000 dólares.

Excelsior, 21 de julio de 1938.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Jacinto Gómez Salcedo, 10 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Jacinto Gómez Salcedo, 10 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48; Sampietro (1991, p. 422).

AHDF-JP-IPS. Declaración de Jacinto Gómez Salcedo, 10 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48. Excelsior, 13 de abril de 1948.

El Universal, 13 y 19 de abril de 1948.

Archivo Histórico Genaro Estrada. Secretaría de Relaciones Exteriores (en lo sucesivo AHGESRE), IV-1158-3.

AHGESRE, IV-1158-3.

AHGESRE, IV-1158-3.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Daniel Hernández Hernández, 29 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

AHDF-JP-IPS. Declaración de María Santos Barrón de Hernández, 30 de diciembre de 1947, caja 7 expediente 48.

La Prensa, 7 de diciembre de 1941.

FSCJN, juicio de amparo directo ante la corte, 21 de febrero de 1938, pp. 145-146, y sentencia, 5 de diciembre de 1941, pp. 226-226 anverso.

FSCJN, 13 de octubre de 1954, expediente 1437/953, y 30 de marzo de 1953, expediente 1437/953, p. 3.

FSCJN, 13 de octubre de 1954, expediente 1437/953, pp. 3-4, y 30 de marzo de 1953, expediente 1437/953, p. 2.

Tiempo, 9 de enero de 1948.

FSCJN. Sentencia, p. 4; 9 de julio de 1955, expediente 1437/953, p. 2-3.

Tiempo, 9 de enero de 1948.

Tiempo, 9 de enero de 1948.

Tiempo, 8 de enero de 1948.

Tiempo, 9 de enero de 1948.

Excelsior, 11 de abril de 1948.

AHDF-JP-IPS. Declaración sin precisar la persona, caja 7, expediente 48.

Excelsior, 13 de abril de 1948.

La Prensa, 13 de abril de 1948.

Excelsior, 13 de abril de 1948.

AHGESRE, IV-1158-3 y VII-73-16.

AHGESRE, IV-1158-3.

AHDF-JP-IPS. Declaración de Daniel Hernández Hernández, 29 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

AHDF-JP-IPS. Declaración de José Aurelio Jiménez Palacios, 31 de diciembre de 1947, caja 7, expediente 48.

Tiempo, 8 y 16 de enero de 1948.

FSCJN. Sentencia, p. 7-8.

AHGESRE, IV-1158-3.

El Universal, 11 de abril de 1948, y Excelsior, 13 de abril de 1948.

Excelsior, 11 de abril de 1948.

El Universal, 11 de abril de 1948.

ASCJN. Sentencia, p. 7.

AHGESRE, IV-1158-3.

Excelsior, 9 de mayo de 1948, y El Universal, 10 y 16 de mayo de 1948.

AHGESRE, IV-1158-3.

Copyright © 2016. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Descargar PDF
Opciones de artículo