Con la reaceptación de Sudáfrica en el Comité Olímpico Internacional en febrero de 1968, se planteó seriamente la posibilidad de que un conjunto de naciones africanas, asiáticas, caribeñas, de Europa del este (e incluso atletas afroamericanos de Estados Unidos) no asistieran a los juegos olímpicos de la ciudad de México, que se inaugurarían en octubre de 1968. En este artículo se exploran las circunstancias de la reaceptación de Sudáfrica en el Comité Olímpico Internacional, los argumentos a favor y en contra de tal decisión, y la estrategia de los organizadores mexicanos para impedir la asistencia de Sudáfrica a la ciudad de México. En ese contexto, se revalúa la famosa fotografía de Tommie Smith, Peter Norman y John Carlos en la ceremonia de premiación de los 200m lisos, uno de los íconos de la cultura visual del siglo xx.
On February 1968 South Africa was reaccepted to the International Olympic Committee. This situation brought about the no-show possibility of a group of African, Asian, Caribbean and Eastern European nations, and even African-American athletes, to the olympic games in Mexico City on October of that year. This article explores the circumstances around the reacceptance of South Africa to the International Olympic Committee, the arguments in favor or against this decision and the strategy of the Mexican organizers to inhibit the presence of this country in Mexico City. In this context one of the cultural icons of the Twentieth Century, the famous photography of Tommie Smith, Peter Norman and John Carlos in the award ceremony of the 200 meters sprint running event, is reevaluated.
Este artículo trata de dos asuntos entreverados con los juegos olímpicos de la ciudad de México: la amenaza de boicot de países africanos, árabes, caribeños y probablemente del bloque socialista con motivo de la reaceptación de Sudáfrica en el Comité Olímpico Internacional (en adelante COI) en febrero de 1968; y la secuencia de hechos, representaciones y consecuencias de la protesta de Tommie Smith y John Carlos (estadounidenses), y Peter Norman (australiano), en el podio de medallistas del Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria el 16 de octubre de 1968.
Los dos asuntos plantean una problemática historiográfica: cómo alrededor de los Juegos olímpicos la raza y la vindicación de derechos conformaron un fenómeno político global, arduo de manejar para la burocracia olímpica internacional, los organizadores locales y aun los gobiernos. Debemos abandonar la idea de que los juegos olímpicos modernos han sido solo una gran reunión deportiva y en cambio aceptar que han sido también (y son) un resumen del estado del arte de la política internacional en cada momento, y de manera especial a partir de la década de 1930.
Según la legislación del COI, la readmisión de Sudáfrica obligaba a los organizadores a invitar formalmente al comité olímpico sudafricano y al gobierno mexicano a otorgar visas, sin condiciones, al régimen del apartheid. Sin hipérbole, ello estuvo a punto de ser catastrófico para los juegos de 1968. De ahí que describir y analizar las respuestas del comité organizador y del gobierno mexicano para evitar que Sudáfrica estuviera en México 68 son ejercicios que se inscriben no solo en la historia de los Juegos sino en la de las relaciones internacionales, aunque solo sea por el hecho de que esas respuestas debieron apoyarse en la infraestructura doctrinaria y material del servicio exterior del Estado mexicano.
Imagen poderosísima, el famoso saludo-protesta de Tommie Smith y John Carlos enfatiza que el conflicto racial y el asunto de los derechos civiles en EE. UU. tuvieron como objetivo y escenario los juegos de la ciudad de México, algo que cronistas e historiadores han señalado. Pero hay más, un problema de método para el mejor entendimiento de la historia contemporánea: los símbolos de un periodo que aún nos pertenece pueden saturarnos al grado de la intoxicación. Como escribió Keith Brewster «debe reconocerse que México 68 es recordado menos por el lugar que por unos pocos momentos icónicos»1, es decir, más por los símbolos que por la ciudad, las personas (ciudadanos, atletas) y las historias que pueden ser narradas. Son los saldos positivos y negativos de una esfera pública dominada por imágenes (carteles, fotografías, películas, videos) que han perdido, no obstante, su aura como momentos irrepetibles2. La fotografía y la narración, que es obligatoria, sirven para recordarnos que todavía hay historias (gracias y a pesar de la imagen) que exigen reconstrucción e interpretación.
BoicotsLa decisión de asistir o no asistir (o permitir que otros asistan) adquirió un lugar preponderante en la experiencia olímpica entre los juegos de 1936 (Berlín) y los de 1984 (Los Ángeles). Ese ha sido uno de los temas centrales en la geopolítica olímpica. De la literatura consultada se pueden desprender dos grandes hechos causales para que gobiernos, organizaciones, medios o ciudadanos aboguen porque sus respectivas delegaciones deportivas se ausenten de unos juegos, o argumenten contra la presencia de otras delegaciones: las guerras e intervenciones militares, usualmente juzgadas como agresiones, y la discriminación de personas por motivo de su raza. Esas políticas y actitudes se han denominado, en la jerga del periodismo y los estudios olímpicos, boicots.
Recién finalizada la segunda Guerra Mundial los británicos –que organizarían los juegos de Londres en 1948– simplemente no consideraron una invitación a la Alemania derrotada (en realidad no se trató de un boicot sino de un veto)3. El ingreso de la Unión Soviética al COI, en 1951, pareció normalizar la situación internacional del olimpismo, una vez que su membrecía reflejaba la geopolítica del momento. Sin embargo, una vez que la Unión Soviética invadió Hungría, apenas unas semanas antes de los juegos de Melbourne, Australia, en noviembre de 1956, las delegaciones de Holanda, España y Suiza se retiraron de la competencia. Y lo mismo hicieron las delegaciones árabes (Egipto, Irak, Líbano) como protesta por la alianza de Inglaterra y Francia para invadir y ocupar el canal de Suez y por la presencia de Israel en los Juegos4.
Y cuando la Unión Soviética invadió Afganistán, en apoyo a un gobierno afín, a finales de diciembre de 1979, se desató una pugna internacional que afectó a los juegos de Moscú (1980) en una magnitud que aún se discute. El gobierno de EE. UU., que encabezaba James Carter, condicionó la asistencia de su país a los juegos del siguiente verano a la retirada del Ejército Rojo de Afganistán. 1980 sería además año electoral en Washington, en medio de la recesión económica y con una imagen internacional deteriorada por el prolongado secuestro de personal de la embajada en Teherán al calor de la revolución de los ayatolas. Carter no cedió un ápice, consiguió el apoyo del Congreso, de la opinión pública de su país y al final logró que 62 naciones se ausentaran (81 asistieron). Siguieron el boicot delegaciones tan significativas como la de República Federal Alemana, Canadá, Japón, China, Israel y, paradójicamente, las de los países árabes. En cambio, la propuesta de Carter falló con Gran Bretaña (cuyo Comité Olímpico desobedeció a la primera ministra Margaret Tatcher), Francia, Italia, Australia, prácticamente toda África subsahariana y América Latina (solo el Chile de Pinochet no acudió). Los Juegos de 1980 tuvieron menor concurrencia de atletas que las tres citas olímpicas previas, y una afectación de los ingresos por turismo y derechos de televisión difíciles de calcular pero no de imaginar5.
La Unión Soviética pretendió tomar venganza en los juegos de Los Ángeles en 1984. Argumentando posibles actos de agresión de EE. UU. a la delegación soviética en la gran ciudad californiana, se anunció la inasistencia de la URSS en mayo de 1984. Convencieron, es un decir, a 16 gobiernos afines para que siguieran el boicot. Sin embargo, y al contrario de lo acecido cuatro años antes, la justa olímpica apenas resintió las ausencias, sobre todo porque los juegos de Los Ángeles constituyeron una enorme novedad en términos de financiamiento, organización y difusión en medios. El fiasco del boicot soviético, a pocos años de que la Guerra Fría entrara en fase terminal, representó el fin del periodo de las grandes ausencias en los juegos modernos6.
La segunda causa del boicot en la saga olímpica moderna ha sido la discriminación por motivos de «raza». La raza, entendida como un conjunto de rasgos fenotípicos y culturales, codificados jurídicamente en la historia moderna y contemporánea por algunos Estados con fines de exclusión, ha suscitado algunos de los momentos de conflicto y quiebre en la pretendida vocación ecuménica del olimpismo moderno. Si este proclama que la participación en unos juegos está abierta a todos los hombres y mujeres sin importar el color de la piel, religión, credo político, etcétera, el hecho es que algunos Estados legislaron o establecieron prácticas que impidieron o dificultaron la participación de ciertas personas o grupos en los juegos olímpicos. Uno de los casos más estudiados ha sido el de los judíos alemanes en los juegos de Berlín en 1936. Es un ejemplo esclarecedor porque además evidencia la gran política alrededor del la participación, la ausencia y el boicot. Está documentado el debate que suscitó en los medios periodísticos y políticos estadounidenses: ¿debían los deportistas competir en unos juegos que se celebrarían en una ciudad y en un país donde el antisemitismo adquiriría el estatus de ley, donde eran rampantes la discriminación y la violencia física contra los judíos y donde presumiblemente ninguno o muy pocos deportistas judíos alemanes podrían aspirar a pertenecer a la delegación de su propio país? De aquella discusión salió triunfante Avery Brundage, y EE. UU. participó en los juegos de Berlín. Ello representó un momento muy importante en la propia carrera de Brundage en el COI, que presidiría entre 1952 y 19727. Aquella experiencia sería esencial, sugiero, para entender las respuestas del presidente del COI en la crisis internacional de los juegos de México 68.
La otra saga que vinculó raza y boicot sería el tema de Sudáfrica y estuvo muy presente en la política del COI y en medios deportivos y diplomáticos durante las décadas de 1960 y 1970. Como veremos adelante, la cuestión de apartheid entró en momentum con motivo de México 68. En todo caso, el asunto del apartheid sudafricano ofreció desarrollos rocambolescos como el de los juegos de Montreal, en 1976, cuando 28 delegaciones de países africanos y árabes se retiraron de la ciudad, a horas de la inauguración, como protesta por la negativa del COI a separar a los neozelandeses de los juegos; un equipo de rugby (deporte no olímpico) había jugado un partido con su similar sudafricano, rompiendo así el mandato (popular y efectivo) de aislar internacionalmente al régimen de Pretoria8.
Las llamadas cartas olímpicas (es decir, los principios y regulaciones emitidos por el COI) han sido la fuente de legitimidad y de autoridad para discutir y dirimir la cuestión racial en los juegos modernos. Como suele suceder en otras experiencias políticas y culturales, en realidad no ha existido –ni puede existir– una lectura ni una interpretación unívoca de los preceptos, de la ley. Lo que tenemos los historiadores es una tensión entre los principios promovidos por las cartas olímpicas, de un lado, y las realidades sociales y las determinaciones políticas y geopolíticas en los países miembros del COI, del otro.
En las versiones de las cartas olímpicas de la segunda posguerra mundial, hasta la década de 1980 inclusive, la discriminación de potenciales atletas olímpicos en sus propios países por motivos políticos, religiosos o de raza podía estaba sujeta a ambigüedades de interpretación. «No discrimination is allowed against any country or person on grounds of colour, religion or politics», ordenaba el artículo 1, segundo párrafo, en las versiones comprendidas entre fines de la década de 1940 y principios de la de 1970. En la carta de 1978 se precisó el tema con la redacción (ahora en el artículo 3): «No discrimination in them [Olympic Games] is allowed against any country or person on grounds of race, religion or politics». Solo en 1992 se dio un giro para establecer la obligación del COI de luchar «against any form of discrimination affecting the Olympic Movement». Más aún, el COI se obligó, en la versión de 1997, a participar «in actions to promote peace, acts to protect the rights of the members of the Olympic Movement and acts against any form of discrimination affecting the Olympic Movement»9.
Como es fácil inferir, los mayores problemas de amenaza o realización de boicots tuvieron lugar a la sombra de reglas e interpretaciones vigentes a partir de finales de la década de 1940, es decir, durante la vigencia de la Guerra Fría; la ruptura de 1992 se dio una vez fenecido aquel periodo con la caída del muro de Berlín. Doble interpretación, entonces: quienes abogaban por un boicot fundaban su alegato en que los deportistas eran discriminados en sus países de origen (como los judíos en Alemania en 1936 o los negros en Sudáfrica en 1968) lo que violentaba el espíritu y las reglas olímpicas. La burocracia del COI en Lausana, apoyada en el mismo artículo, podría argumentar en cambio que los boicots implicaban introducir un criterio político del cual eran ajenos el espíritu y las reglas del olimpismo. Pero ese atolladero, si en realidad lo fue, se superaba en lo que ha acompañado todos los juegos de la época moderna, y sobre todo en la segunda posguerra: la política alrededor de los propios juegos.
Ha sido relativamente sencillo suponer que las declaraciones de principios del olimpismo moderno, desde la época misma de Pier de Coubertin, ha sido una actitud o bien cínica, o bien inocente. En otra parte he argumentado que tal juicio es un error de interpretación; en último análisis, los juegos olímpicos son nuestra gran experiencia pagana y politeísta, una democracia de símbolos10. Se llame neutralidad axiológica o militancia en favor de la no discriminación, los postulados del olimpismo respecto a la no exclusión de nadie por motivos políticos, religiosos o de raza es la piedra fundacional para imaginar, en el mundo moderno, una secularidad y un ecumenismo plenos. Lo digo de otra manera: según avanza el siglo xx, las pulsiones religiosas tienden a convertirse en religiones políticas (comunismo, fascismo, las ideologías neoimperialistas) y luego, otra vez, en religiones de Estado. El tono (alguien diría bobalicón) de las cartas olímpicas (con independencia de su aplicación y resultados) abrieron otra puerta: el esfuerzo atlético, el sudor, la disciplina nos iguala como hombres (y, partir de la década de 1990, en las cartas olímpicas, como hombres y mujeres11). El paganismo implícito en los juegos nos salva del monoteísmo abrumador de las religiones políticas (y de las religiones a secas) del siglo xx(y esa densidad moral del olimpismo no ha recibido la atención debida).
¿Sudáfrica en México?La protesta de Smith y Carlos es uno de los episodios del conflicto racial que impactó los juegos de México. Pero si el caso de EE. UU. fue importante por el amago de inasistencia de los atletas negros y luego por ese gesto que se convirtió en leyenda, para los organizadores el verdadero problema para el cumplimiento de sus expectativas provino de la amenaza de un boicot generalizado a los juegos mexicanos.
Sudáfrica había sido suspendida como miembro del COI en 1963, explícitamente por sus prácticas de discriminación racial; por tanto, no recibió invitación para los juegos de Tokio (1964). Sin embargo, sus dirigentes deportivos continuaron haciendo lobby, probablemente con la simpatía de Brundage12. En septiembre de 1967 el COI envió una comisión a Sudáfrica, encabezada por Lord Killanin, para informar sobre el avance de las políticas no ya contra el apartheid sino en favor de prácticas por demás artificiosas para integrar equipos «multirraciales». En esta avanzada hubo mucho de tragicomedia. A Sir Adetokunbo Ademola, graduado en Cambridge, miembro de la orden del imperio británico, expresidente de la Corte Suprema de Nigeria y negro le permitieron hospedarse en un hotel exclusivo para blancos pero un funcionario sudafricano sugirió que el juez no usara los baños del restaurante del hotel; y un buen día la policía reconvino a Lord Killanin y a Ademola por sentarse juntos en la banca de un parque «público»13.
Con todo, el informe producido por Lord Killanin, Ademola y el keniano blanco Reggie Alexander abrió las puertas a la readmisión de Sudáfrica en la reunión del COI en Grenoble. En su conclusión el documento de más de 100 cuartillas sostenía que «la evidencia abrumadora proveniente de los administradores y deportistas de todas las comunidades deportivas en Sudáfrica» apuntaba a que las propuestas del COI contra la segregación en el deporte habían sido implementadas «correctamente» y por tanto existían «bases aceptables» para organizar un «equipo multirracial» que asista a los «juegos olímpicos de México». El tono y los argumentos fueron plenamente recuperados por el proyecto de resolución presentado en la reunión por el australiano Hugh Weir. Como en principio se había previsto una asistencia de apenas 42 miembros del COI se dispuso la votación por correo. Concurrieron no obstante 55 miembros. Al parecer el resultado fue de 36 por la readmisión y 26 en contra (incluyendo los votos postales), con un número no especificado de abstenciones. La sesión de Grenoble fue intensa y ominosa. Según testimonios los dirigentes deportivos africanos presionaron al grado del acoso físico a un terco y soberbio Brundage para que el informe no fuera aceptado. Dennis Brutus, uno de los dirigentes deportivos más consecuentes en la lucha contra el apartheid en el deporte africano, espetó a Brundage: «Sudáfrica no estará en la ciudad de México»14.
La bomba estalló a ocho meses de la inauguración de los juegos y su efecto estuvo a punto de ser catastrófico. El 16 de febrero se recibió la noticia oficial de que el COI había readmitido a Sudáfrica, aunque sabemos que al menos desde el día 12 la cancillería mexicana y el comité organizador estaban al tanto del sentido de la votación15. De todos modos se hizo la noche para los organizadores. La primera respuesta fue no obstante cuidadosa: «México ha cumplido siempre fielmente todos sus compromisos internacionales en todos sus aspectos y reiteradamente ha venido afirmando que, como es lógico, así se hará también en los juegos». No obstante, «cumplir con nuestros compromisos […] no implica de ninguna manera cambio en los principios que caracterizan históricamente a nuestro país. México ha sido y seguirá siendo un país sin discriminaciones con un profundo respeto a los hombres de todos los continentes, razas, colores, creencias religiosas, ideológicas o políticas». En todo caso «México atenderá las indicaciones que reciba [a condición de que] África del Sur cumpla con las condiciones de que su equipo se forme en absoluta la integración racial tal y como ha sido establecido por la decisión del COI»16.
La conferencia de prensa buscaba ganar tiempo. «Esos cabrones no entran», le habría dicho Gustavo Díaz Ordaz (presidente de la República) a un atribulado Pedro Ramírez Vázquez (presidente del comité organizador)17. Si tal era la premisa, quedaba claro que era necesario trabajar con las naciones africanas y no contra ellas; porque de África venía la primera amenaza. Aún antes de la sesión de Grenoble, y previendo lo que luego sucedió, en la cancillería imaginaban que una de las puertas de entrada a África podía ser Etiopía. Desde el 12 de febrero se ordenó al embajador mexicano utilizar los buenos oficios del emperador Halei Selassie entre los gobiernos del área, pues ya se rumoraba en la prensa y en los medios diplomáticos de una reacción muy intensa contra la readmisión de Sudáfrica. Las cosas no fueron como se suponía; los dirigentes deportivos etíopes declararon casi de inmediato, el 17 de febrero, que su país se abstendría de asistir a los juegos. El mismo día el embajador en Addis Abeba reportaba a la cancillería la necesidad de una entrevista con el emperador. La conferencia se realizó el 22, y no fue halagüeña. El embajador se quejó de la actitud a su juicio precipitada de la dirigencia deportiva etíope y el emperador respondió que el asunto era delicadísimo y que la reacción de su país era apenas una muestra de lo que venía18. Tenía razón el rey de reyes y descendiente de Salomón: desde el 20 de febrero estaban reunidos los ministros de relaciones exteriores de la Organización de la Unidad Africana, justo en Addis Abeba. Ahí se planteó un proyecto de resolución conjunta, en principio durísima, como respuesta a la readmisión de Sudáfrica en el COI19.
La sugerencia del embajador en Etiopía según la cual era necesaria una actitud activa y militante de México entre las «jóvenes naciones africanas» tenía sentido; si bien el antecedente de la defensa de Etiopía en la Liga de las Naciones con motivo de la invasión italiana de 1935 y luego la visita del emperador a México lo colocaban como el único país africano con el que existía una suerte de vínculo real, el hecho duro era que su peso y prestigio en la región estaba disminuyendo cada día. Los organizadores mexicanos entendieron el mensaje. Se comisionó al embajador en Ghana, Eduardo Madero, para que llevara la representación de Pedro Ramírez Vázquez a la sesión del Consejo Supremo del Deporte Africano, que se reunió el 23 de febrero en Brazzaville (República del Congo). Madero acudió acompañado por dos personeros del comité organizador (Eduardo Hay, miembro del COI, y el embajador Roberto Casellas, quien trabajaba en las relaciones públicas del comité organizador) para dejar establecida, de manera un tanto informal pero cargada de simbolismo y oportunidad, la posición mexicana20.
La maniobra, improvisada, resultó eficaz. Los enviados pudieron decirle a quien lo quisiera oír que la decisión de aceptar a Sudáfrica era cuestión del COI, y nada tenía que ver con los organizadores de los juegos ni con el gobierno mexicano. También insistieron Madero y compañía que la posible presencia de los sudafricanos atentaba contra los principios de la política exterior de México. De todos modos los enviados pudieron concluir, in situ, lo mismo que ya todo mundo sabía: que iban en serio las intenciones africanas de boicotear la olimpiada de México y que el problema había rebasado las instancias olímpicas para desenvolverse en los terrenos de la política internacional. La reunión de Brazzaville salió bien y al menos demostró de qué lado estaban los organizadores mexicanos. Una mejor noticia vino de Addis Abeba: el documento final de los cancilleres condicionaba la asistencia de prácticamente todas las naciones africanas a que se modificara la decisión de aceptar a Sudáfrica en el COI; en otras palabras, no declararon de manera inmediata y fulminante un boicot (como el borrador de resolución proponía) sino que dejaban entreabierta la puerta a la reconsideración de las autoridades olímpicas21.
En el mundo árabe las cosas no iban mucho mejor, y un buen ejemplo era Líbano. Un funcionario de la embajada mexicana en Beirut informó a la cancillería, el 26 de febrero, que Gabriel Gemayel (quien presidía el Comité Olímpico Libanés) le comunicó que no se podía retrasar más una reunión de urgencia para decidir la asistencia de ese país a México. Gemayel calculaba que la mayoría de los miembros del Comité apoyaban el boicot, en buena medida porque se hacían cargo de las presiones de los países africanos y en buena medida también porque la mayoría de las naciones árabes tampoco asistiría. Líbano, dijo Gemayel, estaba sujeto a una política regional «de unidad con [los] países árabes». Y si bien pedía ayuda a la representación mexicana para convencer a los miembros del comité libanés, en el fondo la entrevista tenía la intención de mantener informados a los mexicanos de que ese país se ausentaría22.
Los organizadores mexicanos vislumbraron un camino: era necesaria una estrategia que pusiera la responsabilidad en donde tenía que estar, es decir, en el propio COI y en su dirigencia más selecta. Ellos, los patricios del olimpismo, tendrían que hacerse cargo de la readmisión de Sudáfrica, y México habría de presentarse, en adelante, como otra de las víctimas de la sesión de Grenoble. A fines de febrero esa posibilidad comenzó a cristalizar, pero en un registro geopolítico más amplio. Conociendo de la pausa ofrecida por África, Ramírez Vázquez se reunió en la ciudad de México con los embajadores de Polonia y la Unión Soviética; escuchó lo que quería escuchar. En primer lugar ambos embajadores le informaron de las presiones de los países africanos para solidarizarse con la boicot; también le dejaron claro el deseo de ambos gobiernos de estar presentes en los juegos de octubre, pues compartían las posturas del gobierno mexicano en casi todos los planos, incluyendo la lucha contra el racismo. Pero sobre todo aseguraron a Ramírez Vázquez que los costos de la readmisión de Sudáfrica deberían trasladarse al COI; este había creado la tormenta que amenazaba los juegos23.
Tener un punto en común con los africanos y con el bloque socialista era una plataforma nada desdeñable; ambas regiones eran las más proclives a ausentarse. Un documento del COI, elaborado a unos días de la reunión de Grenoble, resulta indicativo del efecto Sudáfrica en el movimiento olímpico. Se daba por descontado que 22 países africanos no asistirían a México, amén de dos asiáticos (Siria e India), un americano (Jamaica) y un europeo (Yugoslavia). Igual de preocupante era el listado de países que habían hecho llegar su protesta por medio de sus comités olímpicos y pedían una rectificación de la decisión; aquí el panorama era política y geográficamente más amplio: Italia, Suecia, Bulgaria, Suiza, Brasil, India, Bélgica y Mongolia. Y las fracturas eran evidentes en el interior del COI: 10 de sus integrantes protestaron a título personal24.
Poco después, hacia fines de marzo, se podía proyectar una geopolítica más definida del boicot: prácticamente la totalidad de los países africanos, las naciones árabes, India y las antiguas colonias británicas del Caribe (Jamaica). Pero como reconoce la historiografía olímpica, era probable que la Unión Soviética estuviera considerando sumarse al boicot, sobre todo porque su política era incrementar su influencia y su prestigio entre los países africanos; y como todo mundo sabía, si los soviéticos no asistían tampoco lo harían los países de Europa del este25.
Y por lo que puede observarse en las fuentes de la cancillería mexicana, parece no haber otro tema que las informaciones, notas y especulaciones de quién asistiría y quién no a los juegos mexicanos. Desde mi punto de vista, parece haber dos grandes bloques, al menos con el criterio del lugar de origen de las noticias. De un lado se encuentra lo que podría llamarse el bloque anglosajón, que incluía Nueva Zelanda, Australia, Canadá y Gran Bretaña (EE. UU. es un caso más complejo), en el cual destaca el tono admonitorio, regañón y conservador respecto a cualquier posibilidad de boicot26; del otro, una mezcla abigarrada que incluía países, dirigencias deportivas y medios de información que criticaban la readmisión de Sudáfrica ya sea por convicciones políticas y humanitarias, ya sea simplemente por inoportuna y por amenazar el nivel de competencia de los juegos de México. Acá aparecen casos como el de los suecos, franceses e italianos (por ejemplo), o bien algunos dirigentes deportivos de EE. UU. que se preguntaban qué sentido tenían unos juegos donde no participarían los soviéticos o los africanos, amos indiscutibles de algunas de las pruebas más espectaculares del programa deportivo27.
Bien vistas las cosas, los mexicanos alinearon los astros para que entrara en razón la dirigencia del COI. Ciertamente el tiempo apremiaba para los organizadores. Desde el 23 de febrero se supo que el secretario general del COI había solicitado que se expidieran las invitaciones reglamentarias a Sudáfrica, un derecho de todo comité olímpico nacional afiliado al COI28. El mismo día de las conversaciones con los embajadores polaco y soviético (28 de febrero) Ramírez Vázquez se dirigió formalmente al presidente Brundage para apelar la decisión tomada en Grenoble. El documento estaba firmado también por dos miembros mexicanos del COI: José de Jesús Clark Flores y Marte R. Gómez. El argumento era breve y sin rodeos. La readmisión de Sudáfrica estaba dañando al país sede, que había tenido hasta entonces una «posición intachable»; la apelación se basaba en la certeza de que eran «circunstancias ajenas» a los organizadores las que ponías en entredicho los ideales olímpicos que el COI tenía la obligación de salvaguardar. La apelación que elevaba el comité organizador debía ser ventilada en una reunión de urgencia de la comisión ejecutiva del COI pues era por estatutos la encargada de tomar decisiones sobre todos aquellos asuntos «no técnicos» –es decir políticos y reglamentarios—del olimpismo29.
En comunicaciones simultáneas los organizadores pasaron de los formalismos necesarios para sustentar su solicitud de una reunión de la comisión ejecutiva para cuestionar de manera directa los resultados de la sesión de Grenoble. Sin decirlo con todas sus letras, en México acusaban al COI de haber propiciado una votación fraudulenta para readmitir a Sudáfrica. Un mensaje del mismo 28 de febrero enfatizaba que «el resultado de la votación ha sido malinterpretado […] la votación de Grenoble no pudo lógicamente alcanzar, por los resultados de las votaciones abiertas anteriores, las dos terceras partes o más de los votos necesarios». José de Jesús Clark Flores, vicepresidente del COI, amigo personal de Brundage y uno de los principales responsables de que la ciudad de México hubiese sido premiada con la sede olímpica, sostuvo que «ignoramos, porque no lo han expresado las informaciones periodísticas, cuál fue el monto de dicha votación [;] solicitamos de usted que gentilmente se sirva brindarnos la información sobre el particular». Si votaron 66 miembros del COI (de un total de 71), infiere Clark, se habrían requerido 44 votos para que Sudáfrica fuera aceptada de nueva cuenta30.
Solicitar la reunión extraordinaria de la comisión ejecutiva, de una parte, y de plano cuestionar el resultado de la votación de febrero en Grenoble, de la otra, fueron sendas decisiones para aumentar en todo lo posible la presión sobre el presidente del COI, Avrey Brundage, y en general sobre el lobby favorable al apartheid. Al mismo tiempo, los organizadores mexicanos trataron de reunir una suerte de arsenal doctrinario para hacer recular al COI. Solicitaron de la misión mexicana en Naciones Unidas un estado de la cuestión. En un documento breve y preciso la misión reseñó las preocupaciones respecto a Sudáfrica. Enfatizó sobre todo «que la política de segregación racial o apartheid es contraria a la Carta de las Naciones Unidas y a la Declaración Universal de Derechos Humanos»; más aún –agregó– las «políticas de apartheid practicadas por el gobierno de Sudáfrica [son consideradas] como [un] crimen contra la humanidad». Y concluye el documento con el exhorto para que «el COI revoque sin demora la lamentable decisión que, empleando procedimientos que pueden sin duda calificarse como viciados, adoptó en Grenoble el 15 de febrero de 1968»31.
Brundage y sus amigos no podían dejar de tomar en cuenta, además, que incluso EE. UU. era por momentos un aliado vacilante del gobierno racista sudafricano; en junio de 1966 Robert Kennedy viajó a Sudáfrica e hizo uno de los mejores discursos de su carrera política en la Universidad de Cape Town, justo con el tema de los derechos civiles y la segregación32. En todo caso, la readmisión de Sudáfrica reactivó en EE. UU. el Olympic Project for Human Rights (OPHR en adelante). Como señaló una nota de The New York Times, se estaba asistiendo a la mayor crisis del movimiento olímpico desde los juego de Berlín en 1936 y el problema del antisemitismo nazi33. El apartheid se había convertido en el issue de los juegos mexicanos.
Una de las premisas en el diseño conceptual de los juegos olímpicos era la posibilidad de una reunión multicultural y multiétnica, diversa en todos los sentidos, para la organización en la ciudad de México de lo que he llamado el museo del universo34. Pero sin África negra, sin los árabes, sin India, sin el Caribe, quizá sin Europa oriental ni la URSS y, quién lo diría, incluso sin atletas negros de EE. UU., todo aquello no tenía sentido. Lo que era peculiar a México 68, desde el punto de vista desde su propia ideación político-cultural, desaparecería en una competencia deportiva tediosa y monocorde.
Otra táctica mexicana fue presionar a Brundage de manera personal. Antes de que terminara la reunión del Consejo Superior del Deporte Africano en Brazzaville, a fines de febrero de 1968, Pedro Ramírez Vázquez y los miembros mexicanos del COI (José de Jesús Clark Flores y Marte R. Gómez) volaron a Chicago para hablar con Brundage. Después de largas horas y de argumentos sin fin sobre el peligro que corrían los juegos de México, Brundage aceptó, reluctante, la apelación mexicana (esa forma jurídica se le asignó) para que la comisión ejecutiva del COI se reuniera y revisara el caso de Sudáfrica. Ya en México Ramírez Vázquez formalizó la solicitud de reunión de la comisión ejecutiva (a celebrarse el 24 de abril de 1968, en Lausana, Suiza) e informó al secretario general que el comité organizador esperaría lo conducente para tomar cualquier decisión35.
El camino elegido por los mexicanos fue el correcto pues si bien la comisión por sí misma no podía desandar el camino señalado por una asamblea del COI, sí estaba facultada para hacer recomendaciones en vistas a un nuevo pronunciamiento sobre el caso Sudáfrica. Ventaja adicional: la comisión ejecutiva era un ente reducido. Sus integrantes eran el propio Brundage (estadounidense), el marqués de Exeter (inglés), Lord Killanin (irlandés), Giorgio di Stefani (italiano), Armand Mansard (francés), Konstantin Adrianov (soviético), Sabed Wajid Alí (paquistaní), Gabriel Gemayel (libanés) y José de Jesús Clark Flores (mexicano)36. De cualquier manera, la cosa no era fácil para los mexicanos; quitando a Adrianov (quien llevaba semanas filtrando rumores a la prensa sobre la posibilidad del retiro soviético de los juegos) y Clark Flores (por razones obvias) el voto del resto no era seguro.
Peor aún, era conocido en la prensa y los medios olímpicos que los «anglos» (es decir, Brundage, el marqués de Exeter y Lord Killanin) formaban una cliqué favorable a los sudafricanos. Además, en el caso de Brundage, no solo sus convicciones ideológicas sobre las relaciones entre los hombres de distinto color estaban en juego (y en este plano sus credenciales no eran muy buenas37) sino también su orgullo como el dirigente del organismo deportivo internacional más influyente del mundo. No era poca cosa que unos empecinados mexicanos quisieran echar para atrás una decisión que, si bien políticamente cuestionable y además inoportuna, había sido tomada dentro de los reglamentos del COI, que nada más pero nada menos él presidía como el Luís XIV del olimpismo de la segunda posguerra.
Un documento de fines de marzo, quizá una guía para ordenar sus pensamientos y preparar sus intervenciones en la reunión de la comisión ejecutiva a celebrarse en Lausana, da una idea aproximada de cómo quiso el señor Brundage salir del entuerto sudafricano. En esos apuntes reitera la idea de la apoliticidad radical del movimiento olímpico y, al mismo tiempo, recuerda los compromisos contra la discriminación de cualquier tipo. Pero luego su argumento se dirige a otro lugar; en varias preguntas borda sobre la naturaleza democrática o, mejor dicho, parlamentaria de las decisiones tomadas en las sesiones del COI. En un cuestionamiento, que no es retórico, inquiere: ¿puede una minoría echar para atrás la decisión de la mayoría?; ¿el COI está formado por hombres libres o, en cambio, se permitirá que quede sujeto al dictado de bloques políticos, como –aunque no lo dice–el que estaban formando los africanos?38
Como sería característico en los organizadores mexicanos, estos generaron alegatos en un plano doctrinal para sustentar su oposición a la presencia de Sudáfrica en México. A principios de abril Pedro Ramírez Vázquez dirigió un extenso documento al marqués de Exeter en el cual, en un ejercicio dialéctico notable, se asumen las premisas vigentes en el COI, pero se obtienen conclusiones diametralmente opuestas. Ramírez Vázquez reconoce de entrada los peligros de que los intereses políticos afecten el desarrollo del ideario y las prácticas del movimiento olímpico internacional. Recuerda en este sentido cómo el fallido boicot a los juegos de Berlín (1936) en virtud del antisemitismo nazi y luego el retiro de algunas delegaciones de los juegos de Melbourne (1956) como protesta de la invasión soviética a Hungría fueron momentos críticos, en la medida en que «lo político» trató de determinar el desarrollo de los juegos.
Con el caso Sudáfrica sucede lo mismo. Pero aquí Ramírez Vázquez da un giro sorprendente. No es el boicot africano, y la expectativa de que fuera secundado por varias delegaciones asiáticas, americanas y europeas, lo que constituye una intromisión de la política en el ambiente olímpico. No. Lo que es político, es decir, radicalmente ajeno a los juegos olímpicos, es la actitud del gobierno y el comité olímpico sudafricanos, que para justificar y legitimar su sistema de exclusión política, social y deportiva de sus habitantes no blancos han subvertido y amenazado la organización y posibilidades de los juegos de 1968. Son los sudafricanos, con su insistencia en ser readmitidos en el COI y de recibir invitación para México 68, los que han convertido el asunto ya no en un tema olímpico sino político. Mantener a los sudafricanos lejos del COI y de la ciudad de México, pareciera la conclusión de Ramírez Vázquez, es mantener la política lejos de los juegos39.
El ejercicio argumentativo de Ramírez Vázquez es explicable, en la medida en que está inscrito en una estrategia múltiple para impedir la presencia sudafricana en la ciudad de México. Argumentar sin ambages ante Exeter era además una manera de sopesar la correlación de fuerzas al interior de la comisión, lo cual era crucial. Entendamos que aunque Brundage había demostrado ser más de una vez un amigo fiel de los juegos mexicanos, su empecinamiento en el caso Sudáfrica lo colocaba del otro lado de la mesa. Por tanto, los mexicanos debieron trabajar con intensidad para atajar todas las posibilidades durante la reunión de la comisión ejecutiva o, en otras palabras, se tomaron las precauciones oportunas y la mayoría de los miembros de la comisión ejecutiva fueron sensibilizados antes de la sesión.
A Lord Killanin, por ejemplo, empresario distribuidor de la Columbia Pictures, se ofreció la exclusiva de la película oficial de los juegos y levantar el veto que contra su empresa existía en México por un problema en la distribución internacional de las películas de Cantinflas; al italiano di Stefani, quien presidía la Federación Internacional de Tenis, se le garantizó que ese deporte sería de exhibición en los juegos de México (a costa de la charrería, por cierto, y gracias al cielo); al francés Mansard (médico), una vez que fracasó la mediación de Ignacio Morones Prieto (en esos momentos director del Instituto Mexicano del Seguro Social), su compañero de banca en la escuela de medicina de Paris, se le convenció de que simplemente no asistiera a Lausana; a Gemayel lo convenció el embajador mexicano en Líbano, Bernardo Reyes, no sabemos con qué argumentos; Clark Flores, amigo personal de Sabed Wajid Alí, no dudó en volar a Karashi para convencerlo, y lo hizo.
Es probable que Cristina Mújica, la secretaria particular de Brundage, mexicana, haya contribuido, al menos, en el objetivo nada deleznable de neutralizarlo. Quizá, insisto40. Una vez comenzada la votación en Lausana, y cuando el soviético, el paquistaní, el italiano, el libanés y el mexicano habían votado para que se retirara la invitación a Sudáfrica, Brundage pidió al resto de los miembros de la comisión que respaldaran la medida con un voto unánime. Aceptó de inmediato Lord Killanin y, aunque tal vez no de buena gana, el marqués de Exeter (del bloque pro apartheid en el COI y único miembro de la comisión al que los mexicanos no se acercaron de manera personal) votó con el resto de la comisión. Tomada esa decisión, Brundage, en representación de la comisión, pidió a los miembros del COI que la ratificaran vía telegrama. Los términos y el tono de la solicitud reflejaba muy bien el aire de los tiempos: «en vista a la información recibida por la comisión ejecutiva en esta reunión, es opinión unánime que sería poco inteligente para la delegación sudafricana participar en los juegos de la xix olimpiada»; por tanto, sigue el mensaje, la comisión ejecutiva «recomienda enfáticamente que ustedes [es decir, los miembros del COI] ratifiquen la propuesta de retirar la invitación a Sudáfrica para participar en los juegos [de México]»41.
Estamos en 1968: los implícitos de la solicitud son importantes. En un reporte donde se informa del curso de la consulta telegráfica, se amplía lo argumentado en la primera comunicación. Después de señalar que esa consulta nada tenía que ver con los rumores de boicot a los juegos de México –algo absolutamente inverosímil– Brundage señaló que el punto de coincidencia entre los integrantes del comité era que «las condiciones explosivas», incluyendo las «manifestaciones desagradables, los motines y otras formas de protesta violentas en muchos países en los últimos sesenta días» suponían «un peligro real» para el equipo sudafricano si este se presentaba «en los juegos» de la ciudad de México. «Los hechos», decía más adelante, «correctos o equivocados, deben ser encarados»42.
Los hechos, ciertamente: el 4 de abril fue asesinado Martin Luther King en Memphis, Tennessee. Los motines explotaron en más de una decena de ciudades de EE. UU. y a ellos se refiere Brundage, de seguro, con eso de «manifestaciones desagradables», «los motines». El presidente y sus aliados en la comisión ejecutiva del COI se habían quedado sin cartas. La opción por el retiro de la invitación a Sudáfrica obtuvo 47 votos, por 16 en favor de que se mantuviera; hubo ocho abstenciones. La expectación de la prensa respecto a la decisión de la comisión era enorme. Los jardines del edificio sede del COI en Lausana estaban tomados por los periodistas de todo el mundo, quienes interrogaban, cada vez que había oportunidad, a los miembros de la comisión y a los mexicanos que, en tanto organizadores, se apersonaron en tierras suizas para defender su postura. Eso que se ha dado en llamar opinión pública mundial estaba más que sensibilizada respecto a que el problema racial se estaba convirtiendo en un asunto central de la agenda política de varios países, incluso (o sobre todo) en los EE. UU.43. La decisión tomada en Lausana era, por decirlo así, una noticia global. Y, en efecto, Sudáfrica no vino a México.
Aquel atardecer: 16 de octubre de 1968La fotografía es de época. Para la revista Life y el periódico Le Monde es una de las 20 fotografías más importantes del siglo xx. La figura 1 muestra a los medallistas de 200m lisos Tommie Smith (oro), Peter Norman (plata) y John Carlos (bronce) en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria. El primero y el tercero, estadounidenses; el segundo, australiano. Smith levanta la mano derecha, vistiendo un guante negro; Carlos, la mano izquierda, asimismo con guante negro y que es el par del anterior (según se supo después); ninguno calza tenis, solo medias negras, y ambos miran de manera oblicua el suelo al momento en que se iza la bandera y se escucha el himno de EE. UU. Aunque es un tanto tajante Amy Bass tal vez tenga razón cuando afirma que, justo en ese momento, «Smith and Carlos […] sealed the metamorphosis from Negro to black […]»44 (fig. 1).
El podio, la noche del 16 de octubre, a solo seis meses del asesinato de Martin Luther King, era un cruce de caminos. Uno de esos cruces conectaba el para entonces extraviado movimiento por los derechos civiles con la circunstancia olímpica mexicana. El OPHR se había formado en octubre de 1967 para evaluar las condiciones de marginación y discriminación de los atletas estadounidenses negros y trazar una ruta de acción con la mirada puesta en los juegos olímpicos del año siguiente. El epicentro de la protesta estuvo en el San José State College. Ahí el profesor Harry Edwards, originario de San Luis, Missouri, doctorado en sociología en Cornell University, instructor de la materia «Minorías raciales y culturales» y entrenador de atletismo (él mismo un atleta sobresaliente) se convirtió en profeta y líder nacional de un grupo notable de atletas negros que, si bien becados por colleges y universidades, vivían en duras circunstancias en el interior de los campos de entrenamiento45.
El OPHR recogió esas inquietudes, en un intento por racionalizar intelectualmente el descontento de los deportistas y otorgarle una forma y un programa político. A partir de noviembre de 1967 la protesta cimbró los campos de entrenamiento y de competencia más prestigiados, desde California hasta la Universidad de Texas en El Paso; sus alcances se extenderían a unas 30 universidades46. Pero el momento culminante tuvo lugar en el siempre patricio Club Atlético de Nueva York. Este resumía plenamente los motivos de la iracundia del atleta afroamericano, los puntos vulnerables del sistema deportivo estadounidense y las perplejidades en que desembocaba la protesta de atletas de alto rendimiento en un ambiente preolímpico. En tanto organización privada, la membrecía del Club Atlético de Nueva York estaba reservada solo para socios blancos; pero teniendo como nodo sus encuentros atléticos anuales –un acontecimiento mediático y deportivo en EE. UU.–había tejido una amplia trama de relaciones con escuelas y universidades que proveían un buen número de atletas negros para los encuentros de pista y campo.
La reunión atlética que iniciaría el 16 de febrero de 1968 en el Madison Square Garden se convirtió en blanco del OPHR. Su estrategia incluyó, antes de la justa, el anuncio de la inasistencia de algunos de los atletas negros más renombrados y, luego, manifestaciones y vallas en los accesos del público y de los deportistas, todo frente a los periodistas y sus cámaras. El razonamiento del OPHR era sencillo y parece explicarse por sí mismo: los atletas afroamericanos no querían ser los protagonistas de un espectáculo que estaba organizado por un club que no aceptaba negros como socios.
Conforme se acercaba la fecha de inauguración, el boicot entró en momentum. Algunos de los equipos de pista y campo más afamados de EE. UU. declinaron asistir a Nueva York (Georgetown y Villanova, por ejemplo). Si bien no eran potencia deportiva, todos los equipos de la Ivy League se retiraron, así como la mayoría de las escuelas y colleges de la Gran Manzana, y no se diga los clubes atléticos independientes del área de Nueva York. Cincuenta egresados de Notre Dame apoyaron el boicot, así como la NAACP, la Liga Urbana y la Liga contra la Difamación, organizaciones poderosas del lobby negro. El American Jewish Congress apoyó también el boicot. Peor aún, un equipo soviético de siete miembros, que se preparaba en California para los juegos de la ciudad de México, declinó a última hora la invitación. Si bien la reunión atlética se llevó a cabo según lo programado (aunque en un ambiente tenso para deportistas, público y manifestantes) aquella resultó deslucida, con solo nueve atletas negros (de un total de 400 participantes) haciendo sus rutinas en el tartán y el césped artificial. No queda claro el impacto del boicot entre el público que compró boleto, pero es probable que la asistencia haya sido menor a la esperada47.
El boicot al Club Atlético de Nueva York puso en claro que la protesta racial y en pro de derechos civiles podía llevarse al ambiente olímpico. En medio de la guerra fría los resultados deportivos se habían convertido en una arena de lucha y propaganda entre EE. UU. y la Unión Soviética. La posible ausencia de deportistas negros era motivo de preocupación para las autoridades deportivas y los políticos en Washington; vista la situación de manera objetiva, esa hipótesis no solo disminuía las posibilidades estadounidenses de liderar el medallero olímpico (los atletas negros eran altamente competitivos, por no decir los mejores del mundo, en ciertas pruebas de pista y campo, basquetbol y box) sino que las razones mismas de su inasistencia –por ser discriminados en su propio país-- constituía de por sí un revés, al menos en términos de propaganda.
Pero lo que tuvo éxito en Nueva York fracasó en la ciudad de México. No asistir a unos juegos olímpicos tenía un altísimo costo deportivo, profesional y humano para el atleta negro estadounidense. En primer lugar, el boicot echaba por la borda años de preparación, y no todos los potenciales competidores estaban dispuestos a realizar semejante sacrificio. En segunda instancia, y aunque los deportistas eran nominalmente amateurs como ordenaba la carta olímpica vigente en la década de 1960, la mayoría estaban becados por sus instituciones (justamente por ser promesas olímpicas) y, en todo caso, vislumbraban carreras provechosas en el deporte profesional (futbol americano, basquetbol, boxeo) después de los juegos olímpicos. Por último, y dada la centralidad del desempeño atlético en la cultura popular de EE. UU., convertirse en campeón olímpico significaba la oportunidad de sacar la cabeza sobre los ambientes de marginación del gueto. Todos estos elementos estuvieron presentes en su momento en las discusiones del OPHR y en las remembranzas y racionalizaciones posteriores de sus integrantes48.
Pero no todo fue un cálculo a partir de intereses individuales. Sobre la mesa estaba un dilema estrictamente político: para efectos de la lucha por los derechos civiles ¿acaso no era de suma importancia estar en la ciudad de México, ganar una competencia y presentarse frente a un mundo estresado, sí, pero atento a las muchas formas de protesta y reivindicación política en aquella década? Esta parece haber sido la conclusión a la que llegaron los integrantes del OPHR a finales de julio de 1968: liberar a los deportistas de la pesada lápida del boicot a México 68 y dejar a su albedrío la forma y el momento de hacer visible su protesta y reivindicación49.
Tal es el origen, quizá, del gesto de Smith y Carlos. En imágenes como esta existe siempre el peligro de sobrepolitizar la interpretación. De ahí que visiones solo abocadas a la militancia y la ideología, como alguna historiografía sobre el Blak Power y los Panteras Negras, no necesariamente explican lo que hay de original y explosivo en el gesto de Smith y Carlos50. En cambio enfoques que reconocen la lucha por los derechos civiles como un proceso de creación de una cultura política y de una estética de la protesta parecen mejor armados para ofrecer explicaciones para actos como los de Smith y Carlos. En un medio sociopolítico descentralizado y plural como el estadounidense, lo local y la iniciativa individual resultarían cruciales. Y no puede obviarse, además, las especiales determinaciones sociodemográficas de los atletas negros, quienes estaba claramente sobrerrepresentados en el deporte: en 1968 aproximadamente el 25% de los beisbolistas, el 33% de los jugadores de futbol americano y más de la mitad de los basquetbolistas eran negros51.
Pero si la convicción desplegada para levantar el puño, descalzar los pies e inclinar la cabeza tiene una historia emocional que se puede medir en meses, en realidad todo se improvisó sobre el terreno. Los detalles se decidieron de último momento, en el trayecto de la pista al vestidor a donde se dirigieron Smith, Norman y Carlos para acicalarse en vistas a la premiación inminente. Tal es el punto: no siempre una fotografía muestra todo lo pertinente.
A lo largo de los más de 40 años transcurridos desde los juegos de México, y con todas las explicaciones, énfasis e interpretaciones de que han sido objeto las imágenes del podio de premiación de los 200m lisos, la figura de Peter Norman, un australiano blanco, se desvaneció. «El otro hombre en el podio», como lo llamó sintomáticamente la BBC en 2008, no tenía historia52. Solo hasta fechas recientes se ha reconocido que él formó (y forma) parte del cuadro, de la imagen, del gesto. De Norman fue la idea de que los tres portaran el afiche del OPHR; de Norman la sugerencia de que, dado que Carlos olvidó sus guantes en la Villa Olímpica, sus compañeros llevaran solo uno; de Norman, la respuesta rotunda, a pregunta expresa de Smith y Carlos, de que creía en los derechos humanos y estaba con ellos, pasara lo que pasara53.
Las consecuencias del gesto de Smith, Norman y Carlos fueron enormes. En principio el Comité Olímpico de EE. UU. ofreció una disculpa por la «atípica exhibición» de los atletas frente a los anfitriones mexicanos y al COI. Los dos atletas fueron expulsados del equipo olímpico y, por ende, de la Villa Olímpica (nadie puede habitarla si no es miembro de una delegación nacional, dice la carta olímpica). Un tanto sorprendida, la prensa de EE. UU. comentó de inmediato el incidente sin saber bien a dónde apuntar, pero luego ascendió una polémica entre los medios que criticaban (la mayoría de los más importantes) y los que reconocían un significado (la prensa negra, sobre todo)54.
Según la versión de Pedro Ramírez Vázquez (presidente del comité organizador) el embajador de EE. UU. le solicitó personal y directamente la expulsión de los atletas del país, en una escena atípica si la hubo. El gobierno mexicano no aceptó; por el contrario, canjeó sus visas especiales de competidores por otras de turistas, de tal suerte que la permanencia de los atletas en territorio nacional dependiera de ellos mismos y no de una decisión de la autoridad migratoria mexicana55.
La situación del gobierno era incómoda y podría comprometerse aún más. Después de aquel verano mexicano, fragoroso, sangriento y cuyas consecuencias nadie preveía aún, era mucho pedir una reacción en sintonía con las autoridades olímpicas y con el embajador de EE. UU. El 2 de octubre estaba apenas dos semanas atrás. Expulsar del país a los dos competidores negros era tomar partido, además, por el COI que, respecto a la cuestión racial, era un ente que no es difícil juzgar como marcadamente conservador. Además era difícil calibrar la reacción de sectores del público mexicano y estadounidense. Se ha señalado la no muy velada simpatía de la prensa local en relación con lo acaecido el 16 de octubre en el podio56. Un columnista del periódico La Prensa de la ciudad de México, diario que tenía una muy grande penetración entre sectores populares, informaba en un tono solo en apariencia neutro que había un verdadero «cisma entre atletas de color» y Avery Brundage «al extremo [de] que ninguno de los ganadores de los EE. UU. [ha recibido] medallas» del presidente del COI. Más aún, «Tommy Smith, ganador de los 200m lisos, fue […] categórico» al negarse «a recibir» su medalla «de Brundage» y amenazando con «no subir» al podio. «La situación […] aumenta la tensión entre los norteamericanos de color y el presidente del COI aunque no ha trascendido hasta ahora en los círculos periodísticos»57.
Si el puño en alto era divisivo allende el Río Bravo, no quiere decir que no gozara de simpatía en los sectores liberales y en la prensa negra, algo que el gobierno mexicano seguramente tuvo que considerar58. El asunto era más delicado porque llegaba a su fin la campaña presidencial de 1968 (Nixon vs. Humphrey), que de por sí polarizó a la opinión pública. Los testimonios más directos así lo exhiben. El matrimonio de David y Elizabeth M. Fox, ciudadanos blancos, escribió a Avrey Brundage, presidente del COI, para protestar por el castigo a Carlos y Smith, que juzgaron una sobrerreacción que atentaba contra la tradición libertaria de los EE. UU.; Marshall A. Rutter señaló la torpeza del castigo, que no tomó en consideración que los intentos radicales de los atletas negros por boicotear la olimpiada de México habían fracasado, y en cambio una protesta «silenciosa, pacífica y más bien enigmática» originó una respuesta «sin sentido, idiota y racista». Y Rosemary Stevens, mujer blanca de clase media, y «sin resentimientos», reclamó la suspensión de Carlos y Smith del equipo olímpico cuando los organizadores mexicanos no habían expresado comentario alguno59.
Las consecuencias del gesto se proyectaron en el tiempo. Casi un año después, en agosto de 1969, Brundage recriminó a Ramírez Vázquez «los rumores» acerca de la película oficial de los juegos. Esta incluía «desagradables demostraciones contra la bandera de EE. UU. por parte de [unos] negros». Aquello no tuvo nada que ver con el deporte sino que fue, de parte de Smith y Carlos, «un abuso vergonzoso de la hospitalidad». Tal escena no tendría que haberse incluido en la película, como no lo fue referencia alguna a «la balacera de Tlatelolco» y como no se habría incluido ninguna protesta de atletas mexicanos contra su bandera, de haberse suscitado. Ramírez Vázquez respondió, en primer lugar, subrayando su malestar por las referencias de Brundage a «situaciones políticas internas» y, en seguida, con la vaga promesa de que las escenas incómodas serían retiradas del film (algo que no sucedió); pero dejó claro que después de cuatro semanas de exhibición «nadie» había mostrado enojo alguno60.
Los costos personales para Smith, Norman y Carlos son otra cosa. Aún hoy sorprende (o al menos me sorprende a mí) el destino de tres atletas que compitieron y ganaron una de las pruebas más bellas del olimpismo. Smith (que implantó en esa prueba final un récord mundial que estuvo vigente 11 años) y Carlos terminaron su carrera deportiva justo ahí, en el Estadio Olímpico Universitario o en todo caso un año después. Ni soñar en permanecer en el equipo olímpico de EE. UU. Si su objetivo era profesionalizarse en algún otro deporte, fracasaron. Ambos intentaron diversos empleos, pero muy alejados del glamur y el dinero de las estrellas deportivas negras, tal como las hemos conocido a partir de la década de 1980. Esto no es un decir: la esposa de Carlos se suicidó, acorralada por la precariedad económica de la familia61.
¿Y Norman? El australiano regresó a su país a sufrir ostracismo y marginación. A pesar de haber alcanzado 13 veces la marca mínima de 200m y cinco la de 100m Norman no fue incluido en el equipo australiano que compitió en los juegos de Múnich (1972). Acabó su carrera olímpica y se dedicó a ejercer como instructor de deportes. En la inauguración de los juegos olímpicos del año 2000, en Sídney, Norman no hizo la vuelta olímpica de honor, reservada, como manda el protocolo, a las glorias deportivas del país sede. Simplemente nadie lo invitó a la inauguración (ni a la clausura). Ofendidos, miembros del equipo de EE. UU. organizaron una velada en la Villa Olímpica en honor de Norman. Cuando este llegó al convivio alguien dijo «bienvenido a la delegación olímpica de EE. UU., bienvenido a su delegación». Peter Norman murió el 9 de octubre de 2006. En su funeral Smith y Carlos cargaron el ataúd y en varias entrevistas reinsertaron, con lealtad olímpica, la figura de Norman en la fotografía. En agosto de 2012 el parlamento federal australiano inició la discusión de un punto de acuerdo para ofrecer una disculpa pública a la familia de Norman. El Comité Olímpico de Australia no participó en el desagravio. No aceptaba haber ejercido venganza alguna contra el último velocista australiano de pista que ganó una medalla olímpica. El 12 de octubre de 2012 (justos 44 años después de la inauguración de los juegos de la ciudad de México) el parlamento federal australiano acordó ofrecer una disculpa a Norman. En ella reconocieron sus logros deportivos, la injusticia patente de haberlo marginado de los juegos de Múnich en 1972 y su contribución a la causa de los derechos civiles. Peter Norman posee, todavía hoy, el record de 200m lisos de su país, ese que impuso en la ciudad de México, allá en el Pedregal62. Hay héroes.
Agradezco de manera especial a Soledad Loaeza, Jean Meyer, Abril Acosta, Rodrigo Negrete y Eric Zolov sus comentarios y críticas.
Ariel Rodríguez Kuri es profesor investigador en El Colegio de México, institución en la que obtuvo su doctorado en Historia. Especialista en historia de la ciudad de México en el siglo xx, entre sus publicaciones recientes se cuenta la coordinación del volumen Historia política de la ciudad de México (desde su fundación al año 2000).
Versiones preliminares del estudio se presentaron en el Seminario interno del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, en abril de 2013 y en la XIV Reunión Internacional de Historiadores de México, celebrada en Chicago en septiembre de 2014.
La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Adapto a mis fines el postulado de Benjamín (2003). El asunto no es solo teórico sino práctico (y eminentemente político en la década de 1960); ver una discusión amplia al respecto en Rodríguez Kuri (2007).
Para el comportamiento de Brundage en el debate sobre la asistencia de EE: UU. a los juegos de los nazis ver Guttmann (1984, pp. 63 ss) y Wenn (1996, pp. 261-289).
Todas las versiones de las cartas olímpicas se pueden consultar en línea en http://www.olympic.org/olympic-charters (para esta investigación, último acceso, 2 de enero de 2015). Es necesario señalar que solo se codificaron los principios, estatutos y reglas de operación del COI a fines de la década de 1970.
Ver en las cartas olímpicas el giro hacia la igualdad de género y, luego, hacia la naturaleza (de lo cual forma parte en cierta forma la proscripción del dopaje) en la década de 1990. Consultar nota 5.
Un relato de primera mano de los trabajos de la comisión, incluyendo los actos de discriminación, se puede encontrar en Killanin (1983, pp. 33 ss).
Los glosa del informe en Killanin (1983); y las amenazas de los africanos en Guttmann (1984, p. 237); útil también Bass (2007, pp. 158-159); para el número de votos (que hay que tomar con reservas) y el ambiente de la sesión en Hill (1997, pp. 215-216). El proyecto de resolución en Archivo de Avrey Brundage (AAB), Unión Atlética de California, Los Ángeles, EE. UU., c. 179, moción presentada por H. Weir, s/f.
La reseña de la reunión de Grenoble ha ocupado mucho espacio en las historias de los juegos olímpicos; ver, por ejemplo, Guttmann (1984, pp. 237 ss), Hill (1997, pp. 212-217), Bass (2007, pp. 162 ss), Senn (1999, pp. 135-137). Una versión personal y ampliamente justificadora de su posición es la del propio Brundage; ver AAB, c. 330, manuscrito «The Olympic Story», cap. xv, pp. 16 ss.
Archivo Histórico Diplomático Genaro Estrada, Secretaría de Relaciones Exteriores (ASRE) (Ciudad de México, México), Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 23, DAC-56-2(11) al DAC 58-1 (V) EXP: DAC-57.1 (5.a Parte), año: 1968 [febrero] s/n fs. Conferencia de prensa.
Expresión de Díaz Ordaz en entrevista que hice a Pedro Ramírez Vázquez, el 24 de septiembre de 1999. En una entrevista de abril de 2001 Ramírez Vázquez habría citado así a Díaz Ordaz: «those South African bastards do not come to the games», según Brewster y Brewster (2009b, p. 779).
ASRE, Departamento de concentraciones. Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS, de la cancillería al embajador en Etiopía, 12 de febrero; telegrama cifrado del embajador en Etiopía a la cancillería, 22 de febrero de 1968.
ASRE, Departamento de concentraciones. Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS, de la embajada en Etiopía a la cancillería, 21 de febrero de 1968.
ASRE, Departamento de concentraciones. Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS, telegramas de la cancillería a la embajada en Ghana, 20 y 21 de febrero de 1968. Para una crónica detallada de la incursión mexicana en África ver Casellas (1992, pp. 129 ss).
ASRE, Departamento de concentraciones. Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS, telegrama de la cancillería a la embajada en Ghana, 22 de febrero; telegrama de la embajada en Etiopía a la cancillería, 22 de febrero; telegrama de la embajada en Etiopía a la cancillería (con transcripción del proyecto de resolución de la Organización de la Unidad Africana), 23 de febrero. Ver Casellas (1992, pp. 101 ss).
ASRE, Departamento de concentraciones, Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS, de la embajada en Líbano a la cancillería (traducción de telegrama cifrado), 26 de febrero de 1968.
ASRE, Departamento de concentraciones, Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS «Memorándum de la conversación con el embajador de Polonia» y «Memorándum de la conversación con el embajador de la URSS», ambos de 28 de febrero de 1968.
Típico de esta postura es la nota en un periódico canadiense: ASRE, Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 25, DAC -61 -1al DAC -63 -2, exp. DAC -62 -3 S/N, 1968, The Ottawa Citizen, 27 de febrero de 1968. El bloque anglosajón nunca quiso la sede mexicana; ver Rodríguez Kuri (2014).
Sobre el espectro de estas respuestas y motivos existe evidencia sobrada en los archivos; ver por ejemplo ASRE, Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 25, DAC -61 -1al DAC -63 -2, exp. DAC -62 -3 S/N, 1968, The Gazette (Montreal), 6 de marzo, con la amenaza soviética de retirarse; ASRE, Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 26, DAC -63 -3 al DAC -67 -1, exp. DAC -63 -3 S/N, 1968, ABC (Madrid), 10 de marzo, con noticias sobre posible retiro de la URSS y protesta del comité sueco por readmisión de Sudáfrica. ASRE, Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 27, DAC -68 -1 (III) al DAC -73 -1 (III), exp. DAC -71 -1 S/N, 1968, The Washington Daily News, 28 de febrero, con noticas del «pánico» en Italia por el boicot africano y The Sun (Baltimore), 28 de febrero, con las preocupaciones de los dirigentes deportivos estadounidenses.
La instrucción para que el comité organizador enviara la invitación formal a Sudáfrica en AAB, c. 179, J. W. Westerhoff (secretario general del COI) a Ramírez Vázquez, 23 de febrero de 1968.
ASRE, Departamento de concentraciones, Topográficas: B1- 307-6, año: 1968 S/N FS, de Ramírez Vázquez, Clark y Gómez a Brundage, 28 de febrero de 1968.
ASRE, Departamento de concentraciones, Topográficas, B1 -307- 6, año 1968; de Clark y Ramírez Vázquez a Brundage, telegrama sin fecha; de Clark a Brundage, 28 de febrero de 1968. Para el papel de Clark Flores en la obtención de la sede en 1963 ver Rodriguez Kuri (2014).
ASRE, Departamento de concentraciones, Topográfica: B1-277-17, s/n Fs, s/año. México y el apartheid en las Naciones Unidas.
Un relato detallado del trabajo de los organizadores en las propias barbas de Brundage se encuentra en Casellas (1992, pp. 131-132). La solicitud formal del comité organizador en AAB, c. 179, de Ramírez Vázquez a Westerhoff, 15 de marzo de 1968, aunque Brundage ya había informado a los miembros del COI de la reunión con los mexicanos en Chicago y de la convocatoria para la reunión de la comisión ejecutiva una semana antes; AAB, c. 179, de Brundage a los miembros del COI, 8 de marzo.
Para la integración de la comisión ejecutiva, AAB, c. 330, manuscrito «The Olympic Story», cap. xv, p. 19.
Varios autores han explorado el antisemitismo de Brundage; ver por ejemplo en Lucas (1980, p. 164).
El papel de Cristina Mújica en la obtención de la sede de 1968 lo trato de rescatar en Rodriguez Kuri (2014).
Para la reseña de la política en corto de los mexicanos ver Casellas (1992, pp. 133-136); Lucas (1980, p. 194) ofrece datos adicionales sobre la participación de Killanin en la industria del cine; el texto de la recomendación, en formato de telegrama, en AAB, c. 179, versiones en inglés y francés, s/f; ver asimismo AAB, c. 330, manuscrito «The Olympic Story», cap. xv, 21, para la narración del propio Brundage.
AAB, c. 179, primer reporte de votación, de Brundage a los miembros del COI, 24 de abril de 1968, 4 pm.
Para el resultado de la votación, Guttmann (1984, p. 240); respecto al ambiente en la sede de Lausana del COI y el furor de los periodistas en busca de la nota ver la vívida crónica de Casellas (1992, pp. 138-139).
Bass (2007), para un estudio exhaustivo de la problemática del atleta negro; para la trayectoria de Edwards 82 ss. Asimismo Whiterspoon (2008, p. 95). Una crónica algo imprecisa pero que refleja muy bien la sensibilidad de los atletas negros que se preparaban para México 68 en los campos de entrenamiento, en Hoffer (2009).
Whiterspoon (2008, p. 99). Ver noticias tempranas respecto a los dilemas de los atletas negros estadounidenses en cuanto a su asistencia a México en ASRE, Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 27, DAC 68-1 (III) al DAC 73-1 (II) 6, EXP: DAC 70-1 (6.a.) S/N FS,año: 1967, The Evening Star, Washington, D.C., 25 de noviembre de 1967: «U.S. negro athletes threaten boycott of Olympic games».
BBC News Magazine, 17 de octubre de 2008, accesible en: http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/magazine/7674157.stm (consultado el 23 de agosto de 2012).
Para una descripción general del ambiente durante la premiación Whiterspoon (2008, pp. 129-134); para el testimonio de Smith sobre la solidaridad de Norman, BBC News Magazine, 17 de octubre de 2008, accesible en http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/magazine/7674157.stm (consultado el 23 de agosto de 2012). Ver también Martin Flanagan, «Tell your kids about Peter Norman» en The Age, 10 de octubre de 2006 en: http://www.theage.com.au/news/national/tell-your-kids-about-peter-norman/2006/10/09/1160246071527.html (consultado 23 de agosto 2012). http://edition.cnn.com/2012/04/24/sport/olympics-norman-black-power/(consultado 6 de enero 2014).
Para el abigarrado cúmulo de reacciones en EE. UU. ver Bass (2007, pp. 242 ss); para la disculpa Bass (2007, p. 246). Ver también Henderson (2010, p. 81).
Entrevista del autor con Pedro Ramírez Vázquez, 24 de septiembre de 1999; para una versión ligeramente distinta Bass (2007, p. 268).
ASRE, Fondo: Dirección de asuntos culturales, caja 26, DAC 63-3 AL DAC 67-1(II), exp. DAC 66-4 (1 PARTE) S/N FS. Año: 1968. La Prensa, 18 de octubre de 1968, p. 44: Manolo Rodríguez, «Atletas de color de EE. UU crean cisma».
AAB, caja 179, de Fox y Fox a Brundage, 20 de octubre; de Rutter a Brundage, 18 de octubre; de Stevens a Brundage, 18 de octubre de 1968.
Archivo del Comité Olímpico Internacional (ACOI), Comité Olímpico Internacional, Lausana, Suiza, JO 1968 FILOF, 1967-1968, de Brundage a Ramírez Vázquez, 19 de agosto; de Ramírez Vázquez a Brundage, 29 de septiembre; de Brundage a Ramírez Vázquez, 11 de octubre de 1969. AAB, caja 178, de Brundage a Ramírez Vázquez, 19 de agosto y de Clark Flores a Ramírez Vázquez, 20 de agosto de 1969.
Para un resumen del destino de Smith y Carlos ver Whiterspoon (2008, pp. 148-149), y Henderson (2010, p. 90).
Ver el dictamen preliminar (de 11 de octubre de 2012) y sus correcciones en «The Parliament of the Commonwealth of Australia House of Representatives: Votes and Proceedings No. 138», disponible en http://en.org/wiki/Peter_Norman (consultado el 6 de enero 2015). Además BBC News Magazine, 17 de octubre de 2008, accesible en: http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/magazine/7674157.stm (consultado el 23 de agosto de 2012) y «Australia homenajea ahora a Peter Norman y su black power», El País, 22 de agosto de 2012.