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Vol. 45.
Páginas 173-178 (enero - junio 2013)
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Reseña del libro
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José Antonio Maya González
Universidad Nacional Autónoma de México, Programa de Posgrado en Historia
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Interrogarse sobre el dolor es transitar por los sinuosos caminos de la subjetividad humana. No hay vías privilegiadas para acceder al conocimiento del sufrimiento y las exploraciones filosóficas por momentos resultan insuficientes para dar cuenta de la complejidad de las pasiones. Sin embargo, más allá de su carácter ético y psicológico, el dolor también es un fenómeno cultural que exige una elucidación íntegra de sus representaciones en el tiempo y las condiciones sociales en que se expresa. Esta es la premisa fundamental de Historia cultural del dolor, libro escrito con agilidad erudita por el historiador y filósofo Javier Moscoso. Este trabajo muestra que la experiencia lesiva es constitutiva de la modernidad occidental y que los efectos de sus representaciones durante más de quinientos años de historia pueden percibirse tanto en las actividades intelectuales, artísticas y científicas realizadas hoy en día. Profesor de Historia y Filosofía de las Ciencias en el Instituto de Filosofía del Centro Superior de Investigaciones Científicas de Madrid (csic), Javier Moscoso ha dedicado buena parte de sus investigaciones a entender las relaciones entre el arte, la filosofía de la ciencia y la historia de la medicina.

El libro que nos ocupa se inscribe en la historia de las emociones, línea de investigación ampliamente difundida entre los investigadores e historiadores de la cultura, la subjetividad y las representaciones del mundo social. Historia cultural del dolor es un trabajo interdisciplinario situado entre la historia cultural (prácticas y representaciones) y la antropología histórica (epistemología de la experiencia). El autor aborda las representaciones históricas del dolor mediante una variedad de fuentes iconográficas, pictóricas, literarias, médicas y filosóficas que agilizan la lectura y dan cuenta del manejo conceptual de la obra. El libro está dirigido a un público interesado en el conocimiento histórico de la sensibilidad y la dimensión simbólica de la experiencia humana. Además, la historia de la conceptualización clínica del dolor ofrece a los historiadores de la locura, elementos de interés sobre la melancolía renacentista, la histeria decimonónica y la moderna depresión. La obra se caracteriza por su escritura interdisciplinaria y el sólido dispositivo hermenéutico que lo sostiene, lo cual permite una interpretación audaz y provocativa de su objeto de estudio: la subjetividad del dolor y las estrategias de objetivación del daño.

La obra apuntala los significados en torno de la experiencia histórica del daño y las producciones de sentido acerca del dolor desde la Edad Media tardía en el siglo xvi hasta la segunda mitad del xx. El texto recoge miradas locales sobre la experiencia dolosa sin descuidar las visiones internacionales. Esta perspectiva imprime al libro una visión panorámica sobre el fenómeno del daño, detallando las condiciones específicas en que se producen los discursos. El libro está organizado por categorías analíticas o atribuciones culturales que muestran las distintas ideas acerca del sufrimiento humano: representación, imitación, simpatía, adecuación, confianza, narratividad, coherencia y reiteración. Estas categorías le permitieron al autor abordar la configuración del dolor como una realidad intersubjetiva que apunta a una “comprensión general de la experiencia lesiva”. Ahora bien, ¿es posible historizar el dolor cuando se trata de una realidad subjetiva? ¿Cómo aprehender históricamente la experiencia lesiva? Javier Moscoso considera que toda experiencia es, al mismo tiempo, individual y colectiva, de esta manera el autor sugiere que la tarea del historiador cultural es examinar sus formas históricas de visibilidad tanto en el arte y la ciencia como en la cultura escrita. La historia del dolor debe servir para “desentrañar los procedimientos persuasivos y retóricos” que históricamente han permitido “acotar la experiencia del daño” (p. 15). Por lo tanto, el libro procura desnudar los discursos y prácticas instituidas por comunidades religiosas, autoridades médicas, asociaciones artísticas y personalidades filosóficas que hicieron posible entrever públicamente la realidad subjetiva del daño.

El autor apoya su argumentación teórica en la dimensión simbólica de la cultura propuesta por el antropólogo Clifford Geertz y en la filosofía de la experiencia de Wilhelm Dilthey. Javier Moscoso considera que el dolor es socialmente aprendido, por lo que el significado de la experiencia dependerá de las estructuras sociales que la determinan y de las atribuciones culturales que perciba el individuo. Sin embargo, a lo largo del texto no queda claro en qué medida el dolor es una construcción socialmente determinada o una experiencia históricamente modificada. Podemos considerar que las emociones y sentimientos en torno del sufrimiento son aprehendidos socialmente, pero ¿en qué medida los cambios de la sensibilidad humana se producen gracias a subjetividades históricamente confrontadas y no por estructuras socialmente determinadas? Si la sensibilidad está modelada culturalmente, ¿cuál ha sido el papel de los individuos en la transformación de su experiencia? Considero que el propósito de la obra no es dar cuenta de las transformaciones históricas del dolor, sino de entender históricamente las mutaciones subjetivas de la dolencia en aquello que el autor llama “álbum material del daño”. Ahí radica su importancia, en la reconstrucción de las formas, percepciones, representaciones individuales y colectivas que cristalizan en unidades estructuradas de sentido. Debemos considerar que el historiador de la cultura no sólo interpreta la objetivación de lo vivido (subjetividad), sino hace visibles los objetos científicos, artísticos o jurídicos por donde se manifesta dicha experiencia.1 La obra ofrece dos rutas analíticas interesantes: la de las conceptualizaciones clínicas del padecimiento físico y los discursos sobre el sufrimiento moral.

El objetivo central del libro es identificar los significados histórico-culturales del dolor y analizar la experiencia del daño. El autor optó por comprender los cambios y permanencias del sentimiento lesivo desde una perspectiva de larga duración, entre los que se destacan cuatro momentos clave: la religiosidad pictórica del mundo medieval, la ética y estética renacentista, la filosofía ilustrada y en el marco de las ciencias “psi” (psicología, psiquiatría, psicoanálisis) de los siglos xix y xx. Javier Moscoso se dio a la tarea de determinar “las formas de objetivación del dolor” en más de cuatro siglos entre guerras, hambrunas, enfermedades y en el contexto del surgimiento de los estados-nación europeos. De las tácticas de flagela ción de la España tardomedieval, los sufrimientos causados por las luchas territoriales europeas, la concentración de la violencia en los estados absolutistas al surgimiento de las clínicas contra el dolor en la Francia napoleónica, Historia cultural del dolor se presenta al lector de inclinación foucaultiana, como una enumeración de tácticas biopolíticas que han visibilizado, gestionado y controlado históricamente el sufrimiento humano.

Los primeros dos capítulos examinan el afán moralizador de los retablos y grabados que tratan el sufrimiento religioso en la Edad Media tardía y la filosofía del padecimiento en la narrativa de don Quijote. Tanto el dolor moral representado por la pasión de Cristo como el padecimiento físico de los mártires, monjes y sacerdotes constituyeron auténticos baluartes éticos que salvaguardaron el sentido existencial de los hombres en la tierra. La desacralización del arte y la implosión de las ciencias naturales en los siglos xvii y xviii trajeron nuevas formas de representación del dolor humano. En el tercer y cuarto capítulo se analiza el papel de la filosofía ilustrada y el surgimiento de la clínica contra el dolor. El autor enfatiza cómo el arte moderno puso a disposición de los espectadores una nueva ética del dolor sustentada en la identificación y distanciamiento con el criminal, la víctima o el esclavo. Posteriormente, muestra el paralelismo entre la violencia social y el desarrollo de tecnologías contra el tormento físico, orgánico y mental. La novela realista de la primera mitad del siglo xix, la pintura vanguardista y la fotografía hicieron que las ciencias médicas se agenciaran medios técnicos de exploración objetiva del daño para justificar su intervención clínica en favor del progreso social. Además, se resalta el papel de la primera psicología biológica en la codificación y estratificación del dolor como unidad cuantificable. El quinto capítulo estudia los usos clínicos de la anestesia y las reacciones somáticas del paciente. La utilización de sustancias contra el dolor ayudó a la consolidación de la medicina anatomopatológica en su lucha por identificar la geografía corporal del padecimiento.

A mi entender, los últimos tres capítulos son los más interesantes dado que permiten comprender que la experiencia lesiva, en su forma normal y patológica, biológica y cultural, fue un síntoma de las transformaciones de la vida moderna decimonónica. De igual manera, porque ofrece una explicación interesante sobre la práctica psiquiátrica y la concepción de la locura de fin siglo. El autor sostiene que hacia finales del siglo xix emergió un tipo de dolor menos identificable aunque más implacable por su poder destructivo: el dolor mental. La histeria, la neurastenia y las neurosis fueron clasificaciones psiquiátricas que buscaban atrapar la experiencia lesiva en un conjunto de síntomas que expresaban alguna locura (p. 248). En este sentido, para Javier Moscoso el papel de la psiquiatría finisecular fue hacer del dolor humano un signo discursivo que ayudó a consolidar un dispositivo coercitivo, controlador y dominante de la subjetividad. Los psiquiatras de aquella época hicieron del sufrimiento (subjetivo por naturaleza) un objeto cognoscible y de consumo por el incremento de la oferta terapéutica (cloroformos, anestésicos, analgésicos, antiestamínicos). Sin embargo, al tratarse de un “dolor mental”, los psiquiatras se vieron obligados a centrarse en el relato del paciente antes que atender a los síntomas corporales. Esto significó el triunfo de la subjetividad doliente (p. 250). El testimonio sólo se hacía comprensible desde la lógica de la enfermedad mental.

Las narrativas de los pacientes muchas veces pusieron en tela de juicio la supuesta locura impuesta desde los dispositivos médicos, cuestionando una vez más la existencia real del padecimiento mental. Para Javier Moscoso la locura no sería otra cosa que el cúmulo de experiencias dolorosas producto de significaciones colectivamente impuestas y determinaciones sociales malsanas. Aunque no debemos olvidar que el padecimiento mental, desde el punto de vista biológico, existe y ha existido desde hace siglos. Pero también es verdad que una vía que tenemos para comprender la experiencia de la locura pasa por la mirada clínica, las instituciones médicas y la percepción social que de ella se tenga.

En los dos últimos capítulos, el autor hace una relectura filosófca de los cuadros psiquiátricos acerca de las neurosis a la luz del dolor psíquico e inconsciente durante el tránsito hacia el siglo xx. No considera las clasificaciones médicas como herramientas de detección de anormalidades, sino como instrumentos “juiciosos” —clínicos y sociales—, que acogen la experiencia del sufrimiento de los pacientes y las respuestas científicas al daño patológico. El autor se refere a que el fetichismo, el sadismo y el masoquismo encontraron en la nota roja, la literatura naturalista o la pintura modernista un medio de expresión de la moralidad burguesa sumergida en la decadencia y los contrastes de la vida sexual. En la obra se destaca que la narración detallada de deseos y emociones (literarias, diarísticas, historias clínicas) fueron el material idóneo con que la psiquiatría moderna estableció una patología general. La búsqueda del dolor psíquico permitió a los médicos de la mente catalogar a los sujetos y patologizar comportamientos anormales, ahora sin necesidad de cartografiar el cuerpo humano.

Entrado el siglo xx, las sociedades industrializadas, urbanizadas y estratificadas del viejo mundo vieron incrementar sus tecnologías contra el padecimiento mental (electroshocks, terapias psicomotrices, medicalización específica) al tiempo que el sufrimiento se fragmentaba en formas incurables como el dolor crónico y agudo. El discurso médico bajó los brazos ante su lucha por la identificación de las causas; en su lugar, potenció la búsqueda de tratamientos paliativos. Javier Moscoso considera que “La cultura del dolor” en el siglo xx se convirtió en una verdadera máquina funesta del horror: genocidios, crisis humanitarias y la exposición mediática de la muerte adquirieron tintes excesivos y pornográficos cuyo balance sociohistórico está por analizarse.

Sin lugar a dudas, Historia cultural del dolor viene a dar un nuevo aire a los estudios culturales de la sensibilidad. Particularmente ofrece valiosas interpretaciones que se suman a la historiografía de la locura en México desde la dimensión cultural de la enfermedad mental.2 El libro de Javier Moscoso contribuirá a comprender la importancia de la dinámica cultural en los procesos de salud/enfermedad y ayudará a entender lo que significó el advenimiento de la modernidad en la subjetividad colectiva.

Véase Peter Gay, La experiencia burguesa. De victoria a Freud. La educación de los sentidos, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, t. I.

Véase Andrés Ríos Molina, La locura durante la Revolución mexicana. Los primeros años del Manicomio General La Castañeda, 1910-1920, México, El Colegio de México, 2009.

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