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Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México
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Vol. 47.
Páginas 232-236 (enero - junio 2014)
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Reseña del libro
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Guadalupe Pinzón
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
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El uso de los mapas en las investigaciones históricas ha venido modificándose a últimas fechas. De ser un objeto comúnmente utilizado para complementar (e incluso sólo adornar) los textos o bien para ejemplificar un determinado periodo, paulatinamente se ha venido reinterpretando su importancia y han surgido estudios en los que el mapa es una de las fuentes utilizadas o bien el principal objeto de análisis. No obstante, aún falta mucho por hacer sobre este tema pues todavía se discute si los mapas deben ser usados como imágenes o documentos históricos. De ahí que sea bienvenido un trabajo como el de Raquel Urroz, Mapas de México. Contextos e historiografía moderna y contemporánea, que permite retomar y discutir el tema de la importancia de los mapas en las investigaciones de carácter social y cultural.

La autora explica que el origen de este libro fue revisar investigaciones que han contribuido a abrir el camino para el estudio sistemático y la construcción de la historia de la cartografía mexicana, pero al hacerlo se dio cuenta de que existen pocos trabajos que proponen metodologías para el estudio de los mapas o que dejen ver el estado actual de este tipo de investigaciones. Así que se dio a la tarea de elaborar un repertorio en forma de inventario para mostrar ordenadamente lo que se ha hecho con respecto al tema, es decir sobre los autores que han incursionado en el estudio de los mapas que hacen referencia a los espacios mexicanos. Esto llevó a Raquel Urroz a hacer un inventario de estudiosos que a través de libros, artículos o capítulos de libro han desarrollado investigaciones sobre mapas antiguos del territorio mexicano o los han utilizado como apoyo documental. Pero dicho inventario no implicó hacer un mero listado, sino que más bien significó hacer un análisis sobre la historia de la cartografía en el que se explican los distintos tipos de mapas que surgieron sobre este territorio desde el siglo xvi, sus contextos, sus características o funciones, así como las distintas posturas ideológicas y metodológicas de los autores que han estudiado los mapas; esto último obligó a elaborar reseñas críticas de los trabajos seleccionados. El resultado: una historia de la cartografía de México a través de sus autores y de un ejercicio historiográfico en el que se estudiaron los criterios teóricos y metodológicos de dichos autores que permiten hacer un balance general del estado en que se encuentra la historia de la cartografía en México, dar pauta a futuras discusiones sobre este tema y mostrar la necesidad que existe de revalorar los mapas como fuente documental que debe ser sujeta a escrutinios (como cualquier otro documento) en las investigaciones culturales.

En el apartado introductorio, Raquel Urroz explica de forma general las partes que componen el libro, pero es en el capítulo primero, “El mapa antiguo y el mapa histórico”, donde en realidad la autora expone con más detalle los objetivos y la relevancia de su trabajo. Explica que en México poco se ha explorado o discutido la definición de cartografía histórica distinguiéndola de historia de la cartografía, lo que evidencia que hace falta mayor reflexión sobre el estudio y el análisis de los mapas. Basándose en discusiones diversas, Urroz muestra que el mapa debe entenderse como un documento que no necesariamente registra un paisaje verdadero, sino que “es un instrumento activo en la producción de dicha representación considerada verdadera”. Por ello las reflexiones en torno al mapa antiguo deben relacionarse “con su lectura y con la propia manera ideológica de entender el mundo y acceder al conocimiento” (p. 15). Esto evidencia que es necesario analizar los mapas no únicamente como representaciones verídicas del espacio, sino también por sus significados sociales y culturales. Para hacer esto, primeramente hay que comprender y diferenciar al mapa antiguo del mapa histórico. Para la autora el mapa histórico es un documento u objeto del pasado que puede ser interrogado dependiendo de su recuperación y mirada que sobre él se plasme; es decir que el mapa antiguo se vuelve histórico cuando su lector lo dota de sentido (p. 17). Así, el mapa histórico puede ser uno de esos documentos que contienen datos susceptibles de ser captados y utilizados por el investigador, y como cualquier objeto del pasado puede ser interrogado y por tanto tener valor documental. Urroz explica que no existen descripciones objetivas de los mapas, pues desde que fueron seleccionados e interpretados se partió de la mirada subjetiva de cada investigador. Como en México ha existido una larga tradición en la elaboración de mapas con objetivos que pueden ser políticos, utilitarios o culturales, es necesario analizar los distintos enfoques teóricos o posturas ideológicas con las que fueron hechos y posteriormente estudiados; esto explica las divisiones temáticas de los siguientes apartados.

En el segundo capítulo de este trabajo, “Sobre la idea y teoría del mapa”, se exponen algunas de las aproximaciones ideológicas y metodológicas en las que se ha concebido al mapa y que implican comprender tanto al espacio como al tiempo. Según la autora, los geógrafos no sólo han trabajado para la localización exacta de fenómenos en el espacio, sino que han buscado relacionar el territorio con su ámbito cultural. Así que concebir al espacio culturalmente implica reconocer la dimensión histórica en los procesos territoriales. Por su parte el historiador ha venido buscando un nuevo equilibrio entre los hechos, los documentos, su literalidad y las interpretaciones simbólicas de los mapas a fin de reconocer el peso que tiene el espacio geográfico en el análisis histórico. Así que las relaciones entre la historia y la geografía han venido restructurándose en nuevas corrientes de estudios culturales en las que el mapa no sólo es un auxiliar, sino que puede convertirse en el propio objeto de estudio. Esto se debe a que el mapa no se explica únicamente a partir de lo que representa geográficamente, sino que también es una imagen que refleja una visión del espacio en un momento determinado, por lo que debe ser visto como documento producido socialmente que comunica ideas que pueden ser decodificadas en relación con su contexto.

Es a partir del tercer capítulo, “Mapa como memoria”, donde comienza la relación de autores e investigaciones; es aquí también donde inicia la división temática de éstos a partir de la visión que han tenido de los mapas y la forma en la que los han abordado. En este apartado se inicia haciendo referencia a las tareas de resguardo de las fuentes cartográficas como memoria y que llevó a la conformación de repositorios especiales para ello. Pero esto implicó una clasificación de los materiales que se ha hecho a partir de los intereses de los autores o instituciones y que pueden relacionarse con las representaciones del espacio, la temporalidad y las temáticas, entre otros.

El cuarto apartado, “El mapa como ciencia”, se enfoca en analizar trabajos que hacen referencia al mapa desde una perspectiva a la que la autora ha denominado “positivista y técnica”. Se explica que esto se debe a que para el geógrafo el mapa era una representación reducida, generalizada y matemáticamente determinada de una superficie terrestre, una manifestación gráfica a escala que había servido como herramienta de carácter técnico que permitía conocer las características del territorio; es decir, eran representaciones espaciales con exactitud, de carácter objetivo y científico. Lo anterior llevó a que durante mucho tiempo se valorara a la cartografía por la fidelidad con la que representaba la realidad geográfica y por ello se le relacionó con la historia de la ciencia y la tecnología, aunque se dejaban de lado representaciones más artísticas por considerárseles carentes de rigor. Por ello Urroz relaciona lo anterior con el término positivista y el apego a “los datos precisos”

El quinto capítulo, “El mapa como representación social”, es el más extenso y rico. En él se explica cómo las miradas culturales sobre los mapas se han desarrollado en trabajos más novedosos que parten de la geografía cultural y de la historia de la cartografía. Dichos trabajos han abierto nuevas posibilidades para el estudio del espacio en múltiples dimensiones que examinan diversas concepciones de la realidad y cosmovisiones culturales en las que es necesario hacer referencia a los cambios y continuidades de las sociedades, así como a sus expresiones simbólicas. Es decir, dentro de las fuentes primarias usadas en diversas investigaciones se ha vendido echando mano de las imágenes y en ellas el mapa ha sido considerado también. La riqueza de este tipo de estudios llevó a la autora a subdividir este apartado en los temas que consideró más recurrentes. En primer lugar, menciona los mapas de tradición indígena que sobre todo han sido analizados en relación con los materiales de los siglos XVI y XVII y que se han tomado como representaciones cargadas de influencias indígenas y del proceso de occidentalización que éstos sufrieron; se explica el papel de los códices u otras representaciones pictográficas que fueron usados durante el periodo colonial y que muestran problemas de propiedad, identificación de élites gobernantes, estructuración administrativa o religiosa, entre otros temas. El segundo punto hace referencia a la cartografía del siglo XVIII y se considera que ésta es más de corte occidental, pues es la época en la que se hicieron reestructuraciones a la geografía, cuando en cierta medida se comenzó a construir una historia de la cartografía científica de este territorio y cuando esto se relacionó con nuevas técnicas que se utilizaron en las exploraciones marítimas, en el reconocimiento del territorio del norte novohispano, en mapas regionales o de desarrollo urbano, así como en mapas generales del virreinato; el ejemplo principal usado por Urroz sobre este punto es el trabajo cartográfico de la obra de Alejandro de Humboldt. Y en el tercer apartado se hace referencia a la cartografía de los siglos XIV y XX, la cual deja ver cómo después de constituida la nueva nación se vio la necesidad de crear una política que unificara y legitimara el nuevo territorio, por lo que mucho del trabajo cartográfico realizado se hizo por órdenes del Estado y bajo perspectivas militares o comerciales, las cuales fueron la forma de administrar y estructurar su defensa; además, se fomentaron los programas de enseñanza de geografía retomando el papel de los ingenieros militares y posteriormente con las especializaciones que esta disciplina sufrió y que mucho se vincularon con instituciones científicas de esas centurias.

Finalmente, el libro cuenta con unas conclusiones y un apartado de imágenes a través de las cuales se ejemplifica alguno de los trabajos analizados y para ello se incluye la correspondiente referencia.

Si algo puede criticarse al libro es que en ciertos momentos suele ser repetitivo, pero también puede comprenderse esto en función de la necesidad de reiterar algunos de sus postulados. Por otro lado, el apartado de conclusiones es más bien una síntesis enlistada de las ideas expuestas a lo largo del trabajo. No obstante, es una investigación que vale la pena revisar a detalle porque, además de ser un aporte para la historia de la cartografía y una historiografía sobre ésta, permite poner sobre la mesa de discusión la necesidad y la importancia de recurrir a los mapas como fuentes documentales, por ser éstos capaces de transmitir informaciones que deben ser decodificadas y que responden al momento en se hicieron, a los intereses de sus autores y a las razones que llevaron a su elaboración. Así, debe abrirse un diálogo con los mapas antiguos por ser éstos una fuente documental que no debe ser dejada de lado en los estudios culturales.

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