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Vol. 55.
Páginas 1-3 (julio - diciembre 2016)
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Vol. 55.
Páginas 1-3 (julio - diciembre 2016)
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Iván Escamilla González
Autor para correspondencia
ivaneg@unam.mx

Autor para correspondencia.
, Gerardo Lara Cisneros
Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
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En 1966 apareció el primer número de Estudios de Historia Novohispana, han pasado pues 50 años desde entonces y es un buen momento para hacer un alto en el camino y mirar el trayecto recorrido. Desde aquel año los estudios históricos han transitado por múltiples rutas, pero algunas de ellas incluyen senderos que antes eran considerados exclusivos de antropólogos, arqueólogos, etnólogos, sociólogos o lingüistas. Desde entonces los estudios culturales cada vez han ganado más terreno. Al menos desde la década de 1950, cada vez con mayor frecuencia, es posible encontrar historiadores que se han atrevido a incursionar en el campo de la antropología y antropólogos que se interesan por el análisis histórico. En los últimos años esta tendencia se ha incrementado notablemente pues la evolución de los estudios históricos ha empezado a incluir investigaciones sobre campos que antes eran considerados parte del trabajo de antropólogos, arqueólogos, etnólogos, sociólogos o lingüistas. Así, los historiadores de la cultura, los seguidores de la escuela francesa de los “Annales” y los discípulos de la etnohistoria empezaron a adentrarse en investigaciones en las que el enfoque antropológico se entreveraba con la historia. Poco a poco, algunos sujetos de la historia que habían permanecido como “marginales” para los historiadores más tradicionales, se convirtieron en nuevo foco de atención; de esta forma, indios, mujeres, indigentes, vagabundos, ancianos, niños, locos y muchos otros grupos antes desdeñados por la historia pasaron a ser objeto de estudio legítimo y fueron reconocidos como portadores de códigos culturales diferentes a los dominantes dentro de las sociedades de las que formaron parte; es decir, también se convirtieron en sujetos de la historia. Sectores que, bajo determinadas circunstancias o en momentos específicos, no formaron parte de las esferas del poder o de los círculos en los que se producen los documentos que han sido considerados tradicionalmente como fuentes históricas primarias. Sujetos de la historia ante los que, para acceder a ellos a través de las fuentes, se requiere construir estudios desde perspectivas no tradicionales o haciendo uso de metodologías y técnicas específicas que escapan a los métodos clásicos de los historiadores.

Dentro de la historiografía mexicana y mexicanista existe una importante tradición de orientación antropológica que se desprende de la fundamental participación indígena en la cultura e historia de México. El nacionalismo derivado de la Revolución Mexicana de 1910 fue un notable promotor del indigenismo enarbolado como bandera política por los sucesivos gobiernos mexicanos que fomentaron esta tendencia en la historiografía producida en el país durante décadas. En el contexto mexicano la tradición que vincula historia y antropología es añeja pues el estudio de los pueblos indígenas así lo requirió desde el inicio de la investigación sobre dichos temas.

En general, los requerimientos teóricos y técnicos de los estudios de esta naturaleza han sido cubiertos mediante un acercamiento a las disciplinas antropológicas, en especial a la arqueología, la etnología y la lingüística. El auge de los estudios relacionados con la historia cultural o de la historia con enfoques antropológicos en México ha sido ascendente desde la década de 1990. En la actualidad el historiador necesita manejar una serie de elementos teóricos y herramientas metodológicas que le permitan acceder a fuentes que no han sido las tradicionalmente empleadas en los estudios históricos. Para llegar a ello se pueden seguir varias rutas, pero una de ellas es la aplicación de enfoques teóricos y metodologías derivadas de disciplinas no históricas a temas tradicionales entre los estudiosos del pasado. Esto equivale a ampliar los campos de estudio y las expectativas de solución de problemas, y por lo mismo, a fortalecer la actividad profesional del investigador.

El problema de las marginalidades en la historia es complejo y no hay caminos unidireccionales para su investigación. Aquí hay una doble problemática, por un lado el estudio sobre el “hecho marginal”; y por el otro, el empleo de nuevas metodologías y técnicas para estudiar o descubrir fuentes “no tradicionales” en temas ya estudiados con anterioridad. En el primer caso, se trata de abordar los temas que hasta ahora no han sido estudiados por la historia tradicional y que de hecho no han sido considerados por las fuentes típicas. En el segundo caso puede tratarse del empleo de técnicas o enfoques novedosos a problemas ya conocidos. En ambos casos es imprescindible separar o discernir entre la fuente histórica y el hecho o acontecimiento histórico como tal. Esto se hace evidente, por ejemplo, en la gran cantidad de estudios sobre grupos indígenas que antes se consideraba inviable de realizar por la “carencia de fuentes”, o bien, porque eran temas considerados “irrelevantes”.

Si bien los estudios de las marginalidades históricas han irrumpido con gran fuerza en los últimos años en el campo de la historia, sobre todo en el de la “Historia Cultural”, los nexos entre antropología e historia no se restringen a ese ámbito. Es necesario considerar que los estudios antropológicos –al igual que los históricos– no solo se ocupan de sectores marginales, pensarlo así constituye una limitación. En realidad, tanto la antropología como la historia pueden estudiar cualquier tipo de sociedad o grupo, ya sean sectores paradigmáticos de una sociedad en la que detentan algún tipo de poder (económico, social, intelectual, etc.) o no.

Es en este sentido que los vínculos entre antropología e historia no se restringen al estudio de sectores sometidos u “olvidados” por la historiografía tradicional. En el fondo, en el caso del estudio tanto de los grupos de “poderosos” como de los “débiles”, el asunto es el mismo: un entrecruzamiento de disciplinas en el que podemos buscar temas o metodologías no tradicionales. Los resultados de ese “mestizaje disciplinario” —o de “interdisciplinariedad”—, pueden ser de una extraordinaria vastedad y riqueza, en particular para aquellos que nos interesemos por el cambio cultural.

A pesar de la fuerte impronta que los estudios culturales han tenido en la historiografía sobre la Nueva España y la Hispanoamérica colonial en los últimos 25 años, a través de Estudios de Historia Novohispana nos damos cuenta de que otros campos de interés han ocupado a los especialistas del periodo. Tales son (entre otros) la historia de la Iglesia y de la evangelización de los indios, del territorio y su colonización (incluidas las exploraciones marinas), de la minería, la ciencia y la tecnología, de la justicia, de las familias y la demografía histórica, así como de la historia de la economía. En buena medida, podemos afirmar que los artículos que han sido publicados en Estudios de Historia Novohispana constituyen un buen recurso para medir la orientación metodológica y teórica de la disciplina histórica, pero también es una buena forma de medir el pulso sobre el devenir historiográfico de nuestro pasado entre los siglos xvi y las mocedades del siglo xix. Sin duda un interesante espejo de nuestra mirada sobre el periodo que marcó parte importante de las características culturales que guarda el México de hoy.

A lo largo de su historia, Estudios de Historia Novohispana ha experimentado también cambios en sus formas de edición y gestión, en la tónica de los que ha experimentado el mundo de la edición académica en general a lo largo de las últimas décadas. En la actualidad, como ocurría en sus orígenes durante la modernidad temprana, el propósito de las publicaciones periódicas de carácter científico sigue siendo en esencia el mismo: a saber, la transmisión regular y confiable al público de los resultados del trabajo de investigación de los estudiosos, y la contribución con ello a la formación de “comunidades de saber” más amplias. Sin embargo, la edición de revistas especializadas en el campo de las humanidades, y particularmente en el de la historia, no puede soslayar las transformaciones ocurridas a nivel mundial en los años siguientes en las condiciones y contextos de producción del conocimiento y en los medios tecnológicos para la difusión del mismo.

La gradual transformación de las publicaciones de su forma tradicional impresa a versiones digitales y “en línea” ha sido posible gracias al desarrollo de nuevas formas de gestión académica y producción editorial. Las ventajas de lo anterior son muchas: los tiempos para la publicación y difusión de los trabajos de investigación se han reducido enormemente, y es posible incorporar en ellos recursos y elementos informativos cuya reproducción antes era muy complicada. Los nuevos formatos no solo facilitan la difusión inmediata del saber, sino que también nos permiten ampliarlo y profundizarlo al poner al acceso casi inmediato las fuentes de las que se valió el investigador para construir su trabajo. Los artículos en revistas académicas han dejado de ser productos aislados, confinados a los márgenes físicos del volumen o del estante de una biblioteca, para incorporarse a redes cada vez más amplias de recursos informativos disponibles en la red digital a través de múltiples puntos de acceso y desde cualquier parte del planeta. Esto ha contribuido a crear por primera vez en la historia una verdadera comunidad científica mundial trabajando de forma conectada.

De esta manera, hoy en día el trabajo de los editores cuenta con nuevas herramientas para alcanzar arbitrajes de mayor calidad y profundidad gracias a la disponibilidad inmediata de información en la red, misma que antes era de difícil acceso para buena parte de los investigadores. Hoy, por ejemplo, es fácil tener acceso a documentos de archivo digitalizados o bases de datos en diferentes repositorios documentales del mundo a través de nuestras computadoras. Empero, también se presentan nuevos retos y problemáticas, pues esta misma facilidad de acceso a la información mal entendido ha propiciado un incremento de las publicaciones científicas sin que por otra parte sea posible certificar con la misma eficiencia su calidad y originalidad. A ello se agregan prácticas editoriales en las que el objetivo de difundir con la mayor amplitud posible los productos de investigación parece subordinarse a intenciones lucrativas. Subordinar la evaluación del conocimiento científico y su divulgación a esa clase de intereses podría, a la larga, resultar en una perversión y en un aislamiento de las comunidades científicas. Encontrar un punto intermedio entre las ventajas que ofrecen las plataformas internacionales de comunicación científica y la función social y el compromiso ético de la ciencia y la producción del conocimiento es sin duda uno de los retos más grandes del tiempo presente y el futuro inmediato en el ámbito de la ciencia. Frente a esta situación la disciplina histórica puede proveernos una vez más de los referentes indispensables para entender cuál debe ser, de cara a sus tradiciones pero también a sus transformaciones, el rol de las revistas académicas. Por ello, sin olvidar sus orígenes, Estudios de Historia Novohispana ha tomado el reto de transformarse según los requerimientos del mundo científico actual. El número de aniversario que hoy se ofrece a sus lectores pretende reflejar este compromiso: por una parte, dando voz a los académicos que fundaron la revista y que han hecho posible su publicación continua a lo largo de medio siglo, y por otro, ofreciendo a investigadores y lectores una nueva forma de comunicación que esperamos sea cada vez más presente y cercana. Todo ello, con el refrendo de la mayor calidad académica que siempre ha caracterizado a nuestra revista. Por ello, este número de aniversario es también un reconocimiento a todos aquellos que han hecho posible la existencia continuada y exitosa de Estudios de Historia Novohispana: desde sus editores, coeditores y editores asociados, a los sucesivos directores del Instituto de Investigaciones Históricas (matriz de nuestra revista), el indispensable y valioso trabajo de los colegas del departamento editorial del mismo Instituto quienes durante décadas se encargaron de llevar a buen puerto y de manera impecable y con arte su publicación.

Finalmente, es obligado señalar que toda revista existe no solo gracias a su equipo editorial y a las instituciones que las albergan, sino, sobre todo y principalmente gracias a sus autores y a sus lectores, por ello, los editores de Estudios de Historia Novohispana queremos hacer un reconocimiento de gratitud a todos ellos con este número de 50 aniversario.

Iván Escamilla González. Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, investigador titular de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de licenciatura en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

Gerardo Lara Cisneros. Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, investigador titular de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de licenciatura y posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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