Este libro se enmarca dentro de los aportes que un grupo de investigación dejó para la historia de la ciudad de Puebla en particular, y la región Puebla-Tlaxcala, en general: el Proyecto México de la Fundación Alemana para la Investigación Científica (investigaciones regionales interdisciplinarias mexicano-alemanas realizadas en la cuenca de Puebla-Tlaxcala). La importante herencia de este grupo no tiene paralelo ya que hoy en día domina las interpretaciones historiográficas sobre toda la región, e incluso de una amplia zona denominada por esta escuela como «Mesoamérica». A partir de la Historia Tolteca-Chichimeca y los Mapas de Cuauhtinchan, este grupo conocido popularmente como «Fundación Alemana» interpretó la historia prehispánica y novohispana temprana de todo el valle (incluyendo Cholula, Tecali, Cuauhtinchan, Tepeaca, Huejotzingo, Tlaxcala, Huaquechula, Izúcar, Quecholac, Tecamachalco, la Mixteca, etc.). Sus estudios se centraron también en la historia novohispana de la ciudad de Puebla, abordando aspectos sobre la fundación como los de Julia Hirschberg, el cabildo de Puebla de Reinhard Liehr, o el impacto de las reformas borbónicas en la conformación de la intendencia de Puebla de Horst Pietschmann. Todos ellos continúan siendo hasta el día de hoy referencias obligatorias entre los historiadores, etnohistoriadores, geógrafos, arqueólogos, antropólogos, etc.
Imposible pensar en ese gran aporte, del cual se origina también el libro que aquí se reseña, sin entender la visión de quien lo promovió mediante la búsqueda de financiamientos, el doctor Paul Kirchhoff. Su formación inicial en teología en Berlín, y después su paso por Leipzig, que en aquellos años constituía uno de los centros más importantes de la etnología alemana, le permitieron conformar un proyecto que conjuntara los aportes de los renombrados antropólogos Franz Boas y Bronislaw Malinowski, del historiador Friedrich Katz, y del geógrafo Gottfried Pfeifer. Llegado a México en 1936, Kirchhoff cofundó en la década de los 60 la ENAH y promovió los estudios antropológicos. Fue en 1967, siendo ya ciudadano e investigador mexicano interesado en las migraciones de la Historia Tolteca-Chichimeca, cuando en un viaje a Alemania logró convencer a la Fundación Alemana para la Investigación Científica del apoyo para un proyecto en la zona Puebla-Tlaxcala, cuyo objetivo sería «la clarificación de la interpretación histórica, llevada a cabo por representantes de las más diversas ramas de la investigación, de los habitantes de la región de Puebla-Tlaxcala, inclusive sus relaciones con esta comarca.». De su rigor científico construido en la etnografía alemana y nutrido por Malinowsky, Boas y Pfeifer, definiría su concepto de Mesoamérica: «no como un hecho geográfico sino histórico, vale decir a la cultura […] en una región.».
La metodología rigurosa de análisis del grupo de investigación incluía un estudio exhaustivo y crítico de fuentes que se encontraran en todos los archivos –internacionales, nacionales y locales– y que tuvieran de manera directa o indirecta que ver con su objeto de estudio. El análisis de las fuentes, tanto de archivo como de trabajo de campo, muestran el impacto que la antropología inglesa (Malinowsky) tuvo en las investigaciones: empatar los enfoques interdisciplinarios utilizando fuentes de diverso origen. En cuanto a la definición del objeto de estudio, el interés se centró en lo local, sin perder de vista lo general (algo muy cercano a lo que es la metodología italiana de la microhistoria, solo que años antes de que los italianos la pusieran en práctica). Como bien señala Pedro Carrasco, este grupo postulaba que «es posible realizar estudios monográficos de cada región en base de los documentos locales. […] Cuando dispongamos de varios estudios de este tipo será posible emprender con bases más firmes de lo hecho hasta ahora el análisis del desarrollo histórico de la estructura social de los pueblos del centro de México».
El libro que aquí se reseña cumple estrictamente con el modelo de investigación que este grupo nos ha legado, y como tal constituye uno más, quizás el último, de los aportes que la Fundación Alemana ofrece a la historia de Puebla. Su enfoque interdisciplinario, su énfasis en las fuentes locales –incluso reproduciendo algunas de ellas íntegramente–, y su análisis del sujeto histórico local, en este caso la casa del Deán de la Plaza, son elementos que honran de manera puntual la escuela científica de mayor trascendencia hasta el día de hoy en las interpretaciones históricas de la región del periodo prehispánico y novohispano. La editora no deja lugar a dudas sobre ello en el prólogo del libro, donde nos indica claramente la génesis del proyecto y lo sitúa dentro de los temas de investigación de la Fundación Alemana, y la colaboración con el doctor Efraín Castro Morales, uno de los investigadores poblanos que, sin formar parte del grupo, más colaboró con ellos en sus investigaciones con datos y comentarios.
La organización interna del libro nos acerca a la historia de la Casa del Deán desde diversas miradas, como si de una visita colectiva a la antigua casona se tratara. Inicia presentándonos antes que nada al dueño de la casa en el siglo xvi, sus redes de relaciones y posibles influencias, así como las circunstancias que rodearon su llegada y permanencia en Puebla de los Ángeles como miembro de una élite intelectual eclesiástica, en los artículos de Efraín Castro Morales y Gustavo Mauleón Rodríguez. Luego, nos lleva a conocer la propiedad desde su adquisición hasta el siglo xx, que incluye su estructura original y modificaciones desde el siglo xvi hasta el xix, así como su destrucción, defensa y rescate en el siglo xx, según la interpretación que de ello hacen Castro Morales y Francisco Pérez de Salazar. Cabe destacar la abundancia de información, que no escatima en incluir transcripciones íntegras de documentos, lo que sienta un precedente para futuras investigaciones. Esta peculiaridad del libro no solo enriquece el aporte interpretativo del autor, sino que, en el caso de los documentos reproducidos en el artículo de Gustavo Mauleón Rodríguez, se inscribe dentro de las nuevas tendencias historiográficas en estudios de caso del siglo xvi (tradición sobre todo asociada a la escuela española, por ejemplo, Jiménez Rebollado y Ramírez Calva), que proporcionan no solo la interpretación sino también el documento para que el lector pueda hacer sus particulares lecturas, y sacar sus propias conclusiones.
Prosigue el libro con dos artículos que vinculan la casona con sus primeros y últimos propietarios. En este segundo caso se sitúan los testimonios y referencias de sus postreros dueños, la familia Pérez de Salazar, en el artículo de uno de sus integrantes, el arquitecto Francisco Pérez de Salazar. Con relación al primer caso, se incorpora a esta edición la descripción heráldica del escudo de armas del deán Tomás de la Plaza que nos ofrece el prestigiado genealogista Vicente González Barberán.
Los siguientes cuatro artículos nos permiten transitar por la casona y situarnos ante el motivo principal de este libro: los murales. Inicia esta serie de análisis con el artículo de Helga von Kügelgen, quien interpreta el discurso iconográfico de la sala de las Sibilas como un programa novohispano que proclama el advenimiento de un nuevo imperio cristiano. A ello se suma parte del artículo de Gustavo Mauleón Rodríguez, que analiza el proyecto reformista del alto clero poblano en la década de 1580 a través de la música y su representación con instrumentos musicales. Ambos artículos enfatizan la coyuntura de reforma eclesiástica tridentina con el discurso iconográfico de los murales.
El análisis a la luz del texto de Petrarca y la literatura renacentista es el objeto de estudio de José Pascual Buxó. Por su parte, Elena Estrada de Gerlero enmarca su estudio de Los Triunfos de Petrarca dentro de la tradición de pintura mural que se gestaba en el siglo xviI en la Nueva España, y analiza las posibles fuentes pictóricas y literarias que inspiraron las pinturas en la casa de Petrarca. Las relaciona con los textos de Los Triunfos de Petrarca, con los paisajes de los murales, animales, vegetales y, sobre todo, bosques, a los que identifica con los sueños en la obra de Petrarca (a su vez influido por San Agustín) cuyo simbolismo vincula con el traslado del universo simbólico religioso al entorno laico, un aspecto sumamente relevante para el contexto de la Casa del Deán. Debemos señalar que las nuevas investigaciones de Guilhem Olivier nos indican que la representación de animales quizás tenga más que ver, en el mundo indígena, con rituales ancestrales de cacería, que con modelos pictóricos de paisajes renacentistas, sobre todo por la disposición en que han sido representados, lo cual enriquece el discurso pictórico.
Eso nos lleva directamente a la reedición del erudito artículo de Erwin Walter Palm, que analiza los murales y en particular algunos elementos tales como los animales, a partir de su función vinculante entre modelos iconográficos españoles e indios. Este artículo citado en este mismo libro por Elena Estrada de Gerlero y en el prólogo por la editora, es uno de los pioneros de los estudios simbólicos sobre los murales de la Casa del Deán. Fue presentado por vez primera en 1973, precisamente en el Primer Simposio del Proyecto México de la Fundación Alemana.
El artículo de Montserrat Galí Boadella nos traslada de la casona a la catedral y palacio episcopal, este último situado en la acera de enfrente, teniendo como punto de referencia las Sibilas. Presenta la noticia sobre la existencia de unas Sibilas en la catedral de Puebla en el siglo xviii, a través del registro de inventarios mediante los cuales va trazando cuidadosamente el destino de una serie de pinturas donadas a la catedral –al obispo Santa Cruz– por doña Luisa de Herrera Peregrina, luego llevadas al Palacio Episcopal por el obispo Pantaleón Álvarez de Abreu, y finalmente integradas a la Academia de Bellas Artes de Puebla, hoy Museo Universitario, aunque, aclara la autora, no forman parte de su actual acervo. Esta relación entre Sibilas y alto clero poblano, específicamente la cabeza de obispado, es una aspecto de suma relevancia que parece manifestar un vínculo que permaneció hasta el siglo xix. Al respecto me permito añadir dos referencias cronológicas más. Existe documentada una noticia sobre el devenir de estas pinturas, y se encuentra en el testimonio del destacado liberal Ignacio Manuel Altamirano, todavía el día 18 de septiembre de 1869, en el que menciona que una colección de unos catorce cuadros representando a una serie de Sibilas fue vista y brevemente comentada en uno de los espacios del palacio episcopal de Puebla, durante una visita que hizo el liberal a ese edificio eclesiástico como parte de la comitiva del presidente Benito Juárez:«En otro departamento vimos también como catorce cuadros representando á las Sibilas, que son dignos de llamar la atención. Ignoramos si todos ellos fueron traídos de Europa por el obispo Vazquez, que era un gran aficionado á pinturas, ó por el prelado actual.» Por otro lado, Velia Morales Pérez (2002 y 2003) registró como parte del acervo pictográfico que se conserva en el Museo Universitario de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, dos cuadros de las Sibilas Samia y Hellespóntica, y señala que podrían haber formado parte de las colecciones de la Academia de Bellas Artes de Puebla. Cabe entonces preguntarse, si se trata de la serie que al parecer pasó a la Academia de Bellas Artes, ¿estaremos ante los 2 únicos cuadros sobrevivientes de la serie sibilina del palacio episcopal? En caso de no ser así y no pertenecer estos cuadros a esa serie, ¿significaría que hubo otras series de Sibilas en la Puebla novohispana?
Todos los autores coinciden en que los murales se pintaron entre 1580 y 1587, momento relevante para la historia de la Iglesia porque coincide con el Tercer Concilio Mexicano. De manera particular Gustavo Mauleón y Helga von Kügelgen sitúan la pintura de los murales dentro de este contexto histórico. Gustavo Mauleón vincula los decretos y estatutos de dicho concilio con varios aspectos litúrgicos que se empezaron a normar y observar en la catedral por disposición del obispo Diego Romano, a quien se refiere como un directo portavoz del concilio por su papel como docto canonista en el mismo, y como un primer ejecutor de sus mandatos en la catedral de Tlaxcala (asunto que también es tratado en los trabajos de Jesús Joel Peña Espinosa). La aplicación de las primeras disposiciones del concilio las sustenta y compara con las informaciones de actas de cabildo eclesiástico, en particular en relación con temas musicales. Pese a no ser el objeto de su análisis la historia eclesiástica, el autor muestra que la reforma no fue un proyecto exclusivo del obispo Romano, sino que estuvieron involucrados activamente el deán y el maestro de capilla de catedral, así como otros canónigos, en la aplicación crítica y paulatina del Tercer Concilio en la catedral y obispado. Pero lo más relevante radica en que vincula las reformas con la injerencia jurisdiccional del obispo en las prácticas de algunas cofradías, la devoción a la Inmaculada y en lo relativo a los actos religiosos relacionados con el Corpus Christi, asuntos trascendentales para los pueblos indios del obispado.
Debemos recordar que hacia 1580 la disputa entre el clero secular y religioso había tomado un nuevo giro en lo que los historiadores han llamado la tercera fase de evangelización, conflictos que se manifestaron en el Tercer Concilio donde cinco de los siete obispos asistentes eran frailes. Entre el alto clero circulaban, en la década de 1580, los debates acerca de la extensión de la jurisdicción diocesana sobre las corporaciones y órdenes regulares, en particular sobre los asuntos indios. En ese sentido, el artículo de Helga von Kügelgen resulta particularmente sugerente al presentar una interpretación que sitúa al deán de la catedral dentro de esta coyuntura, afirmando en los murales de su casa el advenimiento de un nuevo imperio cristiano, con la pintura de las Sibilas. De tal manera que los triunfos de Petrarca, cuyos simbolismos literarios son analizados por José Pascual Buxó y en menor medida por Elena Estrada de Gerlero, adquieren otra significación: es el triunfo profético de la Iglesia representada por el clero secular. La historiografía parece confirmar esta interpretación que propongo, al señalar precisamente estos años como los precursores de nuevos aires dentro del obispado de Tlaxcala, reformas tridentinas y cambios fundamentales en la relación con los pueblos indios del obispado, lo cual nos lleva a la siguiente reflexión:
El tema de los indios ejecutores de la obra, si bien quedó enunciado en casi todos los artículos, constituye una lamentable ausencia dentro del libro. La editora nos dice en su prólogo que estaba contemplada la participación de Pablo Escalante, pero finalmente el propio investigador declinó la invitación. Resulta lamentable este vacío, en particular porque representa un aspecto que ha despertado grandes interrogantes, muchas propuestas interpretativas, pero ningún análisis concreto. Como bien señala en su artículo Elena Estrada de Gerlero, estudios recientes dan cuenta de la gran actividad artística en que los indios estaban involucrados durante esos años, particularmente pintando murales de conventos y espacios públicos como son los cabildos indios. Y si bien el extraordinario artículo de Erwin Walter Palm interpreta desde el imaginario indio los simbolismos y significados de algunos elementos de los murales de la Casa del Deán, no se puede explicar su participación en el mural. Son los artículos de Efraín Castro Morales y Gustavo Mauleón Rodríguez los que mayores datos aportan al tema, aunque no son objeto de análisis.
Ambos autores sitúan al deán Tomás de la Plaza en Oaxaca los años previos a su llegada a Puebla, en un intenso contacto con la feligresía india aun después de haber sido nombrado deán de catedral. Nos mencionan, por ejemplo, que en su testamento se deja explícitamente citada la pertenencia a un cacique indio de lo que suponemos eran dos imágenes de piedra que estaban en su haber. Esta relación con caciques, y el préstamo de esculturas sagradas a un deán, resulta sumamente esclarecedora de lo que estaba ocurriendo con la pintura de los murales. Los indios artistas ya habían salido de la cuidadosa formación a cargo de los frailes, como reconoce Elena Estrada de Gerlero sin entrar en profundidad del tema, y estaban organizados en gremios que bien podían incorporar maestros y pintores españoles también, todos ellos regulados en su actividad por las «ordenanzas». En los pueblos más importantes estas actividades estaban bajo la supervisión del cabildo indio o de los fiscales de iglesia, ambas instituciones constituidas en esos años por caciques nobles. La relación de las autoridades españolas, frailes y curas con los caciques, fue el principal mecanismo de negociación en la segunda mitad del siglo xvi, como apuntan diversos estudios recientes. La manera como el Deán de la Plaza dispuso su plan para que su sobrino viniera a la Nueva España, se integrara a la carrera eclesiástica y aprendiera náhuatl, es también una muestra de que la relación con los indios era un asunto primordial. De tal manera que para el Deán de la Plaza su mejor manera de reclutar artistas indios era su red de relaciones con los caciques directamente, no con los frailes. Podemos incluso proponer, basados en los documentos que Gustavo Mauleón Rodríguez reproduce, que esta práctica estaba perfectamente establecida con la asistencia de capillas de músicos indios a las festividades religiosas de la sede del obispado, previos a las reformas del obispo Diego Romano. También resulta interesante observar que estos indios pintores bien pudieron haber venido desde la Mixteca, por lo que las redes de poder no se limitaban a los pueblos aledaños a la ciudad de Puebla, ni a los frailes franciscanos.
Estas evidencias documentales permiten diversificar la procedencia de los tlahcuilos, y sobre todo desvincularlos del convento franciscano o dominico. Se abre así un panorama que presume la posibilidad de que los murales no fueran en realidad un evento poco frecuente en las casas de las élites eruditas novohispanas, sino que el oficio de pintores indios estaba inserto en una amplia red de poder cuya principal característica era la capacidad de negociación de los caciques indios, y en la cual los servicios altamente calificados de tlacuilos, músicos y otros artistas formaban parte de un código de prestigio convenido con las élites de colonos. Es decir, para los caciques este sistema también funcionaba como forma de intercambio de servicios que se traducía directamente en méritos, lo que a su vez les aseguraba mayor prestigio, y con ello mayores prebendas y beneficios para ellos y sus pueblos. Pudiera ser esta una de las explicaciones por las cuales hay tantas evidencias de pintura en la región, tanto mural como de códices y mapas, aunado al interés de los caciques de dejar rigurosamente registrados todos estos servicios en la gran cantidad de anales que se produjeron en la zona Puebla-Tlaxcala. Hasta ahora estos registros han sido interpretados como un servicio indio administrado por los frailes. Tal vez, con el aporte interpretativo del simbolismo de los murales de la Casa del Deán, y en particular a la luz de documentos reproducidos, podamos verlos como parte de un sistema en el que los caciques también participaban por su propio interés. Bajo esta perspectiva cambia la manera como hasta el día de hoy se han entendido las llamadas «escuelas de pintores indios», intrínsecamente vinculados al cuidado de los frailes, para mostrarnos facetas del desarrollo artístico indio en un contexto gremial familiar y de relaciones de poder, donde el indio era un agente y no un subordinado, que mediante su oficio divulgaba el mensaje cristiano por interés propio y no ajeno.
Como bien anuncia el título Profecía y triunfo. La Casa del Deán Tomás de la Plaza. Facetas Plurivalentes, el mayor aporte del libro es reunir una mirada interdisciplinaria (plurivalente) sobre la Casa del Deán, que incluye registro de sus modificaciones, testimonios de su rescate en el siglo xx, datos sobre sus propietarios, sobre las circunstancias y relaciones del Deán de la Plaza; pero sobre todo la impresionante calidad de análisis de su tema central, los murales, desde una amplia gama de perspectivas eruditas. A ello se suma una bibliografía especializada en la temática central del libro, una bibliografía general, índice de nombres y lugares, 178 láminas, así como un valiosísimo corpus de transcripciones de documentos del siglo xvi. La edición merece un reconocimiento por su calidad en papel y diseño, y se agradece el uso de notas a pie de página que facilitan la lectura. El análisis de los murales es, sin lugar a dudas, el principal aporte al vincular el triunfo profético de la iglesia con el advenimiento de un nuevo imperio cristiano: el establecido por el Concilio de Trento bajo la jurisdicción de la figura de los obispos.
Este libro nos presenta así grandes oportunidades para futuros estudios, y sobre todo nos abre ventanas para nuevas miradas. Fiel al espíritu y metodología del Proyecto México de la Fundación Alemana, Profecía y triunfo. La Casa del Deán Tomás de la Plaza. Facetas Plurivalentes se perfila para convertirse en un referente de interpretación histórica que siente precedentes a largo plazo.
La historiografía poblana tiene aún una deuda pendiente con todo el enorme legado que nos han aportado las investigaciones de la Fundación Alemana. Sirva pues esta reseña como un humilde agradecimiento, un tributo y un reconocimiento a sus aportes.
La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.