Ampliar el número de lectores y, por lo tanto, la difusión de lo que publica Asunción Lavrin en una edición en inglés que data de 2008 es un propósito que compartimos con quienes lo hicieron posible. Esta es una traducción al castellano que pone al alcance de otros –quizá mucho más involucrados culturalmente con el tema y el contenido– el texto de una reconocida autora, que durante buena parte de su vida académica ha escrito múltiples obras sobre Nueva España y distintos aspectos de la mujer y la vida conventual.
La versión original de Brides of Christ. Conventual Life in Colonial Mexico coincidió y se dio a conocer en la x reunión del Grupo de Estudios sobre la Mujer en España y las Américas (pre-1800) y ganó el Premio Thomas McGann del Libro 2009, para los Estudios Latinoamericanos. La autora anunció que se dedicaría desde entonces a las órdenes masculinas, lo que afortunadamente no se ha cumplido; esposa, madre, abuela y defensora de las mujeres, todavía publicó en 2014 Los senderos interiores de los conventos de monjas.
En el libro que nos ocupa, Lavrin dialoga con quienes incidieron en la conservación de la memoria histórica, contemporáneos del tiempo y el espacio físico que acredita en el título. Esta es una de las cualidades de su obra, ya que en su compromiso con la historia, establece estrechos nexos con el pasado, los trae al presente y nos entrega un libro que promete frutos a futuro.
Asunción Lavrin se refiere a las monjas y a los que interactuaban con ellas en el ámbito social y familiar. Como parte de un sector social privilegiado, el acceso a la clausura garantizaba un buen esposo y el desarrollo de muchas habilidades manuales e intelectuales que se fueron plasmando en labores de manos, productos culinarios, musicales y manuscritos, que hoy son una de las mejores vías para el conocimiento de este género, partiendo de las fuentes escritas por ellas mismas o por quienes desde el mundo descubrieron sus talentos, los recrearon y dieron a conocer en su momento como vicios o dechados de perfección.
Los conventos de monjas son los acervos más ricos para el estudio de la mujer durante el virreinato y Asunción Lavrin se centra en su contexto cotidiano, familiar y conventual; una historia cultural con una participación activa en la conformación de una nueva identidad, en la que destaca el contexto espiritual como una forma de vida en América que trasciende el modelo de la Europa occidental.
Para plantear tanto los antecedentes como el momento del desposorio de una doncella con Cristo y los años de vida conyugal desarrolla 10 capítulos, cuyo contenido se expresa en títulos breves y subtítulos atractivos como: «Profesar: la construcción de un destino», ya que las doncellas tenían que cubrir muchos requisitos para ser admitidas, incluyendo los considerados a juicio de la abadesa y definitorio en turno, como el rechazo de aspirantes «por falta de carácter» o por tener «un carácter demasiado fuerte».
En: «La novicia se hace monja», «Aprender el oficio y poner a prueba la voluntad», Lavrin hace énfasis en el aprendizaje pragmático y el cultivo del espíritu, columna vertebral de la vida en la clausura, mientras que para explicar el significado espiritual de la vida religiosa y el «voto de clausura» utiliza las palabras de una capuchina queretana: «no me es corral, [es] sólo paraíso dilatado, campo donde el alma y corazón se dilata y esparce con tal consuelo que está el alma como la piedra en su centro». Símbolos, signos y significados son el hilo conductor de este apartado, tomando como base textos devocionales y, entre ellos, los Ejercicios de desagravio de Cristo Nuestro Señor. Este enunciado nos recuerda la propuesta jesuítica de composición de lugar, ya que la monja se sitúa en el Monte de los Olivos, acompañada de percepciones sensoriales relacionadas con la vista, el olfato, el gusto y el tacto: «Tu eres el deleite de todas las flores, la fragancia de todos los olores, la dulzura de todos los sabores […] el contentamiento de todos los sones de consonancia gustosa, y el deleite de los íntimos abrazos con que se unen e incorporan todos los que se aman», «aquel ver tan suave, aquel oír tan dulce, oler tan penetrativo que se confortaba toda la naturaleza. El gusto me recreaba hasta los huesos, el tacto era como si tuviera el cuerpo entre muy delicados y blandos algodones».
En contraste, el capítulo sobre «Problemas de gobierno» revela que cuando la autoridad inmediata no solucionaba sus problemas, las religiosas acudían a una superior; las del convento de Santa Isabel «tres veces llamaron a su juez, vicario general para que las auxiliara amenazando que de no hacerlo se saldrían del convento». La portería es aquí como «el pulmón de la comunidad», o sea, se encargaba del «intercambio de “aire” entre el interior y el mundo exterior».
Al tratar sobre «La vida cotidiana…» es muy familiar para todos el subtítulo: «El pan nuestro de cada día». Los vendedores jugaron un papel determinante en la obtención de alimentos, pero fue censurado el trato frecuente que los calificaba de «zánganos» y «vulgares mercachifles». Queda claro, y los libros de gastos lo reiteran, que aunque las hagiografías «ejemplares» tratan sobre ayunos y mortificaciones, «por lo general las monjas […] se alimentaban bien y con regularidad». Los horarios y los hábitos y normas alimenticias determinan la longevidad de las enclaustradas, que con padecimientos graves vivieron muchos años «a pesar de todas las atenciones médicas»: purgas, sangrías, tratamientos caloríficos, procedimientos quirúrgicos, incisiones con navajas calientes que a veces resultaban contraproducentes; por ejemplo, la capuchina Sor María Leocadia «perdió todos sus dientes por una untura caliente recetada como medicamento».
El capítulo «Sexualidad: un reto a la castidad» trata principalmente de casos de confesores en «Contención y seducción fallida» o en «La seducción triunfante», y tras analizarlos, la autora observa poca equidad, ya que siempre se trata a la mujer como víctima y al hombre como verdugo.
Lavrin dedica un capítulo a las «Esposas indígenas de Cristo» porque considera que Nueva España es la cuna de un concepto, tras «una difícil conciliación» entre «La raza y el llamado de Dios». Mientras que entre los proyectos de reforma destaca una batalla que afectó «los usos y costumbres», haciendo visible un problema de poder entre «géneros en desacuerdo»: «prelados y monjas». En este sentido, incluso el virrey aconsejó al obispo de Puebla «seguir tratando con gentileza a las enclaustradas para evitar su furia».
Por último, la autora destaca el papel de las monjas como escritoras de obras piadosas, de documentos normativos, de «recreación didáctica» y los «diarios del alma», escritos en secreto en el espacio privado de las celdas. Las recoge como fuentes, incluyendo las reconstrucciones metafóricas como la que compara a las esposas de Cristo con «perlas resguardadas en la concha del convento».
En suma, cada capítulo trata un tema diferente que se anuncia en el encabezado de cada página y que es independiente, pero no una invitación para hacer lecturas parciales, ya que la autora vincula unas partes con otras, expresa los conceptos básicos, los ilustra con ejemplos y concluye con una idea de síntesis encadenada con el siguiente capítulo o subtítulo. De esta manera conserva la atención del lector y lo estimula a proseguir la lectura. La edición de 1.600 ejemplares consta de 513 páginas y 17 láminas en blanco y negro tras el epílogo y un apéndice de las fechas de fundación y filiación de los conventos novohispanos, exceptuando los fundados en territorios de Filipinas y Guatemala. Concluye con la bibliografía y un índice analítico como herramienta de consulta.
Nuevas generaciones de investigadores encontrarán en esta obra una base sólida en sus fuentes bibliográficas y documentos citados para iniciar otros estudios. La misma Asunción Lavrin plantea nuevos retos de búsqueda con una advertencia: no deben hacerse generalizaciones; en varios de los apartados sus principales fuentes son inquisitoriales o proceden de autoridades civiles y eclesiásticas, y dice que algunos casos trabajados son excepcionales e incluso escandalosos por su naturaleza. Añade que las religiosas eran de carne y hueso y que, igual que en el mundo, «la acción recíproca entre lo sagrado y lo profano fue una realidad permanente».
Finalmente, celebramos la posibilidad de disfrutar en esta lectura de la riqueza del idioma de la autora, como fragmentos de una herencia latina y cultural contemporánea, y de recursos del lenguaje que facilitan el acceso al pasado histórico, principalmente cuando dialoga con la visión del presente o utiliza frases de uso común como «profesar contra viento y marea», u otras de cuño personal como: «Después de la tormenta […] no viene la calma». Es decir, que no es posible cerrar este libro sin una inquietud intelectual que parte de una lluvia de propuestas y de la reiterada sugerencia a jóvenes estudiosos de profundizar y promover la discusión académica.